Capitulo 9
Shinobu Kocho permanecía inmóvil frente a Douma, el demonio de la Luna Superior Dos. Su rostro esbozaba una calma glacial, casi como si no le intimidara la presencia de aquel ser que había destruido tantas vidas, incluyendo la de su hermana mayor, Kanae. Pero dentro de ella, su corazón latía con una mezcla de ira y amor. No podía evitar pensar en Kanao, su pareja, la persona que le había devuelto la luz en medio de la oscuridad.
Kanao, con su inocente sonrisa y mirada determinada, había dado a Shinobu algo que proteger. "No puedo fallarle", pensó mientras sentía una punzada de nostalgia al recordar cómo, la noche anterior, Kanao le había dicho que estuviera a salvo. Habían compartido un momento íntimo y dulce, algo que Shinobu atesoraba profundamente.
Pero ahora no había lugar para la vulnerabilidad. Su enemigo estaba frente a ella, observándola con esa expresión despreocupada que tanto le enfurecía.
—¿Eres tú la famosa cazadora de insectos? —preguntó Douma, su voz teñida de burla—. Qué pequeña eres. No puedo evitar preguntarme cómo alguien como tú planea derrotarme.
Shinobu no respondió. Sus ojos brillaban con determinación. "Por Kanao", se dijo. "Por Kanae, y por todos los que este monstruo ha arrebatado".
De inmediato, lanzó un ataque veloz con su katana, cubierta con un veneno especial que había preparado durante meses. La hoja cortó el aire con una precisión letal, buscando cualquier abertura en la defensa de Douma. Este apenas movió un brazo para bloquearla, y aunque el filo rozó su piel, el demonio sonrió.
—¿Veneno? Ah, qué molesto. ¿Es esto todo lo que tienes?
Shinobu no se inmutó. Sus movimientos eran ágiles y fluidos, casi como si bailara alrededor de su oponente. Pero cada ataque era meticulosamente calculado. Su mente trabajaba a toda velocidad, analizando cada reacción de Douma. "No puedo derrotarlo con fuerza bruta", pensó. "Pero mi inteligencia será suficiente".
Mientras esquivaba y atacaba, sus pensamientos volvían a Kanao. "¿Qué harías tú en mi lugar?", se preguntó. Imaginó los ojos de Kanao llenos de preocupación, y eso la motivó aún más.
—Tienes una expresión interesante —comentó Douma, desviando otro de sus ataques—. ¿En quién piensas? ¿Acaso alguien especial?
La provocación la hirió más de lo que esperaba. "No dejaré que hables de Kanao", se prometió.
Con un movimiento rápido, saltó hacia atrás, tomando un instante para recuperar el aliento. Sus pulmones ardían, pero no podía permitirse descansar. Douma, por su parte, parecía disfrutar del enfrentamiento.
—Tienes agallas, lo admito. Pero no basta con eso. ¿Por qué no simplemente aceptas tu destino?
Shinobu apretó los dientes, ignorando el dolor que comenzaba a propagarse por su cuerpo. "No dejaré que Kanao me pierda", pensó.
La batalla entre Shinobu y Douma era feroz. Cada movimiento de la cazadora era calculado, cada ataque del demonio era devastador. Shinobu, aunque visiblemente agotada, mantenía su postura firme, determinada a no ceder terreno.
El demonio, siempre con su sonrisa inquietante, comenzaba a notar algo extraño. Había un cambio en su cuerpo, una debilidad que no había sentido antes. Shinobu, con su estrategia impecable, había estado esperando este momento.
Recordando las semanas de preparación para este enfrentamiento, Shinobu se mantuvo enfocada. Sus pensamientos, sin embargo, no estaban solo en la batalla. Kanao llenaba su mente: sus palabras, sus miradas, y la conexión profunda que las unía. Ese vínculo era la razón de su fortaleza.
Shinobu sabía que sus posibilidades de superar la fuerza de Douma eran limitadas, pero había confiado en su inteligencia y preparación. En un movimiento arriesgado, dejó una abertura en su defensa, atrayendo al demonio a atacar con toda su fuerza.
Cuando Douma lanzó su ataque, Shinobu esquivó con una rapidez asombrosa y aprovechó para contraatacar, hundiendo su espada profundamente en el torso del demonio. La katana liberó el veneno que había preparado con dedicación.
Douma retrocedió, sorprendido. Sentía cómo algo cambiaba en su interior, una debilidad que no podía ignorar.
