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Juego de preguntas

   

La Noche de Hoguera era más que un fogón al aire libre. 

Esa noche, se rememoraba nuestra historia. 

Yo no sabía que tan extraño era Monterbik hasta que me vi envuelta en los múltiples preparativos para aquella noche, siendo consciente que no sabía nada sobre el sitio en qué había estado viviendo. En las fiestas puedes encontrar de todo, como alcohol, droga y sexo. Pero en Monterbik, no había nada de eso, bueno, quizá hubiera sexo pero no era algo que encontrarías en las pocas fiestas que se realizaban. 

Las fiestas de Monterbik, era un acercamiento a todos en aquel lugar, compartiendo como si fuéramos uno solo. 

En la Noche de Hoguera, lo principal era el fuego. Lo segundo los bailes, pero no esos que bailas en las discotecas o bares de mala muerte, escuchando reguetón o música electrónica hasta que se te reventaran los oídos. No, los bailes en Monterbik eran algo más significativo. 

Los bailes contaban la historia de Monterbik. 

Esa mañana todo el instituto estaba lleno de murmullos ansiosos, todos parecían estar emocionadísimos con el evento, como si no fuese el mismo todos los años. A la tercera hora, todos los estudiantes salimos al campus central, quedando bajo un enorme techo de cristalería. Allí, se llevaban los actos principales de la comunidad estudiantil, desde el kinder hasta los aprendizajes superiores. Era todo un rollo. 

Como era tradición, el día lunes dos semanas antes de la gran noche, el instituto y la universidad se reunió en el campus para recibir el nombre del baile que debíamos de ejecutar. En total, eran tres:

El baile de la condena.

El baile de la fuga.

Y finalmente, el baile del nuevo inicio. 

—¡Hola a todos! —gritó eufóricamente la directora del consejo estudiantil de Monterbik. Llevaba un ajustado vestido morado y un sombrero con adornos de plumas. 

Me pareció una imagen fuera de lugar. 

»¡El día de hoy daremos a conocer el baile que deberá realizar cada uno de ustedes!

Luego de eso, hubo un ensordecedor coro de gritos. 

—Esto no es nada comparado al bullicio de esa noche —me dijo Toni en el oído, lo suficientemente fuerte para que pudiera escucharle. 

Seguro había puesto caras raras ante tanto alboroto, y él como siempre, quería facilitarme las cosas. Yo sabía que esa noche había demasiado ruido, los murmullos se escuchaban hasta mi casa, la cual no estaba para nada cerca. 

La directora se acercó a un enorme bol transparente dónde habían tres papeles en su interior. Metió su mano y con un dramático movimiento sujetó el primer papel. 

Todos soltaron un nuevo grito. 

—El baile de la condena es para... —Toni me apretujó la mano, demostrando cuánto le emocionaba el momento—. ¡Segundo bloque universitario! 

Dicho grupo dio un nuevo grito eufórico.

—¡A la hoguera! ¡A la hoguera! ¡A la hoguera! 

Me tapé los oídos y sonreí, debía aceptar que tanta emoción era contagiosa. La directora sonrió, luego se dirigió nuevamente por el segundo papel e hizo lo mismo que al inicio. 

—El baile de la fuga es para... —Echó un vistazo a su entorno antes de gritar—: ¡Primer bloque de instituto! 

Como era de esperar, el sitio se llenó de gritos. 

—¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! 

Yo me encontraba completamente envuelta en aquel bullicio, preguntándome de qué iban todos aquellos gritos, y más importante todavía: ¿Quién iba a la hoguera? ¿Y quién pedía libertad? 

—Y, finalmente, el tercer baile es para el bloque mixto. 

Toni fue el primero en gritar:

—¡El inicio de Monterbik! 

A su ensordecedora exclamación, se unieron todos los que pertenecían al bloque mixto: cuarto, quinto y sexto de instituto, primer, segundo y tercer grado universitario. 

Hubo unas cuantas palabras más que se desvanecieron de mi memoria, además, la mayoría parecía conocerlas de memoria. Fue hasta el punto más esperado que presté la debida atención. 

—Como ustedes ya saben, los papeles principales han sido seleccionados por una elección al azar, sin embargo... este año han sido escogidos por votación unánime del consejo estudiantil de Monterbik. 

