5.
SEBASTIÁN:
La vista que ofrecía la localización de mi oficina en el último piso de un rascacielos en la Quinta Avenida me permitía visualizar uno de mis más grandes logros. El Casino Broke de Nueva York era uno de los diez casinos más concurridos en el mundo, siendo este a la vez uno de los pocos que manejaba grandes cantidades de dinero, más ricos que los ricos, en apuestas de manera legal. Cada uno de los casinos de mi línea tenía una pequeña zona exclusiva en donde se manejaban las apuestas y los juegos con grandes cantidades de por medio, sin embargo, todo era claro como el agua. Con eso quería decir que no había ningún tipo de trampa, los participantes eran investigados antes de ingresar al juego y el dinero era completamente limpio, sin mencionar que también contábamos con mucha seguridad tanto dentro como fuera del casino.
Gracias a William, mi jefe de seguridad y lo más parecido que tenía a un amigo, nunca habíamos tenido ningún inconveniente mayor con la policía y aspiraba que así siguiera siendo. El hombre nunca dejaba de trabajar y nunca se quejaba por ello o exigía más dinero. Inclusive en varias ocasiones le había ofrecido un aumento de sueldo sin razón alguna para no sentirme como un explotador. También, al paso de los años, me había dado cuenta que, al igual que yo, se centraba en el trabajo para tratar de llenar vacíos en su vida.
En fin.
Aquí estaba yo, sentado en una cómoda silla de cuero negro con un café bien cargado en la mano, con una bandeja llena de correos por leer y contestar, con finanzas que hacer y revisar, pero sin poder concentrarme en lo absoluto por esa rubiecita con aspecto de ángel y sonrisa malvadamente traviesa que tenía como cuñada. El colmo del asunto era que esta semana estaba más cargado de trabajo que nunca y no lograba concentrarme una mierda por su culpa, formando una torre de papeles de No hecho sobre mi escritorio.
Y como si eso no era suficiente, todavía no podía sacarme de la cabeza la imagen de su cuerpo en ese vestido blanco y en tacones.
Y como si eso no fuera suficiente para dañar mi cordura, ahora tenía que verla por el resto de mi vida.
Elena.
Así se llamaba la muy descarada, con esa cara de mosquita muerta, fingiendo muy bien ser tierna y amable cuando en el interior era tan malvada como el mismísimo diablo, pero a la vez tan seductoramente sensual como...
Mierda.
Completamente frustrado pasé inconscientemente la mano por mi cabello, despeinándolo. ¿Por qué tenía que pensar en ella de ese modo? ¿Por qué tenía que pensar en ella, de todos modos? ¿Por qué mi mente no dejaba de pensar en lo suave que parecía su piel al tacto, en sus largas piernas, en la profundidad de sus ojos, en lo sensible que podría...?
—Ah.
Ahí estaban otra vez esos ojos verdes atormentándome. No le bastaba con no dejarme dormir durante toda la noche, pensando en ella mientras daba vueltas como un perro en la cama hasta dormirme por no poder con el cansancio. No. Parecía no estar satisfecha porque ahora también estaba afectándome en el trabajo durante las horas diurnas.
Reí amargamente por la ironía de la situación.
Genial.
Simplemente genial.
Lo que no quería y evitaba sentir hacia mi esposa, lo sentía hacia mi cuñada.
Sin ofender, pero la cabellera negra de Eline, con sus dulces ojos azules, gran corazón y aspecto de niña solo lograba inspirar en mi un pequeño sentimiento de ternura y desprecio hacia mí mismo en mí. Elena, por el contrario, hacía que mi mundo se pusiera de cabeza, porque con tan solo una de sus explosivas miradas...
—Ah —gruñí nuevamente, exasperado.
Estaba en problemas.
Lo peor de todo era que ella me había declarado la guerra.
Abiertamente.
Y yo había decidido no dar tregua alguna.
****
Ya eran más de las tres de la mañana cuando terminé con la gran torre de papeles. Sonreí orgulloso. Ninguna mujer sería una distracción para mí, había jodido con mi mente hasta poder concentrarme, determinando que necesitaba sacar urgentemente de mi mente a Elena si no quería acabar en la quiebra. Me estremecí ante la idea.
Ya había pasado por eso y no pensaba repetirlo.
Para salir de la bancarrota tuve que hacer un trato con el mismísimo diablo, el padre de la pequeña diablesa con la que había tenido una conversación luego de la cena. A petición de Christian esta había transcurrido en completo silencio luego de casi atragantarse con la comida debido a las insinuaciones de su hija mayor. Eline se había despedido subiendo a su habitación silenciosamente y el gran canalla de mi suegro le había pedido a Elena que, por favor, me acompañara a la puerta, a lo que yo me había negado y ella había accedido.
