12. BESOS DE ALGODÓN
Yo ya no tengo miedo,
Yo no tengo miedo.
Para siempre es mucho tiempo,
Pero no me importaría pasarlo a tu lado.
***
ASIER
Me está besando.
Me está besando y yo no puedo creerlo.
Me está besando y... Seguro estoy soñando, ¿no? Porque no puedo terminar de asimilarlo. Sus frescos y dulces labios están presionados contra los míos, sin embargo me siento como si en cualquier momento fuera a despertar.
Si esto es un sueño, juro que me voy a molestar mucho. He esperado tanto tiempo, lo he imaginado tantas veces, que no puedo creer que al fin esté sucediendo. Sus labios son tan mullidos, sus besos tan suaves, que siento como si fueran de algodón. De algodón de azúcar, dulces, suaves y adictivos. Podría probarlos todo el tiempo y no cansarme.
Tratando de asegurarme de que esto es de verdad y no una broma de mi subconsciente, mis manos acunan su rostro y presionan con más fuerza nuestros labios juntos. Escucho el suspiro que deja salir y sonrío, mis ojos aún cerrados. Temo que si los abro ella desaparecerá y todo esto no va a ser más que una ilusión, una maravillosa alucinación.
Sigo besándola con calma, disfrutando cada movimiento de nuestros labios, memorizando su sabor y textura, sin embargo la magia es cortada cuando siento algo frío caer en mi regazo y empapar parte de mi pantalón.
Nai se aparta de mí con rapidez e inhala con fuerza, sorprendida, y sé entonces lo que acaba de pasar.
—Oh, no. Lo siento mucho —comienza a disculparse. Miro mi regazo y sí, efectivamente una bola de helado está sobre mi pantalón—. Oh, por Dios. Discúlpame, Asier, de verdad no fue mi intención —continúa.
—No pasa nada. Fue un accidente —digo riendo sin poder creer mi mala suerte.
La veo girar hacia un lado en busca de algo, pero sé que no lo encuentra cuando comienza a buscar alrededor de nosotros.
—Mi bolso —susurra mirándome—. Ahí tenía pañuelos. Y mi cartera. Y mi celular.
Su rostro adquiere una expresión de alarma y yo me pongo de pie, logrando que el helado caiga al suelo junto a mi ya derretido cono.
—Uh, tal vez lo dejaste en el auto —murmuro sin estar muy convencido. Me da una mirada llena de esperanza y me prometo que vamos a encontrar su bolso, no importa si tenemos que volver por los mismos pasos que cuando vinimos.
—¿Tú crees?
«Espero que sí.»
Sin contestarle, solo brindándole una sonrisa, la tomo de la mano y nos dirigimos al auto. Sus dedos se entrelazan con los míos, como si fuera algo que acostumbramos, y tengo que reprimir una sonrisa para no parecer un loco. Pero es que ella así me pone, loco, tonto, como un estúpido enamorado que solo busca complacerla y hacerla feliz. ¿Y cómo no iba a querer hacerla feliz? Si con solo una sonrisa me hace sentir que puedo volar. Que puedo recibir una bala y salir ileso. El saber que puedo hacerla reír, sonreír, hacerla feliz, me hace sentir como un superhéroe invencible, poderoso.
Dios, qué cursi soy.
Cuando llegamos al coche, abro la puerta y, para mi buena suerte, vemos su pequeño bolso en el suelo del lado pasajero.
—Ahí está —indico, aunque sé que ella ya lo ha visto. Lo tomo por la delgada correa y se lo tiendo.
—Gracias —dice antes de ponerse de puntillas y besar mi mejilla con dulzura. Me sonríe agradecida y ese sentimiento de poder hacerlo todo me vuelve a embargar.
—No fue nada.
La veo rebuscar dentro de su bolso y luego, con el rostro algo sonrojado, me tiende un puñado de pañuelos.
—Toma.