De pronto, las palabras parecieron desvanecerse de todos los presentes, dejando todo el lugar en un sepulcral silencio. La directora conservó su sonrisa, pero no pasó por alto su leve incomodidad. 

—Y los protagonistas principales de este año son dos de nuestros estudiantes que no han sido participe de este evento en años anteriores. 

Me encontraba  acomodando la blusa dentro de la falda, pero al escuchar aquello me quedé inmóvil, sintiendo como mi corazón comenzaba a palpitar de forma más apresurada. 

¿No podía tratarse de mí verdad? Creí imposible ser una de las únicas personas que no había participado esa noche pero... miré a todo mi alrededor, dándome cuenta que muchos estaban fijando su mirada en mí, y también en... Daniel. 

—Y los afortunados de tener los papeles principales este año son... ¡Valeria Russell! ¡Y Daniel Patterson! 

«Oh no». Después de lamentarme de distintas formas posibles, dirigí la mirada al chico en cuestión. Daniel me miraba fijamente, tan inexpresivo que aparté la mirada. 

¿Qué era aquello? ¿Qué pecado estaba pagando? Porque la idea de bailar  —o fuera lo que fuera que tenía que hacer— con Daniel, no me simpatizaba para nada. Y él, tampoco parecía muy emocionado. 

—No puedo creerlo —vocalizó Toni con exagerada —pero real— admiración—. ¡Tendrás el papel principal Valeri! 

Después de eso, me vi envuelta bajo abrazos y felicitaciones de todos los de mi clase, y de algunos otros que querían darse a conocer. Parecía que había alcanzado el logro más fascinante de la historia, aunque, quizá para los habitantes de Monterbik aquello era exactamente algo fascinante e importante. 

—Oh, bueno, me parece que tendré que rechazarlo —dije yo, haciéndome escuchar solo a algunas personas que parecieron escuchar una terrible declaración. 

—¡¿Bromeas?! —gritó Cáterin, la pelirroja: una de las mejores amigas de Ashley—. ¡Es increíble! Serías la primera de nuestra promoción en protagonizar el papel. 

Ashley la fulminó con la mirada. 

—Además, dudo que eso pueda cambiarse —opinó Walter. 

Hice un mohín ante aquello. No me podía creer que el único año en que había decidido asistir, tenía que recibir el papel principal del evento. ¿Era eso demasiada, o poca suerte? 

Cuando volvíamos al salón de clases era la comidilla de todos, tanto de malos como de buenos comentarios. Para algunos yo no era digna del papel, no solo porque la idea de que representara a la fundadora de Monterbik era ofensiva, sino también porque hasta ese momento no había mostrado interés por el evento. 

—No escuches lo malo que dicen, es normal ese tipo de comentarios cuando eres popular. Además, la mayoría de sus palabras son erróneas —murmuró Toni en intento de darme alientos. 

—Pero yo no soy popular —objeté hacia él. El chico me miró divertido, como si yo hubiese dicho lo más descabellado y divertido del día. 

—Valeri, tú eres popular desde hace años. 

Fruncí el ceño confundida, aquello no era posible. ¿Yo popular? ¿Desde hace años? ¡Para nada! Lo único que podía recordar de los años pasados eran las muchas maneras en las que Ashley hacía desplantes a todo lo que hacía y... ¡Oh! Me quedé inmóvil en medio del pasillo. 

¿Ese era el motivo por el cual estaba bajo los ataques de Ashley? ¿Por la absurda popularidad? ¿Estaba en una lucha sin saberlo? Me comencé a reír divertida por aquello. 

—¿Todo bien? —preguntó Toni preocupado. 

Asentí con la cabeza intentando contener la risa. 

—Es que... me parece ridículo que no me haya dado cuenta. 

—¿De qué?

Antes de que pudiera darle una respuesta Daniel nos interrumpió. 

—Es genial ¿No? Podré acercarme a ti sin tener que buscar una excusa —dijo mirándome directamente hacia los ojos. Perdí la sonrisa y me quedé pasmada, sintiendo una descarga eléctrica en todo mi cuerpo que me puso la piel de gallina. 