Después entendí él por qué.
Elena, a partir de ahora en adelante, aprovecharía cualquier oportunidad, por más mínima que fuera, para hacerme la vida imposible. Estaba a punto de entrar a mi coche cuando me preguntó con los puños apretados:
—¿En serio serías capaz de casarte con ella?
Sus ojos verdes ardían con un inmenso odio que me paralizó por completo, por no mencionar que su pregunta me había pillado por sorpresa y con las defensas bajas. Ahí estaba ella, parada en el umbral de la puerta, observándome con repulsión.
—Yo... yo no fui quién...
—Jódete, ¿sí? Solo quiero dejarte una cosa muy clara, así que ¡óyeme bien! —El pequeño ángel vengador caminó hasta quedar frente a mí, nariz con nariz, mirándome a los ojos todo el tiempo—. Tú, Sebastián Broke. —Puso fuertemente su dedo en mi pecho—. A partir del momento en el que se firme el contrato de matrimonio serás el ser más miserable que haya caminado sobre la faz de la tierra porque yo, personalmente, me ocuparé de ello.
Se dio la vuelta, retirando con ello su dedo, e inmediatamente mi cuerpo añoró su contacto. Me azotó en la cara con su sedoso cabello dorado al darse la vuelta, entrando en la casa, sin mirar atrás en ningún momento, con un sensual movimiento de caderas que solo aumentaba dolorosamente aún más el bulto en mis pantalones.
Me había sentido como un completo masoquista.
¿Desde cuándo me ponía que una mujer me gritase, me insultase, me amenazase o...?
Maldita sea, cualquier contacto o gesto proveniente de ella lograba una única reacción en mí. Esa era despertar a mi amigo, poniéndome duro al instante. Creo que inclusive no llegué a procesar la gravedad sus palabras hasta estar en mi cama a punto de dormirme.
Ella haría de mi vida un Infierno.
Entré en el ascensor con ese pensamiento, no, hecho, en mente.
—¿Hace cuánto tiempo no pasamos un buen rato aquí?
Una voz que conocía muy bien me distrajo, impulsándome a darme la vuelta. Ahí estaba. Una asistente de publicidad que trabajaba en el quinto piso. Nunca antes me había acostado con una empleada de mi empresa, pero la belleza pelirroja de Sara logró seducirme una noche que estaba pasado de copas en el bar del casino. Luego de eso habíamos quedado para pasar una que otra noche entre las sábanas y, por supuesto, ambos estábamos de acuerdo con una relación que solo involucrara sexo.
—Desde hace mucho—respondí trayéndola a mi costado.
La besé lo más apasionadamente que pude dentro de las cuatro paredes de metal, tratando inútilmente de olvidar un par de ojos verdes.
Estaba completamente jodido.
ELENA:
—¡Elena, apúrate!
Eline estaba tocando desesperadamente mi puerta y no dejaba de gritar. Me coloqué mis botas marrones de cuero que hacía juego con mi vestido color ciruela.
—¡Ya voy! —Cogí mi bolso marrón y salí—. Estoy lista
—Genial, te espera en los establos. El pobre estaba demasiado cansado de esperar y decidió irse. —La observé extrañada. Estaba con un par de jeans, una camisa marrón de tirantes y un suéter negro. Probablemente iba a salir, pero hoy no le tocaba ir a la universidad y, por la infelicidad en su mirada, podía descifrar con quien se iba a encontrar.
—Te vas con él, ¿cierto?
Eline desvió la mirada.
—Es que te burlas mucho de Sebastián y todo el mundo se da cuenta de lo mucho que lo odias por la forma en que lo miras, le hablas, respiras.
Bufé.
—¿Cómo lo miro?
—Como si fuera una rata de alcantarilla susurró—. De todas maneras no quiero que compliques más las cosas metiéndote en problemas con papá por mi culpa.
—Eline...
—¡Señorita Eline, el señor Broke ha llegado a recogerla! —gritó Marta desde la sala.
—Me voy. —Se despidió dándose la vuelta rápidamente, probablemente evitando que viera las lágrimas que se comenzaban a formar en sus ojos.
Mis manos se cerraron en puños y salí corriendo de la casa en dirección a los establos por la puerta trasera. Odiaba esto. Odiaba ver cómo era infeliz. Odiaba a mi padre por ser el causante de su sufrimiento.
Odiaba a Sebastián Broke.
