Vigilancia
Este capítulo está dedicado a "RaSanmi" con mucho cariño.
Cuando entré a la ducha, la pintura estaba casi seca. Lo más difícil fue sacármela del pelo, no solo por su espesura y tamaño, sino por lo tieso que se había vuelto. Mi hermosa melena había quedado como brocha vieja.
Después de casi arrancarme la piel tras un baño de veinte minutos —como mínimo— me enfundé en la camiseta roja, la cual tenía en la parte trasera escrito con letras llamativas: Torres.
Me quedaba a medio muslo, algo que me hizo sentir como si no llevara más que piel encima. En mi vida había usado algo tan corto, pero en dicho momento no tenía muchas opciones a las cuáles acudir.
Agradecí que al menos mi ropa interior se hubiera salvado.
Todavía con el cabello húmedo salí de la ducha, siendo la única alma en varios metros a la redonda. Mi ropa, zapatos y mochila yacían dentro de una bolsa plástica al lado de la puerta, el solo verla me encolerizó lo suficiente para tomar el valor de dirigirme al salón de clase y demostrar a Ashley que me valía un comino sus bromas.
Aunque realmente me valía más.
Mientras terminaba de anudar mi cinturón improvisado —una cinta de zapato de Toni— quedé frente a la puerta del salón de clases, en el cuál ya se realizaba la segunda clase.
Golpeé con los nudillos la puerta, y me quedé balanceándome entre mis pies, los cuales estaban metidos en las zapatillas húmedas. No las había mojado, solo les había pasado mis propias medias para eliminar la pintura. Aunque no habían quedado para nada limpias.
La puerta se abrió, luego apareció el rostro de la profesora. Me miró de arriba abajo, incrédula por mi aspecto.
—Hola —saludé, brindando una sonrisa amable y apenada.
—¿Qué haces vestida así? —Su voz no ocultó su estupefacción.
Que las alumnas anduvieran recibiendo clases vistiendo solo una camiseta del equipo, no era para nada normal. Me pregunté si eso iba contra reglas, pero ya era demasiado tarde para echarse para atrás.
—Bueno, tuve un… —Vi como la mirada de Daniel estaba fija en mí, intenté descifrar su gesto, pero me fue imposible—. Inconveniente.
La profesora enarcó una ceja. Era claro que desde su perspectiva parecía tratarse más que un inconveniente.
—Date la vuelta —pidió. Le miré confundida—. Date la vuelta Valeria, quiero revisar algo.
Sin tener otra opción, le di la espalda. No solo a ella, sino a todos los que estaban cotilleando desde el interior. De pronto sentí que la camiseta me quedaba mucho más corta de lo que pensaba.
Cuando los dedos de la profesora me rozaron los omoplatos, me recorrió un escalofrío.
»Torres —murmuró. Fue entonces cuando comprendí lo que estaba revisando. La procedencia de la prenda—. ¿Algo que decir Bryan?
Me di la vuelta nuevamente para buscar a Toni, este me miraba boquiabierto de arriba abajo, bueno, más de abajo que de arriba. Crucé las piernas y oculté mi ruborizada cara entre mi cabello.
—Ashley le ha dejado caer un bote de pintura encima, por eso no estaban en clase. Valeria estaba duchándose para limpiarse, y Ashley ha sido expulsada por tres días.
Alcé las cejas ante lo último. ¿Ashley había sido expulsada? ¡¿Por tres días?! Eso debía de ser lo más viral del momento. Ella, la hija del alcalde, siendo expulsada del instituto debía de estar cerca de convertirse en la más grande historia del Estado.
Sin estar exagerando.
—¡Oh! —exclamó la profesora, tan anonada como yo—. Comprendo. Adelante Valeria, necesito continuar la clase.
Encontrándome en dicho momento, ya no tenía muchos motivos para entrar a clase. Ashley se había ido, lo cuál indicaba que no iba a verme fingir fortaleza.
Miré a Daniel, cómo si él iba responder a mis cuestionamientos internos. El chico se echó para atrás, apoyando la espalda en el espaldar del asiento.
«Adelante» me pareció leer en su gesto.
Y como no tenía nada mejor que hacer, le obedecí.
Los primeros pasos fueron más difíciles de lo que había esperado, sentía que los zapatos tenían goma de mascar, haciendo que las plantas se adhirieran al piso. Me sentía como mosca en miel. No sabía el motivo de mis enormes nervios, porque entre mis opciones habían dos más considerables. La primera era la falta de costumbre por andar con esas pintas. La segunda las miradas de todos puesta en mí, cómo si fueran faros iluminando un barco.