Intenté asimilar lo que había dicho, pero aquello no podía ser asimilado por mucho que lo quisiera. Miré a Toni para corroborar si aquellas palabras eran sinceras. Él era amigo suyo, y los amigos sabían reconocer cuando iban de broma ¿No? 

Sin embargo, el gesto dislocado de Toni me dio a conocer que realmente, no sabía si iba o no en broma. 

Me volví hacia Daniel y le miré malhumorada. 

—¿De qué vas? —espeté, dando un paso hacia él. Las miradas curiosas a nuestro alrededor comenzaban a aumentar—. Decídete Daniel. 

Apreté los dientes sin quererlo. Sus actos me molestaban más de lo que estaba dispuesta a aceptar. ¿Me quería lejos? ¡Bien! Estaba dispuesta a mantener mis narices fuera de sus asuntos, pero él también tenía que colaborar con la causa. 

—Sé perfectamente de que voy —respondió, sin perder la seguridad y tenacidad tan característica de él—. Pero debo de aceptar que no soy muy bueno obedeciendo mis límites. 

Fruncí las cejas confundida. 

—Cuando estés dispuesto a hablar conmigo, y no a hablar contigo mismo, me buscas —solté, para luego intentar seguir con mi camino. Pero quedó en eso, en un intento. Tres pasos después mi brazo estaba rodeado por sus dedos. 

Sus labios se acercaron tanto a mi oído, que el aliento me acarició el lóbulo de la oreja. 

—Valeria... ¿Por qué tú? ¿Por qué...? —Reuní todas las fuerzas que me quedaban y le miré—. Ni siquiera lo sabes... no tienes idea. 

El estómago me dio un vuelco, aún sin entender de qué iban sus palabras delirantes. 

—¿Saber qué? 

Daniel me miró curioso un momento más, luego apartó la mirada y negó con la cabeza. 

—No sé qué es lo que estoy diciendo, perdona. 

Me soltó, apretó los puños y se relamió los labios. 

»Es mejor que vaya a clase. —Luego, mirando a Toni añadió—. Tú también perdona. 

Y sin más, se dio la vuelta para seguir con su trayecto. 

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Toni, haciéndome recordar que estábamos en medio de un pasillo del instituto, rodeados por muchas más personas. Negué con la cabeza y solté el aliento. 

—Un delirio probablemente. Quizá y esté drogado. 

Sabía con exactitud que Daniel no estaba drogado. Sabía que él quería decirme... algo, pero a la vez, no estaba seguro de hacerlo. ¿De qué se trataba? No tenía ni una minúscula idea. 

—No quiero darte órdenes pero... mantente lejos de él. 

Miré a Toni y sonreí, pero mi sonrisa estaba lejos de ser simpática. 

—Voy a ser la protagonista de la Noche de Hoguera, y él será mi compañero Bryan —Y además, era mi vecino—. ¿Qué tan lejos puedo mantenerme? 

Toni me miró, me acarició la mejilla y me dio un beso en la frente. 

—Lo suficiente Valeri. 

Él tenía un poco de razón, pero yo debía aceptar que no estaba muy segura de querer mantenerme lejos. 

Después de todo ¿qué tan malo podría ser después?  

*** 

Por suerte, el resto del día fue como cualquier otro: tranquilo y sin novedad. Al menos, durante el periodo de clases. Al volver a casa sin embargo, el escenario no pintaba para nada bien. 

—Tu vecino y tu inquilino no tendrán una buena relación —dijo Toni, haciendo que yo fijara la mirada más allá del cristal. Sobre nuestras cabezas caía una espesa lluvia, haciendo que ni el parabrisas fuera suficiente, a pesar de ello pude visualizar a los chicos. 

Tal y como había dicho Toni, Daniel y Marcos no parecían comenzar con el pie derecho. Dichos chicos se encontraban en medio de la calle, y no precisamente hablando, aunque por lo que se veía, no habían llegado a los golpes. Pero estaban a punto de hacerlo. 

—Gracias por traerme Toni  —agradecí. Me acerqué al chico y le besé su cálida mejilla, tomándole tan desprevenido que se tensó con el tacto de mis labios. 

Abrí la puerta y desplegué el paraguas. Al salir del auto tenía la mirada de Marcos y Daniel en mí, como si antes de llegar, hubiera sido el tema de conversación. Di un portazo a mis espaldas, caminé lo más tranquila que pude e intenté mantener la mirada apartada de ellos, fingiendo que no me interesaban. 

