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30.

SEBASTIÁN:

El par de días que nos quedaban en Grecia se fueron volando. Creo que fue por el hecho de estar pasándolo bien. No era el fan número uno de la idea de ser un voluntario de la caridad cuando tenía un imperio que manejar, pero estar junto a Elena me hizo apreciar un poco más el poder hacer una diferencia sencilla, sin dinero de por medio, valorada enormemente. ¿Quién diría que lanzar un balón y nadar con unos cuantos niños pondría esa expresión de gratitud en el rostro de sus padres? Cuando fue el día de irnos, necesitaba que regresáramos a Nueva York lo antes posible y que iniciáramos el control de nuestro bebé con el mejor médico, casi lo lamenté. Sobre todo por Joshua. No queríamos dejarlo, pero ya las monjas estaban esperándolo en el hospital para que volviera con ellas al orfanato. Elena había durado alrededor de una hora despidiéndose de él antes de ser capaz de subirlo al autobús, más treinta minutos dentro de él antes de ser capaz de separársele.

─Elena, no ─le dije cuando salimos de la cabaña e hizo ademán de coger su maleta del suelo. Mi mujer embarazada no podía hacer ese tipo de cosas─. Yo me encargo, preciosa.

Tomándola, me apresuré a llevarla al estacionamiento antes de que pudiera protestar de alguna manera. En el camino me topé con los ojos del maldito con el que la encontré cuando llegué, pero no le presté demasiada atención. Con mi bebé dentro de ella no quedaba ninguna duda de a quién pertenecía.

─Bueno, compañero, fue un placer conocerte. ─Vicente, el amigo de Elena, se encontraba apoyado en la puerta de una Hummer cuando llegué. Iba vestido casualmente, por fortuna, usando una bata blanca como complemento de su atuendo─. No eres exactamente como pensé que serías, lo cual me alegra. Esperaba tener que lidiar con un idiota... bueno, con un idiota peor que tú.

Apreté su mano una vez terminé con el equipaje.

─Fue un placer conocerte también.

─Espero que nos podamos reunir pronto y conocer mejor. ─Afirmó cruzándose de brazos─. No sé si Elena te lo comentó, pero puede que pronto los visite. Apliqué para un trabajo allá. ─Mi frente se frunció. Elena no me había comentado nada─. Nora y ella son mi familia. Sin ellas aquí mi vida es aburrida. Además, creo que he dado todo lo que he podido dar aquí. El hospital estará bien sin mí.

─¿Nora se quedará en Estados Unidos de manera permanente?

─¿No te lo dijo?

Separé los labios para responder, pero la aparición de Elena con la mencionada me interrumpió. Mi chica lucía con los ojos llorosos, encorvada sobre sí misma, para nada el tanque de guerra al que estaba acostumbrado. Cerré el maletero y me giré para abrazarla. Elena se sumergió en mis brazos como si fuera su maldito salvavidas. Inhalé el aroma de su cabello unas cuantas veces antes de tomarla por los hombros y alejarla de mí lo suficiente como para tener un vistazo de su linda cara invadida por la tristeza.

─Elena, ¿estás bien? ¿Qué sucede?

─No soporto ver cómo se lo llevan ─respondió, lo que entendí a la perfección sin que tuviera que dar más explicaciones─. Lo extrañaré mucho. Nos encariñamos mucho con él. Tú también lo harás, ¿no?

Afirmé. Tenía razón. Incluso yo me había encariñado con el chico que me miraba como una ardilla rabiosa por estar cerca de Elena. Ni siquiera podía imaginar lo mal que debía estarlo pasando ella que llevaba más días que yo con él teniendo un corazón mucho más noble que el mío. Asentí en su dirección y la abracé un poco más antes de apartarla del todo. Saqué mi teléfono cuando estuve lejos de ella y maqué el número de William. Él respondió al tercer timbre, cuando ya me estaba desesperando.

─Hey, hermano, ¿cómo estás? ¿Cómo te fue con tu chica?

Hice una mueca de impaciencia.

─¿Me puedes conseguir un abogado familiar aquí en Grecia?

