6.
ELENA:
Hice todo lo posible para escapar de la jaula de músculos y piel que me apresaba. A diferencia de mi mente, mi cuerpo traidor no dejaba de anhelar una nueva invasión. No podía soportar su masculino olor cítrico tan cerca, me ponía tan...
¡No! ¡No puedo caer en la tentación!
¡Él es mi enemigo!, me reñí.
Dejé mis forcejeos al darme cuenta de que la única forma de escapar era complaciendo al lunático con problemas de fantasías eróticas de dominación. A menos que por arte de magia mi padre llegase a la casa, Eline fuera a tomar un vaso de agua en la cocina o Marta saliera de donde fuese que estuviese metida, estaba jodida. Sabiendo que ninguna de esas cosas pasaría, dije:
—Es Xavier, un amigo. Estábamos montando a caballo.
Palpé cómo sus músculos se tensaban más, apretándome totalmente contra la pared y aplastando su cosa en mi dolorido cuerpo. No debió haberle gustado mucho mi respuesta.
Gemí otra vez.
—No has contestado del todo mi pregunta, bruja. ¿De qué conoces a ese tal Xavier? —soltó bruscamente.
Odiaba esa forma que tenía de mandarme, en la cual no me dejaba ninguna escapatoria además de complacerle. Me estremecí al sentir su fuerte respiración impactándome directamente en el sensible arco de mi cuello. ¿Cómo una corriente de viento, rica en dióxido de carbono, podía representar las mil y un promesas de placer oscuro?
Agradezco estar frente a la pared. Podría jurar que mi cara era todo un poema y sería un deleite para su ego. ¿Por qué quiere saber? ¿Qué le importa? ¿Por qué actúa así? ¿Por qué yo le respondía, en vez de gritar por ayuda? ¿Por qué a mi cuerpo le gusta tanto su comportamiento psicópata?
—Nos criamos juntos.
Se relajó notablemente con mis palabras y posteriormente se separó poco a poco para dejarme libre. Inconscientemente inhalé más profundamente de lo debido, en busca del aire que él mismo se había encargado de sacar de mis pulmones con su extraño e intenso comportamiento. Mierda, ¿qué clase de aromatizante con olor a hombre utiliza Marta?
Esta vez mi respuesta si pareció ser de su agrado, ironicé.
Con toda la rabia humanamente posible, me acerqué y le pegué una bofetada. El sonido producido por el choque de nuestras pieles se escuchó por toda la sala, concordando con el escozor de mi palma y la gran marca roja que se empezaba a formar en su mejilla. De una manera u otra él me había forzado a tener que dejar en evidencia lo mucho que me atraía su arrogante ser y la influencia que tenía sobre mi cuerpo. Eso no se lo perdonaría. El vil acto podía calificar en el top diez de formas más crueles de burla y humillación.
Bajé la mirada para evitar que fuera testigo de las lágrimas de frustración que escapaban de mis ojos. Lágrimas causadas por lo mucho que detestaba sentirme de aquella manera hacia él. Atraída como el hierro al imán. Incluso si el metal no quería, ahí estaba esa atracción física producto de los caprichos de la naturaleza. Cuando logré tranquilizarme segundos después, alcé la mirada y lo encontré un poco cabizbajo. ¿Estaba avergonzado por su conducta? No podía creerlo. Él y el mismo que me tuvo contra la pared debían ser diferentes.
—¿Ahora me vas a decir la razón de tu ataque? —le pregunté. Él solo negó con la cabeza e hizo ademán de irse. Oh, no. Eso iba va a pasar. ¡Qué cobarde! A centímetros de la puerta, lo cogí fuertemente por la hebilla de su pantalón y le obligué a darse la vuelta—. Esto no se va a quedar así, ¿entiendes?
Le ofrecí mi mirada más fría y lo solté.
SEBASTIÁN
Exactamente, ¿qué ha hecho? —me preguntó el anciano de barba blanca.
Si tuviese que ponerle una edad, diría que aparentaba unos setenta años. La persona destinada a oír mis conflictos, estaba sentado sobre un mueble con las piernas cruzadas. Como siempre, esperando pacientemente por mi respuesta. Por lo menos había logrado contarle un ligero resumen de la horrible noche del martes en una sola sesión.