—¿Qué… es esto? —murmuró, tambaleándose.
Shinobu, respirando con dificultad, lo observaba con determinación. Aunque estaba al límite de sus fuerzas, su mente se mantuvo serena.
Mientras Douma comenzaba a sucumbir, Shinobu sintió una extraña calma. Sabía que esta batalla no había sido en vano. Sus pensamientos volvieron a Kanao, imaginando un futuro donde ella y los demás estarían a salvo.
Con su misión cumplida, Shinobu dejó que el alivio la envolviera, sabiendo que su sacrificio había valido la pena.
El aire en la batalla estaba cargado de tensión. Shinobu, agotada, se encontraba de pie, luchando para mantener la compostura mientras sentía cómo su cuerpo se iba quebrando poco a poco. El veneno que había aplicado a Douma comenzaba a surtir efecto, debilitando al demonio de manera irreversible, pero a un alto precio para la cazadora.
Douma, no dispuesto a rendirse fácilmente, utilizó su habilidad para absorber a su oponente. Con un grito, extendió su mano hacia Shinobu, y una luz demoníaca la rodeó. Shinobu intentó resistir, pero sus fuerzas ya se estaban agotando. En un último esfuerzo, trató de liberarse, pero la absorción comenzó.
La visión de Shinobu se nublaba. Su mente, aunque débil, seguía pensando en lo más importante: en Kanao, su discípula, su compañera, su amor. Pensó en ella con ternura, imaginando su sonrisa, su valentía. Sabía que, incluso si caía, Kanao continuaría luchando por el bien de todos. Ese pensamiento fue lo que le dio la fuerza para mantenerse consciente.
Pero Douma no iba a detenerse. Su cuerpo comenzaba a absorber a Shinobu por completo, y los últimos vestigios de la cazadora se desvanecían en la oscuridad.
Fue entonces cuando, en el último momento, un destello de luz cortó la oscuridad de la escena. Kanao apareció en el horizonte, corriendo con desesperación. Al ver la figura de Shinobu siendo absorbida por Douma, su corazón se detuvo por un instante. La angustia y el dolor llenaron su pecho, y el mundo a su alrededor se volvió borroso. Pero Kanao, pese a su angustia, no se detuvo. No podía permitir que su maestra, su mentora, su amor, desapareciera tan fácilmente.
—¡¡Shinobu!! —gritó Kanao, mientras su mirada se llenaba de furia y determinación.
El demonio, al percatarse de su llegada, sonrió con arrogancia.
—¿Otra más que viene a lamentarse? —se burló, pero Kanao no lo escuchaba.
Con un grito de rabia, Kanao se lanzó al combate. Utilizando todo el entrenamiento que había recibido, desenvainó su espada y comenzó a moverse con la rapidez de una flecha. Los movimientos de Kanao eran una danza letal, sus ojos concentrados solo en el objetivo: liberar a Shinobu y vengar todo lo que el demonio había causado.
Douma intentó repelerla, pero Kanao era más rápida. Cada golpe de su katana chocaba contra el aire y el cuerpo de Dōma, haciéndolo retroceder. No había tiempo que perder, y cada segundo que pasaba Kanao sentía que más y más de Shinobu se desvanecía en la oscuridad.
Kanao sabía que no tenía tiempo para dudas, y aunque su corazón estaba destrozado, su mente estaba llena de claridad. La furia y el dolor no la cegaban; al contrario, le otorgaban una fuerza insostenible. Su cuerpo se movía con una velocidad inhumana, cada movimiento precisado, cada estocada ejecutada con la fuerza y precisión que su maestro le había enseñado.
Douma, aunque poderoso, no pudo evitar que Kanao lo atacara con toda su fuerza. En los primeros intercambios, el demonio mostró signos de sorpresa. Aunque su poder era vasto y su habilidad para manipular el entorno casi ilimitada, la furia de Kanao parecía alcanzarlo. Cada golpe era más fuerte, cada corte más profundo.
—¿Crees que puedes detenerme, niña? —Douma rió, pero su risa se apagó ante la creciente presión que sentía. La cazadora estaba atacando con una determinación única, una furia alimentada por el amor y la desesperación.
