La carta
Al amanecer tuve uno de los sueños más extraños. Aunque no veía nada —cómo en los sueños normales— supe que era uno por la voz masculina y altamente amable que me susurraba:
Despierta Valeria.
Con esa melodía en mi cabeza era imposible querer despertar.
Se hará tarde.
Repitió. ¿No era eso demasiado extraño? Podría ser uno de mis sueños más absurdos en aquel entonces. Aún adormilada me quedé a la espera de volver a escuchar algo pero ese algo no llegó.
Abrí los ojos a regañadientes, a mí despertar me saludó el despertador sobre la mesita de noche, mostrando una hora alarmante.
Me senté con el corazón a punto de salírseme.
8:45
Lo que vino luego de eso fue eufórico. Yo desvistiéndome apresurada. Mis manos colocándome las medias blancas, la falda a
cuadros y metiendo las mangas en de la blusa entre mis brazos. Mis
manos tomando con velocidad mis pertenencias necesarias, mis pies escalera abajo de forma precipitada y luego, mi ser entero saliendo de casa aún con la blusa y la sudadera sin abrochar.
El exterior me recibió con una ráfaga de viento frío y el pelo se elevó con ímpetu a mis espaldas. No era común en mí usar el cabello suelto, era demasiado largo y resultaba incómodo tenerlo de esa forma, pero esa mañana el trenzarme no era una de mis mejores opciones.
Sin saber el porqué mi vista se dirigió hacia la casa del frente, en dónde mi desolado vecino desde la ventana se acomodaba la corbata. A pesar de estar yéndose tarde al instituto él no parecía para nada preocupado.
Terminé de abrochar el último botón y me dispuse a correr a mi destino. Mientras lo hacía, pensé por un momento —un momento de debilidad— en la posibilidad de aceptar la propuesta de padre, si hacía eso no tendría por que correr al instituto, no me ensuciaría las zapatillas ni tampoco sufriría semejantes cansancios. Además, meses más tarde llegaría el invierno, y la lluvia sería sustituida por la nieve.
«Pero sería demasiado holgazana» me recriminé.
En el momento en el que salí a la calle principal, un taxi frenó en seco. Me giré para ver el porqué semejante ruido y, a diferencia de lo que esperaba, el vehículo estaba a pocos centímetros de mi cuerpo.
Tanto el chófer como yo nos encontrábamos estupefactos.
—¡Oye niña! ¡¿Has perdido la cabeza?! —me reclamó el hombre al recuperarse del susto. Dejé salir el aire que estaba conteniendo y con un leve temblor, que no supe si era causa al frío o al susto; me encaminé a la puerta del vehículo y me metí al interior.
Me miró ceñudo, pero yo no tenía tiempo para estarlo perdiendo en explicaciones.
—Al instituto por favor.
No era necesario que diera dirección, preguntara por lo que preguntara sabría con exactitud en dónde se encontraba, cómo todos en Monterbik. El coche dio avance por la calle en dirección al viejo Instituto Evergreen, a las afueras del mismo yacían varios vehículos estacionados, al verlos recordé que necesitaba pagar el transporte.
Me tensé.
Me eché la mochila sobre las piernas y comencé a buscar entre los bolsillos. El primero no tenía más que crayones. El segundo lapiceros y envolturas de golosina. El tercero… vacío. Buscar en el resto sería completamente inútil.
Nada, eso era lo único que tenía, nada.
Busqué por tres veces y los bolsillos no hacían aparecer ningún billete. Y no tenían porqué hacerlo. El chófer, sospechando lo que sucedía frenó en seco unos ocho metros antes de la entrada. Debido a que no me había puesto el cinturón de seguridad me estampé contra el sillón frente a mí.
—Bájate —ordenó.
—¿Pero qué…? —comencé a balbucear incrédula, pero al ver su rostro me callé y bajé del coche, el cuál se alejó con un estrépito.
Botada en la calle no me quedó más que correr el tramo faltante.
—No, no, no —gemí frustrada al ver el portón asegurado. Di palmaditas en los barrotes con ganas de echarme a llorar.
