29.
SEBASTIÁN:
Aunque la noche, la más larga de mi vida hasta los momentos, no terminó mal para nosotros, a la mañana siguiente tuvimos que dejar a Joshua con el mejor amigo de Elena, Vicente, y Eline para dirigirnos al hospital. Mi chica no dejaba de vomitar y recientemente había abandonado uno, había estado internada en emergencias, por lo que insistí e insistí en que se acercara para descartar que no fuera una complicación. Podía estar rodeada de médicos, podía ser uno, pero en el campamento no había el equipo necesario para atenderla o manera de que pudiera hacerse algún tipo de prueba. Nora nos acompañó, permaneciendo silenciosa en el asiento trasero, mientras conducía con su pequeña mano suave en la mía apoyada sobre la consola. Nos quedaba más cerca Delfos que Atenas, por lo que nos dirigimos a un pequeño ambulatorio en la entrada.
Al igual que el resto del pueblo, la construcción era antigua y acogedora. No me podía quejar del trato de las enfermeras y el médico que la recibió, por otro lado, porque fue amable. El maldito problema fue que hablaban en griego con Elena y a veces me perdía en la conversación. Los términos médicos que usaban tampoco ayudaban en lo absoluto a que le pudiera seguir el ritmo.
─Le están diciendo que le harán una compleja evaluación para descartar enfermedades neurodegenerativas, además de que le enviarán a hacer resonancias magnéticas en un hospital que tenga el equipo ─me dijo Nora en voz baja, inclinándose hacia adelante mientras bebía té en la sala de espera─. Todo depende de lo que arroje la prueba de orina que le harán.
─No me gusta cómo suena eso.
─A mí tampoco ─gruñó.
La miré. Aún estaba en pijama. Elena había desaparecido dentro del baño, sin verme, y nos habían sacado del consultorio para que el médico pudiera atender a su próximo paciente. Nora estaba desayunando cuando nos vio en el campamento y decidió huir con nosotros para acompañar a Elena, coger algo de señal y comprar vodka en el proceso. Todavía no sabía si su presencia era buena o mala. A veces su sarcasmo aligeraba la situación. A veces la hacía más pesada.
─Tú también eres médico ─recordé, pues era algo que olvidaba con facilidad─. ¿Cuál es tu opinión sobre todo eso?
Nora se tensó.
─Lo siento. No doy opiniones médicas a seres queridos.
Alcé las cejas.
─¿Eso no va en contra de tu ética?
Se encogió de hombros.
─Me importa un rábano. ¿Sabes lo que se siente darle una noticia a alguien que cambiará toda su vida? ─Negó─. No, no lo haces. Tienes que ser médico o político para saberlo, pero te doy un resumen: terriblemente mal o terriblemente bien. Como no sé en qué punto estoy en este momento y no has pagado mis honorarios, dejaré que sean las enfermeras quienes abran la boca. Solo... estoy sorprendida con la rapidez con la que todo esto sucedió.
─¿Entonces sabes qué es lo que tiene?
Nora afirmó.
─Tengo una sospecha con altas posibilidades de ser ciertas.
Insistí en que me dijera qué podría estar pasando con ella, pero no lo hizo. En su lugar se dedicó a mirar fijamente el interior de su taza de té de manzanilla. Elena salió del baño un par de minutos después luciendo pálida. Había vomitado todo el contenido de su estómago, así que su aspecto era entendible. Probablemente me veía ridículo preocupándome tanto cuando lo que tenía podía ser un simple virus, pero no había manera en la que pudiera evitar hacer cosas estúpidas como sostener su mano cuando le pusieron una intravenosa con medicamentos para el vómito y suero mientras esperábamos los resultados y acariciar su mejilla cuando la presión del líquido causaba que arrugara el rostro de la manera más leve.
Christian llegó antes de que supiéramos lo que tenía.
