Cita
Me había imaginado muchas veces cómo sería una cita con Toni. Claro, eso mucho antes de que realmente pasara. Siempre que creaba escenas románticas de nuestros encuentros, sonría cómo tonta y el pulso se me aceleraba. Dichos recuerdos me hacían pensar que ese sábado sentiría la misma sensación, pero multiplicada. Sin embargo, no fue así.
Toni me gustaba, era un hecho, pero algo insistía en robarme la tranquilidad, haciendo que no pudiera disfrutar el momento como sentía que debía disfrutarlo. Mientras me arreglaba para el paseo, trataba de despejar mi mente, y sobretodo, dejar de pensar en Daniel.
Sí, lo sé, dicho de esa manera sonaba terrible, pero no lo era. Daniel ocupaba mis pensamientos debido a que en ese momento, se encontraba en el interior de su casa tocando el piano. Era la primera vez que escuchaba ese instrumento, y las melodías se escurrían entre mis tímpanos hasta tocar mi alma.
Me resultaba imposible no imaginármelo sentado en una silla moviendo sus largos y delgados dedos por las teclas, formando acordes, creando música. Él se veía perfecto para hacerse con un instrumento así, de hecho, él mismo tenía pinta de piano.
«Estas perdiendo la cordura» me reproché múltiples veces al realizar semejantes comparaciones. Pero no podía evitarlo.
En el interior de mi cabeza yacían muchas cosas, más de las que realmente hubiera querido tener. Me sentía confusa, alegre, dichosa, temerosa. Era una marea de sentimientos que chocaban entre sí formando una mezcla insostenible entre mis manos. Probablemente estaba exagerando, pero no encontraba manera alguna para cambiar mi estado.
Al terminar de ajustar mis zapatos, me acerqué al espejo para observarme. Me había puesto un vestido de campana verde pálido, calzado unas sandalias de tacón —más para darme altura que por el gusto de vestirlas— y todavía llevaba el cabello suelto, el cual me caía al lado del rostro y me cubría los hombros.
Observé detenidamente como las ondas caían, me gustó, y decidí dejarme el cabello suelto. O al menos, una mayoría de él. Me trencé un lado del cabello, justo a la altura de la oreja, lo sujeté con ligas elásticas color negro y sobre ellas, coloqué un broche de brillantes verdes.
Abrí el pequeño joyero de madera, y observé detenidamente los diversos accesorios en su interior. No me sentía atraída por usar tantos adornos, pero madre los detestaba, y prefería que entre ambas hubieran varias diferencias. Tenía suficiente con el parecido físico como para tener los mismos gustos. Me coloqué un collar y un brazalete a juego con la ropa, al terminar, parecía un árbol de navidad sin adornar, o más bien, como un árbol.
—No te ves tan ridícula —le dije a mí reflejo, el cuál me miraba con desdén. Daniel seguía tocando el piano, haciendo que las melodías traspasaran el cristal de la ventana y se colaran por mis oídos.
El timbre sonó.
Parpadeé para recobrar el contacto con mi cuerpo. Di un último vistazo al espejo, luego tomé la chaqueta y la pequeña cartera para salir de la habitación. Mientras bajaba las escaleras, comencé a sentir las oleadas de nervios invadir mi cuerpo. Había estado con Toni varias veces, pero ese encuentro sería diferente y no sabía cómo manejar la situación.
Cuando estuve frente a la puerta, no supe que era más grande: si mis nervios o mi emoción.
El rechinido de las bisagras dio aviso de mi salida, él se volvió para verme y su sonrisa se borró.
«Oh no —pensé al ver aquel cambio en su reacción— debo verme ridícula».
Por un segundo me planteé salir pitando de allí, fingir un desmayo o arcadas para que cancelara la cita. Estuve a punto de hacerlo, pero su voz alucinada me detuvo.
—Oh Valeri… te ves preciosa.
«¿Si?» en ese preciso momento, no me sentía bonita, ni mucho menos preciosa. Sonreí forzadamente al no saber que otra cosa hacer. Mi primera cita, no comenzaba de la mejor manera, y evidentemente no era más que causa mía.
—Hola Bryan.
