31:
ELENA:
Sebastián y yo nos conocimos gracias a que estuvo a punto de casarse con Eline, mi hermana, debido a un trato entre él y mi padre que iba en contra de sus deseos. Ya había estado enamorada antes, dicho amor me fue arrebatado y me calificaba como un muerto viviente en lo que se refería a ese aspecto, por lo que me comprometí en su lugar. Inicié esta guerra con Sebastián pensando que no tenía nada que perder o que ganar.
Había estado tan equivocada.
Sostuve el ramo elaborado por una de las monjas, era una cosita bonita hecha de flores de todos los colores que recogió del jardín, en mis manos con todas las fuerzas que mis dedos pudieron ejercer sobre él sin romper los tallos. El orfanato tenía un taller de música para los niños y un profesor lo bastante bueno como para interpretar la marcha nupcial en piano, por lo que la melodía se filtraba en mis oídos a medida que avanzaba por el espacio libre que dejaban los niños en el suelo. Ellos lanzaban pétalos tras mi espalda, a mi costado, a donde quiera que pasara.
Todos estaban vestidos de blanco a petición de la madre superiora, algunos de ellos sosteniendo ramos pequeños, rodeados por todo el equipo que se encargaba de hacer funcionar la casa hogar. Algunos de ellos lloraban viviendo el momento con nosotros sin conocernos, la historia de que hacíamos esto por Joshua conmoviéndolos. Nora estaba de pie junto al padre, un hombre mayor que autorizó a la madre superiora para que llevara a cabo la ceremonia, Sor Magdalena, Jonas y Sebastián. Ella era mi única dama de honor. Había tantas personas importantes para mí, empezando por el resto de mi familia, en la lista de los que no asistieron que probablemente podría hacer un pergamino con sus nombres. No me preocupaba por ello. Sebastián había dicho que luego tendríamos una boda. Le creía.
Mi corazón me decía que esto era lo correcto.
Aunque mis pisadas a medida que me acercaba a Sebastián se sentían más pesadas, como si mi cuerpo supiera que estaba a punto de colocar un peso extra sobre mis hombros, no había nada en la tierra que me hiciera cambiar de opinión. Creía que incluso caminaría hacia él con un tornado encima de nosotros. Nada me apartaría de su lado. Aún así tomé una fuerte bocanada de aire a medio camino para luego retomar el paso con más seguridad, recordando las razones por las que hacíamos esto de esta manera.
Ya no éramos una condición en un contrato.
Lo amaba.
Íbamos a tener un bebé y un hermoso niño griego que criar juntos.
Una familia. Un futuro.
Sin embargo, ¿él lo quería tanto como yo?
Me sentía mal por dudar a estas alturas del partido, pero no podía evitar pensar que estaba arrastrándolo a una situación en la que no se sentía cómodo. La respuesta a eso, sin embargo, llegó cuando Sor Magdalena terminó con el inicio de la ceremonia, anunciando los votos. Cuando ninguno de los dos habló sus cejas se alzaron y se aclaró la garganta un par de veces, pero aún así ni él ni yo hablamos hasta que Jonas le dio un empujoncito.
─Elena... ─empezó─. Lo siento. No sé qué decir.
─¿Qué mierda? ─gruñó Nora, ganándose malas miradas de las monjas y un regaño bajo de Magdalena.
Ignorándola, Sebastián acarició el interior de mi muñeca, mirándome con tanta intensidad en sus ojos azules que me estremecí.
─Lo siento, nena, no tengo las palabras correctas para describir mi incredulidad ─soltó─. Aún no puedo creer que esté en esta situación. Nunca pensé que sería merecedor de sentir lo que estoy sintiendo. Solo te puedo decir que sea lo que sea, porque no tengo cómo llamarlo, deja en ridículo la felicidad y que haré todo lo que esté en mi mano para atesorarlo cada día de mi vida. ─Su mano apretó la mía─. Te amo y me haces el hombre más feliz del mundo dándome la oportunidad de hacerte sentir lo mismo cada uno de los días de nuestra vida que creas que merezca compartir contigo.
─Sebastián... ─murmuré entre lágrimas.
