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26.

SEBASTIÁN:

Mi sonrisa de victoria se desvaneció a penas Elena, en lugar de avergonzarse, entrecerró los ojos y se atrevió a pegar un salto, sin hacer caso a su desnudez, para terminar sobre mí. Ahogándome. Intenté apartarla dentro del agua, genuinamente temía por mi vida, pero solo conseguí que la presión de sus brazos alrededor de mis hombros se hiciera mayor. Era jodidamente fuerte para su tamaño. Finalmente, cuando estaba a punto de morir y podía ver la luz, me soltó. En el proceso recobró la parte superior de su bikini, haciéndome lucir como un idiota débil mientras me sujetaba a la orilla. Le di tregua. Esperé recobrar mi energía, lamiendo la sangre de mi labio herido, antes de girarme. La piscina había sido evacuada de niños por nuestro espectáculo.

No había nada impidiendo mi venganza.

─Basta, Sebastián, ya has tenido suficiente ─gruñó enseñándome sus pequeños y perfectos dientes, pero aún así retrocediendo.

Me quité la camiseta, había perdido mi chaqueta durante la pelea en el baño, y la lancé. Flexioné los músculos de mis hombros antes de empezar a avanzar hacia ella.

─Creo que alguien aquí quería matarme ─dije, mi voz baja. Controlada a pesar del hervidero en el que se habían convertido mis venas─. Pequeña. Rubia. Mejillas sonrosadas. El mejor par de tetas que he visto en mi vida. Desconsiderada sobre el hecho de que he viajado medio maldito día por ella. ─Apoyé mi mano en el borde, junto a su cabeza, inclinándome sobre ella. Sus ojos verdes lucían temerosos, pero también desafiantes─. ¿La has visto?

Elena negó mientras se hundía lentamente en el agua, escondiéndose. Impedí que desapareciera presionándome más en su contra. Eché un vistazo a las butacas alrededor. Todas vacías. Nos habían dejado solos. Gracias a Dios. En lugar de intentar razonar con ella con palabras, sentía que nunca podíamos hablar, apresé su rostro entre mis manos y la besé.

Molesto.

Jodidamente furioso.

¿Cómo pudo poner sus manos en él?

Si hubiera sido al revés, si él la hubiera estado tocando en el momento en el que llegué, quizás la sensación no quemaría tanto en mi pecho. Pero era ella. Elena. Semidesnuda. Con sus manos sobre él. Semidesnudo. Consentido. Consensuado. ¿Deseado? De mi garganta escapó un sonido gutural que hizo que Elena quisiera escaparse, pero no lo permití. Me apreté aún más contra ella, quería que sintiera cada parte de mí, que recordara el lugar al que pertenecía, mientras encajaba mis dientes en su labio inferior.

─¡Sebastián! ─gritó halando mi cabello para que me apartara, lo cual logró a medias, para luego colocar su mano sobre mi marca.

─Elena ─dije su nombre como una advertencia─. ¿Qué hacías con él? ¿Qué mierda estaba sucediendo entre ustedes cuando llegué?

Algo en lo que dije, aunque mi enojo estaba rebasando cualquier escala de medición, debió hacer cortocircuito en su mente. Gritó tan fuerte, un rugido frustrado, que me eché hacia atrás.

─¡¿Qué dices?! ─Me golpeó el pecho. No dolió, pero aún así esta no era la reacción que debía tener. Debería lucir avergonzada. Culpable. No jodidamente indignada─. ¡¿Cómo puedes ser tan descarado?! ¡No debiste haber venido, Sebastián! ¡Verte me da asco! ¡Debiste quedarte en Estados Unidos con tu amante!

¿Con mi amante?

¿Qué mierda? No me sorprendía que supiera que follaba con Sara, ella lo había dejado más que claro en varias ocasiones, sino que lo sacara como un arma cuando realmente siempre fue irrelevante. Tenía un pasado antes de que llegara a nuestras vidas. Un historial que no podía borrar. No perdería tiempo sintiéndome culpable por ello, sin embargo, cuando podía invertir esas energías en conseguir lo que deseaba.

─¿Largarme? Elena, lo que tenía con Sara se acabó. Lo terminé oficialmente antes de venir, pero no he estado con ella desde que nosotros empezamos a tener intimidad ─confesé mientras detenía sus golpes sosteniendo sus muñecas con suavidad, pero con firmeza. Necesitaba ser oído por ella más de lo que necesitaba respirar─. Quiero intentarlo contigo. Maldición. Probablemente sea la decisión más estúpida que ha sido tomada desde la creación de la raza humana, sé que me encuentras insoportable, pero también sé que seré miserable si nuestro matrimonio es una mierda y ni siquiera intenté impedirlo. Necesito poder decir en el futuro que por lo menos le di una oportunidad a lo nuestro.

El labio inferior de Elena tembló.