Cuando llegué a mi lugar, Toni se puso de pie y se deshizo de la chaqueta, la cual muy amablemente me extendió para que me abrigara. Enrojecí por segunda vez. Aquello era demasiada atención de su parte, y yo estaba tan poco acostumbrada que no sabía que actitud tomar.
La clase dio inicio, y durante todos los períodos hice mi mayor esfuerzo para mantener la concentración. Sin importar cuántos ojos estuvieran puestos en mí.
***
Días atrás me había dicho a mí misma que estar cerca de Daniel era una calamidad, sin embargo, ese día un pensamiento no dejó de rondar por mi cabeza. A pesar de que Toni fingía que había olvidado lo sucedido durante la mañana, yo sabía que no era así, y que en el interior de su cabeza debían de estar procesándose varias hipótesis al respecto.
Lo cuál significaba, que debía de hacer algo al respecto.
Después de realizar múltiples planes que me condujeran a la respuesta correcta sobre las veloces apariciones de Daniel, opté por la que me parecía más accesible. Y rápida.
Estaba tan segura de que funcionaría que todos los ánimos se me subieron. Esa tarde descifraría el misterio, se lo diría a Toni, y no estaría preocupada de qué él se dejase guiar por su curiosidad hacia un acantilado. Porque claro, el único motivo para mí investigación encubierta era la protección de Toni, y nada más que eso.
Después de haber tomado mi decisión, procuré en mantener los ojos fuera del contacto de Daniel por el resto del tiempo que me quedaba en clase. Hacía como si él no existiera. Como antes de su llegada.
A pesar de no verle, sabía que él si me miraba, lo presentía, casi podía sentir sus clarísimas pestañas rozando mi piel.
«¿Por qué?» me pregunté múltiples veces, sin poder llegar a obtener una respuesta. El hecho de que Daniel se mantuviera pendiente de mí, pero sin llegar a formar contacto directo, resultaba extraño. Como una muestra clara de que ocultaba algo.
«¿Pero qué? —Más importante aún—. ¿Por qué yo?».
Desconocía si aquello era bueno o malo. No sabía si debía de sentirme dichosa, o preocupada. Él quizá no tuviera malas intenciones, ni planes malévolos que me pusieran en peligro. Pero eso no significaba que debía de bajar la guardia.
Tenía que averiguar el porqué de su curiosidad hacia mí.
Y también, el porqué de su repelús.
Esa era una mezcla más perturbadora todavía, parecía como si él no tuviera el control completo de lo que sentía. Por una parte, no podía disimular su interés —fuera cuál fuera lo que le hacía tenerlo— y por otra parte, hacía múltiples referencias en que tener contacto, amistad, u otra relación parecida; estaba fuera de sus planes.
Y era allí dónde aquella pregunta cogía fortaleza.
«¡¿Por qué!?»
Debía de encontrar un modo de averiguarlo. Y para ello, necesitaba comprenderlo. Debido a mi escasa convivencia a su entorno, no iba a resultarme para nada fácil, pero no estaba dispuesta a rendirme con cualquier inconveniente.
Al finalizar la jornada estudiantil, daría comienzo a mi plan, en el cuál tenía toda mi confianza.
Cada cinco minutos miraba el reloj en lo alto de la pared del frente, el cuál se empeñaba en alargar los segundos de una forma demasiado estresante. Movía el pie impaciente, esperando que la última clase diera por finalizado.
Cuando por fin el timbre sonó, me levanté del asiento, tomé la mochila y me fui directo al escritorio de Toni, el cual estaba terminando de guardar sus pertenencias.
Me apoyé en un codo para esperar que terminara. Al sentir mi presencia hizo el intento de subir la mirada, quedando estancado entre mis piernas. Volteé los ojos, luego puse mis dedos en su mentón y terminé por subirle el rostro para que me mirara a la cara, de inmediato enrojeció apenado.
—Disimula al menos —pedí divertida.
Toni sonrió mientras se rascaba el cuello.
—Es que… vale, perdona, no quiero parecer un pervertido, pero colabórame. —Terminó de organizar sus cosas y volvió a alzar la mirada. Solté una risita de satisfacción, verle nervioso era una de las cosas que empezaban a gustarme.
