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9.

SEBASTIÁN:

Flash. Pregunta. Flash. Respuesta.

Al menos si consideramos como respuesta mover la cabeza afirmativa y negativamente, como un retrasado sin salir todavía de trance. No terminaba de creérmelo, me encontraba en un puente entre la realidad y la fantasía. ¿De verdad todo esto estaba pasado? ¿O simplemente era una horrible pesadilla de la que debería despertar con Elena como protagonista? O tal vez mi maldito subconsciente siempre quiso esto y me encontraba en un jodido sueño.

No, no lo creía.

Esto era real.

Me había jodido, literalmente,

Tenía la obligación de casarme con ella a la fuerza debido a que hizo su jugada en público, sin mencionar al magnate de su padre. Ya me daba cuenta de por qué había invitado tantos reporteros, lo que en un principio me había extrañado bastante ya que se suponía que me odiaba por casarme con su hermana.

Mierda.

Una hermosa cabellera rubia se recostó en mi pecho, pasando un brazo en mi cintura mientras mi cuerpo reaccionaba endureciéndose al instante gracias a su diabólica sonrisa. Una malévola y traviesa sonrisa que solo podía pertenecerle a ella.

Elena.

La supuesta mujer que iba a ser mi desagradable cuñada. La misma mujer que hizo de mi vida un caos desde que la vi en el avión y, sin dudas, aquella que también había hecho de esta fiesta un infierno dónde las llamas eran impulsadas por la ira y la rabia causada por los celos. Celos al verla hablando con ese hombre semidesnudo que prácticamente devoraba, acariciaba y desnudaba su hermoso y delicado cuerpo con su asquerosa mirada de perro en celo. Lo peor era que ella ni se inmutaba, aunque gran parte de la culpa la tenía al colocarse ese estúpido vestido provocador.

Era pura tentación.

Y no solo para mí, gran parte de los invitados masculinos que no estaban comprometidos con alguna pareja tenían sus ojos fijos en ella.

Doble mierda.

Si ella se seguía vistiendo así probablemente terminaría en la prisión con cargos de asesinato por matar a algún desafortunado hombre que haya caído en sus redes de seducción... o en un Centro Psicológico, porque si algo tenía claro era que aquella mujer siempre hallaba la forma de colarse en mi piel, haciéndome sentir desquiciado, celoso, posesivo. En resumen, me volvía loco.

Y ahora la tenía aquí, entre mis brazos contestando las preguntas de los reporteros mientras yo terminaba de procesar todo como un niño aprendiendo a leer.

—¿Cuándo planean tener algún heredero?

Esa pregunta de tantas fue la gota que derramó el vaso. ¿Hijos? Ni siquiera había pensado en eso. Me di cuenta de que ella tampoco había pensado en ello porque su agarre sombre mí se tensó. La idea de hacer niños con ella... me excitaba, preocupándome al mismo tiempo, muy al contrario de ella, que parecía estar a punto de desmayarse. Tuve que esforzarme mucho para no carcajearme en frente de todos por la expresión de su rostro. Nunca la forzaría a estar conmigo y mucho menos a darme un hijo tan pronto, aunque sabía que algún día tendríamos que dar ese paso nos gustase o no. Todavía no discutiríamos sobre eso, dándole tregua en ello, pero en esta ocasión aproveché la oportunidad para atormentarla un poco.

Ella quiso jugar, ahora que acepte las reglas del juego.

Ahora fui yo el que sonrió malvadamente.

—Les prometo que pronto nos verán junto a pequeños Broke— Intentando en vano de ignorar la reacción de mi cuerpo hacia ella, la mire a los ojos acariciando su vientre plano sobre la tela del vestido fingiendo ser una pareja de enamorados, si las miradas matasen estuviera muerto

—¿Cuántos Broke piensan tener?

Una pequeña reportera de mechones rosas se adelantó y los demás la observaron con suficiencia. No me gustaban las personas que trataban a los demás como basura y abrí la boca para responderle cordialmente antes de que Elena le dijera alguna cosa fuera de lugar, pero me sorprendió cuando se me adelantó, de nuevo, contestándole agradablemente.

—No estamos seguros, pero Sebastián quiere una familia grande, así que planeamos tener al menos diez. —Todos los reporteros se quedaron en silencio. Bajé la mirada y Elena me sonreía con una expresión que decía claramente que si te metías con el toro, te tocaban los cuernos.

