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Noticia

     La enfermera del instituto se limitó a darle una toalla y mandarnos al hospital para que recibiera la atención adecuada. Walter se ofreció a llevarnos en su coche, pero Ashley insistió tanto que no hubo manera en hacerle cambiar de idea.

De todas las improbabilidades que pude en algún momento plantearme, entrar al vehículo de Ashley Mendoza encabezaba la lista, pero minutos más tarde me encontré sentada en el sillón trasero de su vehículo, olfateando el empalagoso olor a vainilla que había dentro.

Al primer respiro parecía que estuvieras cerca de una pastelería. Toni se mantuvo con los ojos cerrados mientras el auto se ponía en movimiento, acarició con una mano mi antebrazo y con la otra la cabeza peluda de Orange, el cual no tardó demasiado en tranquilizarse después de que Daniel se retiró del salón.

Tenía otra cosa clara dentro de todas las cosas raras de mi vecino, él era detestado por los gatos. ¿Por qué motivo? Tenía que averiguarlo todavía. Aunque mi anterior intento de vigilancia había terminado en un completo fracaso, no iba a permitir que eso me desanimara, encontraría la manera de tener éxito, tenía mucho tiempo por delante.

—Esto es culpa tuya —dijo Ashley rompiendo el silencio. Alcé la vista y le miré con el ceño fruncido, porque no tenía ninguna duda de que se refería a mí.

—¿Disculpa? —repliqué sin poder ocultar mi molestia, aunque siendo sincera, no tenía la intención de ocultar todas mis malas vibras hacia ella.

—Si no te hubieses puesto en tu plan ridículo para… para… no sé que cosa —replicó, vacilando notablemente ante lo último. Al menos, no había duda de nuestro éxito—, Toni no estuviera en estas circunstancias.

A través del retrovisor vi su gesto, el cual no ocultaba su gran molestia interior. Me pregunté a qué se debía exactamente. ¿A la humillación que había recibido? ¿O porque realmente creía que yo era la culpable? Opté por lo primero, dudaba que ella se sintiese realmente preocupada por Toni.

Miré al chico a mi lado, esperando que él explicara que había sido idea suya. Sin importar cuánto esperé, él no abrió la boca para aclarar las cosas. Me hirvió la sangre de rabia.

—Quizá no hubiera cogido el plan ridículo si tú no me hubieses echado pintura encima.

Abrió la boca estupefacta.

—¿Todavía tienes el cinismo de culparme a mí? —inquirió con exagerada incredulidad, cómo si aquello era lo más intolerable del mundo. Apreté los dientes. Si tan solo no hubiera sido ella quien condujera, le hubiera estampado una cachetada.  

—Tú eres más responsable que yo —recriminé—. Yo no le he dicho al gato que se le fuera encima.

—Yo tampoco lo he hecho.

—Repito, si tú no hubieses echo tu brillante broma, nosotros no hubiéramos echo lo de la mañana ¿Ves? Eres tú la responsable.

—Yo tampoco dije que hicieran lo de esta mañana.

Solté un grito de frustración. Ashley me resultaba tan intolerable que quería bajar del auto cuanto antes.

Antes de que la situación pasara a mayores llegamos al hospital. Eché un vistazo a Toni antes de bajar del auto. Afuera hacía un frío terrible, me encogí en el abrigo mientras rodeaba el vehículo. Al otro lado, yacía Ashley ayudando a Toni a salir, aparté la vista de sus pálidos muslos, los cuales no parecían sufrir estragos ante la baja temperatura.

Me crucé de brazos mientras observaba como entrelazaban sus brazos. No quería ponerme celosa, pero era inevitable con semejante vista delante.

—¡No te quedes allí parada! ¡Ve a pedir ayuda!

Le lancé una mala mirada a la rubia, pero acaté su petición a regañadientes. Dentro olía a desinfectante y medicamentos, arrugué la nariz y traté de respirar solo lo necesario.

Mientras me conducía al mostrador de la recepción, me percaté de lo deshabilitado que se encontraba el hospital.

—Hola —saludé a la mujer de la recepción, ella alzó la vista y me miró de arriba abajo, quizá intentando dar con el motivo de mi presencia.

—Hola. ¿Qué se te ofrece?