─Ni siquiera llevan dos meses juntos y ya he venido a verte al hospital dos veces cuando ni siquiera fuiste internada más de tres a lo largo de toda tu crianza, Elena. ─Me miró. Lucía uno de sus trajes de negocios. Impecable. Seguro dormía con ellos puestos. No recordaba haberlo visto vestido de otra forma nunca─. Sí, Sebastián. Lo que estoy queriendo decir es que ya le has hecho más daño que el que recibió durante las dos primeras décadas de su vida, lo cual es mucho si tomamos en cuenta que solo tiene veinticinco años.
─Papá...
─Y tú ─gruñó sentándose junto a su cama, acariciando su cabello como yo había estado a punto de hacerlo cuando llegó─. ¿Por qué siempre me tengo que enterar de lo que te sucede por Eline? ¿Es tan difícil enviar un mensaje? Pensé que habías mejorado cuando te dejé ayer con tu hermana por la noche, girasol.
Nora frunció el ceño.
─¿Girasol?
Las mejillas de Elena se ruborizaron. Christian afirmó.
─Mi cabeza gira hacía donde ella esté desde el momento en el que nació ─murmuró afectado, lo que me hizo fruncir el ceño─. Mi sol.
Elena, cuyos ojos estaban peligrosamente húmedos, estalló alejándose de su mano progresivamente, pero con firmeza. Como si no pudiera soportar su contacto.
─Eso que dijiste es mentira, papá. Ninguna de las veces que he terminado en el hospital recientemente ha sido por culpa de Sebastián ─dijo─. Tampoco es cierto que haya sufrido menos durante mi niñez y adolescencia. Te recuerdo que mamá murió cuando solo era una niña, que fui quién limpió cada desastre que hiciste en casa después y que me rompieron el corazón, dos veces, intentando buscar ser cuidada por alguien en lugar de ser la que cuida. No me hables como si nunca hubiera conocido el dolor.
Nora y yo nos miramos con incomodidad, pero aún así no abandonamos la habitación. No la dejaría sola en su momento más vulnerable.
─Elena... ─empezó él.
─No, papá. Debes abandonar la burbuja en la que intentas meternos a todos. Esa realidad que manejas a tu antojo es falsa.
Como si por fin hubiera analizado sus palabras, Christian se enderezó abruptamente, cortando lo que iba a decir al inicio.
─¿Dos veces?
Elena frunció el ceño.
─¿Ah?
─Acabas de decir que te rompieron el corazón dos veces. Gabriel, que en paz descanse, fue uno de los responsables. Tu primer amor que te destrozó cuando Dios por fin se apiadó de su alma y cesó su sufrimiento ─casi rezó, lo cual me hizo enderezarme también por el peligroso e insensible rumbo que tomaba la conversación─. ¿El otro? ─Endureció la barbilla. Sus ojos se entrecerraron con fuerza─. ¿Qué es lo que no me estás diciendo? O, mejor dicho, lo que nunca me dijiste.
Los ojos verdes de mi chica se llenaron de vergüenza.
─Lo siento, me equivoqué, me refería a que...
─Elena, soy viejo, pero no sordo. Sé lo que oí y aún puedo reconocer cuando me estás mintiendo. ─La forma en la que tomó su mano hizo que me relajara. Christian podía ser el diablo, pero Elena era su princesa─. Para mí sigues siendo igual de transparente que la vez que perdiste a tu tortuga a los cinco años y quisiste esconderlo pintando una roca.
La barbilla de Elena tembló.
─Papá...
─Dímelo.
Elena me miró. Me encogí de hombros. Era su decisión. Además, cualquier dato que pudiera obtener del bastardo que la lastimó era bueno. Me dijo que trabajaban juntos. Su nombre. Faltaba la historia. La condena.
─No sé si recuerdas que Eline solía enfermarse todo el tiempo... y que la única persona que entraba en nuestra casa, ajena a la familia y a Marta, en ese entonces era su médico. ─Tragó─. Julián... él... vio que yo siempre era la que estaba ahí para ella. Notó lo sola que estaba. Un día simplemente se acercó demasiado y yo se lo permití.
