Sombras y preguntas
Capitulo dedicado a "Lizbogado303"
Con mucho cariño.
Después de recibir aquella inesperada —e indeseada— noticia, mis días parecían menos tranquilos. La nota no decía cuando llegarían, y aquello solo empeoraba mi nerviosismo.
Preparé dos de las habitaciones para ellos, sin saber muy bien qué poner y qué sacar de ellas, no quería ser una grosera, pero tampoco quería resultar demasiado… lambiscona.
Los primeros dos días, no hubo señales de ellos, y el tercero, perdí la desesperación porque aparecieran. Más tranquila comencé a retomar mi rutina sin tener que estar pensando en qué actitud debía de tomar ante mis nuevos inquilinos. El camino al instituto continuaba por depender de mis propios medios, tal y como había esperado, los padres de Toni le privaron del auto durante el período de su recuperación, por suerte, pudo conservar a su adorada mascota.
Recibí unas cuantas llamadas de atención durante esos días, momentos que me resultaban extremadamente insoportables. Cada vez que alguien mencionaba mi nombre todos en el salón enfocaban su mirada en mí, haciendo que el aire se rebelara en mi contra y se negara entrar a mis pulmones.
Era patético, lo sé.
Durante la siguiente semana, tuve la oportunidad que tanto había estado esperando: espiar la casa de Daniel.
Cuando él salió de casa durante una noche, me escabullí por su territorio para realizar una investigación encubierta, con el propósito de averiguar si tenía algún perro dentro de aquella frívola casa.
Me tropecé por cuatro veces antes de finalizar la vuelta a aquella construcción espantosamente silenciosa. Con la ayuda de mi linterna inspeccioné cada detalle de aquel sitio, con la intención de no dejar ni lo más mínimo por fuera. Pegué la cara entre los cristales de la ventana, pero dentro no pude observar más que sombras imperfectas.
La noche no tardaría en envolverse en capas de lluvia, viéndome obligada a apresurar mi estudio de una forma más… anormal.
—¡Guo! —solté con fuerza, intentando imitar el ladrido de un perro. Me quedé a la espera de escuchar alguna respuesta, que solo fue un absoluto silencio.
»¡Guo!
Sintiéndome ridícula por aquello dejé escapar una risa, la cual se vio interrumpida por una rama rompiéndose a mis espaldas. Me giré apresurada e iluminé todo lo posible para encontrar al responsable de aquel leve sonido, que si no hubiera sido por tanto silencio no se habría escuchado.
—¿Hola? —llamé, sintiendo como mis palpitaciones aumentaban de velocidad—. ¿Quién está ahí?
Como era de esperarse, no recibí ninguna respuesta. Por algún extraño motivo, aquello no me bastaba para asegurarme de que estaba sola, algo muy dentro de mí me decía que alguien me estaba observando, de alguna parte en la que mis ojos no tenían acceso.
Me mordí el labio y miré a mi entorno, indicando que no estaba segura de encontrarme sola. Hacía tanto frío que decidí por volver a casa y tratar de encontrar la manera de dejar mi curiosidad por Daniel de una vez por todas.
¿Y que había con Toni?
Bueno, no era responsabilidad mía después de todo.
Todavía con la extraña sensación de ser observada me dirigí al portón, por el cuál para mí desgraciada estaba entrando Daniel. Apagué de inmediato la linterna y contuve la respiración. Me había visto, era imposible que no lo hubiera hecho con semejante círculo destellante en mis manos.
Se quedó inmóvil por un diminuto segundo, en el cual supuse estaba asimilando mi presencia allí. Comenzó a correr en mi dirección, haciendo que mi cerebro comenzara a trabajar en alguna excusa para explicar mi presencia en aquel sitio. Para mí sorpresa, Daniel pasó de largo a tres metros de mi izquierda, sin siquiera dedicarme una mirada.
«¿Acaso no me ha visto?» me pregunté sin creérmelo. Luego me di la vuelta para observarle, pero no fue solo a él a quien me encontré, allí, más distante que Daniel, se desplazó una grande y ágil sombra que me provocó escalofríos.