Kanao estaba al borde del agotamiento, pero no podía detenerse. Pensó en Shinobu y recordó todas las enseñanzas que había recibido de ella. Recordó cómo Shinobu siempre había confiado en su habilidad y, más importante aún, en su corazón. Fue entonces cuando Kanao recordó una técnica especial que había aprendido, una que su maestra nunca había utilizado en su presencia.
Con un grito decidido, Kanao cerró los ojos por un instante y centró toda su energía. El viento a su alrededor comenzó a intensificarse. La katana brillaba con una luz intensa mientras Kanao reunía toda su fuerza. Usó el "Kokoro no Kaze", la técnica que combinaba su respiración y su conexión emocional, para dar lo mejor de sí misma.
Con un movimiento vertiginoso, Kanao desató un ataque imparable. Su katana cortó el aire y atravesó a Douma, quien fue incapaz de detener el golpe. El demonio, aunque aún resistiendo, sintió el poder de la técnica de Kanao corriendo a través de su cuerpo.
Douma se tambaleó, completamente desconcertado. Nunca había enfrentado a alguien como Kanao. A pesar de su fuerza demoníaca y su resistencia, la furia de una discípula dispuesta a todo por su maestra fue más de lo que podía soportar. Con un grito final, Douma cayó al suelo, derrotado. Su cuerpo comenzó a desmoronarse mientras el veneno de Shinobu, combinado con el poder de Kanao, le arrebataba la vida.
—Shinobu... —susurró, su voz quebrada por el dolor.
Aunque ya no había respuesta, Kanao sintió una calma en su pecho. Sabía que había cumplido lo que Shinobu le había enseñado: seguir luchando, no rendirse jamás.
Con una última mirada llena de amor y gratitud hacia la mujer que le había mostrado el verdadero significado de la vida, Kanao cerró los ojos. Aunque la tristeza la consumía, sabía que el sacrificio de Shinobu no había sido en vano.
Fin de la batalla
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Flashback:
El día estaba cálido y el sol brillaba suavemente sobre los campos cubiertos de flores. El aire, ligero y refrescante, llevaba consigo la fragancia de las flores silvestres y el suave crujir de las hojas bajo los pies. Kanao y Shinobu caminaban juntas por un sendero rodeado de hermosos paisajes, lejos de las luchas y las tensiones de su vida como cazadoras. Ese día no había demonios, no había batallas, solo ellas, disfrutando de la compañía mutua en un tranquilo paseo.
El entorno parecía un refugio perfecto, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse para permitirles respirar en paz. Shinobu sonrió, y esa sonrisa era la que más amaba Kanao. Era una sonrisa suave, llena de ternura, que iluminaba incluso los días más oscuros.
—Kanao, ¿alguna vez has pensado en cómo será todo después de que la guerra termine? —preguntó Shinobu con su tono característico, relajado y sereno, pero con una pizca de curiosidad en sus ojos.
Kanao, que caminaba un paso detrás de ella, alzó la mirada y la observó. En su rostro se dibujaba una ligera expresión pensativa, mientras intentaba imaginar el futuro en un mundo donde las batallas ya no existieran, un mundo donde podían vivir sin temor.
—A veces... —respondió Kanao con voz suave, casi como si sus pensamientos fueran un susurro. —A veces imagino que podríamos vivir tranquilas, lejos de todo esto. Tal vez en algún lugar lleno de flores, donde podamos descansar y ser felices. Solo nosotras.
Shinobu detuvo su paso y se giró lentamente, sus ojos brillando con una mezcla de cariño y amor. La escena era tan pacífica, tan tranquila, que parecía un sueño que ambas compartían. Shinobu se acercó a Kanao, tomándola por la mano con suavidad.
—Yo también lo he pensado, Kanao. Pero, más allá de eso, hay algo que quiero decirte. Algo muy importante.
Kanao la miró con una mezcla de curiosidad y amor. Sabía que Shinobu siempre hablaba con una serenidad especial, pero hoy había algo en su tono que la hacía sentirse aún más conectada con ella.
—¿Qué es, Shinobu? —preguntó, su voz apenas audible, como si su corazón latiera más fuerte ante la intensidad de ese momento.
Shinobu sonrió nuevamente, pero esta vez había una profundidad en su expresión que hizo que el aire a su alrededor pareciera detenerse. La joven cazadora respiró profundamente antes de hablar.
—Quiero que sepas que siempre estaré contigo. No importa lo que pase, no importa cuántas batallas tengamos que enfrentar o qué desafíos se presenten. Mi corazón siempre será tuyo, Kanao. Y no me importa lo que el futuro nos depare... te prometo que estaremos juntas, siempre.