Podría contestarle enumerando los hechos como exactamente pasaron, y con detalles.
1. La perseguí hasta el establo con la pura intención de conversar sin conflictos cuando ellos debieron importarme una mierda.
2. La espié. Vi cómo ella se arrojaba a los brazos de ese maldito Xavier y lo seguí haciendo a pesar de que la sangre me hervía, pero llegó a su punto de ebullición cuando cayeron riendo juntos en el piso. Para ese entonces mis puños estaban rojos de tanto apretarlos y mi cuerpo temblaba por la ira contenida.
3. Volví dentro diciéndole a Eline que preferiría quedarme a pasar el rato en casa. Cuando en realidad lo que deseaba era esperar a Elena como un padre que aguardaba la llegada su hija adolecente. Pasé el rato charlando con Eline, conteniendo las ganas de ir, buscarla y traerla conmigo a la fuerza. Lo único que me detuvo fue el temor de interrumpir algo, así que esperé y esperé, impotente.
4. Me rendí con una extraña opresión en el pecho, pensando en las manos de él sobre ella y en qué tipo de cosas les tomarían tanto tiempo.
5. Cuando dieron las ocho, le conté a Eline las condiciones de nuestro matrimonio. No se lo llevó muy bien.
6. Me levanté para largarme de allí, furioso conmigo mismo por permitir que Elena me afectara tanto. Estuve a punto de salir cuando la olí.
7. La encontré espiándonos a Eline y a mí. Nadé en la ironía para luego ahogarme, como un cachorro frente a un tsunami, en una avalancha de posesividad, celos y furia.
8. ¡La besé! Me abrí paso bruscamente en su boca. Como si fuese el dueño y señor de su cuerpo. Disfruté como un niño sin experiencia de los pequeños sonido que salían de su boca y de su exquisito sabor a gloria.
9. Le exigí respuestas y casi muero de un infarto cuando una de ellas fue que montó a caballo con Xavier, su amigo.
10. Me sentí aliviado y avergonzado al saber que se habían criado juntos. Al ver como sus hermosos ojos verdes se llenaban de lágrimas, quise pegarme un tiro por mi estupidez.
11. Recibí la primera bofetada en mi vida y me dejé hacer como un saco de boxeo. Me giré y a punto de salir, me cogió por la hebilla del pantalón para después amenazarme. Cosa que causó que mi erección casi explotase. Encendí mi auto y conduje por la carretera, sus palabras resonando en mi cabeza en todo momento.
Esto no se va a quedar así, ¿entiendes?
Lo peor era que mi recién descubierta parte masoquista estaba más que encantada con su amenaza y esperaba anhelante el próximo encuentro. Tristemente no podía decirle todo eso nuevamente al terapeuta. Ya se sabía los acontecimientos de memoria. El Dr. Frank era mi psiquiatra desde que comencé a presentar problemas de ira gracias a los conflictos en mi hogar. Furia que terminaba siendo descargada en la escuela, metiéndome en peleas y discusiones que hacía que cambiara una y otra vez de instituto. Me acostumbré a visitar al viejo, lo veía como un padre, así que aquí estábamos todavía una vez al mes.
Analicé una y otra vez la situación hasta llegar a una conclusión.
—Dejarme llevar por los celos. Eso hice. Pero la pregunta más importante es...
—¿Desde cuándo Sebastián Broke siente celos?
Joder. Me conocía mejor que mi propio padre.
En busca de una respuesta terminé clavando la vista en una foto enmarcada donde aparecía el doctor con sus dos nietas de cinco y trece años. Abrazados, felices, alegres. Las niñas reían. La bondad esparcida junto a la inocencia en sus dulces rostros me recordaba a cierta chica de que conocí en un avión y que, aún viéndola, dejó de existir.
—No lo sé.
Él negó con la cabeza, todavía sonriente, y pude imaginar cuál sería la conclusión.
Demente.
Eso era, estaba completa y absolutamente loco.
Al salir de la consulta llame a Sara y la invité a cenar a mi departamento. Ella aceptó la oferta, gustosa.
Tenía que desahogarme.
Aunque después maldiga al color verde.
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