—Vale, vale, lo intentaré. —Juntó las manos en muestra de petición, negué por su drama.
—¿Vamos a casa? ¿Quieres otro abrigo?
Y justo era ese punto al que quería llegar. Disimuladamente miré a Daniel, el cuál todavía no terminaba de organizar sus cosas.
«Cotilla» repliqué en mis adentros. Era obvio que él estaba siendo lento para escuchar nuestra conversación. Aunque no sabía el motivo, estaba segura de que se trataba de eso. Anteriormente no se había tardado tanto.
—Me gustaría volver a casa por mis propios medios —informé hacia Toni, el cual me miró sin comprender a qué me refería con exactitud—. Es decir, me gustaría que hoy no me lleves a casa.
—¿Cómo? —Parpadeó—. ¿Hice algo mal? Si es por la manera en la que te he visto, lo siento mucho, enserio, no ha sido intencional incomodarte.
Negué apresurada.
—No se trata de eso Bryan, es… algo distinto.
Daniel me miró sin disimulo.
—No tienes por qué cubrir las cosas, si algo te molesta dímelo. Haré lo posible por no tomar esas actitudes.
Suspiré mientras desviaba la mirada.
Me debatí entre sentirme enternecida o irritada por su actitud. Estaba desesperado por hacer las cosas bien, y las estaba haciendo, pero había ciertos puntos en los cuáles no podía entrar a fondo.
Y vigilar a Daniel era uno de esos puntos.
—Si sigues pensando que es causa tuya, harás que sí sea causa tuya —señalé—. Repito, no se trata de ti, ni de la manera en que me miras —enfaticé volviendo a levantarle el rostro—. Solo necesito un poco de espacio, quiero pensar, o algo así… caminar a casa me hará bien, ya sabes, por lo familiar que me resulta.
Finalicé mi argumento sonriendo ampliamente. Toni ladeó los labios dudativo, cómo si no terminara de creer que él no era el problema. Tras echarme un nuevo vistazo terminó asintiendo.
—Bueno, te dejaré marchar. Pero ten cuidado, en especial con los lobos, si ves alguno, corre lo más rápido que puedas. —Me mordí el labio para reprimir una sonrisa. Daniel sin embargo no se molestó en ocultarla, por suerte, Toni estaba enfocado en mí.
»No te rías Valeri, ellos son peligrosos, enserio.
Aprovechando que todavía estaba sentado, le di unas palmaditas en el hombro.
—Sí Toni, lo sé. Gracias por el consejo, y por el abrigo. —Me ajusté la prenda—. Te veré mañana.
Sin decir más me alejé dando pasos hacia atrás. Cuando estuve por salir de la puerta, vi como Toni se percataba de la presencia de Daniel, le dijo algo, pero ya no pude escucharle.
Apresurada me dirigí hacia la salida, debía de ser invisible para los ojos de Daniel, solo así, él bajaría la guardia y daría su verdadera cara. Dejando al descubierto el porqué de sus anormalidades.
O al menos, ese era el resultado de mi plan. Y estaba por comprobarlo. Afuera el frío me puso la piel de gallina, el tener las piernas desnudas me hacía sentir que estaba dentro de un refrigerador, y de un prostíbulo. Los chicos que todavía estaban en el aparcamiento, se tomaban la completa libertad de mirarme, me sentía tan incómoda que deseé que me tragara la tierra.
Justo después de haberlo pensado, uno de mis pies se metió entre las rendijillas del desagüe, las cuales estaban considerablemente separadas entre sí, ya que era un espacio donde solo transitaban los vehículos y no peatones. Solté un grito agudo.
Antes de que me tragara el desagüe, alguien me sostuvo. Por segunda vez en el día. Esta vez no era Daniel, era Walter.
—Cuidado —dijo mientras me ayudaba a sacar el pie—. ¿Estás bien? —Alzó la vista y buscó más allá de mis espaldas. Sabía a quién estaba buscando, y esperé que Toni no estuviera cerca.
—Oh sí, estoy perfectamente bien. —Bajando la vista al desagüe añadí—: ¿Pero desde cuándo está eso allí?
Walter me miró como si hablara en otro idioma.
—Siempre ha estado allí Valeria. ¿Segura que estás bien?
Apreté los labios y fruncí las cejas. Mi intención era pasar desapercibida, pero estaba haciendo todo lo contrario.
—Sí, sí, muy segura. Gracias por atraparme, me has salvado de romperme el tobillo. Debo irme, ¡Bye!