William se quedó en silencio por un momento antes de estallar en carcajadas.

─Mierda, hombre, ¿Elena te demandó?

─No ─gruñí─. Es para otra cosa. Luego te doy detalles.

─Mmm...

─Una cosa urgente, Will.

─Debe serlo ─dijo─. Ya que nunca me llamas Will.

─William...

─Tu amor me ha asustado, Sebastián. Ya te consigo al mejor puto abogado familiar de Atenas.

Un par de minutos después, mientras revisaba mis mensajes y arreglaba una visita rápida al casino, algo sorpresa en lo que probablemente despediría a mucha gente, el número llegó y marqué. El abogado, a diferencia de William, extendió la conversación una media hora hablándome de la importancia de la adopción más allá del precio de sus honorarios. De sus beneficios y desventajas. De que un niño no era un perro. De lo malo que era tomar decisiones en estado de embriaguez. Solamente se calló cuando le dije que mi chica y yo estábamos seguros de ello, involucrando a alguien más, posiblemente cuerdo para él, en esto. Después de ello simplemente me dijo que nos esperaría en el orfanato para agilizar el procedimiento y que, debido a que era un ente religioso, si estuviéramos casados podríamos llevarnos a Joshua más rápido. Le pedí ayuda con eso también, ante lo que se mostró más entusiasmado todavía.

Mi estómago estaba malditamente revuelto cuando regresé con Elena. Sentía que estaba caminando en el cielo, sin suelo, rumbo a una dirección desconocida y precipitada, pero necesaria si quería ver en su rostro una linda sonrisa. Saqué de mi bolsillo mi cinta de goma de mascar y me arrodillé, ante la atenta mirada de todos, frente a ella.

─Elena...

─Sebastián, ¿qué haces en el piso?

Arrugué la frente. Yo tampoco entendía por qué debíamos arrodillarnos, era algo anti equidad de género, pero no iba a protestar en contra de una tradición de siglos.

─Intento pedirte matrimonio.

Su rostro perdió color. Nadie decía nada.

─Oh.

─¿Y bien?

Alzó una ceja, cruzándose de brazos luciendo confundida y molesta de ser tomada por sorpresa.

─¿Y bien qué? Tienes que decir las palabras.

─Elena...

─Aunque no es necesario que lo hagas ahora.

─¿Quieres...?

─De verdad no es necesario, Sebastián. ─Frunció el ceño bajando un poco la voz para que solamente yo pudiera escucharla─. No quiero sonar como una perra, pero realmente esperaba que hicieras un espectáculo de ello y que por lo menos tuvieras un anillo. Si sigues con esto fingiré decirte que sí para que no quedes mal, pero te advierto que no será real. Además, sabes que quiero esto con todo mi corazón, pero pensé que habíamos acordado...

Apreté los dientes. Ese era el plan. Hacer una bonita reunión y darle un gran diamante, pero entonces un niño con ojos de ardilla rabiosa llegó a nuestras vidas, en realidad dos, y todo cambió.

─Elena ─la corté con la intención de ser directo, puesto que no entendía lo que quería decirle─. ¿Quieres casarte conmigo, aquí, en Grecia, olvidando lo que habíamos planeado de conocernos y toda la mierda que parece no haber sido hecha para nosotros, para que podamos malditamente adoptar a Joshua y dejes de llorar?

Si antes hubo silencio, ahora definitivamente parecía que alguien hubiera muerto en algún lugar. Al instante me sentí mal por tener ese tipo de pensamientos en un campamento para niños enfermos, pero fue inconsciente y sin recordar dónde estaba. Elena, por su parte, me obligó a ponerme de pie. Sus delicadas manos se sintieron como estar en casa cuando sostuvo mi rostro y se puso de puntillas para juntar sus labios con los míos en el beso más dulce y lleno de azúcar que alguna vez hubiese probado. Fue casto. Rápido. Dejó cada uno de los tejidos de mi organismo sin oxigeno. Cuando se apartó y me miró difícilmente pude ver el tono original de sus ojos por las lágrimas, pero instaló un sentimiento cálido en mi pecho comprobar que eran de felicidad.