Las palabras de Shinobu resonaron en el corazón de Kanao, como un susurro cálido que la envolvía. Su pecho se llenó de una mezcla de emociones, entre amor profundo y una calma que solo Shinobu sabía transmitir. Kanao sintió cómo una calidez en su interior se expandía, y por un momento, el mundo entero desapareció. Era solo ella y Shinobu, en ese instante perfecto.
Kanao apretó la mano de Shinobu, aferrándose a ella con fuerza, como si temiera que la promesa pudiera desvanecerse si no lo hacía. No necesitaba más palabras. La confianza, el amor y la seguridad que sentía en ese momento eran suficientes.
—Yo también... yo también te prometo lo mismo —respondió Kanao con voz temblorosa, pero llena de convicción. —Estaré contigo, Shinobu. Siempre.
Shinobu la miró fijamente, y por un momento, parecía que el tiempo se desvanecía por completo. Solo existían ellas, sus corazones latiendo al unísono, en un acuerdo silencioso pero eterno. Shinobu inclinó la cabeza y acercó su rostro al de Kanao, sus labios suaves como la brisa que las rodeaba.
—Entonces, te prometo que siempre te amaré, que siempre estaré a tu lado, incluso cuando las sombras del mundo traten de separarnos. Juntas, siempre, Kanao.
Las palabras de Shinobu, acompañadas de su gesto suave y delicado, hicieron que Kanao sintiera una corriente cálida recorrer su cuerpo. Era una promesa profunda, algo más grande que cualquier cosa que pudieran haber enfrentado. Las palabras no eran solo palabras; eran un compromiso, un vínculo que trascendía todo.
Kanao cerró los ojos por un momento, sintiendo el contacto de sus manos entrelazadas y la cercanía de Shinobu. El sol seguía brillando, bañándolas en luz dorada, mientras la suave brisa les acariciaba el rostro. Ese era el mundo que ambas querían: uno en el que podían existir juntas, sin miedo, sin batallas.
Shinobu, al ver la expresión en el rostro de Kanao, sonrió suavemente. Era una sonrisa llena de paz, como si todo estuviera bien en ese instante, como si el futuro ya estuviera escrito de la manera que ellas lo deseaban.
—Prometido entonces —dijo Shinobu, mientras con su otra mano acariciaba suavemente el rostro de Kanao. —Nosotros... siempre juntas. No importa lo que pase.
Kanao no pudo evitar que las lágrimas comenzaran a brotar de sus ojos, pero no eran lágrimas de tristeza. Eran lágrimas de gratitud, de un amor tan profundo que no podía ser expresado con palabras. Se dejó abrazar por la calidez de ese momento, de esa promesa que estaba sellada en sus corazones.
—Te amo, Shinobu... —susurró Kanao, mientras las lágrimas caían con suavidad, pero con una certeza que provenía del alma. —Te amo tanto.
Shinobu, al escuchar esas palabras, sintió que su propio corazón latía con una fuerza renovada. Era todo lo que necesitaba escuchar, y todo lo que siempre había deseado. Ella también amaba a Kanao, con todo su ser, con toda su alma.
—Yo también te amo, Kanao. Y siempre lo haré.
El tiempo parecía detenerse de nuevo. Las dos se quedaron allí, abrazadas en medio de las flores, rodeadas de la paz y la promesa de un amor eterno. No importaba lo que el futuro les deparara; juntas, siempre estarían.
....
.....
El campo de batalla estaba en ruinas, marcado por la devastación que había causado la lucha contra Douma. El viento soplaba con fuerza, llevando consigo la sensación de muerte y la quietud de un combate final. Todo alrededor parecía haber quedado en silencio, como si el mundo entero hubiese detenido su curso. Kanao estaba de rodillas sobre el suelo, su rostro mojado por las lágrimas que caían incontrolablemente. La espada en sus manos estaba empapada de sudor y sangre, pero sus pensamientos no estaban en su lucha o en la victoria.
Sus ojos, fijos en el vacío, buscaban, anhelaban, un rastro de Shinobu. Pero todo lo que quedaba era la desgarradora ausencia de su amada. La figura de Shinobu, tan firme, tan llena de vida, ya no existía. La escena en la que había sido absorbida por Douma seguía grabada en su mente como una herida abierta que no dejaba de sangrar.