Apartó la vista de mi atuendo y sonrió. Me sentí más relajada, no tenía porqué estar pensando en cada minúsculo detalle de lo que estaba o pudiera pasar, solo debía vivir el momento sin darle tantas vueltas. Era Toni, y él no hacía nada —al menos no en ese momento— para incomodarme.
Fuimos a su auto, y cómo ya era costumbre, tuvo que recordarme que debía de abrocharme el cinturón. Intenté mantener las manos quietas durante el trayecto, concentrándome en el exterior del vehículo. Monterbik parecía haber sido pintado por pinceladas de pintura incolora, pero por manos que podían darle vida a cualquier sitio. El pecho se me oprimió al ver que todo aquello que me rodeaba, no me hacía sentir más que una profunda tristeza.
No habían muchos sitios a los cuáles ir, el Estado no poseía exactamente muchos sitios turísticos. En el centro de la ciudad, estaba la escuela, el instituto y la universidad. A su alrededor se encontraba el restaurante Warmth, la hamburguesería, la pizzería, pastelería, cafetería, juguetería y tiendas por lo parecido.
Pensé que iríamos a uno de esos lugares, pero el vehículo se desvío de la carretera principal y se sumergió en un pequeño barrio de casas con paredes de madera.
Yo no había salido tanto, y ese lugar me pareció nuevo. No supe cómo aquello era posible. El auto se detuvo, saqué la cabeza por la ventana e intenté hacerme a una idea del sitio en el que me encontraba.
Estaba tan ensimismada en mi análisis que no me percaté del momento en el que Toni bajó del auto y llegó a mi lado, para luego acomodarme unos cabellos que insistían en pasarse sobre mis ojos.
Sonreí y me aparté para que abriera la puerta, era algo que le fascinaba hacer, excepto cuando yo insistía en que no saliera para que no recibiera la lluvia.
Sujetó mi chaqueta de modo que pudiera ponérmela.
—¿En dónde estamos? —pregunté mientras metía uno de los brazos y los refugiaba del frío. Alzó las cejas ante mi pregunta.
—¿Desde cuándo no has salido?
Su pregunta me ofendió un poco, pero al darme cuenta que solo era una pequeña broma traté de relajarme. El hecho de que no supiera como manejar la compañía no era extraño después de ser tan promiscua con las demás personas.
Al no recibir respuesta de mi parte extendió uno de sus brazos para señalar todo aquello que estaba frente a nosotros.
—Esto mi querida Valeri, es el lugar más cómodo y cálido en el que puedes pasar tu día.
Cómodo podría ser, pero lo de cálido debía de pensármelo dos veces. Mis piernas comenzaban a congelarse y no llevábamos ni cinco minutos. Supuse que Toni debía de referirse a otro tipo de calidez.
—¿Has pasado muchos días por aquí? —inquirí con intención. Esperando que por algún descuido se le escapara el detalle de que él, cada sábado llegaba con una chica diferente. Me estaba comportando como una tóxica, buscando el leve indicio de su traición, aunque no había un motivo por el cuál él pudiera hacerlo, entre nosotros no había nada, si estábamos en una cita, no significaba que éramos algo ¿No?
Respiré, tratando de relajar la mente.
—Los suficientes para considerar un lugar perfecto para ti.
La manera en que lo dijo me desconcertó. ¿Por qué consideraba que era un sitio perfecto para mí? Intuía que aquella expresión tenía más detalles de los que yo podía digerir.
—¿Por qué?
—Porque es tranquilo.
Esperé que añadiera más a su explicación, pero de sus labios no salió ninguna otra palabra. Se acercó a mí, después de varios segundos vacilantes me cogió del brazo.
Aparté el rostro para que no viera mi reacción, la cual se debatía entre conmoción y éxtasis. El tacón de mis sandalias se hundía entre la tierra y hojarasca húmeda, el olor a carne asada y humedad se desplazaba con mayor fuerza con cada brisa.
Allí no habían muchas personas, y las pocas que habían rondaban con la suficiente distancia para que las ignorara. Al llegar a la mesa dudé en tomar asiento en los tablones gruesos que servían como sillas, pasé el dedo por la madera para asegurarme que no dejara mugre. Cuando me senté, me percaté que Toni me miraba divertido, me avergoncé al instante, seguro me había visto como una chica prejuiciosa, tanto como Ashley.