«Un tour por el hospital», pensé con ironía. Si estaba en el hospital, claramente necesitaba ayuda médica, a eso iban las personas al hospital ¿No?

Respiré profundo intentando mantener la calma.

—Intervención médica. De inmediato —pedí, pero la mujer ya no me miraba a mí.

—¡Señorita Ashley! ¡Joven Torres! ¡Oh! ¡Oh! —exclamó tan apresuradamente que dudé que hubiera echo pausas entre una palabra y la otra—. Doctor Oconey, tenemos una emergencia —dijo hacia un aparato sobre el mostrador.

Parpadeé perpleja, bastando solo ese tiempo para que los tres se alejaran por el pasillo. Me quedé sola, sin saber si debía de seguirles o quedarme allí.

Al final me encaminé más allá del pasillo, no era el momento indicado para poner mi orgullo por delante, aunque había sufrido un golpe ante la diferencia de estatus, no iba a dejar a Toni solo. El chico estaba a punto de perder el ojo.

Estuve vagando de un lado a otro sin mucho éxito, el hospital era ridículamente extenso, como si en algún momento aquel sitio perdido se pudiera volver popular, recibiendo más pobladores. Mi pesimismo me dijo que aquello era demasiado fantasioso.

Después de un nuevo  recorrido entre aquel laberinto pálido, di con la silueta de Ashley. Se balanceaba de un pie a otro, haciendo que la falda de su uniforme se moviera al mismo compás. Verla así me recordó a las pequeñas muñecas en el interior de las cajitas de música. Cajitas que eran la adoración de mi madre.

Hice una mueca.

La chica al percatarse de mi presencia dejó de morderse las uñas, cambiando su gesto preocupado por uno de completo repelús.

—¿Qué han dicho? —pregunté situándome a su lado. Ashley arrugó la nariz, como si mi cercanía fuera asquerosa. Ignoré aquel detalle por el bien de su cabello, de lo contrario, me encargaría de quitárselos de la cabeza.

—Parece que la herida es profunda, van a ponerle puntos. Por suerte, la pupila no sufrió daños.  

Sufrí un escalofrío. Así de fuerte había sido el ataque del gato, no quería culparle, pero comenzaba a dejar a un lado mi loca idea de tener mascotas. No eran solo algo bonito, eran algo peligroso.

Decidí tomar asiento mientras esperaba nuevas noticias. Sentía la mirada de Ashley, pero lo último que quería era verle a ella. Minutos más tarde Ashley se retiró del sitio, creí que volvería a clases, o al menos, que se iría del hospital, pero no fue así, solo había ido por bebidas.

Cuando llegó a estar lo suficientemente cerca de mí alcé la mirada, demasiado tarde para evitar que me lanzara medio vaso de refresco encima.

—¡Ahg! —jadeé mientras me levantaba de la silla, con la bufanda y parte del abrigo empapados.

—¡Ups! Perdona, tropecé —dijo sin ocultar su sonrisa, admirando lo que había echo con mi ropa—. ¿Quieres refresco?

Cínicamente me ofreció la bebida que quedaba en el vaso. Para ese momento, la poca paciencia que me quedaba se había esfumado. Me lancé sobre ella, empujándola con más fuerza de lo que había planeado. Ashley dio un traspié y el vaso de bebida que tenía en la otra mano se tambaleó, cayendo sobre mis botas y sus medias.

—¡Aaah! —chilló, mirando horrorizada sus pantorrillas. Cuando alzó la mirada supe que lo peor estaba por venir. Me lanzó los restos de bebida de ambos vasos, pero fui veloz en apartarme haciendo que el refresco cayera sobre el blanco y limpio piso.

La chica frente a mí tiró los vasos y se lanzó sobre mi cuerpo, en esa ocasión no conté con la suerte de apartarme a tiempo. Me tiró del pelo con tanta fuerza que solté un grito, pero ella hizo caso omiso de mis lamentaciones y me zarandeó de un lado a otro.

En defensa le estampé el codo contra su estómago, poniendo todo el peso de mi cuerpo en ese lado. Ambas chocamos contra la pared.

—¡Perra! —gruñó mientras pataleaba. No sabía cómo contestar a aquello, no era demasiado buena insultando a las personas, y mucho menos enfrentándolas físicamente. Pero no era momento para estarse preparando, debía de defenderme.