─Elena ─dijo mi nombre Sor Magdalena, también llorando un poco bajo su hábito disimuladamente. Al parecer la mujer sí tenía corazón después de todo─. Tu turno.
─Yo...
─¡Esta boda no puede llevarse a cabo! ¡Me niego! ─Mi padre, quién de repente aparece en escena como alma que lleva el diablo, se para en medio del pasillo luciendo furioso. Eline y Vicente vienen tras él luciendo sin aliento. Sor Magdalena, cuando se da cuenta de que es mi padre y no un amante, le pregunta por qué interrumpió la boda─. No importa lo mucho que esté en desacuerdo con que este hombre la tenga, puedo aceptar que mi hija se case con él... si es lo que ella quiere. Ya es una mujer adulta y confío en sus decisiones.
Fruncí el ceño, los dedos de Sebastián alcanzándome para apretar los míos. Podía ver en su rostro lo mucho que le estaba costando no patearle el trasero a mi padre por interrumpir, literalmente, nuestra boda después de que debido a él estuviéramos aquí en primer lugar. Si este vestido no fuera tan precioso probablemente le hubiera saltado encima y golpeado en la cabeza con mi ramo.
─¿Entonces cuál es el problema, papá? ─siseo.
Los ojos azules de Cristian se volvieron vidriosos.
─Elena, ¿cómo puedo permitir que te cases sin llevarte al altar? Sé que no he sido el mejor padre, pero... ─Por primera vez en mi vida, luego de la muerte de mamá, lo veo llorar─. Eres mi princesita. Te amo. Lo siento por todos los errores que he cometido. Por agobiarte y dejar que tomaras todas las responsabilidades después de la muerte de Eloísa. Por permitir que fueras tú quién nos consolara a todos. Por Gabriel. Sé que algunos pueden ser... imperdonables, pero eres mejor que yo, Elena. Eres lo mejor de mí. Eres, junto con tus hermanos, lo mejor que he hecho en la vida. Tu madre me mataría si no te acompaño en este momento. ─Me resulta imposible no abrazarlo cuando se acerca. Sebastián me ofrece una pequeña sonrisa llena de alivio─. Por favor, sé mejor que yo y perdóname lo que no he podido perdonarme a mí mismo.
Mi corazón se rompió con sus palabras.
¿Cómo podía no perdonarlo? ¿Cómo podía no corresponder la disculpa de alguien que pasó por lo mismo que yo, perdiendo al amor de su vida, y además encontró la fuerza para seguir adelante con cuatro pequeños recordatorios de la tragedia? Además, no lo llamé no porque no quisiera o estuviera enojada con él, sino porque todo se dio tan rápido que ni siquiera teníamos alianzas y esperaba tener una boda compensatoria después.
─Oh, papá... ─Lo abracé con todo el amor padre e hija que pude encontrar en mí─. Por supuesto que te perdono. Empecemos de nuevo. ─Miro a Sor Magdalena, quién ahora sí es un río de lágrimas─. Espero que no tenga ningún problema con eso.
─En lo absoluto ─responde limpiándose las mejillas.
SEBASTIÁN:
Cristian no lo sabrá nunca de mi boca, pero me hizo un hombre doblemente afortunado interrumpiendo nuestra boda. Ahora no solo tengo un recuerdo de Elena viniendo hacia mí en ese hermoso vestido blanco, sino dos. Dos de cómo se mueve a través del pasillo con inseguridad acerca de cómo será nuestro futuro, pero convencida de que su sitio está conmigo, terminando de robarse mi corazón. Dos de cómo su rostro de facciones de ángel se ve completamente lleno de vida, alumbrando aún más cada rincón del patio de la abadía. Dos de su cabello dorado resplandeciendo a la luz del día. Dos recuerdos del día que dejé de pertenecerme a mí mismo para estar oficialmente en sus manos.
Me enderezo, sintiéndome nervioso e incompleto hasta que está a mi lado de nuevo, pateándome en las pelotas con su belleza y su aroma de nuevo mientras escuchamos el discurso de la ceremonia de nuevo después de que su padre me la entrega en el altar con algo de resentimiento. Mis manos van directamente a las suyas cuando está frente a mí. Me concentro en lo suave que es su piel mientras escuchamos la ceremonia hasta la parte de los votos. Los míos son una réplica de los que ya dije. Los suyos me dejan sin completa respiración, aunque probablemente estaría igual aún si no dijera absolutamente nada.