Agité la mano apresurada y me eché a correr. Sabía que todavía me miraba, y probablemente de una manera preocupada por mi actitud.
Después de haberme alejado la distancia suficiente, me escondí detrás de un vehículo al otro lado de la calle. Desde allí, pude observar como Toni salía del instituto en compañía de Daniel. Walter se reunió con ellos, luego les contó algo usando un montón de ademanes, los cuales me mostraron que hablaba de mi ridículo accidente.
Los tres miraron el desagüe, pero con expresiones completamente diferentes. Walter impresionado. Toni angustiado. Y Daniel divertido. Me maldije internamente. Después prosiguieron a observar el sitio de mi partida, y fue entonces cuando Daniel frunció el ceño, alzó un poco la nariz e inhaló el aire. Cuando me percaté del leve movimiento en su cabeza me apresuré a esconderme.
«¡¿Pero qué carajo.!?
Pegué la cara entre el cristal para intentar que mi mirada traspasara las ventanas, sin embargo, no tuve éxito. Quedando a ciegas ante lo que pasaba al otro lado de la calle.
Cuando el auto de Walter y el de Toni se pusieron en marcha, esperé a que el rugido se desvaneciera para salir. Al sacar la cabeza, vi la figura de Daniel desplazarse a la parte trasera del instituto.
Me apresuré a ir tras él. Crucé la calle, llegué al instituto y me pegué a la pared de ladrillos pintados de gris y moho. Al llegar a la esquina saqué la cabeza lentamente para observar el lateral de la institución, en dónde Daniel seguía su camino en pasos lentos.
Volvió a cruzar la otra esquina.
Con temor de perderlo de vista, me apresuré a darle alcance, procurando que mis pasos fueran silenciosos para que él no se percatara de mi persecución. El instituto era enorme, y llegar al otro extremo me tomó más tiempo del que le había tomado a Daniel, algo para nada extraño debido a la diferencia de estatura.
Sigilosamente volví a inspeccionar el área más allá de la esquina, pudiendo ver por una fracción de tiempo la silueta del chico. Allí, la vegetación crecía con más libertad que en la parte del frente, y justo frente a mí se extendía un pasamano de arbustos espesos, el cuál me llegaba a la altura del pecho. Antes de que se alejara más de lo que ya estaba, me incliné lo suficiente para esconderme detrás de ellos, y silenciosamente proseguí con mi avance.
En el suelo había una gruesa alfombra de hojas, que para suerte mía estaban húmedas, haciendo que mi llegada se desvaneciera en el sonido de la brisa. A través de los pequeños claros entre las hojas, podía mantener la vista en Daniel, al menos, mientras se mantuvo lo suficientemente cerca.
El chico no pareció darse por enterado de mi presencia, continuando con su trayecto entre los primeros árboles que colindaban con el bosque. Cuando desapareció de vista, me debatí entre ir tras él, o dejar mi vigilancia.
Me puse de pie, observé el panorama y negué con la cabeza.
«Es una locura —me dije, dando pasos hacia atrás—. Una locura que vale pena».
Me lancé hacia delante para atravesar a la fuerza el muro de hierba. Me rasgué las piernas desnudas, y pedí que la ropa no hubiera sufrido daños, de lo contrario, me hacía a la idea del tremendo drama que haría Toni cuando le entregara la ropa.
Apresurada me desplacé por el lugar para dar búsqueda al chico, esperando no haber tardado tanto como para no volver a encontrarlo. Con cuidado a mantenerme silenciosa, caminé de aquí y allá, intentando dar con su clara melena. A mí izquierda, resonaba el agua del río, uno bastante abundante en el cuál durante el invierno, muchos en Monterbik aprovechaban para pasar horas patinando.
Atravesé dos enormes abetos y me encontré con Daniel, a ocho metros de distancia y dándome la espalda. Respiré agitadamente, sintiendo que en cualquier momento iba a darse la vuelta para reprochar que le hubiera seguido.
Pero él no lo hizo, siguió subiendo el tronco del árbol hasta dar con una rama alta, en la cual se encontraba una bolsa impermeable. Fruncí el ceño. Luego recordé que estaba en una misión encubierta y debía de ocultarme.
Me pegué al tronco y busqué un mejor sitio en el cuál esconderme, encontrando otro tumulto de arbustos a pocos pasos de mí. Mordí el labio, y lentamente me fui hacia allí, manteniendo un ojo puesto en Daniel, el cuál parecía muy entretenido sacando quien sabe qué cosas de la bolsa.
