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7.


ELENA:

Me crucé de piernas, impaciente. Ya llevaba justamente media hora esperando en el estudio de mi padre. Odiaba estar gastando mi tiempo aquí cuando muy bien tenía cosas más importantes que hacer, como empezar a buscar trabajo. Aunque no lo necesitara, simplemente se sentía incorrecto haber pasado tanto tiempo en la universidad y obteniendo un título con el que podía ayudar a alguien para simplemente estar echada en casa.

Sabía que tarde o temprano llegaría este momento padre e hija, por otro lado, donde respondería a todas sus preguntas. Al menos ya me había preparado mentalmente para ello. Era consciente de que no le debía explicaciones de ningún tipo porque ya era una mujer adulta y experimentada, pero para bien o para mal Christian Stamford era mi padre y, si pretendía volver, lo mejor era intentar mantener una buena relación con el señor Rey del Universo.

Inspeccioné por centésima vez el modesto despacho. Sus amplios y delgados ventanales de cristal ofrecían una linda y completa vista del jardín. Había un escritorio situado en el centro, haciéndole compañía a una moderna silla giratoria de cuero marrón y a unos sofás beige del otro lado. Las grandes bibliotecas llenas de libros y el moderno ordenador encima del escritorio, junto a otros artículos de oficina, le daban ese característico toque intelectual y serio.

Me levanté, cansada de esperar y un poco aliviada por dejar pasar la situación si su ausencia se debía a los negocios. Alisé mi falda de tubo negra que me llegaba a las rodillas y que combinaba a la perfección con mi camisa turquesa de volantes. Sonreí para mis adentros.

¿Qué diferencia hay si hablamos hoy, mañana, al día siguiente o al siguiente a él?, me pregunté.

Desde mi punto de vista, ninguna.

Finalmente posé la mano en la manilla y estuve a punto de girarla. Pero, tristemente, alguien se me adelantó. ¿A caso esto es un reality donde la gente detrás de cámara y el público se entretienen al mandarme esperanzas, para luego arrancármelas vilmente?

Maldije bajo a todos los objetos en la habitación.

Estúpidas cámaras ocultas.

—Buenos días, Elena. —Un magnifico Christian Stamford entró, haciéndome a un lado para sentarse en su silla y cruzar los brazos sobre el escritorio. Todo ello subiéndose las mangas de su americana blanca—. Toma asiento. Debes estar cansada de esperar de pie.

Gruñí, tenía las piernas literalmente dormidas por permanecer sentada un siglo. Por su culpa. Con actitud indiferente me senté de nuevo y fijé mi mirada en sus ojos oscuros.

—Comienza —le exigí recostándome hacia atrás en el mueble, colocando mis brazos en los reposabrazos y cruzando mis piernas elegantemente.

Esta era una situación donde podía imaginar a Nora alentándome como una porrista.

—Sigues siendo tan directa como siempre. —Sonrió de lado y no tardó, ni dudó en empezar con su interrogatorio—. ¿Dónde estabas?

—Atenas, Grecia.

—¿De qué has vivido?

—Estudié medicina.

—¿Cómo pagaste la universidad?

—Conseguí una beca para estudiar en Rusia. También realicé uno que otro trabajo para mantenerme, comprar libros y pagar mis gastos personales.

—¿En qué parte de Rusia exactamente?

— Moscú.

—¿Cómo consiguió Eline tu número?

—No lo sé —contesté frunciendo el ceño y haciendo un apunte mental. Le preguntaría a la pelinegra, realmente no tenía ni la más mínima idea.

—¿Por qué volviste?

—Eline me pidió ser su madrina.

—¿Por cuánto tiempo te quedarás?

—Vine para quedarme.

Se hizo una larga pausa silenciosa. Él procesaba la información, yo miraba mis uñas y ambos aprovechamos para tomar aire. Pronto tendría que coger una cita en la peluquería sino quería terminar con dedos de rinoceronte.

—¿Cómo pudiste evitar que te encontrara? —Se inclinó ligeramente hacia adelante, interés brillando desde la profundidad de sus ojos. ¡Ja! sabía que esa sería la respuesta más importante para Christian Stamford. Porque, escapándome de su dictadura sin dejar ningún tipo de rastro que seguir, había dañado su inmenso ego y conseguido burlar su gran inteligencia.

—No eres el único con contactos en esta habitación.

Sonreí arrogantemente.

—¿Quiénes? —Me deslizó una hoja y un bolígrafo que sacó de un cajón del escritorio. Alcé una ceja burlonamente, intentando ocultar mi indignación—. Nombre y apellido.

—¿En serio? ¿Crees que soy tan desagradecida?