El sonido debió de alertar al portero, que apareció frente a mí haciéndome dar un brinco. Se llevó a los labios el dedo índice y me sonrió con picardía, era un señor bastante amable, y quizá un poco alcahuete. Me abrió la puerta y me dejó pasar.
Probablemente la primera clase estaba más que perdida, aun así me encaminé al salón para hacer acto de presencia. En el interior, la clase ya era ejecutada con total dedicación. Mi presencia hizo alzar la vista a muchos de mis compañeros, los cuales alzaron las cejas al verme.
Mi enmarañado cabello insistía en caerse por mi rostro, y aunque trataba de apartarlos estos volvían a caer en el mismo sitio.
—Interesante hora de llegar —recriminó el profesor desde su sitio. Yo hice caso omiso a su comentario, estaba entre medio de una lucha con mis propios pensamientos, los cuales me decían que, la presencia de Daniel en el interior del salón era improbable.
«Pero está ahí» me dije, por lo que parecía más probable que cualquier otra cosa que pudiera plantearme en ese momento.
Pero eso no le quitaba lo extraño ¿No? Él, quedando en su casa aún después de mi partida… ¿Cómo iba a llegar antes que yo?
Antes de que pudiera tener la oportunidad de pensar en algo lógico, la puerta fue cerrada en mis narices, haciéndome dar un traspié.
Sin otra alternativa que esperar la siguiente clase, opté por marcharme a mi casillero en busca de un libro para la materia y, mientras lo hacía, analizaba a profundidad el porqué Daniel parecía tele transportarse, con esas apariciones repentinas en sitios que no debería
estar, no era tan raro plantearse algo así.
¿O es que realmente estaba perdiendo la cabeza?
Agité la cabeza para despejarla y alcé la mano para ver la venda en mi palma. La retiré, y miré la extensión de la herida que estaba por convertirse en una cicatriz.
«Tienes que mantenerte alejada» me recordé.
Resoplé ante mi propio pensamiento. Mi cordura me guiaba a poner distancia entre nosotros y, aunque él parecía querer exactamente lo mismo; también existía esa otra parte que nos forzaba a acercarnos. Primero estaba él, acorralándome entre mi casillero y su cuerpo, diciendo que tenía algo en la mejilla. Aunque quizá acorralar sea una palabra bastante fuerte para expresar lo que hizo.
Y luego estaba yo, con esa creciente curiosidad por él y su peculiar personalidad… o quizá no fuera su personalidad, sino su aura inquietante y un tanto fantasmal.
Fuera lo que fuera, sentirme atraída hacia él resultaba casi inevitable. Y raramente excitante y confuso.
Abrí la pequeña puerta del casillero, y algo blanco y pequeño descendió hacia el suelo. Me aparté alarmada pensando que era algún bicho, pero se trataba solo de un pequeño papel cuidadosamente doblado.
Fruncí el ceño y se me aceleró el corazón. Aunque casi nadie usaba cartas como medio de comunicación, el hecho de pensar que fuese una me ponía terriblemente —o emocionantemente— nerviosa.
Me incliné para recogerlo, lo desdoblé con delicadeza y dejé a la vista una hermosa caligrafía.
Sin duda alguna era una carta.
Una carta para mí.
Valeria
Quiero decirte que Toni es perfecto para ti, mantente lo más alejada posible del resto. Toni te ama y harías bien en amarlo. Me dolerá en el alma verte con otro pero estaré tranquilo al saber que estás a salvo y no correrás peligro a mi lado.
Prometo protegerte, de mí mismo si es posible, porque tu bienestar es lo único que me importa.
«¿Eh?» pensé.
No sabía qué era lo más raro, si el hecho de que alguien me dejase una carta, que el contenido fuese tan… inesperado o, que el remitente firmara como: El.Chi.Lo.
¿Qué se suponía que quería decir eso de: El.Chi.Lo?
No me sonaba de nada.