—Al menos díselo —pidió Daniel hacia Marcos, con un tono de voz tan frustrado que me hizo verle. Sus ojos parecieron el triple de brillantes con la oscuridad de la tarde. 

Al llegar al porche me volví hacia la calle y me despedí —nuevamente— de Toni con la mano, el cual se había mantenido en su sitio por si surgían problemas; los que por suerte, no aparecieron. 

—Dijiste que no se conocían —dije cuando Marcos estuvo frente a mí. Estaba completamente empapado, sin embargo, no parecía tener ni una pizca de frío. 

—Y no lo conocía, de hecho, me gustaría nunca haberme topado con él —habló él, y no dudé ninguna de sus palabras. Tenía la mirada fría y molesta, la mandíbula tensada y, por si eso no fuera suficiente, apretaba inconscientemente las manos.     

—¿Por qué estaban discutiendo entonces? —inquirí hacia él mirándole con obviedad. Tal vez Daniel no fuera precisamente la persona más agradable, pero eso no justificaba que estuvieran discutiendo desde el primer día. No era quien para juzgarles, puesto que yo misma había hecho de bandida en su puerta un día después de que llegara, pero eso era un asunto completamente distinto ¿Verdad? 

Marcos bajó la mirada para mirarme directamente a los ojos, ese simple acto pareció tranquilizarle, haciendo que a través de sus llamativos labios se formara una sonrisa. 

—No estábamos discutiendo cariño —dijo mientras me rozaba la mejilla con sus húmedos dedos—. Solo estábamos aclarando... ciertos puntos. 

Alcé una ceja ante aquella imprecisa explicación. 

—¿Qué tipo de puntos? 

—¿Siempre has sido así de cotilla? —cuestionó divertido. 

—No es que sea cotilla, pero me parece que siendo tú mi inquilino necesito estar informada de las rivalidades espontáneas que puedes tener, ya sabes, para protegerme las espaldas. 

Soltó una risa. 

—Buen intento, pero no me trago tu argumento. 

—No es para que te lo tragues, es para que lo escuches —repuse, intentando salvar mi pellejo de la etiqueta: cotilla. 

Marcos negó con la cabeza.

—Entremos, el frío está comenzando a afectarte. 

Me reí por aquello, sin saber muy bien el porqué. Lo que él había dicho no había sido muy gracioso, pero ahí estaba yo, sonriendo como si hubiera escuchado algo de lo más divertido. 

Aunque dicha sonrisa se desvaneció cuando llegamos al comedor. 

—¡Oh Dios! Esto es... —Miré todo lo que yacía en la mesa, y de inmediato sentí que se me hacía agua la boca. 

—Espero que te guste la cena, la he preparado con mucho esmero. Es un detalle por tu cálida hospitalidad. 

Me volví hacia él todavía con la boca entreabierta. Y por un momento creí ver el chico más perfecto de la Tierra. Claro, fue un pensamiento demasiado exagerado, además de impreciso. Marcos estaba lejos de ser el chico perfecto, pero tenía el poder de hacer que te lo creyeras. 

—Es maravilloso —vocalicé con voz estrangulada—. Y apetitoso. 

—Oh Val, te has visto demasiado hambreada —se burló, haciéndome sonreír—. No comiences si mí, vuelvo en un par de minutos. 

Incapaz de resistirme tomé un bocado después de que hubiera desaparecido de mi vista. Y vaya, sabía a gloria. 

Marcos volvió dos minutos después, tal y como él lo había dicho. Le miré de arriba abajo intentando controlar los gestos de mi rostro, algo que consideré imposible teniendo frente a mí un chico fuerte y atractivo, el cual había decidido vestir solo unos pantalones negros y pantuflas de conejo. Sí, pantuflas de conejo, las cuales eran extrañamente igual a las mías, excepto por el tamaño y el toque masculino. 

—Te dije que no comenzaras sin mí —me reprendió. Aparté la mirada de su torso y le miré. 

—No he comenzado sin ti. 

—Pero te has comido un bocado —repuso señalándome con el dedo. 

—¡Por supuesto que no! —mentí, haciendo que él volteara los ojos. 

—Puedo oler tu aliento desde aquí. 