Crucé mis brazos. No podía creer lo que me estaba pidiendo. Prácticamente quería que delatara a las personas que me habían ayudado a salir de aquí, probablemente para dañar sus vidas y mantener su reputación de invencible e intocable. Estaba completamente equivocado si pensaba que cedería.

—Tal vez sí pienso que lo eres. —Me estremecí ligeramente cuando sus ojos brillaron con furia—. Yo te crié y te largaste sin siquiera decir adiós, ¿qué diferencia hay?

Bufé, a Christian Stamford no le queda bien el papel de víctima.

—La cosa, papi, es que uno no se despide del diablo cuando logra escapar del Infierno. Mucho menos les entrega a los ángeles que le ayudaron a escapar en bandeja de plata —le contesté inclinándome hacia delante y enviándole una indirecta para que no siguiera insistiendo. Abrió los ojos de par en par, sorprendido con mi actuación.

——¿Así que esto era un infierno?

¿Soy yo o había visto un destello de dolor en su mirada? ¿Genuino dolor? Lastimosamente no lo pude confirmar porque tan rápido como apareció, desapareció. Cambiando por su característica mirada fría e indiferente. Esa a la que estaba totalmente acostumbrada.

Asentí sin dejarme afectar por sus palabras.

—Dejando atrás el pasado... —continuó—. ¿Qué piensas del compromiso de Eline? —Su inesperado cambio de tema no me extrañó. Recordaba que siempre lo hacía cuando una conversación se tornaba incomoda o le afectaba de algún modo—. Solo te puedo asegurar que no interferiré en el compromiso. Mañana en la noche tu hija estará comprometida con Sebastián Broke. —Fui lo más sincera posible y añadí una sonrisita hipócrita al platillo.

No le dije cuál hija.

—¿Así que estás de acuerdo?

No estaba convencido con mis palabras.

—No entiendo las razones por las que decidiste comenzar a jugar al casamentero, pero sí puedo entender tu deseo de controlar el matrimonio de Eline —mentí.

Podía llegar a ser una buena mentirosa cuando me lo proponía.

—¿Ah, sí? Explícate, por favor —pidió cruzando los brazos detrás del cuello y recostándose hacia atrás, esperando por mi respuesta.

—Bueno, pienso que, además de obtener la mitad de las acciones de los casinos, quieres controlar la vida de Eline. Y con ello me refiero a tener un control de la persona con quién se case más que de ella, garantizándote que en un futuro tu hija nunca sufra lo que tú sufriste después de perder a mi madre. No hay mejor manera que evitando que se enamore, lo que nunca será posible si está casada con un hombre que no ama, ¿o me equivoco? —solté el discurso que había preparado desde que me había bajado del avión. El negó con la cabeza, ignorando por completo la mención de mi madre—. Si lo que deseas saber es si trataré o no de impedir que el compromiso entre un Broke y una Stamford se lleve a cabo, no te preocupes. Me mantendré al margen y tú tendrás las acciones que tanto deseas.

Me levanté para irme. Cuando nuevamente coloqué mi mano en la manilla de la puerta, anunció:

—Necesito que termines de preparar la fiesta de mañana debido a que la organizadora renunció a último momento y Eline no está muy entusiasmada que digamos. Cuentas con la ayuda de Sebastián. Ha aceptado ayudarte y te está esperando en su oficina. Queda en frente del casino.

Por supuesto que Don Perfecto estará dispuesto a ayudar, pensé con ironía. Cerré la puerta y apoyé mi espalda en la pared del pasillo. Me deslicé hacia abajo con una sonrisa triunfadora en el rostro.

Fase uno, no levantar las sospechas de Christian...

Completada.

Solo quedaba un día.

—Señorita Elena, ¿qué hace tirada en el piso? ¿Se siente bien? —preguntó Marta subiendo el último escalón de la escalera y caminando hacia mí.

Me levanté rápidamente sin poder evitar tambalearme un poco en los tacones. Solté una risita.

—Estoy perfectamente bien, Marta. —Le di un beso en la mejilla y baje corriendo las escaleras. Marta me siguió, quejándose por tener que bajar de nuevo, pero tenía prisa.

—¿Por qué tan feliz? —cuestionó. Tomé mi abrigo azul claro y mi bolso—. ¿A dónde va con tanto entusiasmo?

—Tengo una fiesta de compromiso que preparar. Adiós, Marta —le informé cogiendo las llaves de uno de los tantos autos disponibles antes de salir.

Le mostraría a Sebastián Broke lo poco que me afectaba.

Seguro el imbécil se estaba riendo en su oficina pensando que no sería capaz de aparecerme por allá gracias a lo sucedido el martes. Creyendo, no, afirmando que estaría avergonzada por la forma en la que reaccionó mi cuerpo ante él o intimidada por su comportamiento primitivo y cavernícola. Sonreí.

Se llevaría una enorme sorpresa.