Dejando eso de lado pasé a analizar el contenido de la carta, al parecer, alguien hacía suposiciones sobre el acercamiento de Bryan y, aunque no estuviese tan alejado de lo que estaba pasando entre Toni y yo —si es que pasaba algo entre nosotros— era muy sospechoso.
«Eso quiere decir que la declaración de Toni es falsa». Ante mi reflexión sufrí un pinchazo en el interior de mi pecho, aunque mi cuerpo estaba estupendamente bien, mi sufrimiento emocional me hacía sentir malestares físicos en diversas partes de mi anatomía.
El hecho de que Toni haya hecho algo tan cruel me hacía daño, más cuando gran parte de mí quería que sus palabras fueran reales, y no un simple acto de diversión.
«La nota de bienvenida» me recordé. Reuní fuerzas para buscar entre los bolsillos el pequeño papel que encontré el primer día clases. Este estaba arrugado por el paso de los días, pero la letra podía leerse sin problemas.
Bienvenida a clases Valeri, será diferente, lo prometo.
Y entre las letras no había parentesco. Aunque las caligrafías eran de distintos tipos, no había mucha posibilidad de que se tratara de la misma persona.
«Solo esperas que no se trate de una broma y creas excusas».
Pero tenía el derecho de soñar un poco.
***
El resto del día pasó veloz. Durante la última clase el fuerte viento hacía que la lluvia se estrellase entre los vidrios de las ventanas. Todos los árboles a las afueras se agitaban con ímpetu, haciendo que sus hojas formaran un sonido fuerte y agradable. Todos en el salón parecían estar aburridos luego de una larga jornada estudiantil, y yo por primera vez me encontraba distraída y ajena a la clase. Pero no era problema del profesor de matemáticas y su explicación de ecuaciones, el problema era realmente mi cerebro en busca de respuestas.
Todo parecía estar muy claro: hacer creer a la chica que le gusta a Toni y, que además de él una persona gusta de dejarle notas raras en su casillero. Y claro, la muy ingenua se lo cree y ¡Pum! Risas por doquier por tan exitosa broma. Viéndolo de ese manera resultaba lo más probable y lógico. Podría ser algún tipo de venganza por haber puesto a Ashley en ridículo el día anterior.
Debía tomar precauciones si no quería terminar en una mala situación, de la cual no podría salir fácilmente.
Me encontraba en la búsqueda de distraerme e ignorar la penetrante mirada de Daniel, el cuál parecía traspasarme a cada rato con sus ojos. Resultaba de lo más sofocante, aunque sin llegar a resultar incómodo. Por más que me decía a mí misma que su mirada me molestaba, una parte de mí se sentía satisfecha por tener su atención.
También pensaba en acercarme y darle una disculpa, quizá así dejara esa incesante necesidad de verme, pero cada vez que visualizaba yendo hacia él y que este mismo se girara hacia mí para verme… no, yo no podría hacer algo así.
Además ¿No era él el que debía de disculparse?
Suspiré, y me giré hacia otro parte para tratar de despejar la cabeza. Lo cuál era casi imposible, porque viera a donde viera, siempre tendría a ambos lados una mirada furtiva y opresora. Toni, cómo era de esperarse, se encontraba igual de interesado en mí.
¿Era eso llamar la atención? Resultaba de lo más asfixiante, y quería deshacerme de ella.
Tomé nota sobre la explicación de la clase y al terminar me apoyé en el pupitre, ambos chicos me observaron atentamente pero fingí no darme cuenta. Miré nuevamente hacia el exterior y fruncí los labios, seguía lloviendo con abundancia y, dada mi situación no encontraba otra opción más que volver a casa bajo la lluvia.
Cuando el timbre dio por finalizadas las clases todos se alzaron de sus sitios y se dispusieron a salir, yo en cambio me mantuve en mi lugar, esperando pacientemente a que todos salieran.
Al quedarme sola me mordí el labio, tomé mis cosas y me acerqué a la ventana. Afuera los árboles seguían moviéndose con el viento, bajo sus copas yacían los estudiantes de Evergreen corriendo a sus vehículos con velocidad, para así, evitar la lluvia.