Me reí y negué con la cabeza. Estábamos a cinco metros de distancia, y era imposible que pudiera oler mi aliento. De hecho consideré imposible que pudiera olerlo aún estando a medio metro de mí, no solo por lo minúsculo que había sido el bocado, sino también por la gran cantidad de loción que se había echado encima.  

—Eres un mentiroso —repliqué. 

—Tú eres la mentirosa. Lo dejaré pasar, por esta vez —sentenció, y por la mirada que me lanzó supe que no iba en broma. 

Después de lavarme las manos me senté frente a Marcos y mi apetitosa cena. Di unos cuantos bocados y solté gemidos de satisfacción. 

—No hagas eso —pidió el chico, manteniendo su mirada fija en el plato. Me tragué el bocado antes de preguntar:

—¿Hacer el qué? 

—Eso —dijo mirándome, como si realmente aquella palabra hubiera sido suficiente para que entendiera. 

Claramente, yo no pude entenderle y le seguí mirando confusa. 

»Soltar gemidos —aclaró—. Pareciera que estás teniendo sexo. 

Abrí los ojos como platos. Luego me sentí terriblemente avergonzada por el comentario. 

—¡Marcos! —grité en modo de queja. Él se encogió de hombros. 

—Es la verdad. No dejas que me concentre. 

Bufé por aquello. Seguí comiendo, esforzándome por no hacer ni el más leve ruido, la idea de que Marcos lo asemejara con... escenarios sexuales, no era para nada agradable. 

—¿Te agrada Daniel? —preguntó de repente. Me quedé con el cubierto en la boca, intentando comprender el porqué me lo estaba preguntando. 

—No —dije, sin poder evitar la vacilación en la corta respuesta—. Él debe ser el chico más raro que he conocido. 

Marcos me observó detenidamente, como si hubiera estado analizando a profundidad la credibilidad de mis palabras.

—¿También te parezco raro?  

De todas las preguntas que pude haber esperado en ese momento, sin duda alguna aquella era la más inesperada. 

—No puedo responder cuando no te conozco —opiné. Sonrió complacido, apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia delante. 

—Eso puede solucionarse. 

Tomé un largo respiro, tratando de controlar la velocidad de mis palpitaciones. Marcos me ponía terriblemente nerviosa, su presencia era asfixiante, de un modo en el que deseabas querer un poco más. 

Y, aunque me daba vergüenza admitirlo, era algo que Toni no me hacía sentir. 

—¿Juego de preguntas? —propuse. Quería, de alguna manera, alejar los pensamientos que insistían en darme diferencias entre Marcos y Toni. E incluso Daniel. 

—¿De qué trata ese juego? —inquirió. 

—En hacer preguntas al otro. 

—¿Sin importar cuáles? 

Me lo pensé por un momento, tomando la decisión que quería correr el riesgo. Después de todo: ¿Qué tan malo podría ser? 

—Sin importar cuáles —repetí. Después de una leve sonrisa me soltó la primer pregunta, la cual me hizo arrepentirme de mi decisión. 

—Del uno al diez, ¿qué tan atractivo te parezco? 

Solté una risita nerviosa. 

—Ocho —respondí, aunque realmente le daba el diez, pero era algo que no estaba dispuesta a decir en voz alta—. ¿Por qué has venido a Monterbik? 

Mi pregunta eliminó su sonrisa coqueta. Aquello era lo que tanto me había preguntado desde la noticia de su llegada, el motivo por el cual alguien querría parar en Monterbik. Era un sitio bello, sin duda alguna, pero no era el mejor para pasar años tan importantes. 

—Porque al fin, podré tener lo que llevo años esperando. 

—¿Qué es? —pregunté  antes de siquiera pensarlo. 

—Solo es una pregunta Val —me recordó—. ¿Por qué vives sola? —cuestionó, haciendo que mi pecho se oprimiera. 

—Vivo con mi padre. 

—Vivir en la casa de tu padre no es lo mismo que vivir con tu padre —señaló. Aparté la mirada de su rostro y sonreí amargamente. Aquel detalle era demasiado obvio. Yo podía poner Miles de excusas, creerme los tantos pretextos que mi padre me daba, sin embargo, el resto de personas veía todo desde un punto distinto. Y, en el fondo, sabía que su punto de vista era el correcto. 