Daniel fue tras aquella sombra —fuera lo que fuera— en grandes zancadas tratando de darle alcance.
«¡No!» grité en mis adentros, sintiendo un enorme pánico. ¿Por qué? Tampoco pude saberlo, pero por algún motivo me preocupaba que aquella extraña silueta que merodeaba por allí, fuera algo peligroso. Se trataba de Daniel, el chico con el cual no compartía más que el instituto y la calle, sin embargo, era humana y me preocupaba que le sucediera algo malo. Algo completamente normal ¿No?
Comencé a respirar más rápido de lo normal, intentando visualizar algo en aquella penumbra, para mí desgraciada no hubo señales de Daniel ni de la sombra merodeadora. Comencé a temblar, y estuve a un pelo de echarme a llorar de la manera más ridícula. No sabía qué estaba pasando, si es que estaba pasando algo, era confuso, y sobretodo, era algo fuera de todo lo que pude haber vivido antes.
Di un respingo cuando un coro de aullidos se escuchó a la distancia obligándome a correr en dirección a la puerta. De pronto, tropecé con algo —que no pude darle forma ni nombre— y caí al suelo. Jadeé cuando mi pecho se estrelló en el suelo, pero no era el momento para quedarme allí. Con gran esfuerzo me levanté del suelo para seguir mi camino sin siquiera tomarme un tiempo para sacudirme el lodo.
El portón dio un chirrido cuando salí, e hizo lo mismo cuando lo cerré. Todavía rodeada por aquellos interminables aullidos en el interior del bosque llegué a casa. Tres segundos después se soltó una espesa y brusca tormenta.
Mi intención principal fue quedarme despierta hasta que Daniel volviera a casa, sin embargo mi cuerpo tenía planes diferentes y no tardó ni tres horas para dejarme completamente dormida.
Sin saber qué había pasado con Daniel.
Lo siguiente de lo que estuve consiente, fue del terrible dolor en el cuello. Solté un quejido mientras intentaba despertarme por completo. Estaba apoyada en la ventana, de la misma manera en la que había quedado la noche anterior mientras intentaba esperar a que Daniel volviera a casa. Hice una mueca y alejé mis pensamientos por aquel extraño acto: ¿esperar a Daniel? No sonaba demasiado bien, más cuando me preguntaba el porqué quería verle volver.
No era posible que me preocupara por él, era ilógico.
Cerré los ojos y contuve el aliento, tratando de convencerme que solo lo había hecho por tranquilizar mi conciencia por meterme en su residencia sin su consentimiento.
Después de eso hice lo propio de todas mis mañanas, yendo a la ducha, arreglándome el cabello —que recuperaba su color natural poco a poco— y ajustando mi uniforme para estar lo más impecable posible.
Saqué un enlatado y lo calenté en la estufa, me lo comí en grandes bocados y me di prisa para salir de casa y no llegar tarde.
No sabía que me estaba pasando, pero cada cosa que hacía me parecía fuera de lugar, como si mis acciones no tuvieran sentido. Como si yo… estuviera cambiando. Lo medité durante todo el camino, intentando encontrar la respuesta de aquella sensación.
¿Era posible que estuviera cambiando?
No lo dudaba, sin embargo… no estaba segura si los cambios que estaban pasando eran buenos o malos.
Al llegar al instituto, el revoloteo tan común estaba en su mejor momento, con gritos y bromas por todas partes. La mayoría tenía sus abrigos puestos, además de llevar paraguas al interior del establecimiento, preparados para salir bajo la lluvia después de clases.
Me quedé inmóvil observando a las personas a mi alrededor, escuchando sus risas y analizando sus movimientos. Todos ellos disfrutaban de la mañana de una manera tan… perfecta. Apreté los labios dolida, porque quería tener un poco de aquello, sentirme igual de feliz por una mañana común y corriente, disfrutarla cómo si fuera el más grandioso día pero… no podía hacerlo, y no sabía el porqué.
—Pequeña —murmuró Toni a mis espaldas mientras me rodeaba con un brazo. Sonreí por aquel gesto que se estaba volviendo normal.