El embarazo la estaba ablandando tanto. Quizás en un par de semanas volvería a tener un poco más de control sobre mí mismo.

O quizás sería peor.

─¡Sí! ─gritó con emoción, ante lo que todos estallaron en aplausos.

Vicente, a nuestro lado, junto con Nora, negó luciendo perplejo mientras me veía atar la cinta de goma de mascar alrededor del dedo de Elena. Presioné mis labios contra su frente una vez terminé. Las personas a nuestro alrededor, la mayoría parte del equipo médico y padres, nos tomaban fotos o emitían sonidos cursis que ojalá no hubieran estado allí. No todos tenían que verme en mi momento más débil. Agradecía que las personas siguieran creyendo que aún quedaba algo de masculinidad dentro de mí.

─Prometo comprarte algo lindo una vez lleguemos a Grecia. Olvidé el que tu padre me dio para... tú sabes, en casa.

─No te preocupes ─respondió riendo─. ¿Entonces cuál es el próximo paso? ¿Vamos y nos casamos? ─Miró a Nora─. ¿Hay algún sitio aquí parecido a Las Vegas dónde podamos tener eso lista hoy?

Nora la miró como si tuviera dos cabezas.

─¿Por qué me preguntas a mí? Yo no me he casado jamás.

─Bueno, tu vida es algo loca, pensé...

─Ya todo está listo para que, si nos ponemos en marcha ahora mismo, firmemos los papeles en el orfanato y pongamos el procedimiento en marcha ─le dije─. Incluso podríamos llegar primero que Joshua.

Los labios de Elena se curvaron en una sonrisa temblorosa.

─Gracias, Sebastián.

Negué, colocando una mano en la parte inferior de su espalda, para guiarla al interior del Cadillac. Nora nos siguió de cerca, lanzándole un beso a Vicente en el proceso, quién prometió alcanzarnos para la celebración en el hotel. Como tampoco tenía una varita mágica e incluso acelerar el proceso llevaba su tiempo, pasaríamos al menos un par de días en Atenas en contra de mi intención de irnos inmediatamente a Nueva York. Me coloqué las gafas antes de encender el motor y tomar la mano de Elena e iniciar nuestra primera aventura como pareja.

ELENA:

Antes de llegar al orfanato nos detuvimos en un centro comercial de Atenas aunque me negué en repetidas ocasiones. Nora, que no estaba siendo de ayuda mucho últimamente, no se opuso a la idea de Sebastián porque quería pasarse por la feria de comida, por lo que fue a acompañarme a medirme vestidos en una linda casa de costura con una hamburguesa de Burger King. Sebastián estaba consiguiendo un traje en otro sitio. Solo firmaríamos papeles y la ceremonia sería en algún otro sitio y momento antes de que el bebé naciera, así que no estaba en búsqueda de algo extremadamente elaborado. Ni siquiera quería usar color blanco hasta que estuviéramos en la Iglesia, pero un vestido hasta la rodilla de seda blanca perlada, de tirantes, que se ajustaba perfectamente a mi cintura. Lo dependienta la acompañó con sandalias del mismo tono que se trenzaban alrededor de mi pantorrilla y un collar de una sola perla que descansaba unos diez centímetros por encima de mi pecho. La casa consiguió que dos estilistas del salón del centro comercial vinieran a hacerme el cabello y maquillaje, usando una extensión de la tarjeta de crédito de Sebastián, por lo que salí del probador completamente lista.

Nora se atragantó cuando me miró.

─Elena... luces...

Alcé la mano para detener lo que sea que estuviera a punto de decir. Amaba cómo había terminado luciendo. No quería que cualquiera de sus burlas sarcásticas opacara mi seguridad.

Nora, ignorándome, habló.

─Preciosa. Iba a decir que luces preciosa ─comentó levantándose en su propio par de tacones y en el vestido que había escogido como, ella misma se nombró, testigo oficial de nuestro matrimonio─. ¿Estás segura de esto? Tal vez Sebastián no es el idiota que pensamos que era, me lo ha demostrado una y mil veces, pero si no estás completamente segura de esto...

