Extra I | La noche antes de partir
Oh sí, tu piel y huesos
Se convirtieron en algo hermoso
Y lo sabes,
Por ti yo sangraría hasta secarme.
***
NAIRA
—Pensé que te irías hasta el lunes —susurra Kea jugueteando con la almohada entre sus manos.
Estamos sentadas justo en el medio de su cama y la casa está en un completo silencio que me hace estremecer. Si no fuera porque sé que su padre está aquí, estaría muriendo de miedo en este mismo instante.
Dejo escapar un suspiro y me tumbo de espaldas sobre su cama.
—Asier y yo decidimos irnos mañana para poder instalarnos y explorar un poco la ciudad. Ya sabes, para no perdernos el primer día —explico.
—Ajá. Yo diría explorar la cama, más bien. ¿O cada extensión plana de la casa? Van a aprovechar cada segundo a solas, de eso no tengo duda. Yo lo haría.
De repente siento mi cara caliente y me alegro de que esté oscuro el cuarto. Mi silencio le da la respuesta que necesitaba y Kea empieza a reír como loca, por lo que me siento, tomo una de sus almohadas y se la arrojo al rostro.
Lamentablemente tengo la peor puntería del mundo y esta pasa de largo cayendo en el piso.
—Ay, Nai. No sé por qué te avergüenzas. Tu novio está bueno y sería raro que no quisieras estar con él a solas. Como el día del baile de graduación. Desaparecieron demasiado rápido —dice con ese tinte burlón en su voz.
Tapo mi rostro y gimo bajito.
—¿Podemos hablar de algo que no sea mi vida sexual? —inquiero.
—Aguafiestas. —Río bajito y ella bufa—. ¿De qué quieres hablar entonces?
Bajo las manos a mi regazo y jugueteo con mis dedos.
—No lo sé. ¿De Fidel?
Su resoplido en respuesta me dice que no es una opción.
—Prefiero depilarme las piernas con pinzas para cejas.
La miro divertida y sacudo la cabeza. Ha pasado casi medio año desde que ella y Fidel empezaron con su juego del «te odio, pero me gustas», sin embargo no hay nada estable entre ellos. Sé que mi amiga está loca por él, y creo que Fidel también lo está por Kea, sin embargo son ambos unos tercos orgullosos y ninguno quiere dar su brazo a torcer y admitir que lo que tienen es real.
La verdad no sé con seguridad qué es lo que pasa entre ellos. Kea puede ser muy cerrada en ocasiones y no contarme nada. Solo espero que alguno dé el primer paso antes de que sea muy tarde y terminen con el corazón roto.
—Vale. Entonces veamos una película o algo. ¿Tienes helado?
—De vainilla nada más.
—Me conformo —expreso poniéndome de pie—. Pon algo en lo que yo voy a buscarlo.
—Trae dos cucharas.
Asiento y entonces salgo de su habitación con rumbo a la cocina.
Escucho un ronquido que proviene de la sala y supongo que es su papá que se ha quedado dormido después de tomar. De nuevo.
Suspiro sintiéndome algo mal por mi amiga, porque, mientras yo me iré con mi novio a la universidad, ella se quedará aquí sola a cuidar de su padre alcohólico.
Sacudo mi cabeza no queriendo pensar en eso. Ella es fuerte y va a salir adelante. Además, si llegara a necesitar mi ayuda solo debe llamarme y yo estaré aquí en un santiamén.
Me encamino a la nevera con ese pensamiento, saco el bote de helado y cojo dos cucharas del cajón de los cubiertos. Me doy la vuelta para volver y dejo escapar un grito al tiempo que suelto las dos cucharas y estas caen al piso con un sonido metálico que resuena por toda la cocina.
—Lo siento —dice Diego—, no quería asustarte.
Coloco una mano sobre mi corazón y trato de calmarlo.
—Ah, no te preocupes, solamente fue un mini paro cardiaco.
La risa grave del chico frente a mí llega a mis oídos y sé que es tiempo para salir de ahí. A pesar de que ya no siento nada más que un leve cariño por Diego, sigue igual de apuesto que siempre y eso me molesta.
Sería más fácil ignorarlo si no fuera tan guapo.
El silencio se instala entre nosotros, pesado e incómodo después de algunos segundos, y comienzo a removerme sobre mis pies.
—Creo que... Eh, voy a sub...
—Oí que te vas a la universidad con tu novio —me interrumpe.
Cruza los brazos sobre su pecho y se recuesta sobre la pared.
—Sip. Mañana. —No puedo evitar que una sonrisa emocionada se propague por mi rostro.
