Capítulo 32: El lado lindo de volver
Beso sus labios con toda la suavidad y paciencia del mundo, solo así, sin buscar más. Luego oculto la cabeza en su pecho y comienzo a llorar, sus brazos me rodean y acarician mi cabello.
—Quédate así, solo quédate así... No hagas nada pervertido —comento entre sollozos.
—Está bien, ¿si quieres podemos dormir aquí? —Me dice Látigo tranquilamente y apoya su cabeza sobre la mía acomodándose.
Solo asiento sin hacer nada más, me quedo dormido ahí en silencio. Una mano de él me toca el trasero, pero levanto la cabeza para mirarle y él solo deja escapar una ligera sonrisa.
—Idiota... —Digo para cerrar los ojos.
Tengo miedo en muchas cosas... Y una de ellas es que todo sea un juego de Látigo para manipularme. Al final de cuentas... No he dejado de ir justamente por donde él ha dicho que iría... Y eso me cabrea.
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A la mañana siguiente amanezco en mi cama con un zapato de Soga en la nariz.
—¡¿Pero qué mierda?¡ —Me lo quito y lo lanzo contra su cama.
Ella está despierta acomodándose la ropa, se prepara para el día como cada mañana.
—Por decirme que te irías y virar en menos de veinticuatro horas —dice ella sacándome la lengua y posando frente a mí con los brazos en su cintura.
—¿Cómo llegué aquí? —Pregunto curioso.
—Te trajo Látigo en la noche, te dejó en tu cama. Debería darte pena, estabas roncando a todo pulmón —me responde mientras se empieza a reír burlonamente, sé que lo hace de broma.
En cambio, me levanto de la cama hasta ella y la abrazo como una garrapata.
—Fea, apestosa, cosa pulgosa y mal hecha —le digo para recibir una colleja.
Quiero a Soga, como una amiga, y es sorprendente como le he cogido cariño en este corto tiempo. Es que la siento tan real.
—Serás... Esta noche te quemo la cama, te has vuelto un insolente —escupe las palabras mientras golpea de nuevo mi cabeza.
Ella se detiene un segundo y me corresponde el abrazo...
—Creo que me quedaré... Hasta que pueda. —Hasta qué... Se me permita vivir o logre escapar.
—Nube, está en la enfermería. No despierta, sigue inconsciente. Dijo el doctor que la atacaron de noche. Por suerte se recuperará... —Me dice ella.
—Me alegro, pronto tendremos a la enana correteando por acá.
¿Ver a Nube de nuevo?, no me arrepiento de haberla salvado, pero no la quiero, no creo poder confiar en ella, al final de cuentas me entregó.
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Salgo a trabajar como de costumbre, casi olvido las labores obligatorias diurnas. Hoy me toca cocinar. Más bien hacer las cazuelas enormes de arroz para todos.
No lo había pensado, pero este sitio no es tan pobre. ¿Quizás sea por las actuaciones nocturnas que pueden permitirse estas cosas?... ¿Quién entiende el circo?
Al lado mío veo al gigante cargar uno de los sacos de arroz para dejarlo delante de mí. Busco su mirada y sus ojos parecen colorados de estar llorando.
—¿Estás bien? —Se escapan las palabras de mis labios, no habíamos cruzado palabra antes.
Él me mira y baja la mirada con pesar para darse la vuelta.
—Extrañaré a pulguita —responde antes de marcharse. Debió ser duro perder a su compañero.
Ellos también sufren... A pesar de lo que son los culpables. ¿Por qué lo hacen entonces? ¿Tanto lo vale el dinero o comer bien?
—¡Pluma! —Escucho a una voz conocida venir y saltar sobre mí por la espalda, casi caemos los dos dentro de la cazuela de arroz al fuego.
—¡La madre que te parió! —Respondo aguantando el equilibrio para no quemarnos—. ¿No sabes hacer una entrada normal?, Daga.
—Me encantó lo que hiciste, fue divertido y al público le gustó —comenta aun abrazándome desde el cuello por la espalda.
—A mí no, no me gusta, pero al menos salió bien... —Me recompongo.
—Ya vi, ya sé. Te ayudo, me aburro. Tengo el día libre hoy y Látigo está ocupado. Cisne también —expresa pensativo.
—¿Dónde está Látigo?
—Andan con el dueño del circo, hoy deben tratar asuntos sobre el nuevo destino. Debía estar, pero realmente no me interesa a donde vayamos —me responde alegre.
—¿A dónde van ahora? Nunca he visto al dueño del circo —le apunto con la verdad.
—Oh, curioso, pero algún día le conocerás. O no, de cualquier manera es como un padre para mí, él me adoptó desde pequeño —me comenta mientras me suelta y se para a mi lado.
—¿Eras huérfano? —Dejo salir las palabras sintiendo un ápice de empatía.
—Mmm... sí y no, es algo complicado... Digamos que me ayudó a serlo —me dice con una sonrisa de oreja a oreja.
—Ayúdame a terminar y si quieres podemos hablar un rato... Soga hoy tampoco está, tiene que comprar unas cosas en la ciudad antes de irnos —le digo tras sentir la curiosidad por sus palabras.
—Está bien, pero solo si me dejas invitarte a beber —dice pícaramente.
—Se te huelen las intenciones a kilómetros, no. Únicamente una charla normal —le respondo tajante.
—OK, OK, debía intentarlo. Entonces te ayudo y nos sentamos juntos a almorzar. ¿Te parece? —Me contesta tras pillarle.
—Está bien, pero nada de saltar sobre mí, no quiero que caigamos dentro de la cazuela —expongo tranquilamente.
Aún mantengo mis defensas en alto con Daga... Me cuesta creer en él, de hecho, no debo creer en nadie aquí...
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El lugar está bastante vacío porque debimos esperar a que todos terminaran para entrar y sentarnos a comer. Fui de los que sirvió la comida y Daga me ayudó. Todos le saludaban como si fuese la persona más popular del sitio, realmente parece que lo aman.
—Te quedó regular el arroz —dice entre risas.
—Eso es porque le echaste demasiada sal, te lo dije —le protesto.
—Pero comida es comida. —Sigue comiendo mientras me observa, su mirada no se aparta de mí.
—Daga, yo también era huérfano y... —le comento tratando de llegar al tema sin rodeos, pero él me detiene.
—No es lo mismo, Pluma, al menos espero que no lo sea. Por suerte a mis padres los mató el dueño del circo; el padre de Látigo.
¿Qué, espera, el padre de Látigo es el dueño del circo? ¿Él mató a los de Daga?
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