─Lo estoy ─la corté, momento en el que Sebastián decidió aparecer haciendo sonar mi teléfono e informándonos que nos esperaba en una de las salidas del centro comercial.

Además de mi atuendo, me dieron un abrigo para mantenerlo oculto de Sebastián, metiendo nuestra ropa vieja en bolsas. Me dijo lo hermosa que estaba al verme, pero no más que eso debido a que cuando llegamos hablaba por teléfono discutiendo asuntos del casino. El viaje al orfanato fue rápido. En el camino Vicente me informó que Joshua seguía en el hospital con las monjas.

Debía admitir que la construcción no era de mal gusto, sino todo lo contrario. Podía no ser fabulosa, pero estaba llena de flores y colores. Los niños corrían y jugaban en el parque central de un lado a otro, de todas las edades y tamaños, supervisados por las monjas. Una de ellas nos guió a la oficina principal, dónde se realizaba el papeleo, encontrándonos en ella con Sor Magdalena, su líder, y el abogado que Sebastián contrató. Me quité el abrigo con una sonrisa antes de entrar. Nora me ayudó con una mueca, pero no había ningún tipo de desagrado en sus ojos, lo cual me hacía creer que genuinamente le agradaba Sebastián.

No podía culparla. Mi prometido era increíble.

─¿Estás seguro de esto? ─le hice la misma pregunta que ella me hizo a mí antes de que fuera demasiado tarde para él de arrepentirse, lo cual era lo que menos quería en el mundo.

Afirmó.

─Como nunca lo he estado en mi vida de nada, Elena. ─Luciendo absorto con algo en mi rostro, apartó uno de los mechones de cabello ondulado, le debía dar crédito a la mujer que lo hizo, de mi rostro─. ¿De qué valdría todo lo que tengo si no sirve para hacer feliz a la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida? ¿La madre de mi hijo? ¿Qué clase de hombre sería?

Además del hecho de que lucía asombrosamente sexy en el traje azul real que había conseguido, hacía juego con sus ojos, sus palabras calentaron algo primitivo en mi interior al que no le había prestado atención. No solamente era mi prometido, el hombre con el que estaba a punto de casarme, sino también el papá del ángel que llevaba en mi interior y la persona con la que había decidido enfrentarme al reto de formar una familia.

Y también era a quién amaba.

Sí.

Estaba completa y perdidamente enamorada de Sebastián Broke.

De la manera en la que sus labios sonreían con picardía. De su mirada penetrante, pero coqueta. De sus errores. De que no fingía ser el hombre más listo, pero era excelente en lo que hacía. De cómo mi mano parecía encajar y sentirse a gusto en la suya. De cómo a su lado todo se veía más fácil y divertido. De cómo, si nos equivocábamos, al final del día sería responsable de traer a mi vida dos razones más para sonreír cada día.

─Gracias ─le respondí, siendo esto lo único que pudo salir de mis labios después de sus palabras llenas de adoración.

Sebastián afirmó y tomó mi mano. Estaba tan concentrada en la cálida sensación de su piel y en el hecho de que acababa de aceptarme a mí misma que lo amaba, probablemente impulsada por su decisión de adoptar a Joshua, que no me di cuenta del momento en el que deslizó la fina pieza de joyería fina en mi dedo.

Un anillo de compromiso.

─Sebastián...

─Es lo mejor que encontré en el centro comercial ─dijo besando mi mano mientras yo me enfocaba en el aro de oro blanco trenzado con un sencillo diamante en corte de princesa en el frente.

─Es precioso.

─Vi tu cara cuando me propuse y sí, estoy de acuerdo contigo. Esa goma de mascar me estaba quitando puntos de perfección. Descendí a noventa y cinco de cien por eso. ─Me guiñó. Nora bufó tras nosotros─. ¿Puedes esperar la ceremonia para que tengamos anillos de bodas o tendré que improvisar de nuevo?

─Puedo esperar ─reí.

