20. LLAMADAS Y SECRETOS
Oh, ¿por qué no te quedas conmigo?
Porque eres todo lo que necesito.
Esto no es amor, es fácil de ver,
Pero querida, quédate conmigo
***
NAIRA
Justo en la mejilla.
Pude alcanzar a ver la intención escrita en todo su rostro, por lo que lo giré un poco y ahora sus tibios labios están presionados lejos de los míos. No necesito más confusión en mi cabeza y yo sé que si ese beso hubiera llegado al destino que Diego esperaba, entonces justo ahora estaría a punto de explotar.
—Lo siento —susurra una vez que se aleja. Su voz suena lejos de lamentarlo realmente.
Lo conozco y sé que lo único por lo que se disculpa es por no haberme besado como deseaba. El engreído ese... Si en verdad me quisiera como dice, entonces me dejaría en paz. Me dejaría seguir y no revolvería mis pensamientos.
Sacudo la cabeza un poco sin poder verlo a los ojos y relamo mis labios de repente secos.
—Yo... Uhm, es mejor que te vayas —musito. Doy un paso hacia atrás y, antes de que pueda decirme nada más, entro a mi casa y cierro la puerta recargándome sobre ella.
El silencio espeso me rodea y pasan unos segundos, tal vez un par de minutos, hasta que por fin escucho al motor de su motocicleta arrancar. Entonces me permito suspirar y dejarme caer hasta el suelo. Reposo mi frente sobre mis rodillas, las cuales abrazo, y tomo una gran respiración para tratar de calmar mi tembloroso cuerpo.
Inhalo, exhalo. Adentro, afuera. Así una y otra vez hasta que por fin siento que me encuentro mejor.
Una vibración en el bolsillo de mi pantalón hace que me sobresalte. Es mi celular. Con rapidez lo saco y miro la pantalla, mi corazón acelerándose al leer el nombre del contacto en la pantalla.
—Hola —contesto con una sonrisa.
—Nai. ¿Estás lista? —pregunta Asier al otro lado, a lo que frunzo el ceño confundida.
—¿Lista para qué?
—Para nuestra cita. Te dije que te llamaría, ¿lo olvidaste?
Sonrío como una tonta y dejo escapar una risita. Es tan dulce que me lo quiero comer a besos.
—No lo olvidé —susurro.
—Perfecto entonces. ¿Cómo estás?
—Muy bien ¿y tú?
—Mejor ahora que escucho tu voz.
—Eso es bueno. —Escucho que mi madre sale de su habitación y me pongo de pie antes de que comience a atosigarme con preguntas, entonces me dirijo a mi habitación y hablo con mi novio durante casi una hora, de todo y nada a la vez, hasta que mi mamá toca mi puerta y me llama para que baje a cenar.
—Nos vemos mañana —digo en voz baja.
—Claro. —Ninguno de los dos queremos colgar, por lo que nos quedamos ahí escuchando nuestras respiraciones hasta que Asier ríe—. ¿Es raro que ya te extrañe? Dios, me siento tan pegajoso contigo. Vas a terminar hartándote de mí.
—No —río—. Me gusta que seas así.
—A mí me gustas tú —admite con timidez. Casi puedo verlo bajando la mirada cohibido y suspiro feliz.
¿Por qué logra hacerme sentir así? ¿Cómo lo logra con tanta facilidad?
—Naira, hija. Baja ya —me llama nuevamente mi madre tocando a mi puerta con insistencia. Tapo el micrófono del teléfono y grito de vuelta que ya voy.
—Ahora sí tengo que irme o me van a quitar el celular. Buenas noches —me despido.
—Descansa, Nai.
—Y tú. Sueña bonito.
—Contigo. Todas las noches.
Muerdo mi labio y me despido una última vez antes de colgar la llamada. Ahora me siento mil veces mejor que cuando Diego llegó.
De inmediato mi sonrisa se pierde. No le conté a Asier lo de la visita inesperada, pero no lo creí necesario.
¿Hice mal en guardar ese pequeño detalle?
***
A la mañana siguiente me estoy vistiendo a toda prisa. No escuché la alarma y ahora voy tarde, por lo que mi mamá me está esperando en el coche tocando el claxon cada vez que puede.
—¡Ya voy! —grito, aunque sé que no me escucha. Tomo mi mochila y la cuelgo sobre mi hombro húmedo. Ni siquiera alcancé a secar mi cabello cuando me salí de bañar, y ahora lo llevo goteando tras mi espalda. Me doy una última mirada en el espejo y salgo corriendo del cuarto—. Lo siento —exhalo forzada una vez al lado de mi madre. La pequeña carrera al auto me ha dejado sin aliento. No tengo una buena condición física definitivamente.
Ella no dice nada ante mi disculpa, solo pone el auto en movimiento para llegar, dejarme en la escuela y después dirigirse a su trabajo. Seguramente también llegará tarde por mi culpa. Hago una mueca y recargo mi cabeza en el respaldo.
—¿Hoy te llevará Kea? —pregunta rompiendo el silencio—. Salgo a las seis.
La miro por el rabillo del ojo y noto lo concentrada que está en el camino. Mi madre es una mujer demasiado cuidadosa a la hora de conducir y algo... paranoica, por lo que no me deja encender la radio cuando voy con ella.
—No sé, pero no creo que se niegue si se lo pido.
La escucho exhalar con alivio.
—Bien. Si puedes quedarte con ella hasta que salga sería mejor. No me gusta que te quedes sola en casa.
—Okey, yo le digo.
Unos minutos más tarde estaciona frente al edificio escolar y me doy cuenta de que ya no hay nadie afuera de este. Bajo con prisa y me despido de mi mamá con un gesto de la mano. Justo ahora debo estar en biología, y la maestra Verdín es una de las que no deja pasar a nadie después de que ella entra. Solo espero que se apiade de mí ya que yo nunca falto ni llego tarde.
