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Capítulo 26: Afuera


Siento su beso y dejándome llevar por el pensamiento de que pudiera ser el último, lo sigo sin dudarlo mucho.

Sus manos agarran mi cintura pegando mi cuerpo al suyo y es que caigo en que estamos en la calle, por lo que le aparto de forma rápida.

—Aquí no, no pueden ver eso. —Reviso a los lados, pero nadie parece estar presente—. Daga me dejó ir... ¿Qué haces aquí?

Abre la boca como queriendo hablar y nada sale, no se decide a exponer algo.

—Si no dices nada, ¿cómo esperas que te escuche? —Comento suspirando—. Te pedí algo bastante complicado en la tarde... No debí.

Rueda los ojos ante el tema y suspira como para decir algo, aunque le detengo.

—Vivo a dos cuadras, mejor vamos... Debo comer y realmente estoy agotado —le digo pasándole las bolsas.

Él las toma sin protestas, solo me mira, busca las palabras que quiere decir, lo sé. Desearía que rompiera eso que no le deja hablar y me explique demasiadas cosas que me tienen alterado y sin respuestas claras.

—No es el mejor barrio, pero al menos tengo techo —digo mientras avanzo—: ¿Dónde vivías antes?

Señala la dirección donde queda el circo, aunque desde aquí no se ve.

—¿Siempre has vivido ahí? —Señalo sin mirarle y observando los adoquines bajo mis pies.

Él asiente, supongo que desde pequeño ha estado ahí.

—¿Por qué no hablas? —Digo bajo un atrevimiento—: El señor de la cabra me fue a decir, pero le detuve... No creo que sean cosas a escuchar de otros.

Sus ojos me siguen, pero no responden, solo mira una de sus manos.

Yo, por mi parte, abro la puerta y dejo al descubierto mi muy humilde hogar.

—Siéntete como en casa... Compartiré la comida si no has ingerido nada... —digo yendo al espacio pequeño destinado a la cocina.

Le doy la espalda y siento como sus manos me acorralan desde atrás. Su cuerpo es pegado al mío, lo que hace que me fuerce a mí mismo a mantener la calma.

—Látigo... ¿Por qué me sigues? Me conoces hace menos de una semana y no tiene sentido desear algo. Si quieres follar hazlo, es lo que más se me ocurre —digo dejando fuera varias cosas.

Me toma por la cintura dándome la vuelta para verme a los ojos, los tengo cansados de tantos eventos desagradables.

—¿Me vas a contar las cosas?, ¿en un idioma que yo entienda? —Comento y acerco con mi mano una botella de ron que compré en la tarde, una barata—. Déjame tomar y hablamos.

No quiero recordar tantos eventos desagradables estando sobrio. Mantiene la mirada en mí sin decir nada, solo toma la botella y baja un buche bastante grande sin hacer reparos en su efecto posterior.

—¡Aguanta!, eso es fuerte —digo quitando la botella de sus manos.

—Es que eres demasiado idiota —sentencia sin dejar que se la quite y la apoya en la mesa.

—¿Lo primero que me vas a decir es un insulto?, ¿con qué quieres que te dé?, ¿con la botella? —Suelto incrédulo.

—Me da rabia las cosas que haces, el hecho de que te metas delante de una tipa que te traicionó a recibir una daga en la mano y la posibilidad de morir por ella. Que manches tu conciencia por salvar a alguien desconocido y que te metas a una jaula de leones a buscar a alguien que posiblemente estuviese muerta... Por si fuera poco tienes el descaro de pedirme que te busque a tu otra amante cuando tuve que poner en riesgo la vida de mi mejor amigo para que no rodara tu cabeza —las palabras salen de forma recriminatoria.

—Es normal... ¡Ayudar a otros!, ¡solo que ustedes son unos monstruos! —Grito evitando quedarme por debajo.

—¿Y qué?, ¿Qué más da si lo somos?, por la familia arriesgamos la vida... Así está bien. Pero hay reglas claras, y esa Nube la había roto, la policía de la ciudad le pagó para investigar el circo —deja salir ya en un tono más bajo.

—Eso no tiene algo malo... —digo ante el hecho del porqué de Nube y dejo de mirarle.

—Para mi familia sí, crecí con esos que llamas monstruos y lo más importante es deshacerse de las ratas... Tú eres una, de hecho, debía vigilarte, pero encajabas bien con nosotros —dice tomando mi mentón obligándome a verle.

—No soy cómo ustedes... Yo tengo mi mundo acá... Tengo una vida... —Suelto débil, pero creyendo en ello.

—Tu amiga se va a casar luego de rechazarte, limpias los zapatos en la calle y vives en este sitio... Allá te vi reír con la mujer de tu carpa, te vi sonreírle a las cuerdas flojas y disfrutabas las noches conmigo —dice acercando su rostro al mío—: ¿Cuál te hace más feliz?

—Látigo, ese no es el problema... Es difícil que lo entiendas... —Comento dudando de lo que pienso... Lo admito, disfruté ese tiempo, sentí que no era la basura de las calles, sentí que éramos iguales.

—Y lo de querer hablar o no... Es una promesa para evitar hacer lazos con los extraños. Algo que me enseñó mi padre, antes era demasiado sentimental —dice sin la ira previa de sus palabras, aun así siento que no es todo.

—No te conozco, a veces creo que eres bipolar... Látigo. —Tomo la botella y bajo un buche como el que él hizo, lo que me hace soltar un quejido por el ardor en la garganta—: también el acostarme contigo, también el que no me miren raro... Pero no puedo con los actos nocturnos, me superan.

Sus labios se juntan con los míos en un beso húmedo y juguetón usando su lengua. Su mano agarra con fuerza mi trasero, pegándome a él y haciéndome sentar sobre la meseta.

Agarro con mis manos su camisa negra para retirarla dejando al descubierto su trozo trabajado. Intento dar pasos, pongo las manos en su espalda con cierto nervio y dejo una mordida suave en su clavícula para luego mirarlo a los ojos.

—No soy bueno en esto... Solo he estado contigo antes... —digo sintiendo el golpe de la bebida en mi cabeza tras mi intento de imitarlo.

Retira mis manos de su espalda para quita mi camisa, luego las coloca en su trasero y deja una mordida más fuerte que la mía en mi hombro, donde con su lengua sube por el cuello entre diferentes succiones hasta mi oreja.

—Puedes tocar lo que desees, se vale todo... Puedes hacer absolutamente todo lo que quieras, Jeremy. Nadie te va a juzgar —susurra en mi oído como si del diablo se tratase. Susurra las tentaciones que he empezado a desear.

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