—¡Rubia descerebrada! —contraataqué golpeándole detrás de la rodilla. Ella cayó al piso, desgraciadamente me llevó consigo.

Nuestra caída hizo un ruido horrible y doloroso.

Me quedé sin aliento. Por un momento perdí la capacidad de mover el brazo, por suerte, Ashley pareció estar en mi misma situación.  

Luego de recuperarse me volvió a coger del cabello, hice lo mismo con su melena despeinada. El gorro que llevaba sobre la cabeza se me cayó de tantos tirones, y las elaboradas trenzas de Ashley se deformaron.

—¡Deténganse! —gritó alguien a nuestras espaldas, pero ninguna de las dos se detuvo—. ¡Deténganse!

La enfermera comenzó a pedir ayuda, pero mientras los refuerzos no llegaban, nosotras continuamos con nuestros jala y jala.

Después de dos largos minutos fuimos separadas por los médicos.

—¿Pero qué les pasa? —preguntó uno de ellos bastante molesto.

—Ella dio inicio —informé acusando a Ashley—. Me ha lanzado la bebida encima.

—¡Mentira! No ha sido intencional. Traía bebidas para ambas pero tropecé y accidentalmente le cayó sobre la ropa. Se ha lanzado encima antes de siquiera darme la oportunidad de pedirle disculpas.

Actuaba tan bien que si no hubiera sido a mí a la que le lanzó el refresco, le hubiera creído. El médico que la tenía sujeta le miró atentamente intentando dar con una señal de su farsa, pero dudé que encontrara alguna fisura en su engaño. Él era tan joven que llegué a la conclusión que recién había salido de la universidad, y por si su juventud no fuera un problema, su encanto por Ashley sí que lo sería.

—No me importa quien ha comenzado. Este es un hospital no un ring de lucha libre.

Solté un suspiro y dejé de hacer resistencia. Ashley me imitó.

Nos liberaron, pero con sus ojos nos amenazaron que no volviésemos a hacer estupideces. Me encontraba cansada para otro encuentro, de tal manera que de mi parte no tenían porqué preocuparse.

—Doctor Oconey —llamó una enfermera. Todos nos volvimos hacia ella, como si todos fuésemos el doctor—. El paciente quiere ver a la señorita Valeri.

Al escucharla todos se volvieron hacia mí. No es que supieran que ese era mi nombre, es que todos se conocían entre sí, incluyendo a Ashley, que era prácticamente conocida por todos. Allí, yo era la única desconocida, y por lo tanto, todos dieron por hecho que se trataba de mí.

—Sí por supuesto —dije. Luego, volviéndome al doctor que supuse era el tal Oconey pregunté—: ¿Puedo?

Asintió. Sonreí contenta y me encaminé a la puerta, tres pasos después me volví para recoger el gorro que había dejado botado. Ashley apretó los dientes disgustada, pero en tal momento no había nada que sus mentiras pudieran solucionar. Toni me había llamado a mí.

—Gggg, gggg —soltó Toni después de cerrar la puerta a mis espaldas. Hacía ademanes de estar lanzando arañazos y aquel sonido me hizo recordar a una pelea de gatos.

—¡Tonto! —repliqué lanzándole el gorro contra el pecho. Soltó una risa. Al ver su estado reprimí un lamento. Su ojo, su precioso ojo se encontraba bajo un parche médico, uno que por suerte no dejaba a la vista rastros de sangre.

—Mírate nada más, estás despelucada —se burló—. ¿Cuál es el gusto de las mujeres por jalarse el cabello en cada pelea?

Me senté a su lado y enredé su cabello entre mis dedos. Tiré de ellos con fuerza.

—Porque duele —expliqué mientras él soltaba un quejido.

—Mala —reprendió—. Y sé que duele, pero me hubiera gustado que le dejaras un moretón en el lindo rostro de Ashley.

Enarqué una ceja sin ocultar mi molestia.

—¿Te parece lindo su rostro? —inquirí.

Se encogió de hombros.

—No es algo que puedas negar, ella es tremendamente guapa.

Me enfurruñé.   

