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Capítulo 12: Silenciado

Esa noche a duras penas logré pegar ojo. Miles de pensamientos me daban vueltas por la cabeza mientras veía las tablas bajo el colchón de Soga en nuestra litera. La muerte y todo lo que había pasado solo danzan a mí alrededor, juzgándome y culpándome.

Trato de no pensar en nada mientras pelo las papas para el almuerzo. Estoy solo en el comedor haciendo el trabajo de las dos chicas, ya que Nube está con fiebre y Soga le cuida.

No siquiera me siento el frío de la temporada en la piel por los nervios. Puedo ver las nubes de vapor formarse cada vez que respiro, pero soy un poco inconsciente de estas. Ya nos estamos adentrando en noviembre.

—¡Pluma! —dice Daga mientras se acerca a mí desde el frente. A su lado va Látigo con el rostro tan indiferente como siempre—: aquí estás.

—¿Me necesitas? —digo con la mejor voz que tengo mientras oculto la desesperación. Ya deben saber del muerto.

—Queríamos hablar contigo un segundo. Verás... —Sus ojos brillan como si fuera algo mágico—. ¿Me puedes presentar a Nube, la rubia compañera de cuarto tuya?

¿Por qué pregunta por ella?, ¿sabe algo?

—¿Para qué? —le respondo tranquilamente para luego mirar a Látigo y sentir su mirada otra vez desnudando mis capas, como si supiera cada cosa que pienso.

—Se parece mucho a mí y me da curiosidad —comenta Daga. Aun así, por mucho que se parezca en el físico, tienen actitudes muy diferentes. Nube es frágil y dulce llena de inocencia, mientras que daga es todo lo contrario, sería un error dejarse engañar por su pequeño tamaño.

—También lo pensé. Está descansando, tiene fiebre, Soga anda cuidándola. Por hoy las estoy cubriendo.

—Una lástima. Quería verla... Creo que me pasaré por la tienda —dice llevándose los dedos al mentón.

—Puedes ir, luego de que descanse. Ayer ella iba a una cita, pero se enfermó por los baños, así que no pudo asistir —le digo con una sonrisa. Debo hacer que piense que nunca se reunió con el señor de anoche.

—¡Oh!, pobre... Vaya, vaya —Me mira a los ojos como buscando más, juraría incluso que por un momento sentí que sonreía de forma burlona—. La dejaré descansar entonces.

—Sería lo mejor para la pequeña. —continúo pelando los tubérculos.

—Está bien, si es así no hay mucho que pueda hacer. ¿Vienes esta noche con nosotros a beber? —Su aura cambia totalmente a la jovial y dinámica de siempre.

—No si es para esas cosas —decido ser más cortante con ese tema.

—No, no, simplemente es para beber. Me caes bien y a Látigo también. Eres como tener un humano aquí.

—¿Humano?, qué rara forma de referirte a mí.

Daga se me acerca y se agacha quedando a mi altura para señalar a un lado donde están pasando los siameses.

—¿Te parecen humanos? —dice con inocencia.

—Lo siguen siendo —Es cierto que se me hacen difíciles a la vista, pero no les quita que son personas iguales a mí.

—¿Crees que Látigo es humano? —hace una pregunta bastante curiosa.

—Sí, diría que no tiene nada malo... Estás diciendo cosas raras. —Le observo levantando una ceja.

—Tienes razón, quizás aún estoy borracho del otro día. —Mezcla sus palabras con risas—. Debo atender unos asuntos para la función de esta noche. Los dejo, chicos.

—Cuídate, Daga. Te veo en la función. —Le despido y sonrío para ocultar los pequeños espasmos en las comisuras de mis labios. Por dentro tengo todas las mejillas llenas de llagas por las mordidas.

El Rubio se retira y Látigo se queda parado frente a mí. Primero lo ignoro, pero su vista se hace tan pesada qué luego de cinco minutos me es imposible obviarlo.

—¿Qué sucede? —digo sin levantar la vista del filo del cuchillo.

Él saca con delicadeza algo en un pañuelo de su bolsillo y lo deja caer a mis pies. La tela está bellamente bordada.

—¿Qué es? —comento mientras lo tomo en mis manos y lo abro, ahí está el cabello del hombre de la otra noche, ¿los cortó y guardó para esto? Trago en seco y pongo mi mejor cara para fingir indiferencia—. ¿Un regalo?, estas cosas no me gustan.

Látigo solo me observa y sonríe levemente desde su posición, nunca baja a la mía. ¿Qué quiere?, ¿me está chantajeando? Ahora que lo pienso, no hay revuelo por la desaparición de aquel hombre.

—¿Quieres acompañarme a la ciudad? —le digo tras pensarlo mucho, proponiendo un sitio alejado de aquí—. Hay buenos lugares para visitar allí.

Asiente suavemente y abre un reloj de bolsillo plateado. Lo acerca a mí y marca las dos de la tarde.

—Nos vemos entonces a esa hora. Oye, ¿por qué me enseñas esto?

Sus ojos buscan mis labios mientras reduce la distancia entre nosotros tomándome de la barbilla y plantando un ligero beso. No sé cómo reaccionar, puede tenerme en sus manos, podría ser peligroso no seguirle el juego.

—No me gustan esas cosas —le comento mirando a otro lado—. No lo hagas sin mi permiso.

Me toma de la muñeca con fuera tirando hacia arriba para que me pare. La caja de madera y el cuchillo caen al suelo por el impulso.

—Oye, duele. —Correspondo con quejas a su acción—. No soy un juguete.

Me empieza a arrastrar por el campamento mientras todos nos observan. Me dejo llevar con el pensamiento de que quiere enseñarme algo, pero no logro dar pasos completos evitando llegar al sitio. No creo que nada bueno salga de esto.

—¿A dónde me llevas? —Salimos del campamento adentrándonos en el bosque—. No me gusta este lugar, Látigo.

Es por dónde vi que se llevaban a Nube, es cerca de donde mis sospechas se hacían reales, es donde cometí ese gran pecado.

Choco con la espalda de él al detenerse en seco. Comienzo a observar mis alrededor sintiendo el sonido de las aves que no había la noche anterior.

—¿Por qué estamos aquí? —levanto la mirada esperando que él me responda.

Látigo se voltea hacia mí y me abraza suavemente. No lo entiendo, juro que no logro entender al cien por ciento sus acciones.

—¿Por favor, explícame? —Le separo un poco.

Su dedo índice me señala y en la otra mano acaricia mi cabello.

—¿Qué quieres decirme? —miró detalladamente sus labios hasta que lo escucho, mis oídos no se lo creen.

—Eres un asesino, Jeremy —susurra Látigo para dejarme ver una sonrisa en sus labios.

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