—Bryan, es de mala educación no saludar —me quejé mientras echaba los brazos hacia atrás para rodearle el cuello. Él soltó una risita y bajó la mirada, yo moví la cabeza hacia un lado y levanté la vista.
De pronto, mover nuestros cuerpos al compás se estaba convirtiendo en una de las cosas más espontáneas que hayamos vivido.
Pero esa mañana no era la indicada para disfrutar de esos momentos, ante aquel movimiento hice una mueca y solté un quejido.
—¿Qué sucede? ¿Estás bien?
Se apartó de mí para darme espacio, creyendo que había sido demasiado brusco conmigo. Era una de las cosas que no terminaba de gustarme. El hecho de que él creyera que era demasiado débil me resultaba intolerable.
«Se preocupa por ti y quiere lo mejor» me recordaba, tratando de no molestarme por cosas minúsculas.
—Sí, si, estoy bien —respondí mientras me llevaba la mano al cuello—. Mi cama ya no está tan suave como antes —bromeé.
No quería dar explicaciones de mi dolor, hacerlo sería decir que había dormido en el piso con la ventana de almohada, y siendo sincera, aquello era lo último que quería que supiera.
—Deberías pasarte a la mía, está tan suave como tú cabello —ronroneó mientras se acercaba a mí y metía su nariz entre mi pelo, el cuál estaba trenzado como siempre.
Solté una risita nerviosa por su cercanía. Abrí la boca para responder, pero justo en ese momento apareció la persona que menos quería ver en ese momento.
—¡Ey! Toni —saludó, interrumpiendo nuestro íntimo momento. Como todas las veces. Toni se apartó de mí para hacer su respectivo saludo de camaradas: un abrazo y palmadas en la espalda.
Aparté la mirada y seguí toqueteándome el cuello, a la espera que Daniel se fuera a otro sitio.
—Uf, que mala cara —dijo Toni, atrayendo mi atención. Miré a Daniel para ver su mala cara, en un intento de descubrir alguna anomalía que me explicara lo que había sucedido la noche anterior.
Sobre la sombra claro.
—Tuve una mala noche y siento como que dormí en una ventana.
Me puse tensa.
¿Se estaba burlando de mí? ¡Se estaba burlando de mí! No me lo podía creer, aquello era vergonzoso. Y lo peor de todo es que había dormido allí con la intención de verle.
Toni completamente ajeno sobre el tema soltó una risotada.
—Vaya lío eh.
Daniel se encogió de hombros.
—Ya pasará, por ahora, solo intento sacar la horrible pesadilla que tuve anoche. —Después de decir aquello me lanzó una mirada discreta. Debía de irme de allí de inmediato, pero no quería irme sin escuchar lo que iba a decirle a Toni.
—¿Pesadillas? ¿Qué tipo de pesadilla?
Se me aceleró el corazón. Daniel no iba a decirle la verdad, estaba segura de ello.
—Soñé que una chica husmeaba en mi casa en busca de evidencias delictivas para echarme del Estado —sonrió burlón—. Pero era pésima haciéndolo.
Entrecerré los ojos molesta por su comentario. Por suerte, su conclusión estaba lejos de ser cierta, yo no estaba en busca de evidencias delictivas, solo estaba buscando un perro. Hice una mueca ante mis pensamientos, mi búsqueda era absurda ante lo que pude haber buscado en ese sitio.
¿Y si Daniel realmente tenía evidencias delictivas?
—Vaya conciencia la que tienes —murmuró Toni con voz lejana, como si aquella explicación fuera a guiarle a grandes conclusiones.
—¿Habían sombras en tus sueños? —pregunté, tomando por sorpresa a Toni que me miró incrédulo, cómo si el hecho de que le hubiese hablado a Daniel fuera lo más improbable del mundo. Aunque la verdad, si pudo ser una improbabilidad muy grande.
Daniel fijó su mirada en mí antes de darme una respuesta.
—Dos. Una se quedó inmóvil y la otra salió corriendo.
—Debe ser bastante cobarde para que corra —comenté. Daniel volvió a sonreír de aquella manera tan extraña, cómo si estuviera disfrutando malévolamente.