—Debe de considerarme lo suficientemente capaz de cuidarme por mí misma. 

—Gran error. 

Volví la mirada hacia él y le miré entre sorprendida y ofendida. 

—¿Perdona? —repliqué—. ¿Es que acaso me crees demasiado estúpida para velar por mí? 

Me miró detenidamente. 

—No he dicho ni insinuado eso —se quejó molesto, luego dio un largo suspiro y añadió con más calma—: Val, hay muchos peligros de los que no puedes salvarte. El mundo no es lo que parece. Hay cosas que no se ven a simple vista, y eso no significa que no estén ahí. Si no sabes que algo existe, ¿cómo vas a cuidarte de ello? 

Parpadeé confusa ante aquel bombardeo de advertencias. 

—No entiendo qué es lo que quieres decir —confesé. 

—Hablo de cosas imperceptibles, esas que son las más peligrosas. Aunque seas una adulta, cosa que no eres; no estarías a salvo.  Simplemente el hecho de ser tú te hace susceptible al peligro o... a la dicha.

Recorrí cada parte de su rostro en busca de respuestas, las cuales claramente no encontré. ¿Qué había sido todo aquello? ¿Qué era exactamente lo que quería decir? 

De pronto, me pareció similar a Daniel, con sus argumentos confusos y actitudes alejadas. Como si el hecho de que su interlocutor no comprendiera lo que decían, no les importaba en absoluto. 

Finalmente pregunté:

—¿Y el hecho de que mi padre estuviera aquí cambiaría algo? 

—No. 

Asentí y me mordí el labio. Así que además de ser susceptible al peligro, no parecía tener muchas opciones para defenderme o hacer que ese detalle cambiara. 

—¿Qué me hace susceptible? —pregunté. 

—Va más de una pregunta Val. 

—Por favor.

Marcos me volvió a inspeccionar cada rasgo de mi rostro.

—Tu curiosidad. Tu poca imaginación. Tu poca confianza, en ti y en los demás. Y sobretodo, tu atractivo y adictivo ser. 

Lo último me puso la piel chinita. El hecho de que alguien como Marcos dijera aquello, era bastante alentador. 

»Ahora Val, respóndeme con sinceridad: ¿Cómo quieres morir? 

Mi mundo se detuvo por un momento, y mis pensamientos solo giraban en aquella pregunta: ¿Cómo quieres morir? 

Lo normal hubiera sido sentirme amenazada por aquella perturbadora pregunta. Lo normal hubiera sido sentir un cuchillo ir directo hacia mi garganta. Lo normal hubiera sido tomar las palabras de Marcos como una amenaza. O como una opción. 

Podía encontrarme en ese preciso momento frente a un asesino serial, el cual me daba la opción de elegir la manera en la que ejecutaría mi muerte y, aunque podía estar allí, susceptible al peligro invisible, yo ni siquiera me preocupé por él, o por lo que pudiera hacerme; porque yo no era demasiado normal. 

A diferencia de lo que hubiera sido normal, yo me repetí la pregunta una y otra vez. 

¿Cómo quieres morir?

De todas las preguntas que pude haber escuchado hasta ese momento, aquella me pareció la más bella de todas. ¿Cuántas personas preguntaban eso? Y más importante todavía: ¿Cuántas personas pensaban en su muerte? Yo no lo había hecho ni una sola vez. 

Por muy raro que parezca, pensé en que probablemente, las únicas personas que pensaban en su muerte eran los suicidas, aquellos que por algún motivo tomaban la decisión de irse del mundo de los vivos por voluntad propia porque, aunque la muerte es natural y segura, muy pocos despiertan diciéndose: que día tan lindo, es perfecto para morir. 

Pero los suicidas, aunque quizá no dijeran precisamente eso, si planean y piensan la manera en la que quieren morir. 

Me sentí tentada por querer buscar una opción para aquel suceso, pero eran tantas las opciones que era difícil decidirse por una. 

¿Sería algo lento y doloroso? No, el dolor no me dejaría pensar. 

¿Lento y no doloroso? ¿Algo como un estado de ebriedad dónde todo parece inestable, pero a la vez seguro? Esa parecía una opción muy tentadora. 