Me incliné para observar un poco más el panorama, eso frente a mis ojos era Monterbik, era al sitio al que pertenecía desde el momento en el que nací… aun así, no me inspiraba más que melancolía.
Tras de mí un pupitre se arrastró, me giré para ver el porqué y me encontré con la compañía de Daniel. Este me miró y frunció los labios en gesto de disculpa. Volví la vista hacia el exterior mientras trataba de respirar con normalidad, sentía aún su presencia, pero no me atrevía a mirarle. Pero quería decirle algo, hablarle.
—¿No te molesta estar en un sitio así? —pregunté, en respuesta solo recibí silencio. Me giré y le miré de mala manera—. ¿Te molesta mi presencia? ¿Malos recuerdos sobre alguien quizá?
Echó la cabeza hacia atrás y mantuvo su rostro inexpresivo.
Bufé exasperada por su poca colaboración, él no parecía tener el mínimo interés en hablarme y, para mi propia molestia eso solo hacía que yo quisiese recibir palabras de su parte.
«Deja eso Valeria» me recriminé haciendo un puchero de desagrado. Le miré nuevamente, y al ver que no estaba dispuesto a abrir la boca tomé mis cosas y me encaminé a la puerta en zancadas largas. Al pasar a su lado fui retenida por su mano sujetando mi brazo.
—Me molesta no tener… —cortó sus palabras y ahogó un suspiro. Levanté la vista para verle el rostro, ver sus ojos tan de cerca me hizo temblar y, sentí que estaba bien sentirme así.
—¿Tener el qué? —inquirí retadora.
Por un momento pensé que respondería, sin embargo me soltó bruscamente y salió del salón.
Al salir al exterior me encontré con alguien en mi espera.
—¡Valeri! —exclamó Toni desde mis espaldas haciéndome dar un brinco—. Has tardado mucho dentro —comentó. Alcé la vista para verle, pero sus ojos no me miraban a mí, miraban hacia el cielo que seguía lanzando lluvia sin crédito.
—He hecho unas cosas… antes de salir.
Respondí antes de que pudiera reaccionar ante mis propias palabras. Toni bajó la vista y me miró con esos bellos y expresivos ojos azules, que no parecían apagarse en ningún momento. Sonrió.
—Puedo decir que ha valido la pena la espera.
—¿Es que me esperas a mí? —cuestioné, fingiendo sorpresa. Ambos soltamos una risita. Resultaba bastante cómodo entablar una conversación con él.
—Siempre he estado esperando por ti.
—Ese siempre parece muy corto —bromeé.
—Para mí han sido como mil años.
—¿No es eso demasiado entonces?
—No si la espera es por ti.
Me reí.
—Eres muy bueno con eso del teatro —comenté.
—Yo no he dicho nada que no sea cierto.
Aparté la vista nerviosa. A nuestro entorno las miradas curiosas estaban más que presentes, pero yo estaba en la búsqueda de un par de ojos en específico. Esos tan verdes como las hojas de árboles en un día soleado; los ojos de Daniel.
El chico en cuestión se encontraba a un extremo del Instituto, acompañado por los tres mejores amigos de Toni y, también de Ash. Muchos parecían estar hablando con él, a lo cual se limitaba a responder distraídamente, tal parecía que cotillear sobre Toni y yo era más importante que cualquier cosa que le estuviesen diciendo.
Me sobresalté ante el tacto en mi hombro.
—¿Me has escuchado? —interrogó frunciendo las cejas.
Me aparté un pequeño cabello de la boca y carraspeé.
—Eh… ¿Me repites lo que has dicho? —pedí sintiendo que la sangre me subía a las mejillas. Toni miró más allá de mi cabeza y, por su gesto, supe que miraba a Daniel. Suavizando la mirada, sin eliminar del todo su molestia respondió:
—Decía si me permitías llevarte a casa, está lloviendo y no tolero la idea de que vayas por ahí mojándote.
Parpadeé, perpleja.