─Te amo, Sebastián. Hay cosas tan maravillosas que solo pasan una vez en la vida. El verdadero amor probablemente es una de ellas. Viví tanto tiempo resignada a que nunca me pasaría de nuevo que... cuando te tuve en frente ni siquiera supe qué hacer contigo. ─Ambos nos reímos con complicidad, recordando cómo nos torturamos mutuamente desde el inicio y cómo, probablemente, lo seguiríamos haciendo─. Eres mi milagro. Me diste vida. La oportunidad de amar de nuevo con una intensidad que duele. ─Juntó su frente con la mía, rompiendo el protocolo. Mis manos malditamente temblaban mientras las llevaba a su rostro y lo alzaba, acariciándolo con mis pulgares─. Ahora mi mayor sueño es transmitirle la misma esperanza que siento sobre el mundo a nuestros hijos.
Mis latidos van tan rápido, estoy tan concentrado en Elena y sus palabras que no me doy cuenta de que Joshua entra en ese preciso momento cargando con el anillo que le compré a Elena y que se quitó para la ceremonia y otro sencillo aro que la abadía me prestó para el acto. Libero una onda bocanada de aire que había estado reteniendo antes de tomar la fina pieza y colocarla en su dedo repitiendo las palabras que Magdalena me indica.
─Elena Stamford, con este anillo te desposo para amarte y respetarte... ─Beso sus nudillos con reverencia tras poner el anillo en su fino dedo─. Protegerte y adorarte como mi ángel, en la salud y la enfermedad, por el resto de lo que dure mi vida.
─Sebastián Broke... ─Toma la pequeña pieza tras sonreírle a Joshua, quién al llegar del campamento tomó la idea de ser adoptado por nosotros con felicidad y estuvo del todo dispuesto a ayudar cuando Elena le pidió que formara parte─. Con este anillo te desposo para amarte, respetarte, cuidarte, agobiarte y protegerte... ─Todos los presentes soltaron una risita─. En la salud y en la enfermedad por el resto de mi vida.
Magdalena, con su ceño fruncido, termina con la ceremonia.
─Por el poder que me confiere el mismísimo Vaticano y el Gobierno de Grecia, los declaro marido y mujer. ─Me mira─. Sebastián, puedes besar a la novia.
Nunca estuve tan desesperado por algo en la vida.
Atraje a Elena con la delicadeza con la que debí tratarla desde el día que nos conocimos, estimulado por la presencia de mi bebé en su vientre, y fundí mis labios en los de la señora Broke. Estos fueron suaves y acogedores como siempre, pero Magdalena carraspeó cuando intenté meter mi lengua en su deliciosa boca, por lo que la levanté en brazos en su lugar y, muy a mi pesar, terminé el beso para poderme dirigirme al abogado y a Magdalena. Mi voz sonó mucho más seria de cómo me sentía, en este momento no era el magnate frío, en realidad me sentía mucho más como un algodón de azúcar o una nube esponjosa en forma de pene, pero algunas cosas nunca cambian.
─¿Dónde terminamos de firmar los papeles para poder irnos con nuestro hijo a casa?
Los labios de Elena me sonrieron tanto que temí que su sonrisa saldría volando. Sor Magdalena nos dirigió de nuevo a su despacho. Tras hacernos firmar un montón de papeles y aceptar una generosa aportación de mi parte, finalmente fuimos capaces de reunirnos con Joshua y darle la noticia. Ambos lo encontramos balanceándose en un columpio en el parque, un viejo osito de peluche arrastrándose en la tierra con cada uno de sus vaivenes. Hice una mueca antes de acercarme. Los demás niños corrían de un lado a otro, ignorándolo, mientras sus hombros permanecían encogidos. No me gustó.
Los Broke no eran hombres que se encogían.
Miré a mi chica. Ella me sonrió con calidez.
Definitivamente los Stamford tampoco eran débiles. Ahora que Joshua pertenecía a ambos, era el momento de decirle que nunca más estaría solo. Eso lo haría más fuerte que cualquier médico o lección de boxeo que pudiéramos pagarle: saber que estábamos ahí para él. Que si algún día alguna mierda sucedía, estábamos a un llamado de papá o mamá de distancia.