Kanao lloraba sin detenerse, su dolor era palpable, profundo, como si algo dentro de ella se hubiera roto para siempre. La joven cazadora había perdido a la persona que más amaba, su maestra, su compañera, su amor. Las lágrimas caían sin cesar, y Kanao no podía dejar de pensar en cómo Shinobu había sido tan valiente, luchando hasta el final, a pesar de todo. Esa era la imagen que quería recordar, la que la mantendría viva en su corazón: la Shinobu que siempre había creído en ella, que la había apoyado y enseñado tanto.
En medio del llanto desgarrador de Kanao, una figura apareció a su lado. Inosuke, cubierto de heridas y sudor, había estado luchando con la misma furia que la joven, pero en ese momento su rostro mostraba una preocupación genuina. Aunque él siempre había sido rudo y directo, la situación era diferente ahora. Su amiga, su hermana de batalla, estaba destrozada.
—Kanao... —dijo, con la voz grave, intentando llamar su atención. Pero Kanao no lo escuchaba. Su mente estaba atrapada en una oscuridad profunda, incapaz de dejar ir el dolor.
Inosuke se agachó junto a ella, tomando un respiro mientras la miraba con una expresión de preocupación y frustración. Sabía lo que estaba sucediendo. Sabía que la pérdida de Shinobu estaba golpeando a Kanao con toda la fuerza de un impacto directo, y él no sabía cómo ayudarla. Había visto muchas batallas, muchos compañeros caídos, pero esta era diferente. Shinobu no era solo una compañera de lucha; era más que eso para Kanao.
—¡Kanao! —gritó, un poco más fuerte, pero sin lograr arrancar un cambio en la joven cazadora.
Inosuke observó el campo a su alrededor. El cuerpo de Douma ya no estaba, desintegrado por el veneno y la furia de Kanao. Sin embargo, lo que más le impactó fue lo que vio cerca de la joven: un pequeño objeto brillante en el suelo, algo que aún conservaba la esencia de Shinobu. Al acercarse, pudo ver el adorno de mariposa que Shinobu siempre llevaba en su cabello. Estaba intacto, brillante bajo la luz del sol, pero su presencia solo hacía que el vacío en el corazón de Inosuke fuera aún más profundo. La mariposa, símbolo de la fortaleza y la delicadeza de Shinobu, estaba rota, no por el daño físico, sino por la irreparable pérdida.
Kanao, al ver el adorno, rompió aún más en llanto. El simple hecho de que quedara solo ese pequeño objeto, el último vestigio de Shinobu, era como una daga en su corazón. La había perdido, y lo único que quedaba era este adorno, un recordatorio constante de su ausencia.
Inosuke, viendo la devastación de Kanao, finalmente entendió la magnitud del sufrimiento. Él también sentía el peso de la pérdida, pero no podía permitirse hundirse en su dolor. No iba a permitir que Kanao se destruyera a sí misma.
Con cuidado, Inosuke se inclinó hacia Kanao, poniéndole una mano en el hombro, como si eso pudiera ofrecerle alguna forma de consuelo. La mirada de Kanao se levantó por un momento hacia él, pero sus ojos seguían llenos de lágrimas.
—Kanao... sé que lo que estás sintiendo ahora es indescriptible, pero... no estás sola —dijo Inosuke, con una voz más suave de lo habitual. Aunque su tono era rudo, sus palabras no eran las de un compañero común. Estaba tratando de calmarla, de ayudarla a recuperar el control.
—¡No! ¡No es justo! —gritó Kanao entre sollozos, hundiendo su rostro en sus manos. La desesperación estaba destruyendo su ser por dentro. —¡No puedo! No quiero vivir en un mundo donde ella no esté... ¡No quiero!
Inosuke, aunque no sabía cómo consolarla completamente, se quedó en silencio, dejando que el llanto de Kanao se desbordara. La joven necesitaba liberar todo su dolor, y él lo entendió. Solo permaneció allí, en silencio, sosteniéndola con su presencia, esperando que ella eventualmente pudiera calmarse.
—Shinobu... —musitó Kanao, como un susurro, mirando nuevamente el adorno de mariposa en el suelo, su último recuerdo tangible de la mujer que había sido su todo.
Inosuke no tenía las palabras perfectas para lo que sentía, pero hizo lo que mejor sabía hacer: permanecer firme y brindar su apoyo. No todos podían expresar su dolor con palabras, pero Inosuke comprendía que la acción de estar allí era lo más importante en ese momento.
