01. E L L A
Y con esa sonrisa
que nunca se olvida
llegaste y te vi,
y ya no puedo contemplar,
que tú no seas la que me ama.
***
Ahí está ella. De nuevo con su libro, sentada en la banca durante el receso. Debería acercarme a hablarle, sin embargo el miedo a que me rechace mantiene mis pies anclados al suelo.
La veo sonreír. Suspiro.
Es tan bonita y ella ni siquiera lo sabe. Debería tener a alguien que se lo dijera todos los días. Yo debería decírselo todos los días, pero no me atrevo. El miedo a que sus grandes ojos me vean y se nieguen a mí es suficiente para que el valor que sentí hace unos segundos al ponerme de pie, se evapore en un instante.
Resignado, bufo molesto conmigo mismo y me vuelvo a sentar en la banca.
¿Por qué no puedo armarme de valor? ¿Por qué no puedo cruzar el patio y saludarla? ¿Por qué no la invito a salir? No puede ser tan difícil.
¿Cierto?
—Asier —me llama Fidel, mi mejor amigo, al dejarse caer a mi lado—. ¿Vamos a ir ahora al billar entonces?
Desvío mi mirada de la chica que se cuela en mis sueños sin permiso y le doy un asentimiento, todavía pensando en ella.
—Claro.
—Genial. Entonces deja corro la voz. —Me encojo de hombros y él se pone de pie para ir a avisarle a los demás de los planes que tenemos ahora.
Regreso mi vista a la dueña de mis desvelos y la veo ponerse de pie con su amiga al lado. Suspiro. Mis planes para hoy deberían ser con ella, pero no me atrevo. Soy un cobarde que prefiere no intentarlo nunca y quedarse con la duda del qué pudo haber pasado si lo hubiera intentado.
Observo cómo lanza su cabello hacia un lado y una sonrisa deslumbrante tira de sus labios cuando su amiga pone su brazo sobre sus hombros y le dice algo al oído. Ella niega acomodando un mechón de su cabello tras su oreja y yo no puedo hacer nada más que mirarla.
Ella me encandila y ni siquiera es consciente. Naira brilla con luz propia, pero parece querer quedarse entre las sombras.
Su mirada se eleva hasta mí, tímida, y me sonríe cálida; tan cálida que me derrite por dentro. Le regreso la sonrisa y elevo una mano para saludarla, pero me giro antes de que pueda responderme el gesto.
«Dios, soy un idiota.»
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