—Ya claro, pues deja de coquetear conmigo —repliqué. Me miró —con el único ojo disponible— enternecido. Por lo visto, ponerme celosa se estaba convirtiendo en una de sus cosas favoritas.

—No estoy coqueteando contigo, estoy tratando de enamorarte.

—¿Cuál es la diferencia entre ambas cosas?

—El coqueteo es para ganar atención. El enamoramiento es para ganarte el corazón.

Sonreí por aquello. Luego sin poder evitarlo me sentí triste, él seguía creyendo que no sentía nada por él, cuando realmente nunca dejé de sentir amor hacia su persona. ¿Acaso aquello no era injusto?

Me mordí el labio y desvié mis pensamientos.

—¿Enserio te hubiera gustado que le dejara un moretón?

Sin dudarlo asintió con la cabeza.

—Se lo ha ganado.

—¿Te gusta ver las chicas pelear? —pregunté curiosa.

—No. Me gusta ver a las mujeres defenderse —Hice un mohín.

—Hablando de defensas, ¿por qué has permitido que Ashley me culpara de lo que ha sucedido? —reproché cruzándome de brazos—. Esperé que salieras en mi defensa, pero tú no hiciste nada.

—No te defendí porque quiero que aprendas a hacerlo sola. Yo estoy dispuesto a cuidarte sí, ¿pero cuándo yo no esté contigo qué? ¿Dejarás que ella te venza?

Ladeé los labios sin saber que decir.

»Valeri, sabía que podías manejar a Ashley, por ese motivo no intervine, porque quería que tú te defendieras sola, quería que tú te dieses cuenta que eres capaz de vencerle.

—Pero… —me corté sin saber qué decir, si es que había algo por decir ante aquello.

—Cuando te encuentres en una situación que no puedas manejar, ten por seguro que lucharé por ti, pero mientras esté seguro que no es algo que te exponga a peligro dejaré que tú misma cojas confianza en tus capacidades.

Le miré entrecerrando los ojos, no muy confiada a lo que decía.

—Me he dado golpes con ella allá afuera ¿Te parece que es la manera correcta de coger confianza en mí misma?

—Eh… —Desvió la mirada mientras analizaba la pregunta—. Lo importante es el resultado, no el proceso.

Me reí y negué por su argumento. En parte le daba la razón, no podía estar siempre dependiendo de su protección, tenía que encontrar la manera de defenderme por mí misma. Dejando fuera los golpes por supuesto. Sin embargo, no tenía cabeza para ponerme a pensar en métodos para lograrlo, así que lo aplacé para algún momento después, cuando mis pensamientos estuvieran más organizados. 

Volviéndome a Toni pregunté:

—¿Quieres que llame a tus padres y les diga lo sucedido?

Deformó el rostro al hacer una mueca. Parecía como si pensar en ello le resultara muy difícil.

—No quiero ni imaginarme el drama que harán. —Hizo una pausa en la cual cerró los ojos y soltó un suspiro—. Seguro querrán deshacerse del gato.

—No ha sido culpa suya, seguro que no es algo normal en él.

De lo último no tenía ninguna duda, lo que había hecho Orange esa mañana había sido causa a Daniel —fuera cuál fuera el motivo exacto— y estaba segura que Daniel no había coincidido anteriormente con dicho animal.

—Para nada. Orange siempre ha sido muy tranquilo y amoroso —ladeó los labios—. Lo de esta mañana fue causa al pánico que sentía, pero aún no logro dar con la causa.

Desvié la mirada de él, no podía verle a la cara cuando él se preguntaba el motivo del extraño comportamiento de su mascota, y que sabiéndolo no se lo dijera. Aunque claro, decirme a mí misma mentalmente que Daniel había sido la causa, no era lo mismo a decirlo en voz alta, forma en la que muchas cosas dejaban de tener sentido.

En ese momento recordé la vez que me puse a repetir la palabra: confirmación, tantas veces que después no le encontraba sentido alguno, inclusive llegué a pensar que no existía. Fue una sensación tan perturbadora que deseé no volver a pasar por lo mismo, pero a veces, me encontraba repitiendo palabras una y otra vez, sin saber exactamente el porqué. Era eso a lo que temía, que al pensar mucho sobre lo que pensaba o veía de Daniel, se convirtiera en algo confuso e incomprensible. O peor aún, en algo absurdo.