Me agazapé para ocultarme entre los matorrales, los cuales tenían una ubicación perfecta para vigilar a Daniel. Mientras intentaba descifrar el porqué el chico se encontraba en ese sitio después de clases, él aprovechó para bajarse los pantalones. Así, sin más, en medio de la maleza. Abrí los ojos como platos ante aquello, preguntándome qué carajos pasaba por la cabeza del chico.
Él ajeno a mí estupefacción, terminó de quitarse la prenda, poniéndola cuidadosamente en otra rama. Del suelo tomó otro pantalón, el cual prosiguió a ponerse. Ladeé la cabeza confundida, sin entender el porqué se quitaba y ponía pantalones distintos.
¿Acaso eso hacían los chicos fuera de Monterbik?
Desde siempre había sabido que eran diferentes, pero no me había imaginado que lo fueran hasta ese nivel.
Luego siguió con ponerse los zapatos, que hasta entonces, no me había percatado que se los había quitado. Estos al igual que el pantalón, eran otros, y noté la diferencia por el exceso de lodo con el que estaban cubiertos. Parecía como si hubiera corrido con ellos en un lugar lodoso.
«Correr…».
Se trataba de eso, él se había cambiado el pantalón y los zapatos para correr sin ensuciar o dañar el uniforme. Estaba completamente segura de ello.
«Qué loco».
¿Pero por qué tomarse tantas molestias? Además, ¿por qué ir a través del bosque? Me gustaba la naturaleza, pero consideraba que la actitud de Daniel estaba sobrepasada.
—¿Qué es exactamente lo que quieres ver? —preguntó de repente, haciendo que diera un respingo del susto.
Miré hacia los lados, esperando encontrar la persona a la cual le había dirigido la pregunta. A pesar de que mis ojos recorrieron cada tramo al alcance de mi vista, no encontré ninguna otra persona.
«Oh no».
—Sé que estás ahí Valeria.
Contuve la respiración, sin poder creer que realmente sabía que yo estaba allí. Me encogí en el suelo. De la adrenalina había olvidado que solo andaba vestida con una playera y una chaqueta cuatro tallas más grande, pero después de haber sido descubierta, todo el vapor se evaporó y me dejó más fría que un congelador.
Cerré los ojos y me lamenté por haber hecho lo que había hecho.
Era demasiado tarde para dar marcha atrás. Y era demasiado obvio como para negar la verdad. Cuando dirigí la mirada hacia el chico, él se encontraba apoyado en el tronco del árbol cruzado de brazos, mirando directamente al arbusto en dónde estaba escondida.
Me puse en pie, dejando a la vista la parte superior de mi cuerpo.
—¿Cómo lo has sabido? —pregunté. Me había asegurado de ser silenciosa, además de mantener la distancia suficiente para no ser vista.
Daniel sonrió de lado, disfrutando mi estupefacción.
—Yo pregunté primero —dijo. Sin apartar la mirada añadió—: ¿Qué es exactamente lo que quieres ver?
Aparté la mirada, incapaz de mantener la vista en él. ¿Qué iba a responder? ¿Qué le estaba vigilando para saber el porqué de sus rápidos desplazamientos? No, definitivamente no iba a decir aquellas palabras en voz alta. Sería extraño, además de vergonzoso.
Aumentaría su egocentrismo.
—¿Por qué crees que quiero ver algo? —repliqué, fingiendo desconcierto, cómo si su señalización estuviera fuera de lugar. Él reprimió una sonrisa.
—Ambos sabemos que tú no eres el tipo de chica que le dice “no” a su novio solo para andar de arbusto en arbusto cómo saltamontes, al menos, sin ningún fin.
Hice una mueca por aquello. ¿Qué había querido decir con eso del tipo de chica que era? Me sentí ofendida, aun sin haber comprendido el significado. Daniel no tenía muchas cosas buenas que decir, y menos cuando se trataba de mí. Estaba segura de ello.
—Él no es mi novio.
—Todavía no —replicó con desdén.
No era una expresión que dijera: ¿No te lo ha pedido?
Era una que expresaba: pero lo hará, solo espera.
A pesar de la amargura de su voz, aquello me hizo cosquillas en el estómago. Aparté la cara esperando que no viera el sonrojo que me había provocado la simple idea de que Toni me pidiera aquello.
Era demasiado pronto como para pensar que pasaría.