Algo en los ojos azules de Christian, sarcásticos, se apagó.
─Elena, ¿me estás diciendo que el médico de tu hermana, probablemente dos décadas mayor que tú, de mi edad, se aprovechó de ti cuando eras una menor de edad?
Sus mejillas se sonrojaron, pero sus manos temblaban. La reconfortaría si las mías no estuvieran temblando de la misma manera por la ira. Quería matar al infeliz.
─Nunca tuvimos sexo.
─¿Te tocó? ─pregunté─. ¿Te hizo hacer cosas que no debió haber hecho con una menor de edad?
Elena no dijo que sí, pero tampoco que no.
Jodidamente lo mataría.
Christian, que lucía como si estuviera a punto de desmayarse, separó los labios para continuar con el interrogatorio, pero la llegada de la enfermera sosteniendo una prueba de embarazo lo interrumpió. Sabía lo suficiente sobre la vida, sobre los síntomas de embarazo y sobre el idioma como para entender el diagnostico que le estaban dando.
─Positivo ─nos dijo con una sonrisa.
ELENA:
Una nueva arcada fue mi respuesta al diagnostico que había sospechado desde el principio. Nora se apresuró a pasarme el vaso para vómito y a enredar mi cabello en su mano. Una vez pasó lo peor, alcé mi mirada para verla con acusación. Últimamente no estaba siendo la mejor amiga de todas. Me las pagaría en algún momento. Seguramente cuando se enamorara.
Mataría por ver eso. Compadecía al pobre hombre.
─Gracias por la ayuda ─gruñí en su dirección.
Entendiendo que me refería a que no intervino cuando papá empezó a preguntarme sobre Julián, algo que por ser mi mejor amiga conocía, se encogió de hombros.
─Lo siento, Elena, pero siempre he pensado imbécil merece un castigo por lo que te hizo. ─Su voz sonaba furiosa. Eso, su abuso, tocaba su vena feminista─. Eras solo una niña. Él tomó partido de tu soledad para meter su sucia mano en tu falda.
─Lo sé, Nora, pero...
─Seremos padres ─soltó abruptamente Sebastián, que se había apartado de nosotros para ver hacia el mar, interrumpiéndonos.
Nora bufó, mirando su entrepierna y después a mí con acusación cuando terminé con el vaso.
─Sí. Aún estoy sorprendida sobre la rapidez de eso.
─¿Seré abuelo? ─preguntó papá medio desmayándose en la silla, a lo que la enfermera, que no entendía el idioma, se apresuró a echarle aire.
─Creo que sí ─les respondí con una sonrisa, siendo la única en la habitación completamente cuerda y radiante.
Era difícil diagnosticar un embarazo en su inicio, por lo que no me extrañaba que en Nueva York no me hubieran dicho nada al respecto, pero definitivamente debí haber estado en estado entonces. También debía tener pocas semanas. Dos como máximo. Mi rostro estaba caliente al recordar mi insistencia con Sebastián de tener un bebé, prácticamente lo había obligado a embarazarme bajo la amenaza de acostarme con otro hombre para conseguir su semilla en mí, pero mi corazón ya tenía un lugar apartado para nuestro pequeño ángel.
Sebastián... Sebastián lucía radiante y feliz, pero no cuerdo.
Estaba a dos segundos de llamar a Vicente por una consulta, su expresión había pasado de la furia, causada por mi historia con Julián, a contener absolutamente nada, estando en blanco, en shock, cuando por fin se acercó.
─¿Elena? ─preguntó sonando perdido, su mano cubriendo y apretándose sobre mi vientre─. ¿Me harás papá? ¿Tendremos... un bebé? ¿Un pequeño apuesto Broke? ¿Una princesa Stamford?
Nora bufó.
─¿Qué tan difícil es hacer que este tonto americano entienda algo? Esto ya no es normal. ─Se cruzó de brazos luciendo genuinamente molesta─. ¿Tiene algún tipo de re...?