No estaba dispuesta a perder la credibilidad sobre lo que sabía. Lo cual de por sí no era demasiado.

—¿Ya había tenido el mismo comportamiento antes? —cuestioné, intentando tener más información que me pudiese servir de ayuda.

—La primera vez que lo llevé al veterinario. Allí había un perro, y cuando entramos se puso igual de histérico. Por suerte ese día no pasó nada grave como para correr el peligro de quedarme tuerto.

Me mordisqueé el labio de forma distraída.

—¿Así que le asustan los perros?

—Detesta los perros —confirmó.

Aquello no me ayudaba para nada, al contrario, me confundía más. Daniel era un chico como cualquiera de nosotros, y evidentemente no era un perro. Por lo que conocía, no tenía ningún canino de mascota, de tal manera que no podía considerar que tuviera su aroma impregnado en su ropa. ¿O quizá sí tenía un perro de mascota?

En mi lista mental encabecé inspeccionar atentamente la mansión del frente para descubrirlo. Y si tenía la oportunidad, me acercaría a la casa para intentar escuchar algún ladrido o lo que sea que me indicara que había un animal dentro.

—¿Volverás a clases? —preguntó Toni sacándome de mis pensamientos. Parpadeé.

—Lo dudo. En estas pintas rompería la regla de higiene —dije mientras toqueteaba mis prendas manchadas. Toni hizo un mohín.

—Enserio necesito que alguien le haga un moretón —exclamó. Luego me miró de nuevo—. ¿Volverás a casa? ¡Uf! Mi auto se quedó en el instituto. ¿Me esperarías para llevarte?

Le miré incrédula.

—Tú no vas a conducir en ese estado —señalé—. Me iré a casa, pagaré un taxi, al menos hasta el callejón a casa. ¡Y tú! —le señalé con el dedo—. Te irás a casa a descansar la vista. Entre menos fuerces el párpado más rápido te recuperarás.

Me miró enarcando una ceja.

—Si me hablas así casi pareces médico.

—¿Casi?

—Solo te falta la bata.

Volteé los ojos. Nos quedamos en silencio, esperando que alguien entrara a informarnos si podíamos irnos, o bueno, si él podía irse. Estaba segura que al otro lado de la puerta todavía estaba Ashley, esperando pacientemente como un buitre, y, por mucho que me molestara debía de aceptar que ella era la única que podía llevarlo.

—¿En qué piensas? —preguntó. No iba a decirle en qué estaba pensando, la sola idea de imaginarme diciendo: en aprender a conducir para que nadie más te ayude, me pareció demasiado posesivo. Además de vergonzoso.

—En que este año es diferente —respondí improvisadamente. O quizá, no tan improvisado.

—Todos los años son diferentes. Inclusive los días lo son.

Negué con la cabeza.

—Me refiero a algo más extenso. A los cambios. Durante este tiempo he hecho más cosas que no había siquiera imaginado. —Me sorprendí a mí misma por lo que estaba diciendo—. Este no ha sido como los otros años monótonos en los que hemos vivido. Solo mira, he faltado dos días a clase, he canjeado dos de mis días sin uniforme, me he visto envuelta en discusiones y peleas con la chica más popular del Estado y, por si eso no fuera ya suficiente, he tenido la cercanía de Bryan Antonio Torres Sagastume.

Sonrió, pero la alegría no llegó a los ojos… al ojo más bien.

—A mí los cambios me asustan —confesó. Le miré fijamente tratando de encontrar el porqué. Al no lograrlo decidí preguntar:

—¿Por qué?

—Porque no sabes qué está por venir, luego no sabes cómo asimilar o controlar las cosas. Es decir, los cambios son buenos, pero cuando estos llegan apresuradamente desestabilizan tu vida, al menos, en mí lo hacen.

—Te gusta mantener el control ¿Eh?

—Mucho sí —confirmó—. Me da seguridad, no en plan: controlo todo a mi antojo, sino más bien en uno: nada inesperado llegará a mi vida. ¿Entiendes? Para mí las cosas rutinarias me dan tranquilidad, porque siempre sé cómo reaccionar, lo que pasará y qué decisiones debo tomar.