Sebastián asintió en silencio, satisfecho consigo mismo por haber resulto lo que creía que era un problema, antes de dirigirnos finalmente al escritorio en el que Sor Magdalena y el abogado se encontraban discutiendo animadamente. No me molesté en ocultar la sorpresa en mi rostro cuando vi que tenían todo el papeleo listo para ser firmado. Ambos eran personas mayores de edad con el pelo rozando lo blanco y, por suerte para Sebastián, hablaban inglés tan bien como griego.

─Hola, es un placer tenerlos aquí ─dijo ella extendiendo su mano, la cual apretamos. Con él hicimos lo mismo─. Jonas me ha adelantado algo. Me contó que quieren adoptar a uno de nuestros niños que asistió al campamento del hospital, el pequeño Joshua, lo antes posible.

Afirmé.

─Nos enamoramos de él a primera vista.

Magdalena sonrió.

─Es adorable. Están al tanto de su discapacidad, ¿no?

─Así es, pero también sé que puede mejorar con una serie de tratamientos y procedimientos. Su pérdida de la audición no es completa. Si nos dan la oportunidad trabajaremos mucho en ello.

─¿Tiene experiencia en lenguaje de señas?

─Sí ─le dije─, pero no creo que sea necesario en este caso.

─Yo tampoco, pero me alegra saber que cuenta con ese conocimiento si se hace necesario. ¿Habla griego? ─Dije que sí con la cabeza. Después de ello su mirada inquisitiva viajó a Sebastián─. ¿Qué me dice de usted?

Sebastián se aclaró la garganta luciendo nervioso.

─Yo... yo no hablo muy bien el griego, pero prometo aprender.

─¿Lo entiende?

─La mayoría de las veces.

─Podemos enseñarle inglés ─propuse, a lo que Jonas también se apuntó.

─Esa es una magnífica idea ─salvó a mi chico─. Además, Magdalena, te cuento que mi cliente aquí presente está dispuesto a casarse, adelantando la boda, con su prometida en este mismo momento para facilitar el proceso de adopción.

Las cejas de Magdalena se unieron con confusión.

─No entiendo nada. ¿No están casados ya?

Nora dejó escapar una risita, ante lo cual la miré mal.

─No, no estamos casados aún. Planeábamos hacerlo.

─¿Cuánto tiempo tienen comprometidos?

El agarre de Sebastián se tensó.

─Bueno... ─empecé─. ¿De mutuo acuerdo? Un par de horas de manera oficial, aunque llevamos alrededor de un mes viviendo juntos ─terminé mi explicación ofreciéndole mi mejor sonrisa.

El rostro de Magdalena permaneció inexpresivo.

─Entonces... ¿vivían juntos sin estar casados? ─soltó con desaprobación─. ¿Y con eso piensan que los dejaré quedarse con Joshua así, de la nada, solo porque de repente tienen el deseo de ser padres? Quiero imaginar que su abogado les mencionó que adoptar a un niño no es como adoptar a un perro. No se pueden deshacer de él cuando se aburran. Le deben brindar estabilidad.

Mi garganta se secó.

─Soy pediatra del hospital. Puede verificarlo fácilmente. Sé lo que un niño necesita ─nos defendí─. Además, económicamente nosotros estamos bastante estables. Podemos darle a Joshua todo lo que necesite y más.

─¿A qué te dedicas tú? ─le preguntó a Sebastián.

─Tengo una línea de casinos.

Sus cejas se alzaron cuando me miró.

─¿Eso es un ambiente apto para un niño? ¿Lleno de apuestas y actividad del diablo?

─Mi trabajo no será ningún impedimento. No pretendo criar al niño en el casino. ─Su tono ahora estaba rozando lo burlista, ante lo que apreté su mano─. Se mantendrá lejos de todo eso hasta que cumpla la edad legal para entrar.

─¿Eso quiere decir que su crianza, libre de pecado, estará orientada en pecar algún día? ─preguntó con desdén─. Elena, lo siento, pero el hecho de que cuenten con dinero para darle una vida de calidad o incluso más que eso, que es lo que sospecho que le darán, no significa que le darán la mejor crianza. Entiende que somos una comunidad orientada que pone la educación, las creencias y los valores por encima de todo.