—Muchas gracias. —Le sonrío. Comienzo a limpiar la mancha de mi pantalón, pero me rindo después de un rato. Es probable que ni siquiera salga de la tela. Lo bueno que no se trataba de mis jeans favoritos—. Ya está. —Camino hacia un bote de basura que se encuentra a un par de pasos y tiro los pañuelos—. ¿Ahora qué quieres hacer? —pregunto una vez que estoy de nuevo frente a ella.
Nai se encoge de hombros y mira hacia el parque.
—Uhm, no lo sé. Creo que debería de regresar ya a casa. No le avisé a mi mamá que saldría y no quiero que se preocupe. Además tengo que cuidar a mi abuelita y... Bueno, eso. —Se encoge de hombros una vez más y luego mira hacia la punta de sus converse.
—Está bien. Tal vez otro día podamos salir —comento demasiado ansioso por estar de nuevo a solas con ella. Sus ojos se encuentran con los míos y brillan con alegría.
—Me encantaría —susurra.
—Genial. Entonces...
—Sí, ya es hora... de... irnos —concluye no muy convencida.
Puedo notar que está igual que yo, reacia a marcharse, sin embargo no quiero que se meta en problemas por mi culpa. Volviendo a juntar valor, me animo a jalar su brazo con delicadeza y acercarla a mí para poder abrazarla. Sus brazos automáticamente rodean mi cintura y su mejilla se apoya contra mi pecho, por debajo del cual mi corazón late con rapidez. Hundo mi nariz en su cabello rojizo e inhalo una vez más. Creo que soy adicto a su aroma.
—Me la pasé muy bien hoy —murmuro contra su cabeza.
Nai aprieta su abrazo sobre mi torso y murmura un «yo igual» que me hace sentir feliz.
Luego de eso, la suelto y ambos entramos al coche, donde una vez que estamos listos, lo enciendo y me dirijo a la dirección que ella me ha brindado.
***
—Bueno, aquí estamos —digo viendo por la ventana hacia una casa pequeña.
—Muchas gracias, Asier. —Me giro a verla y le sonrío cuando desabrocha el cinturón—. Supongo que nos veremos el lunes.
—Así es.
Un silencio incómodo se extiende entre nosotros.
—Entonces...
—Sí...
—Ya me voy —murmura.
—Claro.
Me siento un imbécil por no poder decir algo inteligente en ese momento. Tengo mil cosas que quiero decirle, sin embargo no encuentro las palabras correctas y eso me está frustrando.
—Adiós, Asier. —La veo abrir la puerta y luego cruzar la calle con la cabeza gacha. Es entonces cuando las palabras llegan a mí.
Todo lo que pude haberle dicho está ahora en la punta de mi lengua, pero de nada sirve porque ella ahora se ha ido.
Suspiro molesto y recargo la cabeza en el respaldo. Cierro mis ojos y tomo varias respiraciones profundas, rememorando los momentos que viví ese mismo día. Sonrío al recordarla diciendo que le gusto y luego mi sonrisa se amplía cuando recuerdo sus labios presionados contra los míos.
El golpeteo en mi ventana me hace abrir los ojos y ver que Nai está de pie ahí. Bajo el vidrio y la miro confundido.
—¿Olvidaste algo? —pregunto girando al asiento del pasajero para ver si no está su bolso ahí.
—Sí.
Miro de regreso hacia ella cuando no encuentro nada y elevo mis cejas.
—¿Qué es?
Nai se dobla un poco por la cintura hacia el frente de tal manera que ahora estamos cara a cara.
—Esto —dice sonriendo. Luego se inclina un poco hacia mí y planta un dulce beso en mis labios, el cual le correspondo.
Tras unos segundos, termina el beso y sale corriendo de nuevo hacia su casa con las mejillas arreboladas, y yo me quedo ahí sonriendo como idiota hasta que la veo despedirse con su mano. Le devuelvo el gesto, luego entra y cierra la puerta tras de sí. Es entonces cuando enciendo el coche de nuevo y manejo hacia mi hogar demasiado feliz por los sucesos de hoy.
Ya no puedo esperar a que sea lunes.
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