—Amo este lugar —dijo él mientras echaba otro vistazo a su entorno. Debía de gustarle mucho, y por un momento intenté hacerme a la idea que no solía compartirlo con cualquiera. Porque yo no quería ser cualquiera para él.
Quería ser especial.
Me reproché por estar exagerando con la situación, solo era una cita, una de las muchas que él posiblemente solía tener. Le miré, me incliné sobre los tablones de la mesa y carraspeé.
—¿Por qué me has traído aquí? A parte de lo tranquilo.
No quería mal pensar las cosas, pero el hecho de estar allí me resultaba confuso. ¿Y si era para que nadie nos viera juntos? En cualquier lugar del centro habrían personas que nos conocían íntimamente, pero allí, las probabilidades de encontramos con alguno eran realmente escasas.
La idea de que él me estuviera ocultando de sus conocidos era la más lógica y persistente en mis pensamientos.
Antes responderme me observó, más tiempo del realmente necesario. Quise tener algo para tomar y bajar el nudo que se estaba formando en mi garganta.
—Porque me gustas.
Traté de que mi gesto no cambiara, pero el efecto de aquellas palabras había sido bastante fuerte.
—¿Algo más?
Aunque sonara lindo, me resultaba demasiado simple.
—No hay nada más.
Apreté la boca para que no se notara el temblor en mis labios.
De pronto, me sentí patética. Quise levantarme de allí y alejarme del bochorno por el que acababa de pasar, pero me detuvo el hecho de no tener en qué alejarme lo suficientemente de prisa para que Toni no me diera alcance. Además, iba a ser ridículo.
—No quiero engañarte —habló nuevamente—. No siento nada especial por ti.
—¿Entonces por qué… por qué te declaraste?
—Porque quería que supieras que me gustabas. Que conocieras mis intensiones.
Me pregunté cuáles eran las intenciones que tenía, porque yo no tenía ni la más mínima idea.
—¿Y cuáles son tus intenciones?
Se relamió los labios y desvío la mirada a lo que parecía ser el restaurante principal. O lo que sea que fuese lo que preparaban.
—Que tanto tú cómo yo, seamos especiales entre nosotros.
Fruncí el ceño sin comprender. ¿Ser especiales entre sí? ¿Qué significaba aquello?
—No lo entiendo.
No quería parecer tonta, pero entre el desconocimiento y la estupidez, prefería quedar como estúpida y recibir explicaciones.
—Ahora solo puedo decir que me gustas, porque no te conozco, y tú tampoco me conoces. Es el motivo por el que estamos aquí, porque quiero conocerte a ti, no a tus maneras de reaccionar y ocultarte ante los ojos del resto, esas facetas ya me las sé de memoria. Quiero que seas libre cuando estemos juntos, quiero que seas tú, que me dejes conocer lo que eres, lo que sientes, y lo que piensas. Y sé que eso no puede ser posible si te sientes asfixiada por las personas.
Cerré la boca al darme cuenta que la tenía entreabierta.
Así que se trataba de eso, no de estarme ocultando al resto. No quería mantenerse oculto de los ojos, quería que yo no me sintiera bajo los ojos del resto. Intenté ocultar la sonrisa, pero me fue imposible.
—Vaya… —murmuré—. Eso suena bien.
No sabía que otra cosa decir, y preferí no decir alguna cosa que estuviera fuera del tema en cuestión.
—Y quiero que sea bien —dijo él.
En ese momento llegó a nuestro lado la mesera, llevaba sobre sus manos una bandeja. Por lo que veía, Toni había hecho el pedido con anticipación. Dejó la bandeja sobre la mesa y se retiró, dejándonos diversas comidas en raciones pequeñas, para que probáramos de todo y sin dejar demasiados restos.
Lo primero que cogí fue la enorme taza con café humeante, me sentía demasiado congelada y necesitaba algo para que regresara la tibieza al cuerpo.
Después comimos más comida de lo que realmente hubiéramos debido comer. Tanto Toni como yo intentábamos ingerir bocados, y en más de una ocasión luchamos por comer los últimos bocados que quedaban en el plato.
Jamás había compartido la comida de esa manera, pero en ese justo momento no había ningún tipo de motivo que me impidiera hacerlo. Toni y yo, comíamos de los mismos cuencos. Era una actividad normal en Monterbik, había escuchado de ello después de la Noche de Hoguera que se celebraba antes de que comenzara el invierno. Allí se compartía diversas comidas, en las cuales él modo de comer de los mismos recipientes era bastante popular.