Fruncí los labios por aquella declaración.

—Pero no te parece… ¿Aburrido?

Desde mi punto de vista, lo era, y mucho. Repetir siempre los mismos acontecimientos era demasiado tedioso, y sí, llegaban a aburrirme. No lo había pensado hasta ese momento, pero quizá el motivo por el que me sentía asfixiada en Monterbik no era su clima, sino el tipo de vida que allí se desenvolvía.

Estaba aburrida. Y los cambios repentinos que estaban sucediendo me gustaban. Toni pareció leerme el pensamiento y, a diferencia de lo que pude haber esperado, en él solo se reflejó tristeza, quizá incluso temor.

—Para nada.

Noté que quería decir algo más, pero se arrepintió en el último momento. No quise meterle presión para que dijera todo lo que pasaba por su mente, incluso sentí que si lo hacía, algo malo iba a suceder. Era como si los pensamientos me lametearan las mejillas, pero sin dejar que yo las viera para ver de qué se trataba.

—Pues a mí me gustan los cambios —dije yo, creyendo que aquel comentario aligeraría el ambiente, pero como resultado solo obtuve una mirada ensombrecida del chico.

—Lo sé Valeri —murmuró. Luego, sonriendo un poco añadió—: los cambios te sientan bien.

Sonreí, sin llegar a sentirme realmente feliz. Verle desanimado no era algo grato de ver, y si era causa a los cambios, esperé internamente que dejaran de llegar a nuestras vidas. Prefería soportar mi aburrimiento, que ver al chico que amaba abrumado.

Aunque realmente, aquello no era más que el aviso de los cambios que estaban por avecinarse sobre nosotros. Y tal y como había dicho Toni, no había manera de saber cómo reaccionar ni qué hacer para manejarlos.

***

Al volver a casa, me encontré con un sobre adherido a la puerta.

Al verlo fruncí el ceño, sin saber a qué se debía o de quién era. Miré a mi alrededor, como si el remitente estuviera allí, escondido en alguna parte. Claramente allí no había absolutamente nadie, ni siquiera Daniel.

Despegué el sobre de la puerta y entré al interior, dudando de si debía o no debía abrirlo. Después de darle vueltas decidí ver de qué se trataba, dudaba que en su interior se encontrara algo malo, al menos esperaba de que no lo fuera.

La carta estaba escrita con una letra delicada y hermosa, y además conocida. Era sin duda alguna, la letra de la secretaria de mi padre. Fruncí el ceño nuevamente, sin entender el porqué de la carta, había dejado de recibirlas después de que me comprara el móvil, en dónde él solía de vez en cuando informarme de que seguía con vida.

Sin retrasar más el momento comencé a leer:

 

Querida Valeria, lamento mi ausencia estos últimos días, espero estar en casa pronto y pasar un tiempo contigo.

Estuve a punto de voltear los ojos, pero me contuve.

El motivo de esta nota, es para darte a conocer que el sobrino de Ana; Marcos, ha solicitado hospedaje para realizar sus estudios en la Universidad de Monterbik.

El pulso se me aceleró. Aquellas palabras no podían indicar buenas noticias, él estaba casi diciéndome…

Ana también se trasladará de forma permanente,  espero que los recibas de buena manera, este acontecimiento me da tranquilidad, porque tú no estarás sola en casa.

Te quiero.

 

Att. Con cariño tu padre.

 

Ana y su sobrino —el cuál no conocía— vivirían conmigo. Dejé caer la nota, con una marea de sentimientos en mi interior. ¿Dos personas desconocidas bajo mi techo? ¿Enserio? Conocía a Ana, pero no lo suficiente para que me gustara la idea de que viviera conmigo.  ¿Y su sobrino? Mucho menos. La sola idea de vivir con un chico me dio ansiedad.

¿Cómo iba a lidiar con aquello? ¿Cómo iba a ser mi vida con aquellas dos personas?

Tomé grandes bocanadas de aire, buscando la manera para organizar los múltiples pensamientos en el interior de mi cabeza.

«Tranquila, no es nada del otro mundo», me dije, pero estaba lejos de ser así. Lo que estaba por delante era completamente ajeno a todo lo que podría conocer mi mundo. O mejor dicho: el mundo de todos en Monterbik.

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