Capítulo 24: Te dejaré correr
Paso una hora dormido bajo el árbol, siento que me despierto de forma natural sobre las doce del día.
Una manzana comida prácticamente en su totalidad cae al suelo delante de mí y es cuando me hago consciente de que Daga se está balanceando de una rama del árbol boca abajo.
—¿Qué haces ahí? —Mi tono hacia él solo puede soñar molesto, pero no sale de forma alta.
—Me gusta observar el campamento de lejos —dice mientras come otra manzana y sus cabellos cuelgan hacia el suelo, debe tener ahora mismo una visión de cabeza del paisaje.
—No pensé que tuvieses tiempo libre entre todo lo que pasa. —Intento picarle.
—Normalmente, no tengo tanto, pero hoy descanso. Eso y que es mi deber vigilarte —comenta para aguantarse de la rama con las manos y soltar las piernas, acto seguido cae al suelo de pie.
—No voy a huir, no soy tonto... Sé que me vas a cazar en serio, aunque no es que tengas algo por lo que mantenerme vivo —sentencio molesto, pero suavemente.
Daga se para delante de mí, es bajito, así que realmente no se hace incómodo. Su cuerpo es bastante menudo y ágil como él solo. También lo acompaña su sonrisa cínica en tonos dulces y ese parche que solo deja al descubierto un ojo color esmeralda, acompañado de los cabellos rubios.
—Tienes razón, no tengo por qué confiar tanto en ti —indica para sentarse sobre mis piernas de frente a mí—. Pero confío en Látigo y si él dice que encajarás en esto, es que lo harás.
—No encajo aquí. —Desvío la mirada para no toparme con la suya.
—No tienes un lugar al que volver o amar, encajas aquí... Te hemos visto disfrutar esta vida, aceptas lo extraño y retorcido para el exterior. Oh, ¿sabes lo mal que verán el hecho de que te excites con un hombre siendo uno, allá afuera? —Me dice apoyando las manos en el suelo y acercando su rostro al mío sin dejar de verme.
Sus palabras me hacen recordar las miradas de las personas ante el beso de Látigo, ciertamente allá afuera... No, aquí dentro todo es tan loco que olvidé que lo juzgan en el exterior.
—A mí no me gustan los... —digo para ser detenido por la voz de él.
—A mí no me gustan los hombres solo es Látigo, bla, bla, bla... Vamos, acepta que te gusta todo esto. Tienes una cara de felicidad enorme cuando logras llegar al otro extremo de la cuerda... Pluma, te gusta todo lo que tiene que ver con el peligro y sentir emociones intensas —dice él introduciendo una de sus manos por debajo de mi camisa, dejando un tacto suave y cálido con los dedos.
Detengo su avance con la mía para mirar esta vez su rostro.
—No es cierto... Fue solo esa vez —comento realmente pensando sobre el tema, lo niego verbalmente pero internamente. ¿Realmente me gusta todo esto?... No puedo decir que no me guste el circo diurno... Si tan solo fuese eso.
Mis palabras son calladas por un beso sencillo de Daga donde muerde mi labio inferior de forma suave. A la vez termina de juntar su cuerpo con el mío sentado sobre mi miembro.
Esto me hace actuar tomándole por la cintura para detenerle, pero no llego a hacerlo, él solo coloca la cabeza en mi hombro sin avanzar más.
—Nada de eso justifica lo que hacen, no lo hace... Esas personas son inocentes —sentencio apoyando las manos en sus muslos.
—Ve a casa, te voy a dejar irte del circo. —Le escucho decir de forma ahogada en mi cuello.
—¿Estás seguro? —No me fío de sus trampas.
—Sí, ve a casa. Si odias el circo, ve a casa. Pero te advierto algo... Nos vamos en cuatro días de esta ciudad, definitivamente —comenta levantando la cabeza.
—Hay una... —iba a mencionar a Dalia, pero... sería morder lo suficiente como para romperme la mandíbula—: nada.
—Oye, no entiendo por qué le gustas a Látigo, si yo soy mucho mejor —expone ignorando el tema previo.
—No lo sé tampoco —respondo siendo consciente de su avance previo en mis labios.
—Si hubiese podido jugar contigo, tal vez fuese al revés. Qué le intereses solo hace que desee probarte —dice ladeando la cabeza sin apartar la mirada de mí.
—No soy un juguete o algo que probar, Daga —digo molesto.
—No he dicho eso... Más bien lo veo como algo normal, no tienes una relación como tal con Látigo, eres libre de hacer cualquier cosa —me comenta mientras se levanta sacudiendo sus pantorrillas—. Vete ya, aunque si quieres volver puedes hacerlo.
—¿No se supone que me matarías si me voy? —Digo haciendo memoria y sin confiar en sus palabras.
—¿Quién sabe?, tú ve y disfruta tu vieja casa... Mientras iré a jugar con Látigo, un rato —expresa con una sonrisa amable de oreja a oreja—. Nos vemos luego, Pluma.
Látigo... Ciertamente está molesto conmigo. Por otra parte, él y Daga son tan extraños al punto de que rompen mi sentido común.
Me quedo observando el campamento unos minutos hasta que decido ir a buscar mis cosas.
Observo a varios pasar por mi lado mientras saludo a dos o tres. No se me hace desagradable ver a una enana bastante curiosa con rasgos extraños, ni a unos siameses unidos por la cadera, tampoco la extrema flaquencia de una contorsionista del reparto.
Incluso pienso en Daga, su rostro quemado de un lado, realmente en el exterior lo hubiese visto como algo desagradable o raro, pero acá se normaliza. Pienso en la decisión de no hablar nuestra lengua de Látigo como una extravagancia, fuera por lo que fuese, y a la vez no tiene impacto en rareza. También el aspecto masculino de Soga, donde es solo menos femenina de lo estipulado y sus músculos más entrenados que los míos.
Luego me veo a mí, ¿qué me ata aquí que me hace disfrutar el sitio de día? Desgraciadamente, no puedo y no soy capaz de aceptarlo de noche. Debería avisar a las autoridades...
"Dalia, ¿realmente estás viva?", pienso; sin embargo, la imagen del cuerpo destrozado de aquel hombre que cayó y los cuchillos en el cuerpo de Nube me hacen imaginar lo peor...
"Ya debería estar muerta... ¿Verdad?", baila el pesimismo en mi cabeza.
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