Pero para esa noche servían platos inmensos para que todo el Estado pudiera comer. Era sin duda alguna, la celebración más bulliciosa de todo el año.
Yo no había asistido a ninguna Noche de Hoguera, cuando mi madre todavía estaba con vida, detestaba compartir con el resto. Mi padre tampoco parecía muy entusiasmado, de tal manera que durante esa noche no me quedaba más que escuchar el murmullo de la fiesta desde la distancia.
Después de la muerte de mi madre, padre fue alejándose de mi, y en la Noche de Hoguera yo no sabía si él estaba allí o en el trabajo. En algún sitio fuera de Monterbik.
—¿Valeri? —llamó Toni preocupado. Tenía sujeto con mis dedos un pedazo de caramelo, tragué grueso y lo devolví al plato. De pronto, el apetito se había esfumado, y no precisamente por haber comido suficiente. El recuerdo de mi deteriorada familia había sido la causa.
—Perdona, me he distraído.
Toni me miró fijamente desde su sitio, sus ojos me decían que él sabía que había sido más que una distracción, que se trataba de algo más profundo. Desvíe la mirada y el cabello se me volvió a posar frente a los ojos. La mano de Toni debió desplazarse por sobre los tablones, pero no la vi hasta que sus cálidos dedos se posaron en mi fría mano.
Sufrí un escalofrío ante su tacto. Le miré, y no pude apartar la mirada de sus ojos. Por un momento visualicé unos destellos verdes, pero solo bastó un parpadeo para que pudiera enfocar los ojos azules de Toni.
—Lo lamento —me disculpé. Sabía que él no iba a entender el motivo por el cuál me disculpaba, y de hecho, prefería que no lo hiciera. Me sentía avergonzada de estar allí con él, y que en veloces segundos la imagen de Daniel se filtrara. No era exactamente lo que te esperas en una cita, y menos cuando llevas tanto tiempo esperándola.
—Todo está bien.
Nada estaba bien, de pronto todo parecía desestabilizado en mi vida, y por algún motivo sentía que era culpa de Daniel. Antes de él estaba segura de mis sentimientos, y luego… estaba confundida. Lo peor de todo es que no entendía el porqué, y de hecho, no había un motivo justo ni sensato, Daniel me ignoraba, desde el primer momento. No había un tipo de trato entre nosotros, y aún así… algo insistía en meterlo siempre en mis vivencias.
Y eso no estaba bien, y eso me afectaba. Y sobre todo, me molestaba. Lo último que quería era arruinar la oportunidad que estaba frente a mis ojos, la posibilidad de vivir mi juventud de manera normal, sin burlas.
Quería estar con Toni, vivir el momento, disfrutarlo. Era lo que tanto había anhelado ¿No? Estar con él. En ese momento el chico estaba frente a mí, acariciando con la punta de sus dedos el dorso de mi mano.
Sin pensarlo dos veces, le miré a los ojos y dije:
—Quiero que esto, lo que sea que hemos comenzado entre nosotros; funcione. Quiero borrar los errores que ambos hemos hecho, reiniciar.
Yo no tenía errores que remediar, pero echarle toda la responsabilidad a él me pareció demasiado desconsiderado.
—También lo quiero —habló él, luego sonrió.
Quise devolverle la sonrisa, pero no encontraba la manera para que mis labios la formaran, me sentí atada.
Toni apoyó sus manos sobre la mesa, luego con un ascenso lento se puso de pie y se inclinó hacia mí. La mesa era lo suficientemente ancha para que su cuerpo tuviera que inclinarse para alcanzarme, pero también era lo suficientemente angosta para que no le fuera difícil acceder a mi rostro. Con delicadeza, y con más temor del que ambos estábamos dispuestos a aceptar, me besó.
Fue un encuentro de labios corto, y tan superficial que su boca se sintió como una tacto lejano. Pero fuera o no fuera un encuentro largo y profundo, había sido un beso. Mi primer beso.
Por fin encontré mi sonrisa, mis mejillas se alzaron y dejé que mis ojos reflejaran los sentimientos contenidos por años.
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