─Sí, Sebastián ─le respondí sabiendo que necesitaba la respuesta de mis labios, mi mano cubriendo la suya con suavidad─. Seremos papás.
Sebastián, en trance, se inclinó para besar mis labios tras dirigirle una mirada a la hermosa unión de nuestras manos sobre nuestro bebé, pero Christian lo interrumpió interponiéndose entre nosotros.
─No necesariamente serán padres. ─Tomó mis manos, deshaciendo nuestro toque, apretándolas en su lugar─. Elena, sé que a veces puedo sonar un poco... anticuado, pero en la actualidad hay muchas madres solteras que llevan a la perfección la crianza de sus hijos. Ni siquiera tendrás que trabajar. Nunca te desampararía. Los mantendré. ─Sus ojos brillaron con ilusión─. Podemos llamar al bebé como yo y decir que su padre huyó o murió en la guerra. O que fue inseminación artificial. Ni siquiera tiene que tener su apellido ─planeó en voz alta, causando que Sebastián gruñera tras él─. Criaremos a este bebé en la grandeza. Ya que Elliot y Ethan no terminan de ponerse de acuerdo, él podrá ser el autentico heredero. ─Su barbilla se alzó, resaltando su perfil─. Christian Stamford II, único en su linaje, el futuro líder del imperio hotelero más lujoso del planeta.
Mi garganta se secó. Nora rió silenciosamente. Sebas emitió un sonido bajo y profundo con la garganta, pero no se interpuso entre nosotros hasta que retiré mis manos de las de mi padre y extendí una hacia él en su lugar. Cualquier inseguridad sobre él no queriendo a nuestro hijo se esfumó cuando la apretó y rodeó la cama para estar junto a mí.
─Lamento arruinar tus... sueños, papá, pero Sebastián y yo criaremos a nuestro bebé juntos. ─Le sonreí─. ¿No es así?
Sebastián afirmó, inclinándose hacia adelante para besarme y luego frotar su nariz contra la mía.
─No podría ser de otra forma.
Nora hizo como si fuera a vomitar.
─Elena, no están casados, por favor, reconsidéralo. No es...
─Elena ─lo cortó Sebastián─. ¿Aceptarías casarte conmigo si te lo pidiera hoy mismo?
Lo pensé solo un poco. Nuestro hijo merecía una familia. Estaba enamorándome de Sebastián. Duro. Fuerte. Rápido. Él decía estar enamorándose también. Ya no existían secretos entre nosotros. Ya sabía mi pasado, mis dos historias de amor previas, y yo aceptaba el suyo lleno de mujeres y lo malo que era apostando. Conocía mi familia. Su locura. Yo había sido testigo de la desunión de la suya. Follaba como un dios, me hacía el amor y me besaba con adoración. Veía potencial para ser buen padre en sus ojos.
¿Qué otro mejor candidato podía haber?
─Por supuesto que sí.
Sebastián me besó en la comisura de los labios, probablemente ya había tenido suficiente del sabor a vómito en mi boca, antes de por fin dirigirse a mi padre.
─¿Eso responde cualquier duda que tengas sobre los deseos de tu hija, Christian, o necesitas que te lo pasemos por escrito en un documento legal? ─le preguntó con tono mordaz.
Papá desvió la mirada, ignorándolo, y salió de la habitación dando un portazo. Nora lo siguió tras hacerme una seña con los dedos que interpreté como que iría por más manzanilla. Sebastián se sentó en el borde y permitió que colocara la cabeza en sus piernas a cambio de que le permitiera acariciarme el cabello. Me quedé dormida tras unos minutos de mimos, soñando con un pequeño bulto cálido entre mis brazos llenándome de vómito y babas. No negaba que me llamaba más la atención la idea de tener un pequeño príncipe con los ojos y la belleza de Sebastián, pero amaría a una niña también. Eran pensamientos tempranos para el punto en el que estábamos, pero mi mente no pudo parar de girar en torno a ellos incluso mientras dormía.