Nadie decía nada esperando alguna corrección de mi parte, que nunca llegó porque también estaba perplejo con su respuesta. ¿Diez? ¿En serio? Al pasar el rato y ver que nadie decía nada entré en pánico. ¿Diez hijos? Si apenas podía cuidar de mí mismo. Casi todo el tiempo estaba ocupándome del trabajo. Joder, no me veía cambiando pañales a cada rato, todos los años, preparando biberones, bañando, durmiendo, limpiando o....

Ahora ciertamente estaba más preocupado por mí siendo utilizado como una fábrica de semen que por ella aceptándome en su cama. Me, jodidamente, exprimiría.

—Es broma —añadió al ver las caras de las personas. Todo el mundo se tranquilizó, yo entre ellos. De repente entrelazó los dedos de su mano derecha con los de mi mano izquierda, aún apoyando su cabeza en mi pecho, y esa cercanía por alguna extraña razón me... gustó—. Todavía no estamos seguros, pero sí queremos una familia grande.

Me sonrió tímidamente, mirándome a los ojos.

Triple mierda.

Ella podía ser cruel, seductora, malévola y entre otras cosas, pero no había nada que me atormentara más que ese comportamiento, ese que me recordaba a la chica amable del avión. Una que se adueñaba de mis venas.

Una distracción.

Cuatro veces mierda.

¿En serio? ¿Tan cruel seria el universo?

No era posible que lo que había estado tratando de evitar toda la puta vida se presentara así. Que de un día para otro pasase de estar comprometido con una dulce mujer que me garantizaba tranquilidad y paz mental, a estar forzado a casarme con otra que me traía frustrado sexualmente como nunca antes y no me dejaba ni siquiera leer un documento sin pensar en algún momento en su cremosa piel de porcelana, en sus hermosos rizos dorados o en sus...

Y ahí iba otra vez.

Sufriendo y agonizando pensando en la mujer que justo ahora tenía entre mis brazos, lo que solo hacía que la tortura fuera peor con su contacto, con su olor, con su voz, con su...todo, admití que no había absolutamente nada que no me gustara de ella. Lo que lo hacía peligrosa. Incluso si me hacía la vida imposible, a una parte masoquista de mi ser le encantaba.

Lo vuelvo a decir, estoy jodido.

No, completamente jodido.

—Si nos disculpan, creo que tenemos que irnos. —Elena les ofreció a los reporteros una linda sonrisa, agarró mi mano y entre empujones me arrastro rápidamente hacia una salida trasera—. ¿Tienes auto? —me preguntó secamente al llegar a la calle.

Era buena actriz o sufría de bipolaridad, una de dos

—No, vine con William —contesté devolviéndole el mismo tono amargo.

—¿Una persona podría ser más inútil? —preguntó más para sí misma, sentándose en la cera, enfureciéndome.

¿Inútil? ¿Yo? ¿En serio de refería a mí? Podría ser muchas cosas, pero nunca inútil. Desde pequeño me habían enseñado a ser de mucha utilidad.

—Lo siento. No tenía planeado comprometerme con usted.

Ironía, sarcasmo y sequedad. Nunca pensé que mi voz pudiera tener la tres al mismo tiempo, pero con Elena nunca se sabía. Siempre sacaba partes de mí que ni yo mismo conocía.

—Bueno, acostúmbrese a ser de utilidad desde ahora.

Se levantó con su pequeño bolso y se paró en medio de la calle. Mi mente soltó una alarma. Si se quedaba ahí la iba a atropellar un carro o peor, algún pervertido podría hacerle cualquier cosa...

Mi cuerpo se tensó ante esa idea.

—¿Qué cree que haces?

—Esperando un taxi. No voy a volver ahí adentro.

Me señaló la puerta roja de acero por la cual habíamos salido y continúo parada allí en medio de la calle. Bufé, ningún taxi pasaría en un rato por ahí, pero si ella quería quedarse parada en medio de la calle toda la noche por mí estaba bien.

—Estás loca.

Me di la vuelta y caminé en dirección a la puerta para entrar de nuevo a pedir algún transporte decente y luego pasarla buscando, pero un grito me hizo girar rápidamente en estado de alerta. Lo que vi solo me hizo sonreír.

—¡Démela!

Elena forcejaba con lo que desde aquí parecía un indigente sin ningún tipo de arma, con ropas sucias y holgadas de unos ¿80? años que sujetaba su bolso y babeaba mientras ella intentaba apartarlo con pequeños empujones, también tratando de no hacerle daño. Todos podrán pensar que era un lunático, pero algo de esa escena me conmovió. El viejo la estaba robando y ella, a pesar de ello, no le quería hacer daño. Luego de varios empujones Elena soltó el bolso y el indigente se lo llevó arrasando los pies lentamente en el asfalto, desapareciendo en otro oscuro callejón.