—Al contrario. Podría acabar con Monterbik antes de que alguien pueda hacer algo. —Al sentir la mirada pasmada de Toni añadió—: teóricamente hablando de sueños.
Pero yo sabía que no estábamos hablando de sueños. Aquella era una conversación privada entre nosotros.
—Es una sombra muy perturbadora para que esté en tus sueños.
Si mis palabras hicieron efecto en él, no lo demostró. Se quedó con aquel gesto seguro figurado en su rostro.
—No me pertenece. Se equivocó de cerebro, o quizá, el cerebro de su objetivo estaba demasiado cerca.
Mi piel se erizó ante aquellas palabras. Había sido demasiado directo en decirme que, la sombra no estaba husmeando su vida, sino la mía. Entreabrí los labios con la intención de soltar un jadeo, pero me contuve, no quería que Toni notara que nuestra conversación era más que un pesadilla.
—¿Me he perdido de algo? —interrogó Toni mirándonos.
Intenté respirar lo más normal posible, pero los nervios comenzaban a traicionarme. Por suerte Daniel se tomó la molestia de responder a aquella pregunta.
—No Toni, no te has perdido de nada. Es solo que a veces nuestros sueños son similares a los de otros… debo irme, nos vemos en clase —hizo un ademán con la mano que me fue imposible interpretar, pero el chico a mi lado sí lo hizo. Observé como Daniel se alejaba en dirección al grupito de Ashley, cómo últimamente hacía cada que tenía oportunidad. La rubia se lanzó sobre él para darle un abrazo, el cual fue correspondido.
Aparté la mirada, percatándome del gesto inquisitivo de Toni.
—¿Qué? —pregunté.
—Esa, ha sido la conversación más larga que he visto entre ustedes dos —señaló. Aquello no era cierto, Daniel y yo habíamos intercambiado más diálogos y de forma más abierta, pero claramente Toni no se había dado por enterado.
—Entiendo… —murmuré. Me toqueteé las uñas sin saber que hacer—. ¿Entramos? Acá afuera hace mucho frío.
Toni ladeó los labios, pero terminó asintiendo.
Las primeras horas fueron totalmente normal, al menos, dentro de lo que se podía esperar. Daniel seguía observándome con su mirada escrutadora la mayor parte del tiempo, pero se había convertido tan normal que nadie parecía darle importancia.
Aunque claro, yo no podía sentirme tan tranquila, menos cuando sentía que su mirada me preguntaba constantemente: ¿Qué hacías en casa? responder a aquello seguía resultándome demasiado vergonzoso.
Esperaba no dar explicaciones, esperaba que el chico ignorara ese hecho como siempre hacía con todo lo referente a mí. Pero tal y como sucedía con todo lo que quería, terminó pasando lo contrario a mis deseos.
Justo en la cuarta hora, dio inicio las clases de matemáticas. Saqué lo necesario para la clase, encontrándome con mi lápiz sin punta. Bufé irritada y busqué entre los bolsillos mi sacapuntas café, el cuál tenía desde que inicié el instituto.
—¿Sacapuntas? —preguntó alguien haciendo que diera un respingo. Alcé la vista hacia los ojos de Daniel, luego la volví a bajar para observar el objeto entre sus manos. Jadeé, no porque estuviese ofreciendo un sacapuntas, sino porque el sacapuntas en su mano era mío.
Con manos temblorosas lo tomé. ¿Cómo había llegado a sus manos? ¿Había registrado mis cosas?
—¿Valeri? —llamó Toni, atrayéndome nuevamente ala realidad.
Parpadeé, y me vi bajo la mirada expectante de todos los de mi clase. Ashley no perdió oportunidad para mirarme con una sonrisa burlona.
No dije nada, me limité a dirigirme al basurero para sacarle punta al lápiz, sin embargo, entre el hueco se encontraba un pedazo de papel.
—Profesor, permiso para ir al sanitario —solicitó Daniel a mis espaldas, segundos después resonaron sus pasos hasta alejarse del salón.
Apreté el sacapuntas antes de sacar el papel, al tenerlo entre mis dedos lo extendí, porque estaba completamente segura que no estaba allí para complicarme las cosas.