En ese momento, la temperatura descendió, pero no era solo el clima el que cambiaba. La tristeza de Kanao, aunque aún profunda, comenzaba a calmarse, lentamente, con la presencia de Inosuke. La compañía del cazador, aunque ruda y poco expresiva, era reconfortante. La joven comenzó a respirar con más tranquilidad, sus sollozos se redujeron a ligeros suspiros.
—Shinobu estaría orgullosa de ti... —dijo Inosuke, con un tono más firme, queriendo darle fuerzas. —Lo que hiciste... fue increíble. Peleaste hasta el final. Ella te enseñó a ser fuerte, Kanao. Y aunque ella no esté aquí, siempre llevará su espíritu contigo.
Kanao miró hacia él, sus ojos aún llenos de tristeza, pero con una chispa de comprensión. Sabía que Inosuke tenía razón. Shinobu había sido su maestra, su apoyo, su amor, pero ella también le había enseñado a ser fuerte. No podía rendirse ahora.
—Lo haré, Inosuke —dijo con voz temblorosa, pero con determinación. —Lo haré... por Shinobu.
Y así, con el adorno de mariposa aún en sus manos, Kanao se levantó. El dolor no desaparecería de inmediato, pero sabía que debía seguir adelante. Shinobu vivía en su corazón, en sus recuerdos y en las enseñanzas que le había dejado. Y mientras respiraba profundamente, Kanao juró nunca olvidar el sacrificio de su amada.
Con un último suspiro, Inosuke también se levantó, y juntos, comenzaron su camino de regreso, sabiendo que el sacrificio de Shinobu no había sido en vano. Había dado su vida para salvar a muchos, y ahora, Kanao lucharía para honrar su legado, sabiendo que esto no es el fin.
Algun dia, se volverán a ver, se reencontrarian....
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Shinobu sintió una cálida luz envolviéndola mientras su cuerpo se disolvía en el aire, dejando atrás el mundo mortal, sus batallas y su dolor. La oscuridad se desvaneció, reemplazada por una luz suave y radiante que la llamaba. En cuanto dio un paso adelante, su cuerpo dejó de sentir el peso de la lucha, y la paz la rodeó por completo. Ya no estaba en el mundo que conocía, ya no estaba en la batalla. Este lugar era diferente, cálido y sereno.
Cuando sus ojos se abrieron, se encontró en un campo lleno de flores, donde el aire fresco y puro la envolvía con suavidad. Era un paraíso, un lugar donde la paz reinaba por completo. Todo parecía perfecto, inmaculado, como si nunca hubiera existido sufrimiento. La primera imagen que apareció ante ella fue un cálido resplandor dorado, y en medio de esa luz se distinguieron figuras familiares.
Shinobu reconoció inmediatamente las siluetas, su corazón dio un brinco al verlas. Allí estaban, esperándola con sonrisas plenas y ojos llenos de amor. Sus padres y Kanae, se acercaron hacia ella, con expresiones de felicidad, como si el tiempo no hubiera pasado. Kanae, la hermana que tanto había querido, la primera que había perdido, la que siempre había estado a su lado en la vida, la abrazó con fuerza.
—Shinobu... —dijo Kanae, su voz suave, llena de ternura y cariño, mientras la abrazaba con todo el amor de una hermana que nunca había dejado de preocuparse. —Finalmente has llegado.
Shinobu, aunque al principio sorprendida por el reencuentro, no pudo evitar derramar algunas lágrimas al sentir el calor de su abrazo. El dolor y la tristeza que había experimentado en la vida se desvanecieron por completo en ese abrazo, pero pronto un sentimiento de culpa se coló en su corazón.
—Kanae... no sé si debería estar aquí. No quería dejar a Kanao... no quería. Pero sé que fue lo mejor para ella, ¿verdad? —dijo Shinobu con una voz temblorosa, mientras las lágrimas caían suavemente por sus mejillas.
Kanae la miró con compasión y entendimiento. Sabía lo que su hermana había pasado, y conocía el amor que Shinobu sentía por Kanao. Había presenciado la fuerza con la que su hermana había luchado por protegerla, y también sabía el sufrimiento que llevaba en su corazón por haber dejado a la persona a quien más amaba.