Cogí el cepillo y comencé a cepillar a Ferrari fuertemente.
Solo quedaban cinco días.
—Girasol, lo vas a dejar calvo si sigues así.
Me volteé.
—¡Xavier!
Tiré el cepillo al suelo y me lancé a sus brazos.
—Ha pasado mucho desde que no me abrazas así —dijo con voz ronca mientras me acariciaba la espalda y me alzaba del piso.
—Mucho.
Le sonreí felizmente, depositando un beso en su perfecta nariz a tiempo que lo acercaba más a mí para inspirar ese familiar olor sándalo que nunca olvidaría.
—Te extrañé mucho.
Escondió la cara en mi cabello, dándome un beso en el lóbulo de la oreja que me hizo soltar una risita y alejar la cabeza un poco aprovechando para echarle un vistazo. Estaba más apuesto que antes. Su cabello café estaba más largo, su cuerpo mucho más fuerte acoplándose perfectamente a una camisa blanca con unos jeans ajustados y sus ojos grises poseían una mirada más madura que no tenía nada que ver con el adolecente rebelde que había dejado atrás. Me di cuenta que no solo había cambiado físicamente. Ahora tenía una actitud de suficiencia y de seguridad en sí mismo que me desconcertaba un poco. Xavier nunca había sido nada arrogante.
Me depositó con cuidado en el suelo y me miró de arriba abajo, al final de su inspección soltó un silbido que hizo que me sonrojara y bajara la mirada al suelo avergonzada.
—Yo igual —le respondí alzando la mirada hasta dar con sus ojos grises.
Me llevé una gran decepción al notar que no sentía ninguna corriente eléctrica como la que surgía con Sebastián. Al darme cuenta que los comparaba rechacé aquel pensamiento. Podía jurar que Xavier era un buen hombre.
Sebastián no lo era.
—Ha crecido mucho en tu ausencia —dijo señalando a Ferrari con una pequeña sonrisa—. Lo cuidé muy bien. Como te prometí.
—Tú también has crecido. ¿Sigues trabajando aquí?
Xavier era el único familiar de Marta y viceversa, su madre había muerto al darlo a luz y nunca se supo quién era su padre. Cuando Marta comenzó a trabajar aquí antes de mi nacimiento, llegó con Xavier. Mi madre, como no podía negarle la entrada a su casa a un pequeño regordete de rizos achocolatados y mejillas sonrosadas de la misma edad que tenía su hijo mayor, aceptó gustosa que se quedara a vivir aquí junto a su abuela y nosotros. Con el pasar de los años Xavier se hacía mayor, junto a mi hermano mayor Elliot, siendo este su mejor amigo. A los trece decidió trabajar en los establos con los caballos para ganar un poco de dinero por sí mismo, ya que mis padres se habían encargado de los gastos de Xavier como si fuera uno más de sus hijos, lo que en realidad era un pasatiempo.
—No. Luego de que te fueras decidí entrar en la universidad para estudiar derecho —dijo sonriendo como si supiera lo que estaba pensando—. Me gradué hace tres años.
—No me estás tomando el pelo, ¿o sí? —le pregunté sin salir de mi estado de conmoción.
—No, Incluso monté cuatro bufetes. Uno de ellos está el centro de la ciudad y me atrevo a decir que sus servicios son uno de los más solicitados. —Me encantaba la forma en la que sus ojos brillaban con orgullo—. Y tú, Girasol, ¿qué hiciste con tu vida?
¿Qué hice con mi vida?
Ni yo misma lo sabía.
—Estudié medicina. Soy pediatra.
—¿Ejerces? —me preguntó y yo asentí sonriendo. Ahí estaba el adolescente machista que tanto llegué a odiar. Papá le había aportado eso—. Me alegra mucho, créeme. Pero yo sigo pensando que las mujeres deberían quedarse en casa mientras que el hombre...
No pudo continuar porque me abalancé sobre él cómo hacíamos cuando era una niña y Xavier, con el traidor de mi hermano, comenzaban a fastidiarme. Ambos caímos en el piso y reímos hasta más no poder.
—No tienes novia, ¿o sí, Xavi? Pobre mujer —le pregunté negando con la cabeza mientras nos incorporábamos y él me miró molesto.
—Te he dicho una y mil veces que no me digas así porque...
—...un nombre tan masculino como el tuyo no se debería degradar con un apodo tan afeminado e infantil. —Sonreí pícaramente—. ¿Entonces tienes alguna yegua que montar?
Le guiñé y él se sonrojó.
¡Xavier Coliman se sonrojo!
Solté una sonora carcajada.