Me senté en el asiento piloto de un bonito Audi r8 blanco, lancé el abrigo y el bolso en el lado del copiloto. Me abroché el cinturón de seguridad, arranqué el motor y crucé a toda prisa las inmensas rejas negras de la entrada. Después de cinco minutos viajando rápido por la carretera, paré en un semáforo en rojo. Utilicé esa pequeña pausa para encender la radio, sonaba Crazy in Love de Beyoncé. Como nadie veía, comencé a cantar, acción que realizaba golpeando ocasionalmente el volante o agitando mis rizos al ritmo de la canción.

El sonido de una bocina me sacó de mi concierto personal.

Giré la cabeza y en el asiento conductor de una Hummer negra había un rubio bastante atractivo y de ojos claros, tal vez de un verde agua. Sus facciones eran duras y muy masculinas. En este momento negaba con la cabeza riendo y, al detenerse solamente para verme, me di cuenta de la mueca de diversión en su rostro. Ante mi mirada, gesticuló:

Te caché.

Me sonrojé y pise el acelerador.

SEBASTIÁN:

Una pierna se enredó en mi costado, abrí los ojos.

—Buenos días —susurró en mi oído deslizando su uña por mi pecho y sentándose en mi regazo.

—Hola —saludé de regreso bajándola de mí con un suave empujón, ignorando sus quejas.

Me cubrí con una sábana y atravesé la habitación para dirigirme al baño. Relajé tensiones tomando una larga y caliente ducha, gracias a Dios sin ninguna interrupción. Este momento de meditación me brindó la oportunidad de buscar con calma una razón que excusase mi comportamiento del martes. ¿Qué tal tengo problemas mentales o no me gusta ver a las mujeres de tanto valor como tú, actuando como mujerzuelas?, ¿no te da pena hacer esto en la casa de tu padre?

Gruñí, nada de eso sonaría no idiota y, además, me había entrado shampoo en el ojo.

Tal vez debería ignorarlo e ignorarla a ella. Como si nunca hubiese pasado. Aunque ignorarlo todo, ignorar ese beso... era como ignorar el sol de las mañanas.

Imposible.

A menos que me encierre en un sótano, propuse.

Con una toalla envuelta alrededor de la cadera, salí del baño. No pude ocultar mi sorpresa y cierto deje de irritación al encontrarme con Sara completamente desnuda en mi cama. La mayoría de las veces se iba en la noche y cuando se quedaba a dormir, se iba apenas se levantaba.

—¿Por qué no te has ido?

—¿Me estás echando de tu casa? —chilló indignada. Luego dejó caer las sabanas que la cubrían y comenzó a buscar su ropa. Completamente desnuda, de nuevo. Cerré los ojos.

¿Qué coño? ¿Por qué cerré los ojos?

Los abrí de nuevo. La había visto desnuda varias veces y no había nada que no haya visto antes. No sabía porque los había cerrado y mucho menos por qué me sentía... ¿culpable? No, no podía ser.

—No, no me malinterpretes...

—Es por ella, ¿cierto? —preguntó cortando mis palabras con un toque amargo y colocándose un vestido amarillo, muy corto en mi opinión. Pero no era mi problema si ella quería andar mostrando sus piernas por todos lados—. Haz estado utilizándome para no encariñarte con ella —me soltó de golpe.

—¿Qué? —pregunté; estaba confundido.

¿A qué se refería con ella?

—Anoche cuando... —Tomó sus pertenecías y caminó hasta la puerta. Dirigiéndome una mirada por encima del hombro antes de salir, añadió—: Dijiste Eli o Ele y yo valgo más que eso. No estoy dispuesta a estar contigo cuando tú estás pensando en otra.

—Eh... yo, ¿lo siento?

Me sentía como un tonto adolecente al que le habían descubierto droga en su cuarto y diagnosticado una adicción. O descubierto masturbándose.

—No lo sientas, sé que recapacitarás y volverás a mí. Suplicando que te dé lo que solo yo puedo ofrecer —dijo y se fue definitivamente con un portazo.

Creo que me quedé cinco minutos viendo la puerta en estado de shock, sin moverme y aún con solo la toalla cubriéndome. Salido de trance, repetí sus palabras en mi mente y me ahogué en la risa. ¿Lo que solo yo puedo ofrecer? ¿Qué cosa? ¿Sexo sin compromiso? Joder, eso lo podía encontrar en cualquier esquina de la ciudad.

Sin ánimos de ofender. Pero, ella solo era el primer vaso de agua que tenía más cerca para beber, entre miles. Aunque no solo sus palabras me daban risa. También me intrigaba el hecho de haber pronunciado el nombre de alguna otra mientras la follaba. Esas cosas no me sucedían a mí, pero no le di importancia y decidí que tal vez haya sido algún desliz o algún sonido erróneo que confundió. Sin embargo, una parte de mí sabía perfectamente que había dicho Ele y no Eli.