Volviendo a ser consciente del sitio en el que me encontraba, volví a sentir el desasosiego por alejarme de allí. Miré a Daniel entrecerrando los ojos, esperando que fuera él quien diera por acabado lo que fuera aquello en que nos encontrábamos.
—¿Por qué me miras así? —siseé cruzándome de brazos. Si me hubiera visto como todos me habían visto durante el día, no me habría molestado, pero no lo hacía de la misma forma, de hecho, sus ojos no bajaron a mis piernas en ningún momento. No sabía si eso era bueno o malo. El hecho de que me mirara como si estuviese rebuscado entre mi cerebro era tenebroso.
—Esa es mí manera de mirarte —repuso él, quitándole importancia al asunto. Nuevamente volví a preguntarme porque recalcaba las palabras cuando se trataba de mí.
Había dejado claro que aquella no era su manera de mirar, sino que era su manera de mirarme a mí. ¿Cuál podría ser la diferencia en que cambiara de actitud?
¿Qué era lo que se me escapaba?
Relamí los labios para desviar su mirada de mis ojos, si no apartaba la vista no iba a poder moverme del sitio en el que me encontraba. Una mirada suya y me quedaba inmóvil.
«Eso debe ser una mala señal».
Cuando logré que apartara sus penetrantes y brillantes ojos de los míos, me di la vuelta para alejarme de allí y convencerme a mí misma que aquello no había pasado en realidad.
—Sé que es lo que quieres saber —dijo él a mis espaldas deteniendo mi avance. Me detuve, pero no me giré para verle.
—No me digas —vocalicé, sin ocular mi falta de confianza en lo que había dicho.
—¿Por qué lo dudas?
Contuve la respiración para tratar de pensar con claridad. ¿Qué era lo que estaba sucediendo? ¿Por qué me estaba hablando? ¿Por qué no se iba y me ignoraba cómo siempre lo hacía? No encontraba sentido a lo que estaba viviendo, parecía como si aquel momento era ajeno a mí vida, a la suya, y a todo Monterbik. Cómo si estuviéramos cruzando una línea invisible, una que mantenía el equilibrio.
No comprendí el porqué de mi conclusión, pero presentí que algo tenía de cierto. Y era mejor no buscar las respuestas.
—Porque si lo supieras, no me lo estarías preguntando.
A pesar de que seguía sin mirarle, sospeché que sonrió ante mis palabras. Reprimí las ganas de confirmarlo.
—Yo no lo pregunto para saberlo, yo lo pregunto para que seas consciente de lo que haces.
En esa ocasión me fue imposible no girarme para verle.
—¿De qué se supone que debo ser consiente? —inquirí con sorna, fingiendo que sus palabras eran erróneas.
—Tú crees que quieres algo, pero no es así. Quieres muchas cosas, lo cual hace que sea imposible que obtengas lo que quieres. En una de tus manos sujetas una cuerda que te guía a algo que quieres. En la otra mano sujetas otra cuerda que te lleva a algo distinto, pero que también quieres. Lo que quiero decir, es que no puedes aferrarte a ambos lados, tienes que soltar uno para obtener lo que quieres. Por eso te pregunto: ¿Qué es exactamente lo que quieres ver?
La piel se me erizó, y no exactamente por el frío. Aquellas palabras me aterraron de una manera que no había creído posible. Por la manera en que había realizado la pregunta, sabía que ese: ver, implicaba más que un simple vistazo.
Él quería que yo pensara a profundidad sobre lo que quería ver en mi vida a futuro, el cuál sería el resultado de las decisiones que tomara en ese momento. El resultado de mi elección en las cuerdas que sujetaba entre mis manos.
¿Pero cuáles, o quiénes, eran esas cuerdas?
Mi interior me susurraba que ya lo sabía, pero me reprimí para no llegar a la respuesta.
—Estoy dispuesto a que veas lo quieres ver en este momento, pero he de advertirte que cruzarías una línea, y que podrías ponerte en peligro. ¿Es lo que quieres? ¿Es esa tu decisión?
Apreté las manos y lo labios para que no se notara el temblor que recorría mi cuerpo. ¿Qué debía de hacer? ¿Seguirle? ¿Dar marcha atrás?
Para intentar tomar una decisión alcé nuevamente la mirada, pero Daniel se había ido. Di unos cuantos pasos hacia delante intentado verle, pero de él no quedaba más que mi recuerdo de verle allí.
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