—No lo puedo creer. —Me calmé y lo miré a la cara: estaba totalmente rojo por la furia y tenía los puños apretados. Tuve que morderme el interior de la mejilla para calmarme y comprimir el impulso de reírme hasta probablemente hacerme pis—. ¿Quién es?
—Nunca pasará, Elena. —Me miró tristemente y me sorprendí. En todo el tiempo que estuve en esta casa Xavier nunca había traído a ninguna chica, ni había tenido ninguna relación seria—. Ella se casará con otro y piensa que estoy enamorado de otra mujer.
No sabía por qué, pero su confesión se me hacía muy familiar, como si ya la hubiera oído antes...
Por la agonía en su mirada decidí dejarlo hasta ahí confortándolo con palabras como: si ella te ama tanto como supongo que la amas tú, no lo hará, o el típico si lo dejas ir y no regresa a ti es porque nunca fue tuyo. Después de ese episodio triste pasamos una divertida tarde montando a caballo aunque podía notar la tensión en el ambiente y lo distante que estaba.
Cuando Xavier se fue a su apartamento de soltero en el centro ya eran las ocho. Me dispuse a dar un pequeño paseo por los jardines para despejar mi mente y después de media hora decidí entrar, llevándome una gran sorpresa al encontrar a Eline y a Sebastián sentados en el sofá, donde él le tomaba de la mano. Haciéndome fruncir el ceño, extrañada, me acerqué sigilosamente a la entrada de la sala y me escondí detrás de la pared para escuchar lo que Sebastián le decía a mi hermana.
—Eline, eres una chica adorable y me casaré contigo, pero quiero decirte que hay ciertas cosas que en nuestro matrimonio no habrá. Te puedo asegurar que una de ellas es el afecto, al menos no del tipo que esperas, y que te puedo prometer mi fidelidad. Tanto tú como yo vamos a ser libres de estar con cualquier otra persona siempre y cuando te cuides a los ojos de los demás. Lo otro es que es que si tú eres vir...
Será muy cabrón.
Oí como Eline subía la escalera entre sollozos y cerraba la puerta de su habitación con un sonoro portazo, dejándolo solo y sentado en el sofá, hablando con la pared, se paró e inmediatamente me hallé en una encrucijada.
¿Qué hacía?
¿Le pegaba una bofetada y subía a consolarla? ¿Lo insultaba? ¿Lo lanzaba a patadas de la casa? ¿O...?
—Con que espiando.
Me quedé paralizada al verlo con unos jeans desgastados y una franela negra. Dioses. Estaba tan sexy que no...
Maldición. ¡Esto tiene que acabar, Elena!
Poniendo de lado mi necesidad de tocarlo, acariciarlo o morderlo de algún modo, le pregunté:
—¿Si ella es vir...?
Me interrumpió el hecho de que me tenía aprisionada con la espalda contra la pared, sosteniéndome las manos por encima de la cabeza, haciendo que mis pechos se levantaran involuntariamente contra su torso que me mantenía retenida. De un momento a otro me encontré dándole la espalda en la misma posición, pero esta vez de cara a la pared y con mi espalda pegada a su cuerpo, en esa posición sentía una cosa en mi contra.
Tragué.
Sebastián era mucho más alto que yo y, a la altura donde se forma unión de mi espalda baja con los glúteos, sentía la gran y dura prueba de lo excitado que estaba por tenerme así. ¿Esto es lo que sufriría Eline cada noche con este salvaje? Abrí la boca, dispuesta a gritarle a Marta para pedir auxilio, pero la entrada brusca de su lengua explorando cada rincón de mi cavidad me lo impidió mientras el traidor de mi cuerpo reaccionaba dejándose gustosamente hacer bajo su poder, haciéndome sentir como una muñe sin voz ni voto.
A pesar de lo mucho que mi cuerpo me odió por ello, recuperé la cordura que me había robado su asalto, logrando recuperar el control de mí misma al separarme de un jalón, tratando de parecer lo más asqueada posible aunque por dentro me estuviera derritiendo por el calor que se había concentrado en mi cuerpo con ese comportamiento brusco.
Me aprisionó más contra la pared en respuesta, apretándose más a mí.
Gemí.
—Ahora mismo me vas a decir quién era ese hombre y qué hacías con él, ¿me oyes? —me susurró fríamente en el oído, enviando oleadas de ¿placer? ¿Miedo? por mi cuerpo al sentir su cálido aliento en mi cuello.
Mierda.
He decidido que 2018 será mi año, preparénse, jajaja.
Las amu.
Van a ser 5 caps cada 2 días, lo más parecido al original que puedo.
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