—¿Ir contigo en tu coche? —pregunté, tres segundos después estaba reprochándome por lo absurdo de mis palabras. No podía culparme, una cosa era ir con él el día anterior, en el cual íbamos a hablar sobre algo en concreto pero… Llevarme en su auto solo por cortesía era…
Diferente.
Desconfiada miré hacia las personas a nuestro alrededor, tratando de encontrar algún rastro de diversión en sus rostros. Para mí sorpresa, todos lucían intrigados y, en los peores casos —como el de Ashley— se encontraban molestos e incrédulos.
—Sí, en mi auto —respondió Toni, aunque no era necesario que lo hiciera. Me relamí los labios y sonreí, tratando de controlar las palpitaciones del órgano tras mis costillas llamado: corazón.
Ambos nos dirigimos corriendo hacia el vehículo, el cuál se encontraba sin llave a nuestra espera. Eso no era anormal, los vehículos se mantenían sin seguro ya que no había ningún motivo para tomar precauciones al respecto.
En el interior el olor a frutos seguía igual de perceptible como el día anterior. Ese aroma al contraste con los delicados y finos rasgos de Toni parecían la representación perfecta de la primavera, o del verano, no lo sabía con exactitud. El chico llegó a mi lado en pocos segundos, parecía cohibido y nervioso, y me gustó verle de esa manera.
Ashley desviaba la mirada a otro sitio que no fuera nuestra dirección, no era un secreto que ella había estado enamorada de Bryan años atrás pero se decía, que ella tenía un nuevo amor secreto.
De todas las reacciones, Daniel tenía la más intrigante. Él también había girado la cabeza hacia otra parte, sin embargo, su rostro era inexpresivo y firme, como las estatuas de mármol. Parecía lejano, desconectado, cómo si solo su cuerpo estuviese ahí. Por extraño que sonase, sentí que esa imagen la había visto muchas veces anteriormente, algo que era improbable, llevaba tan pocos días en nuestro entorno y, siempre lucía despreocupado.
Pero mi interior estaba seguro de descifrar esa imagen. Dolido, Daniel estaba dolido.
Suspiré.
Sentí una manos en mi torso y me sobresalté, Toni lo hizo también y se apartó un poco. Apenada me mordí el labio, él, relajando el cuerpo se volvió a aproximar para abrocharme el cinturón.
Mi poco entusiasmo por tomar precauciones parecía mantener atentos a los que me rodeaban, asegurándose siempre de que no estaba expuesta a algún peligro. A pesar de ello, no había mucho que pudiesen hacer, yo era despreocupada la mayor parte del tiempo, y ellos no podrían estar siempre junto a mí para impedir que me fuese a las fauces del Lobo. Literalmente.
Eché un vistazo hacia las afueras. El coche comenzó a avanzar por la carretera y nos alejamos rápidamente de la institución.
***
Las gotas de lluvia continuaron impactándose entre el cristal de las ventanas durante todo el transcurso, la lluvia no cesaba y no parecía que fuese a hacerlo en algún momento de la noche. Toni a mi lado articulaba gestos con la boca y los ojos, eran efectos de su concentración al volante.
A veces, soltaba risitas por sus extrañas muecas, él no se daba cuenta, o si lo hacía lo disimulaba muy bien. El retorno fue silencioso, ninguno de los dos hacía comentarios, no había temas, no había nada más que el nerviosismo entre nosotros.
Cuando aparcó, las ruedas hicieron un ruido sordo que se opacó entre el viento que gruñía en las afueras. Me encogí en el sillón antes de salir al exterior dónde una oleada de agua y viento me saludaron.
El frío me caló los huesos y, a pesar de que la lluvia empezaba a mojarme la ropa me giré para despedirme de Bryan. Me hubiera gustado decirle algún tipo de agradecimiento pero no creí posible que fuese a escucharme.
Y no se me ocurrió decir algo antes de salir.
Toni por su parte no era más que una sombra empañada en el interior del coche, una sombra que agitaba su mano al compás con la mía. Corrí a la entrada en dónde me sacudí el lodo, cuando volteé la cabeza solo pude distinguir las luces traseras del vehículo, el cuál se disipaba entre la distancia y la fina cortina de agua.