La razón era obvia.

Mi teléfono móvil empezó a sonar al otro lado de la habitación y contesté perezosamente.

—¿Sí?

—Sebastián, la organizadora renunció anoche por problemas personales y necesito que te reúnas con la nueva persona a cargo de la fiesta de mañana —ordenó Christian Stamford al otro lado de la línea.

Cubrí el auricular del teléfono con la mano y maldije.

—De acuerdo, mándalo o mándala a mi oficina.

—Que pases un buen día, hijo.

¿Hijo?

Estuve a punto de pedirle que no me llamara así, pero colgó. A veces pensaba que él sabía cómo hacerme molestar y que lo disfrutaba. Me vestí con unos mocasines negros junto a una americana del mismo color, con una camisa de botones blanca por debajo. Desayuné la comida que preparo Susana y salí del apartamento para dirigirme a la oficina con la mente un poco más despejada que los días anteriores, gracias a las atenciones que solo me podía dar la pelirroja. Al llegar a la oficina le di unas instrucciones a la secretaria. Entré y me senté en mi escritorio. Inmediatamente el teléfono inalámbrico empezó a sonar.

—El Sr. William, está aquí afuera señor.

—Hágalo pasar y, por favor, tráiganos tres cafés.

—De acuerdo, señor.

—Ah... y Lisa, me puedes decir Sebastián. Recuérdalo.

—De acuerdo, señor Sebastián

Puse los ojos en blanco y la di por imposible.

Las puertas se abrieron y entró un muy sonriente William.

Nunca lo había visto tan feliz.

—Hola, ¿me llamabas?

Se sentó en un sofá de masajes que tenía para casos de emergencia por la acumulación de stress laboral, causado por las reuniones. Un diván.

—Sí, te tengo que decir algo. —Su expresión se volvió seria—. No es nada referente al trabajo.

—Ah, bien. —Volvió a sonreír, extrañándome aún más, y se levantó, cogió agua del filtro que estaba en una esquina para luego volverse a sentar—. No eres gay, ¿o sí?

—No —contesté molesto. Me bajé del escritorio y me senté en la silla giratoria. ¿Gay? Si algo tenía claro era que me gustaban las mujeres, tal vez demasiado y allí el problema—. Me caso. —Le solté la bomba y él reaccionó escupiendo el agua que estaba bebiendo.

—¿Y yo seré el padrino? Te juro que por un momento creí que... —me examinó y, al ver que no bromeaba, preguntó con palidez—: ¿Es cierto?

Asentí.

Iba a preguntarme algo, pero el teléfono volvió a sonar.

—Una señorita dice que quiere hablar con usted.

—¿Es la organizadora de fiestas? —pregunté con la mirada expectante de William clavada en mí.

Escuché a Lisa hablar con la desconocida y, después de unos cuantos murmullos, me contestó:

—Sí.

—Hágala pasar.

—¡Pregúntale si está buena! —gritó William.

Joder. Creo que todo NY escuchó.

—Yo... —contestó Lisa al escuchar a William al fondo.

—Tranquila, hazla pasar —repetí.

—De cuerdo, señor.

Las puertas se abrieron nuevamente y la mujer de mis pesadillas húmedas entró simplemente usando una camisa turquesa, unos tacones negros de infarto y una falda de tubo que sería tan fácil de quitar.

—¿Entonces? ¿Estoy buena? —preguntó con voz sensual dando una lenta vuelta sobre sí misma.

Mis ojos no se apartaron ni por un segundo de su suave y perfecto cuerpo curvilíneo. En cualquier momento la cremallera de mi pantalón explotaría y agradecía estar detrás del escritorio para ocultar el gran bulto en mis pantalones, que seguro seria visible a mil kilómetros de distancia. No era el único, William también parecía tener el mismo problema al intentar cruzarse de piernas para ocultar lo mucho que le afectaba Elena.

Ella se detuvo a ver a William y lo examinó atentamente, ofreciéndole una sonrisa de aprobación femenina durante el proceso. Contuve un gruñido que no tuvo por qué haberse formado y unas horribles ganas de golpear a William que no debieron haber existido. Él no apartaba los ojos de ella. De repente los hermosos ojos verdes de Elena se abrieron como platos al notar...

¿Qué coño estaba viendo?

Ah, sí. La erección de William.

Inconscientemente mi mano se iba acercando al teléfono, con la intención de sacar a mi supuesto amigo de la oficina. El grito de Elena me detuvo.

—¡Tú! —Elena señaló a William acusadoramente.

—¡Yo! —Sonrió seductoramente y se echó para atrás en el sofá. Divertido.

¿Se conocían?


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