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Capítulo 19: Los Ángeles Rojos

Termino de tomar la cerveza junto a Daga y me siento un poco mareado, pero con la mente estable.

—Listo, vamos, Pluma —dice él jalando mi muñeca para levantarme.

—No soy bueno con la bebida, ¿te lo había dicho? —Me dejó llevar por su mano.

—Tranquilo, eres muy inocente. Es mejor que estés así para que no te golpee tanto lo que vas a ver. —Siento su voz danzando a mi alrededor y me doy cuenta de que él no es realmente consciente de lo débil que soy a esto.

—Si tú lo dices...

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Llegamos a la entrada del bosque, todo da vueltas, principalmente los árboles para hacerme notar que puede, tal vez, ¿quién sabe?, me pasé un poco bastante con la bebida.

—Ya casi llegamos —comenta el pequeño del rostro quemado y aire de verdugo.

Las hojas caen y siento los sonidos al tocar el suelo. El aire frío hace que mi piel se erice bajo la ropa barata y vieja que traigo puesta. Mis pasos se sienten inestables sobre el suelo, al menos en mi interior, porque fuera, afuera, no parece que mi acompañante se esté dando cuenta de ello.

Veo pasar al gigante y el chiquitín de antes, con una bolsa de tela donde dos bultos pequeños se remueven como si fueran gatos en una pelea. Sin embargo, en vez de maullar, parecen estar llorando.

—Daga... ¿Qué llevan ahí? —Digo con nervios y algo de mareo.

—No pienses en eso —evita argumentar él mientras nos acercamos al mismo lugar que esos seres.

Deberíamos hacer algo, debería ayudarles. Extiendo las manos hacia la bolsa para darme cuenta de que ya me sacaron varios metros de distancia, perdiéndose dentro de la maleza.

—¿Qué demonios debo permitir? ¿Qué demonios es esto? —Grito para llenar el bosque con mi voz, haciendo que varias aves abandonen las ramas donde estaban.

—Cálmate —me dice Daga cubriendo mi boca—: Pluma, no me pongas esto difícil.

Su mano me jala para llegar a un sitio sin árboles y algo despejado. Hay varias carpas tal y como en el circo principal. Solamente que aquí, los árboles cubren y separan el interior.

Claro que no debían proteger el área VIP, todo ocurre aquí, todo lo peligroso debe ser en esta área.

Las carpas violetas y rojas se alzan en los aires, hay varios carteles con ángeles colgados por todos lados. Todos los presentes son los del área VIP, solo los veo a ellos.

Incluso Cisne está, me mira con desagrado y se voltea con elegancia para salir del área.

—Pluma, es importante que no hables hoy. Tú solo mira la función. Si crees poder aguantarlo te dejaré vivir. De no ser así, solo pide que te mate y lo haré. Me aseguraré de que te duela lo menos posible —me dice Daga con una sonrisa de oreja a oreja, como si esto fuese lo más normal del mundo.

—Tú... Estás bromeando... ¿Verdad? —Las palabras salen con dificultad de mi boca. Los nervios recorren todo mi organismo dejando la posibilidad de vomitar, pero me resisto.

—No es una broma, esta es la oportunidad que te estamos dando, no aceptamos personas que lo sepan fuera del personal y los clientes —me comenta acomodando mi cabello detrás de la oreja.

Quiero responderle, pero mis ojos ven pasar a Látigo a lo lejos, parece entrar a una de las carpas que se alzan.

—Lo veré... —Digo entregándome a una ligera resignación. Sacaré a todos de aquí, algo haré... Dios, dios.

—Ven conmigo. —Siento su mano tomar la mía para adentrarnos en la carpa principal.

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El sitio es justamente como el salón principal normal, a excepción de un detalle muy importante. No hay ninguna medida de seguridad.

Miro la cuerda floja y está en su totalidad sin red ni algo que la asegure. Lo demás parece como siempre, pero al ver esto ya me da mala espina.

—En un rato llegarán los clientes, colócate del lateral. No hables. No respires. No digas ni pío. Solo observa la función hasta que termine. —Escucho sus palabras, juro que siento que estoy en una película en blanco y negro de mal gusto.

—Daga, creo que entiendo qué sucede. Pero no puede ser. No puede haber personas tan crueles —dejo escapar la voz de mi garganta con incredulidad.

—Fue buena idea que te diera esa droga antes —dice antes de llevarme a la silla lateral desde la que observar todo.

Algo gracioso hay en el espaldar. Tiene escrito un cartel que dice: "El nuevo". Siento que esto es algo por lo que posiblemente todos ellos pasaron, o al menos los más cuerdos.

Mantengo mi mirada al frente, las luces me están dando cierto dolor de cabeza. Siento una mano apoyarse en mi hombro; sin embargo, no miro allí. Estoy expectante a lo que pase.

—¿Látigo? —Digo sin hacer reparo.

Las personas empiezan a llenar el lugar, son solamente unas veinte, muy poco en comparación a las funciones habituales. Deben estar pagando grandes sumas de dinero para estar aquí. Todos andan con máscaras que cubren sus rostros, y cada una es más cara que la anterior.

No escucho nada de lo que hablan desde aquí.

Lo primero que sale a escena es Cisne, ella camina por la cuerda floja sin ningún tipo de reparos. Es tan perfecta como siempre, con sus cabellos verdes y arreglados. Sus pasos hacen que no parezca algo peligroso.

Sin embargo, la cosa cambia cuando desde el otro lado sueltan a un hombre algo regordete con bigote y... No, no veo mucho más de su rostro desde acá. Menos en mi estado actual.

El hombre no se atreve a caminar, está muerto del pánico.

—¡Que yo no sé nada de esto!, ¡Ayúdenme! —Grita él, lleno de desesperación, pero la persona que le subió coloca un cuchillo en su espalda, obligándole a avanzar.

Las manos de Cisne se encuentran como las de un ángel ante él. Están ahí para guiarle, cosa que hacen hasta casi el final de la línea. El hombre se ve feliz de poder sobrevivir al paso, casi llega.

"Bien, lo va a lograr... Menos mal", es lo pienso... pero... Justo al final, la mujer de cabellos verdes suelta sus manos y lo deja caer al piso lejano y frío, lo deja caer convirtiéndolo en un muñeco roto.

La sala se llena de aplausos como si fuera lo más bello del mundo. ¡Como si esto fuera una maldita obra de arte!

—¡Bravo! —Grita un espectador.

Yo solo siento el vómito subir por mi garganta e inclino mi trozo para caer al suelo de rodillas dejando que salga.

—Ahora el segundo acto, la eliminación de un bocón. —Escucho decir a Daga mientras la voz de Nube se hace presente en la sala acompañada de gritos.

—¡Suéltame!, ¡juraste qué si te decía quién fue no me harías nada! —Vocifera ella a todo pulmón llena de miedo.

—Nube, mentí... Nube, este es el circo. Debes sonreír ante todo —le dice Daga entre risas y la atan a su ruleta.

—Nu... —unas manos tapan mi boca para que no hable, pataleo y peleo ante todo para ir, pero los brazos de Látigo me retienen.

¡No, no, no, esto no puede estar pasando!

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