Saqué las llaves, abrí la puerta y entré a casa, hubiese cerrado si tan solo no hubiera visto una silueta caminando por la lodosa calle. Daniel estaba completamente empapado, su mochila parecía estar a salvo gracias a una bolsa impermeable, o eso parecía a la distancia. Observé su avance hasta la puerta de su casa, en donde bajo la protección del techo del porche, se quitó la mochila, luego, sin aviso alguno abrió la camisa con fuerza, haciendo que los botones salieran disparados en todas direcciones.
Jadeé sorprendida por tal agresividad.
Su nívea piel quedó expuesta ante mis curiosos ojos, su claridad era casi traslúcida que, al contraste con la oscuridad de la noche le hacía lucir como un ente fantasmal, un ente atractivo, espeluznantes e hipnótico.
Pero no sé detuvo ahí, bajó las manos hasta el pantalón y me tomó un segundo comprender lo que iba a hacer. Me metí al interior de la casa conteniendo el aliento, la vergüenza había disipado el frío corporal que anteriormente sentía y solo quedaba la sensación sofocante.
Claramente él no había hecho nada que otros no hicieran en sus casas, desvestirse para no mojar el interior podía ser de lo más normal ¿No? Que yo hubiese decidido quedarme y observar un poco no era culpa suya. Ni yo misma podía comprender la razón por la que me había quedado a verle.
Lo que sí sabía, era que ese vistazo furtivo podía resultar demasiado adictivo.
***
Hice la cena.
O al menos lo intenté. En el plato yacía una pasta con queso, aunque se me había quemado un poco y, por si eso no fuera suficiente, se había hecho en gran parte una masa.
La cocina no era lo mío, mis dotes de chef eran demasiados escasos que a veces solía decirme que no tenía ni pizca de ello. Pero tenía que alimentarme, si no lo hacía yo no había nadie más quien lo hiciera.
Mientras comía, me acaricié la venda que protegía mi palma. Habían pasado ya unos días desde la cortada pero había sido lo suficientemente profundo como para que hubiese sanado ya.
«Daniel» la herida me recordaba a Daniel.
Pero no podía acercarme a él, eso lo tenía claro, si quería estar tranquila tenía que mantenerme alejada de ese chico, por muy llamativo y peculiar que resultase.
Tal conclusión solo logró quitarme el apetito. Eso era algo que se estaba haciendo habitual, el no comer como era debido, si seguía así podría incluso enfermarme, pero si comía sin hambre también podría hacerlo.
Gruñía y di un golpe a la mesa, enojada por algún motivo que desconocía. Subí a la habitación y me di un baño. Pensé que eso me aliviaría, y lo hizo, sin embargo el reflejo en el espejo me quitó al completo mi buen humor.
El reflejo me llenó los ojos de lágrimas. Mi cara ensombrecida por la oscuridad me trajo el recuerdo de mi madre, esos ojos, esa cara, esa boca, esa mirada… todo, todo excepto el cabello se parecía a ella. Era el vivo reflejo de mi madre. Culpé a mi aspecto por el distanciamiento de mi padre, para él no debía de resultar fácil ver a su esposa muerta en el cuerpo de su hija.
¿Pero esa realmente era la causa?
No me tomé el tiempo para pensarlo, tomé el bote de champú y lo impacté contra el espejo.
Se rompió en cientos de fragmentos que cayeron al piso.
Internamente pedía a gritos que me dejara en paz, que se marchase de mi vida, que se cansara de atormentarme. Sabía que estaba muerta, pero una parte de ella permanecía ahí, muy dentro de mí, y no hacía más que dañarme.
El tono del celular me hizo apartar la vista de mi reflejo multiplicado en los fragmentos del espejo. Caminé hacia la habitación sin importar que pisara las pizcas de espejo que luchaban por incrustarse en mi piel. Al sujetar el aparato vi que la persona era la misma de siempre:
Padre.