Desperté cuando el ruido de la puerta siendo abierta interrumpió mi sueño, siendo consciente al instante de la mancha de baba que dejé en el pantalón de Sebastián. Él me ofreció una sonrisa cálida, sus ojos apartándose del televisor, apenas me notó mirándolo.
─Bienvenida de regreso.
─No dormí muy bien anoche ─me expliqué enderezándome mientras la enfermera me retiraba la vía de la mano─. Lo siento.
Sebastián me ofreció una mirada que decía que no debía disculparme en lo absoluto. Le agradecí a ella después de que me dijera que podía irme, enviándome de vuelta al campamento con ácido fólico y vitaminas para el bebé. Mi chico me ayudó a colocarme el abrigo y a atar los cordones de mis zapatillas. Nora nos estaba esperando afuera, en el estacionamiento, fumando un cigarrillo que apagó al momento en el que me vio. Negué con decepción, me juró que lo había dejado semanas antes de que me mudara, pero al parecer no fue así. Estaba demasiado cansada como para pelear con ella por eso, por lo que me limité a acurrucarme contra Sebastián mientras conducía de regreso a la cabaña.
El viaje se me hizo cómodo. Nora nos contó que papá se marchó molesto después de nuestra charla, sin mirar atrás, molesto porque no decidí seguir su loco plan de ignorar a Sebastián y criar a mi bebé con su ayuda. Una vez llegamos al estacionamiento del campamento, mis pensamientos se esfumaron lejos de él y se concentraron únicamente en el hombre que me sostuvo en brazos hasta nuestra cabaña cuando me quejé sobre estar demasiado cansada como para caminar. Me depositó en la cama tras dejar un beso en mi frente. Eline vino corriendo hacia mí, Joshua tras ella, al verme. Nora nos había dejado para ir a hacerse un coctel o dos en la piscina.
─Elena, ¿cómo estás? ─preguntó─. No dormiste nada anoche por las náuseas. Te noto mucho mejor. ¿Ya saben lo que tienes?
Mis labios temblaron por el horrible esfuerzo de contener una sonrisa. Estaba sumamente cansada más allá de los vómitos. Tenía mucho tiempo estándolo. Ahora todo tenía sentido. Mi mirada viajó al pene de Sebastián, sintiendo orgullo y admiración por sus espermatozoides. Nora tenía razón. Había sido sumamente rápido.
─Estoy embarazada, Eline ─dije, a lo que se paralizó.
─¿Qué...?
─So ─saludó Joshua sentándose en la esquina del colchón, su mirada resentida viajando entre Sebastián y yo.
Lo entendía. Antes habíamos sido nosotros dos y en solo una noche nuestra cabaña había sido invadida por tres adultos y el conocimiento del angelito en preparación dentro de mí.
─Pequeño ─le respondí haciendo un espacio para él. Miré a Eline mientras se acomodaba─. ¿Ya almorzó?
Eline asintió.
─Sí. Estuvimos en la piscina y después devoró dos hamburguesas.
Mis ojos se abrieron como platos, mi agarre sobre él reforzándose mientras Sebastián soltaba un silbido bajo.
─Eso es mucha comida, Eline, debiste...
El ronquido de Joshua me interrumpió, momento que ella aprovechó para interrogarnos a Sebastián y a mí.
─¡¿Embarazada?! ─gesticuló.
Afirmé mientras cerraba los ojos, el sueño invadiéndome de nuevo mientras me quedaba dormida, tras sentir que se colocaba tras de mí, con el suave aroma de Joshua invadiendo mis fosas nasales y el recuerdo de la casi propuesta de matrimonio de Sebastián. La felicidad que sentía era tan grande que no podía evitar temer perderla. Que fuera arrebatada de mis manos.
Perder a cualquiera de ellos.
Les dejo el maratón 1/3
Ya estamos a punto de terminar, así que comenten y comenten para que se ganen una dedicación. No pude subir antes porque tenía exámenes, parciales, y bueno. Ya saben como es.
Nos vemos mañana.
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