En la biblioteca
Cerré los ojos y tomé una bocanada de aire. Eso no podía estar pasando, Daniel no podía estar sitandome en horario de clases. Pero claro, era Daniel, y él no era la persona que respetara demasiado las reglas ¿O sí?
Volví a apretar el sacapuntas y, sin dar aviso alguno salí del salón en dirección a la biblioteca. No sabía que estaba pasando conmigo, pero por algún motivo yo también quería hablar con él, sin que me importara tener que humillarne y aceptar que estaba husmeando en su casa.
Caminé a pasos a través del pasillo, manteniendo mis pensamientos lo más relajados posibles. Si iba a quedar mal, no iba a quedar tan mal. Al llegar a la biblioteca caminé por los muchos pasillos, intentando dar con la silueta de Daniel. Tres minutos después comencé a sentirme nerviosa, él no estaba por ninguna parte y comenzaba a pensar que se había tratado de una broma.
Me di la vuelta para salir corriendo de allí, pero en cambio, solo logré impactarme contra él. Como el día en que fui bañada por pintura, me sostuvo para que no cayera al piso, quedando tan pegada a él que sentí el calor que emanaba su cuerpo.
—¿Siempre tienes que aparecer así? ¿Tan de repente?
Ante mi queja sonrió.
—Me encanta aparecer de repente, en especial contigo.
Le miré con ojos entrecerrados y sacudí sus manos de mi cuerpo.
—¿Quién estaba en tu casa anoche? —pregunté. El motivo por el cuál había accedido a su llamado era solo para resolver mis dudas.
—Tú.
Solté un bufido.
—Sabes de qué estoy hablando —reproché.
—Sí, pero soy yo quien debe hacer las preguntas —repuso—. ¿Qué hacías husmeando en mi casa? ¿Qué querías encontrar Valeria?
«Valeria» «Valeria» resonó en mi cabeza. Mi nombre en su voz era tan familiar que me provocó escalofríos.
—Yo no tengo porqué responder cuando tú no lo haces.
Soltó una sonora risita.
—Claro que tienes que hacerlo. Eras tú la que estaba en residencia ajena, no yo.
«Touché».
Respiré profundamente tratando de mantener mi buen humor, de lo contrario comenzaría a dar gritos histéricos y no quería llegar hasta tales medidas.
—Solo responderé, si tú prometes que me dirás lo que quiero saber —dije, tratando de sonar lo más segura posible.
—Yo no hago promesas.
Su respuesta no me sorprendió en lo absoluto.
—Entonces no responderé —sentencié cruzándome de brazos. Daniel se encogió de hombros como si no le importara para nada, aunque quizás realmente no le importara.
—Intenté darte la oportunidad de realizar una conversación y quizás, darte respuesta a tus cuestionamientos, pero tú Valeria, sigues siendo tan poco colaboradora como al inicio.
—¿Yo soy poco colaboradora? —repetí incrédula.
—Realmente, eres peor que eso —declaró, y por su gesto supe que estaba hablando enserio—. Pero te daré un consejo: mantente alejada de mí y de mi vida, de lo contrario, no podrás salir aunque lo quieras.
—¿Esa una amenaza? —pregunté, ocultando el pánico que realmente me había causado. Daniel me miró de forma inexpresiva.
—No es una amenaza. No voy a impedirte que fisgonees mis asuntos, pero después no digas que no te aconsejé mantenerte fuera.
Olisqueó el aire.
»Aunque, tú estás más dentro de lo que había pensado.
Luego de decir aquello se alejó en grandes zancadas. Me quedé inmóvil, sin comprender ni una palabra de lo que había dicho.
¿Para eso me había llamado a la biblioteca? ¿Para soltar sus raros argumentos? Exasperada negué con la cabeza. Definitivamente necesitaba mantenerme lejos de Daniel, de lo contrario terminaría hablando de manera incomprensible como él.
«¿Qué estaba demasiado dentro?» podría ser, pero creí que mientras no supiera en qué estaba metida no tendría demasiados problemas.
Y ese fue, uno de mis muchos errores.
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