—¿Qué quieres? —gruñí al contestar. Nunca le había hablado de esa manera, pero me había cogido en un mal momento.
—¿Qué tienes Valeria?
Su pregunta me hizo reír de forma amarga.
—Para lo que te importa —me quejé—. ¿Para qué llamas?
Al otro lado de la línea mi padre suspiró exasperado.
—Para decirte que no llegaré a casa, el trabajo se me ha puesto pesado y…
—¿Y qué con eso? —le corté—. No es nada nuevo, de hecho, ha dejado de importarme de si vienes o no. Has dejado de importarme, por lo tanto, puedes despreocuparte cuánto se te venga en gana. Mientras me des el dinero que me corresponde por ser “tú hija” no habrá ningún problema.
Pude escuchar que iba a argumentar algo, de manera que corté la llamada para evitar que las cosas empeorasen.
Me dejé caer en el colchón, e inútilmente intenté contener las lágrimas, mismas que comenzaron a caer por mis mejillas de forma imparable. Justo en ese momento, siendo bañada por los reflejos de luz a causa de los relámpagos; dejé a la vista mi lado débil a él. Porque sabía que Daniel estaba al otro lado de la calle, al otro lado de nuestras ventanas, y estaba viéndome.
***
Iba corriendo por el bosque. El frío me congelaba los huesos, el miedo me carcomía las entrañas y el cansancio amenazaba con dejarme sin aliento.
Correr, debía correr sin importar en qué estado físico pudiese estar.
«Es un sueño» me dije, pero no podía despertarme.
Seguía ahí, corriendo a través de los árboles sin detenerme a descansar.
Nieve, a mí alrededor había nieve. Los pies descalzos estaban por dejar de funcionar, mis lágrimas se congelaban y solo podía pensar en…
¿En qué? Era difícil asimilar las cosas de ese extraño sueño.
Y el cabello, oh ese largo cabello que insistía en enredarse entre las ramas congeladas.
¿Pero en dónde estaba?
Muchas ocasiones me había adentrado en el bosque, sin embargo, lo que me rodeaba en el sueño era ajeno a mí memoria.
«Es un sueño» me recordé.
Era confuso mantener el hilo de si estaba o no estaba despertando.
Y resbalé, caí y me golpeé la pierna.
Algo chilló. Me tomó varios segundos para darme cuenta que había sido yo la que dio el grito.
Recibí como respuesta aullidos a la distancia. Había escuchado esos coros demasiadas veces, pero en ninguna ocasión me había recorrido el escalofrío que esos aullidos provocaron.
Quería levantarme y seguir corriendo, pero ya no podía moverme.
Supe que estaba por despertarme pero no podía acelerar el proceso.
Lo último que vi fue un par de ojos brillando entre la noche, era el mismo verde, pero frente a mí no había un chico, había un lobo.
Me senté en la cama mientras tomaba una bocanada de aire. El corazón entre mis costillas latía frenético, la cabeza estaba dándome vueltas y parecía que el temor que sentía en el sueño seguía dentro de mi cuerpo. Toda la habitación estaba a oscuras, afuera la lluvia seguía lloviendo con ferocidad, sacudiendo los bosques a su potestad.
—Todo está bien —me dije a mí misma en un balbuceo.
La claridad de un relámpago iluminó la habitación, entonces lo vi, al borde de mi cama.
Se me congeló el tiempo. Cuando la oscuridad se volvió a hacer presente no tuve otra opción que buscar el interruptor para encender el bombillo. Entre mi desesperada búsqueda lancé algo al piso e hizo un ruido sordo al chocarse y romperse.
Cuando al fin lo encontré y la habitación se iluminó, pude observar que dentro de la habitación solo estaba yo.
Miré a todas partes pero no había más que soledad. Negué incrédula, él… un nuevo relámpago me mostró que en la habitación frente a la mía, más allá de la calle; Daniel dormía en su cama. Y estaba lejos de estar en mi habitación.
Bajé la vista al piso, en dónde yacía mi despertador roto.
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