─¿Le puedes preguntar en griego si ese lamentable oso es lo único que tiene?
Elena negó.
─Sus pertenecías son de la abadía. Se la darán a otro niño. ─Elena apretó mi mano, intentando tranquilizarme al sentir mi malestar por él. No con las monjas, estaba completamente agradecido de su labor, sino con su situación de abandono. Me enderecé. Pero ya no más─. Si alguien te hubiera dicho hace un par de meses que estarías a punto de adoptar un niño extranjero, ¿qué habrías pensado?
─No lo sé, Elena, probablemente que estaba malditamente loco. ─Miré al chico. Con su cabello oscuro y piel clara fácilmente podría pasar como nieto de Cristian─. Lo único que sé a ciencia cierta ahora es que te amo y que me siento bien haciendo esto si te hace feliz. ─Me encojo de hombros─. Ya tendremos uno de todos modos, ¿qué es otro más?
Elena se detuvo un momento para ponerse de puntillas y besarme.
─El hombre más mujeriego de Nueva York siendo el más dulce esposo, ¿quién lo diría?
─Eso es algo que debe saber solo mi esposa ─gruño alcanzándolo junto a la ardilla que, no lo iba a negar, quería que se fuera con nosotros.
Estaba bien con la idea de que hubiera alguien para Elena cuando yo no estuviera en casa. O que la amara tanto como yo. Elena merecía ser amada por más de una persona. Bueno, amada estrictamente en el sentido platónico y maternal de la palabra. En el sentido de un adulto amando a otro solo estaba yo.
Y solo estaría yo por el resto de nuestras vidas.
─Hola, amigo ─le dije cuando Elena no encontró las palabras para decirle a Joshua que nos los llevaríamos, sino que en su lugar empezó a llorar en silencio.
─Hola, ¿viniste a arrojarme a la piscina también?
─No ─reí aunque Elena me miró mal─. Vinimos a llevarte a casa, aunque puede que en dónde nos mudemos en unos meses haya una piscina. La familia está creciendo rápido. ─Arrugué la frente─. A este ritmo necesitaremos comprar un edificio entero.
─Sebastián...
─¿Ya no estoy en casa? ─preguntó abrazandose a su oso.
Negué.
─No. Estamos a muchos kilómetros de distancia ─dije en mi mejor griego, lo cual probablemente era una burla para él y Elena─. Necesitamos tomar un avión y unos cuantos autos para llegar ahí.
Joshua miró a mi chica sin entender, a lo que esta se abalanzó sobre él y le soltó la bomba.
─Joshua, Sebastián y yo nos hemos casado para poder adoptarte. ─Acarició su rostro de una manera que llegó a mi propio corazón. Si así sería con nuestros hijos, no habría podido darles una madre mejor─. Y ahora nos iremos a casa.
Hice una mueca.
─No a casa. Primero a un hotel en Grecia mientras nos dan el papeleo y después a casa.
Sus ojos de ardilla se hicieron más grandes al momento en el que miró de nuevo a mi chica. Parecía a punto de llorar.
─¿Mamá? ─murmuró, a lo que Elena chilló y lo abrazó. La emoción se construyó en mi pecho, amenazando con hacerme llorar como un marica, cuando me miró─. ¿Papá?
Maldición. A la mierda Vicente y Nora burlándose de mí a la distancia. Abracé al chico y a Elena juntándonos a los tres, cuatro si contaba al bebé, e incluso besé su cabeza con olor a llovizna.
Asentí.
─Sí, Joshua, ahora somos una familia.
Tal vez no tenía ni puta idea de cómo ser un padre, un esposo y terminara poniéndolo todo en riesgo como mi fortuna en una máquina de casino, pero estaba seguro como la mierda de que, sin importar cuantas veces me equivocara, nunca los perdería.
Este es el último capítulo, pero falta el epilogo. Denme su opinión de la historia. No lloren. Viene el libro de Nora y creo que pronto este saldrá a la venta más largo, ya les estaré avisando.
Ya volví, nos vemos pronto.
Las amuuuu
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