Me acerqué ahogándome en carcajadas por la absurda situación. ¿Ella, que tan fácil hacia que cada día de mi vida desde hace tan poco tiempo fuera una pesadilla, se dejaba robar por un adulto mayor que ni siquiera podía caminar rápidamente?

—Supongo que me vas a llevar.

Me señaló con un dedo, poniéndose otra mano en la cadera con actitud arrogante. Dejé de reírme como pude para tomar una expresión seria y fría almacenada para los negocios. Alcé una ceja ante su comportamiento. Ese era mi plan en un principio, pero ahora quería que la pequeña princesita me lo pidiera por favor. Eso sería gratificante.

—¿Ah, sí?

Me apoyé en una sucia pared de ladrillos, cruzándome de brazos.

—Ajá.

—¿Dónde está el por favor?

Esta vez fue ella la que alzó una rubia ceja indignada.

—¿Quieres que te ruegue?

—¿Te quieres quedar aquí? —contraataqué fríamente.

Estaba cansado de que me afectara de semejante manera. Por un momento quería ser yo el que causara algún tipo de efecto en ella. Tenerla a mis pies. Eso era justo lo que quería y, si ella necesitaba de mí, me encantaría que me lo pidiese sumisamente en voz alta. Miró a los lados, analizando el lugar, y por su rostro supe que estaba a punto de conseguirlo. Resignada, abrió la boca para contestar, pero el estridente sonido de la bocina de un auto la detuvo. Ambos dimos la vuelta. Ella aliviada y yo molesto por la interrupción.

En una Tahoe dorada estaba el maldito hombre semidesnudo con el que ella había hablado en la fiesta. Alexis, un antiguo boxeador que ahora trabajaba como representante. Alguien importante, pero aún así unas inmensas ganas de golpearlo se apoderaron de mí al ver como él se apoyaba en la ventana del copiloto y se ofrecía a llevarla a casa.

Ella pasó un largo rato sin responderle.

Sonreí victoriosamente, mirando directamente al negro con una afección al oro. No era tan tonta como para irse con un hombre luego de anunciar su compromiso. Pero mi victoria duró poco porque comenzó, de un momento a otro, a caminar hacia la camioneta. ¿Qué coño? ¿Se iba a ir con ese? Caminé rápidamente hacia ella hasta alcanzarla, sujetándola fuertemente de la mano para que no siguiera.

—¿A dónde crees que vas?

No quería que se fuera con ese y mucho menos quería quedar como una pobre victima a la que le pusieron los cuernos en su primera noche de compromiso si algún reportero llegaba a ver la escena.

—Suéltame. —Se zafó del agarre de mi mano y me miró con sus grandes ojos verdes seriamente—. Sebastián, tú eres libre de salir con quien quieras siempre y cuando nadie se entere de ello, manteniendo así las apariencias, al igual que yo. Entiéndelo, porque aunque muy pronto tú y yo estamos casados, eso no significa que tenga que prometerte fidelidad ni afecto de ningún tipo, ni tú a mí. Estos son negocios.

Dicho esto abrió la puerta y entró, despidiéndose de mí lanzando un beso en el aire. Largándose con él. Dejándome con un sentimiento de deja vu mientras observaba cómo el vehículo se alejaba.

Cinco veces mierda.

Tenía razón.

Yo le había puesto las mismas condiciones a Eline y ahora ella me las ponía a mí. Maldita Elena. Maldito Karma. Seguramente esta noche no dormiría pensando en las muchas formas en las que ese idiota podría estar corrompiendo a mi prometida.

Otra noche sin dormir.

Arrastrando los pies, pareciéndome al jodido indigente, me dirigí hacia la puerta de acero para llamar a algún vehículo e irme. Jodida mierda por sexta vez.

La puerta solo abría por dentro.

Saqué mi teléfono de mi bolsillo. Sin señal.

Siete ve....

—¡Ey! ¡Aquí! ¡¿Quieres compañía guapo?! —Unas voces masculinas gritaban a mi espalda y, al darme la vuelta, me encontré con un grupo grande de travestis bailando Who Knew de Pink en una camioneta, usando bikinis y faldas cortas.

Ocho veces mierda.

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