Asier. Yo. Solos...
Observo mis pies y comienzo a moverlos ansiosa por el día de mañana.
—Te ves feliz —señala.
Miro directo hacia sus ojos y asiento sin vacilar.
—Lo soy.
El silencio vuelve y entonces es él quien desvía la mirada.
—Yo... espero que te trate bien —susurra.
Dejo escapar una ligera risa, sorprendida por la manera en que toda su seguridad parece haberse evaporado.
—No te preocupes por ello. Me trata muy bien.
Recalco el «muy» y Diego asiente.
—Bien, entonces... creo que... Suerte. Con la universidad, con tu novio. En la vida. Te mereces lo mejor. —Me mira entonces y sonríe con tristeza.
—Gracias —murmuro.
Siento que mi mano se está congelando por el bote que sigo sosteniendo y lo dejo sobre la barra a mi lado.
—Crees que... Uh, ¿crees que pueda abrazarte? —lo escucho preguntar en apenas un hilo de voz—. ¿Una última vez?
Esa petición me congela.
—No creo que sea buena idea —contesto sacudiendo la cabeza.
Sus hombros se hunden y entonces asiente derrotado.
—Bien, supongo que tal vez nos veamos por ahí. O no. Como sea... Cuídate. Adiós, Nai.
Se da la vuelta y comienza a caminar hacia fuera de la cocina. Muerdo mi labio inferior intentando refrenarme y luego suspiro con fuerza.
—¿Diego? —lo llamo. Su cuerpo se congela en la entrada, sin embargo no gira—. Y-yo creo que vas a encontrar a alguien que te haga muy feliz. Sé que lo harás.
Veo su espalda temblar ligeramente, como si estuviera riendo, y su cabeza sacudirse con lentitud.
—Nah, no lo creo. No quiero a nadie que no seas tú. Pero gracias, igual.
Tras decir eso se va y yo me quedo sintiéndome culpable. No quiero que esté triste, pero tampoco puedo hacer nada por él. No dejaría a Asier por nada ni nadie, solo queda esperar que alguien más se haga espacio en su corazón y lo haga olvidarse de mí.
No soy la mujer para él.
Froto mis manos sobre mi rostro y trato de calmarme. Tomo algunas respiraciones profundas y después cojo otras cucharas limpias, el recipiente con helado, y me dirijo a la habitación de mi amiga.
Ya está recostada cuando abro la puerta.
—¿Te encontraste con Diego? —pregunta sin despegar su vista de la pantalla.
—Sip.
—¿Te molestó?
—Nop.
—Bien. Hubiera sido una pena que algo le pasara a su amada moto —suelta haciéndome reír.
Amo a mi mejor amiga.
—Hubiera sido horrible —digo en acuerdo.
Me acerco a la cama y me siento a su lado colocando el bote en el medio y destapándolo. Le paso una cuchara y dos segundos después nos encontramos atacando al pobre helado.
Nunca he visto la película que puso, pero sé que es una comedia. Nos hallamos riendo y comentando algunas partes, criticando actrices y repasando a los actores. Y luego me cae como un balde de agua helada. No sé cuándo volveré a hacer algo así con Kea.
La miro por el rabillo de mi ojo y ella ríe por otra escena.
—Te voy a extrañar —susurro.
Ella me lanza una mirada confusa y luego suspira luciendo cansada.
—Y yo a ti. Pero... tendremos contacto todavía, ¿no? Y más te vale que vengas algunos fines de semana y en vacaciones, o iré yo y patearé tu trasero. —Dejo salir una risa llorosa y asiento—. No llores, Naira, o me harás llorar y te golpearé en serio. Sabes lo mucho que odio llorar.
Limpio las lágrimas de mis ojos y sorbo mi nariz.
—Lo siento —digo con la voz rota—, pero de verdad me harás falta.
—Te odio.
El sonido de su voz temblorosa me dice que la he hecho comenzar a lagrimear. Ambas comenzamos a llorar como dos niñas pequeñas y luego nos abrazamos durante un largo rato hasta que nos calmamos.
—Dios, qué ridículas somos. No es como si te fueras a cambiar de continente y no te fuera a ver de nuevo —dice Kea limpiando sus mejillas.
Río en acuerdo con ella y luego regresamos nuestra atención a la película. Kea comienza a gritarle al televisor como si dentro la pudieran escuchar y yo pongo los ojos en blanco.
Sacudo la cabeza y decido que mi mejor amiga está loca.
Dios, cuánto la voy a extrañar.
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