—Shinobu, lo hiciste por su bien. Lo hiciste porque la amas. Ella te amaba con todo su ser, y lo sabes. Te comprende. Sé que la extrañas, pero ella también te lleva en su corazón, dondequiera que esté. No te arrepientas, hermana, porque todo lo que hiciste fue por amor —dijo Kanae, acariciando suavemente la cabeza de Shinobu, un gesto lleno de consuelo y amor fraternal.
Los padres de Shinobu, al ver la tristeza en su rostro, se acercaron con sonrisas cálidas. Koichiro, el padre, extendió su brazo hacia su hija y la abrazó, mientras su madre, Ayako, tomaba su mano con gentileza.
—No te preocupes, Shinobu —dijo su madre, con una voz llena de ternura—. Sabemos cuánto la querías. Y ella lo sabía también. Aunque el tiempo que pasaron juntas fue corto, el amor entre ustedes fue eterno. Y aquí, en este lugar, no hay más dolor. Estás con nosotros, y eso es lo que importa ahora.
Shinobu asintió lentamente, pero una sombra de tristeza siguió rondando su corazón. Sabía que, aunque estaba rodeada de su familia, el vacío que Kanao había dejado en su vida aún era inmenso. Quería estar con ella, quería sentir su presencia, abrazarla, protegerla como lo había hecho tantas veces antes.
—Kanao... —murmuró, y su voz se quebró. —La extraño tanto, no sé cómo soportarlo. Quiero verla, quiero que esté aquí conmigo.
Kanae la miró, entendiendo perfectamente el dolor que su hermana sentía. La ausencia de Kanao era un vacío imposible de llenar, una herida profunda que no se cerraría fácilmente. Pero también sabía que, en este lugar, el amor no se desvanece; solo se transforma.
—Ella te llevará siempre en su corazón, Shinobu —dijo Kanae con firmeza. —Y algún día, en el momento adecuado, se reunirán nuevamente. Este no es el final. El amor trasciende incluso la muerte.
Shinobu la miró, y por primera vez desde su llegada, un destello de esperanza brilló en su corazón. Sabía que lo que Kanae decía era cierto. En este lugar, el amor no se rompía, no se desvanecía. Y aunque su cuerpo ya no estaba con Kanao, su espíritu seguiría existiendo en ella. El amor que compartían, la promesa que se hicieron, era eterna.
—Entonces... debo esperar, ¿verdad? —preguntó Shinobu, casi como si se estuviera convenciendo a sí misma. —Debo esperar hasta que sea el momento. Pero... será tan difícil...
Su madre la abrazó con dulzura, frotando su espalda de manera reconfortante.
—Lo será, querida, pero el amor no tiene fronteras. El tiempo no es un obstáculo para el amor verdadero. Siempre habrá un momento para reunirse, y ese momento será perfecto. No llores, hija. Aquí estamos todos contigo, y te acompañaremos mientras esperas ese reencuentro.
Shinobu asintió, sintiendo cómo la calidez de las palabras de su madre la envolvía. Aunque la tristeza seguía pesando en su corazón, también sentía una paz tranquila. Sabía que este no era el final, y que algún día estaría nuevamente con Kanao. Era solo cuestión de tiempo.
Mientras su familia la rodeaba, Shinobu miró al cielo estrellado sobre ella, y por primera vez en mucho tiempo, su corazón se sintió ligero. Había dejado atrás el sufrimiento, y ahora podía encontrar consuelo en las palabras de su familia. Aunque su cuerpo ya no existía en el mundo mortal, su alma permanecía viva en el amor que había compartido con Kanao y con su familia.
—Gracias... —murmuró Shinobu, con una sonrisa suave en su rostro, mientras sentía la presencia de su familia a su lado. —Gracias por esperarme. Gracias por darme fuerzas. No me arrepiento de nada. Solo... espero que Kanao me perdone por dejarla.
Kanae, al escuchar esas palabras, tomó la mano de Shinobu y le dio un apretón reconfortante.
—No necesitas que te perdone. Ella siempre te amó, y lo seguirá haciendo. Siempre se recordarán el uno al otro, y cuando llegue el momento, se reunirán.... Ustedes dos .. se van a reencontrar ...
Y mientras Shinobu sentía el abrazo cálido de su familia, sabía que esa promesa era lo único que realmente importaba. Juntas, algún día, se reencontrarían.
Fin del capítulo, y no, esto no es el final de esta historia, esto aun continua
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