Pero también estaba el riesgo de morir instantánea e inesperadamente, en el cual lo siguiente que sabrías es que ya estabas muerto. 

Como decía, pensar en la propia muerte era bastante complicado. 

—No tengo idea —respondí hacia Marcos, el cual todavía estaba a la espera de mi respuesta—. Es muy difícil saber cómo quiero morir, además, es imposible que muera de la manera que escoja, al menos si no lo llevo a cabo por mí misma. 

Marcos no dijo nada, y tampoco movió un músculo.

»¿Tú cómo quieres morir? 

En esa ocasión si capté su atención. 

—De la manera más humana posible.

—Somos humanos Marcos, de cualquier manera que llegue nuestra muerte, moriremos humanamente —repuse yo, un tanto molesta por su respuesta. Esperaba que dijera algo más preciso, algo como: de un disparo. Una caída de un acantilado. Un rayo. Un accidente de coche... 

—¿Eso crees? —inquirió con una risita—. Te equivocas. Hay muchas maneras en las que podrían matarte, y créeme que unas no son nada agradables. Mucho menos humanas. 

 —Entiendo tu punto de vista —hablé, intentando mantener la cordura en aquel juego de preguntas que para nada, había ido como había esperado—. Pero las probabilidades de que una de "esas" maneras sean nuestra causa de muerte son muy bajas. 

Al menos esperaba que lo fueran. De pronto, la idea de permanecer en Monterbik parecía menos horripilante.

 —Pero no imposible, y es lo único que quiero. 

Le miré fijamente, intentando penetrar sus pensamientos y lograr entenderle. Pero Marcos era el tipo de persona que sabía ocultar a la perfección sus verdaderos sentimientos, era de los que usaba máscaras perfectas e imperceptibles ante el resto, quedando oculto por completo. O bueno, al menos para algunos. 

—¿Cuál es la improbabilidad que te gustaría tener? —preguntó después de un largo silencio. 

—¿Por qué no haces preguntas más normales? —me quejé. 

—¿Para ti cuáles son preguntas normales? —preguntó. Por su gesto sospeché que se hacía a una idea de mi respuesta. 

—Eeem veamos... color favorito, pasatiempos, fetiches, metas. ¡Hay muchas opciones! 

—Ese tipo de información puedo obtenerla con observarte atentamente Val. Por ejemplo: cuando estás nerviosa te muerdes el labio o te toqueteas las uñas. Frunces el ceño con la mayoría de las emociones, con la diferencia de presión en el gesto para cada estado. Te tocas el puente de la nariz para cambiar el rumbo de tus pensamientos. Te relames los labios cuando estás indecisa y, aprietas las piernas cuando algo te atrae. 

Si las primeras tres señalizaciones me habían dejado anonadada, lo último me dislocó por completo. ¿Yo apretaba las piernas cuando algo me atraía? ¡Qué! No lograba decidirme por lo que era peor: si el hecho de hacer semejante cosa o, el hecho de que Marcos se hubiera tomado la molestia de analizar tal detalle. 

—No... no es lo que yo he propuesto —argumenté. 

—La diferencia es mínima —dijo encogiéndose de hombros—. No sabes que tiene y que no tiene la televisión, así que no eres fanática de las películas. No tienes internet. El uso de tu móvil se cuenta en segundos. No veo ningún área de entrenamiento en la casa, así que tampoco eres fanática de los deportes. Por lo que vi, tampoco eres muy fanática de la cocina, el refri está casi vacío. Y así, podría continuar diciendo muchos otros detalles de ti ¿Es eso lo que quieres? 

Parpadeé perpleja. ¿Quién era aquel chico frente a mí? ¿Cómo podía analizarle de la misma manera en que él lo había hecho conmigo? Necesitaba saberlo urgentemente, quería respuestas, muchas respuestas. 

—¿Quién eres? —cuestioné, sin esforzarme por ocultar mi admiración hacia él. El chico sonrió de lado. 

—Eso tienes que averiguarlo tú Val. Déjame ser el reto de tu vida. El rompecabezas de tus juegos y, por qué no, la incógnita de tus días. 

Sonreí ante aquella propuesta.

¿Podría hacerlo? ¡Sí! Sí podía hacerlo. 

Pero... 

¿Era lo correcto? 

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