Mi pecho se oprimió ante el deseo de llorar.

─Yo... yo...

─¿Es en serio? ─Nora me interrumpió levantándose del sofá en el que estaba sentada al otro lado de la habitación.

─Nora... ─intenté detenerla, pero no lo me hizo caso.

─No, Elena, no me quedaré callada viendo cómo te hablan como si fueras el diablo cuando eres la mejor persona que conozco. ─Se paró junto a mí, su mentón alzado─. Seamos claras, Sor, ¿quieres? Joshua está por cumplir los ocho años. Es sordo. La situación económica de Grecia aun no es la mejor. Sus posibilidades de ser adoptado por la pareja de fantasía que esperas que aparezca. Y puede que sí, que Joshua sea parte de ese uno por ciento afortunado, pero las posibilidades de que esa pareja cristiana, con años intentando tener un bebé, lo quiera de la misma forma que Elena y Sebastián lo harán, que ya saben que pueden tener bebés, no será la misma. Ellos vendrán queriendo llenar un vacío existencial. Elena y Sebastián están aquí, incluso casándose en sus narices, porque lo quieren a él. A Joshua. No la oportunidad de cumplir con un estúpido requerimiento de la naturaleza, aunque realmente no tengo nada en contra de ellos. Es solo que lo veo más... ¿lindo? De la manera en la que Elena y Sebastián están llevando todo esto, pero esa es solo mi opinión de testigo oficial de todo este alboroto. ─Se apoyó en la mesa, inclinándose peligrosamente sobre ella─. ¿Su consciencia le permitirá dormir si deja que ellos se vayan? ¿Podrá ser capaz de vivir consigo misma sabiendo que le arrebató una vida llena de felicidad y amor a un pequeño niño?

Los ojos azules de Sebastián brillaron con satisfacción. Mi garganta se sintió seca. Nora tenía razón. No quería a Joshua por el deseo de tener un niño. Lo quería porque había conectado con él, me había enamorado de él, y sentía que si no hacía algo al respecto me arrepentiría toda la vida. Había estado dispuesta a dejarlo ir hasta que Sebastián encendió en mí la flama de la esperanza. Después de ello no había sido capaz de concebir la idea de irme de Grecia sin su pequeña mano en la mía. Que Sebastián me apoyara en ello, sacrificándose o algo así por mi felicidad, era lo que me había hecho admitirme a mí misma que estaba perdidamente enamorada de él.

─¿Eso es cierto? ─me sorprendió preguntando, sus ojos en mi vientre─. ¿Estaban dispuestos a casarse ahora mismo? ¿Tienen o tuvieron un bebé en camino?

Mis mejillas se sonrojaron.

─Sí, Sebastián llamó a su abogado para que tuviera todo listo para casarnos de manera legal aquí, frente a usted, para hacer el procedimiento de adoptar a Joshua más fácil. ─Mis labios se curvaron con felicidad─. Y sí. Estamos esperando un bebé.

Su rostro se volvió pensativo. Pasaron minutos de tenso silencio hasta que por fin habló de nuevo.

─Está bien.

Sebastián frunció el ceño.

─¿Está bien?

La monja asintió.

─Está bien, sí, dejaré que se lo lleven, pero bajo ciertas condiciones. ─Ambos escuchamos con atención─. Deberán, no sé cómo, presentarse con él cada dos meses por un periodo de un año aquí o en alguna casa hogar hermana en Estados Unidos para hacer seguimiento de cómo lo están haciendo.

─¿Hay algo más? ─pregunté casi con miedo.

─Sí. ─sus labios se extendieron en una sonrisa maliciosa─. Además de firmar los papeles frente a mis ojos, quiero que cumplan con el requerimiento de una boda católica antes de que se vayan, por el bien de Joshua y ese bebé que viene en camino.

Sebastián puso los ojos en blanco.

─¿Y...?

─Yo los casaré. Ahora mismo. En el patio. ─Tomó un intercomunicador que sacó de un cajón del escritorio─. Luna, reúne a los niños. Tenemos una boda sucediendo. Despierta al sacerdote de turno en la capilla, por favor. 

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