Corro por el pasillo vacío y escucho el eco de mis pisadas apresuradas, luego el rechinido de mis zapatos que indica el final de mi camino frente a la puerta del aula.
—Buenos días —digo jadeante al abrir la puerta. Estoy considerando seriamente la posibilidad de hacer ejercicio para mejorar mi estado físico, sin embargo sé que no lo haré. Soy demasiado floja.
La profesora Verdín me mira de manera reprobatoria y chasquea la lengua.
—Buenas tardes, señorita Medina.
—Uhm, ¿puedo pasar?
La mujer mira el reloj sobre el marco de la puerta y enarca las cejas.
—La hora de entrada ha pasado.
—Sí, lo sé, pero...
—Pero nada —me interrumpe—. La hora de entrada es a las siete y usted bien sabe que después de mí no entra nadie más. Así que, me temo, no puede pasar. Trate de llegar temprano la próxima vez.
Eso es lo último que dice antes de girarse e seguir impartiendo la clase ignorándome totalmente.
Bufando derrotada, cierro la puerta con cuidado y camino de regreso por el pasillo hacia el patio que se encuentra muy solitario. Todos están en clases, por lo que el ambiente que se respira es pacífico. Dejando la mochila sobre el césped, me acomodo sobre la banca de siempre y saco mi celular para seguir leyendo mi libro, el cual ya tengo muy abandonado.
No sé cuánto tiempo ha pasado, sin embargo ya estoy a punto de terminar la historia. Me muerdo las uñas cuando llego a la parte donde Silas comienza a leer la carta. Estoy tan sumida en la lectura que no noto a la persona que se sienta a mi lado, hasta que la historia termina y elevo la mirada en shock.
Asier me mira con una sonrisa pintada en el rostro y yo solo puedo decir:
—Esto no puede acabar así. Necesito la segunda parte.
Él me mira interrogante elevando una ceja y luego al celular en mis manos.
—¿Leyendo? —pregunta ladeando la cabeza. Hago un gesto negando y vuelvo la vista a la pantalla, rogando que mágicamente aparezcan más páginas.
—Quiero llorar. —Saco mi labio inferior y miro a Asier—. Las escritoras juegan con mi corazón. Son malas.
Lo escucho reír y veo sus ojos arrugarse con ese gesto.
—Sabes que estamos en receso, ¿no? Te perdiste tres clases.
Lo miro sorprendida al escuchar lo que dice y luego veo la hora en el celular. ¡Tiene razón! Abro mi boca sin poder creerlo, pero ningún sonido sale de ella.
—Si mi mamá se entera me va a matar —digo preocupada. Lo escucho reír nuevamente y luego su brazo rodea mis hombros—. Perdí la noción del tiempo. Jamás había perdido clases.
—No te preocupes, yo no diré nada. —Lo veo hacer un gesto como si sellara su boca y le sonrío enternecida.
—Gracias —susurro ahora sí brindándole mi completa atención—. Holis.
—Hola, tú —saluda de vuelta. Me inclino a dejar un pequeño beso en su mejilla y luego apoyo mi mejilla en su hombro. Se siente tan bien estar así con él.
Escucho a los chicos alrededor hablando, jugando, riendo y me doy cuenta de que me falta alguien. Frunzo el ceño y me despego para ver el rostro de Asier.
—¿No has visto a Kea? —cuestiono. Él me da una mirada confundida y luego eleva sus cejas.
—Ah, sí. Estaba hablando con Fidel —expresa, a lo que sonrío—. Creo que le gusta. Todo el día de ayer estuvo distraído y cuando le pregunté qué pasaba, solo sacudió la cabeza y me preguntó de vuelta si la conocía.
—Oh, es que... ¿Te contó lo que pasó?
—Después de preguntarle como por décima vez. Sí.
Dejo escapar una respiración pesada.
—Ayer parecía estar destrozada —murmuro recordando ver a Kea llorar—. Si Fidel no hubiera estado ahí...
—Pero estaba. Eso es lo que cuenta —susurra interrumpiéndome. Lo miro a los ojos y asiento.
—Tienes razón.
Le brindo una pequeña sonrisa y él la devuelve acercándose más a mí.
—A riesgo de sonar cursi —susurra contra mis labios—, me atrevo a decirte que moría por verte.
Una alegría y repentina timidez se instalan en mi pecho y me encuentro bajando la mirada avergonzada. De repente Asier se ha vuelto más audaz, ¿no? El chico que antes ni siquiera se atrevía a mirarme ahora me dice esas cosas con una facilidad que me sorprende. Pero bueno, yo no puedo decir nada ya que me tragué la vergüenza que me llenaba para poder darle nuestro primer beso.
—¿En serio? —pregunto. Comienzo a juguetear con las manos sobre mi regazo y trato de calmar mi alocado corazón.
—Sí —escucho que dice en un suspiro.
Elevo mis ojos a los suyos y lo encuentro luciendo algo avergonzado. Se ve tan lindo así, que no puedo evitar alargar mi mano para tomar la suya y entrelazar nuestros dedos.
—Yo también estaba ansiosa por verte —admito, haciendo que deje escapar un suspiro lleno de alivio.
—Es bueno saberlo. —Eleva nuestras manos unidas y deposita un beso en el dorso de la mía.
En ese momento, en lo único que puedo pensar es en él y su manera tan linda de ser. En los sentimientos que despierta en mí y la manera tan diferente que es todo cuando lo tengo a mi lado. Si antes había tenido alguna duda de lo que sentía, ahora no queda ninguna.
Estoy totalmente segura de que quiero estar con Asier y conocerlo mejor. Quiero que sigamos intentándolo.
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