─No me importa nada de lo que digas, Sebastián ─respondió con firmeza. Su mirada verde estaba clavada en la mía─. La verdadera razón por la que vine es porque necesitaba tiempo lejos de ti para sentirme en paz, pero apareciendo lo has arruinado. He vuelto al caos que representa verte y no saber si te odio o solo te detesto.

Sus palabras me golpearon tanto que me aparté de ella, oportunidad que tomó para dirigirse nadar hacia la escalera y salir de la piscina. Me di la vuelta y apoyé la parte posterior de mi cabeza en las baldosas, deseando estar en un inodoro y que alguien jalase de la cadena. Desaparecer. Como si mi autocompasión no fuese suficiente, una dosis de lindas palabras de Nora fue añadida al coctel.

─Creo que todo habría salido diferente si le hubieses entregado el ramo primero ─se medio burló deteniéndose junto a la orilla.

Cerré los ojos. Conté hasta diez.

Vine con el conocimiento de que no sería fácil des-convencerla de lo que nos habíamos dicho a nosotros mismos desde el inicio, que lo que sentíamos solo era deseo carnal, pero vivirlo era otro asunto completamente diferente. Por lo menos ahora tenía una razón válida por la cual Elena pudo haber caído en la tentación de engañarme. Venganza. Eso era halagador. Quería decir que significaba algo para ella. Aún así era un poco humillante que decidiera hacerlo con la imitación barata de Hércules. Aguantando el peso de mis pantalones mojados, tomé la decisión de no darme por vencido y seguir con la tarea que vine a cumplir. Theodore sería olvidado. Ya pagó haberse acercado a mi mujer, o más bien haber dejado que ella se acercara, así que podría seguir con su vida como un ejemplo viviente de lo que le sucedía a los hombres si se metían con Elena.

La futura señora Caine.

Pensando que quizás todo esto habría funcionado mejor de haber traído puestas mis gafas desde que la conocí, quizás así habría podido descifrar mejor sus emociones, me acerqué a Nora. Ahora ella estaba sentada sobre una butaca reclinable, una botella de vodka en la mesita junto a ella, mientras revisaba su teléfono. Tomé el ramo junto a la Smirnoff. Las violetas estaban milagrosamente intactas.

─¿Dónde duerme Elena?

Sonrió tendiéndome una llave con un número.

─Conmigo.

Extendí la mano para tomarla, pero la alejó.

─¿Qué?

Frunció los labios.

─Aquí no hay muchas bebidas alcohólicas, esta la robé de la cava de Vicente, pero era la última. Aunque Elena te maldiga y seas desterrado de Dennis por los dioses, ¿podrías hacer tu magia sugar daddy y traerme dos docenas de esta?

ELENA:

Aunque escuché el sonido de alguien entrando en la cabaña, no me di la vuelta pensando que se trataría de Nora. Antes de venir me había asegurado de que Joshua estuviera en buenas manos, lo cual estaba, encontrándolo pintando los demás en el área común.

Limpié la humedad en mi rostro con el dorso de la mano, enfocándome en el reflejo de mis ojos en el espejo. Lucía triste. Molesta. Decepcionada. ¿Cómo Sebastián podía ser tan mentiroso? ¿Descarado? Aún recordaba cómo se habían besado en la calle, con tanta pasión por parte de ella y aceptación de él, sin importar que las personas lo mirasen y el rumor de que estuviera engañándome se esparciera. El dolor en mi pecho al pensar que se acostaron, enviando a la basura cualquier esperanza para nosotros como pareja, porque lo vi entrando a su apartamento con la intención de hacerlo dibujada en el rostro.

Mentiroso.

Mentiroso.

Mentiroso.

─No sabes cuántas ganas tengo de arrancarte la cabeza ─medio hablé, medio ladré desde el baño al asomarme y darme cuenta de que era él y no Nora entrando casi desnudo, aún usaba ropa interior, en mi cabaña.

Antes de salir me sequé la cara con una toalla y cogí el botiquín de primeros auxilios. Era médico ante todo. Theodore probablemente había sido atendido por algún otro voluntario, al venir vi una extravagante cantidad de personas aglomeradas en el baño para ver el estado en el que él y Vicente se encontraban, lo cual era la única razón por la que no lo había atendido yo misma.

Esa y mi corazón roto.

─Tú eres la que no tiene ni idea de la magnitud del deseo que siento de retroceder y golpearlo aún más por la forma en la que lo tocabas ─ladró sentado en el borde de la cama.

Al parecer ahora somos animales que ladran en lugar de hablar.

No me molestaría morderlo.

En lugar de contestarle decidí estar por encima de él y su inmadurez, la mitad de la culpa era mía por haberme ilusionado pensando que podría sentir lo mismo que yo, arrodillándome frente a él. Siendo consciente de la intensidad de su mirada tomé una bola de algodón del botiquín, la cual mojé con alcohol, antes de alzar la cabeza y encontrarme con sus ojos azules.

─Acuéstate ─le pedí.

Sebastián obedeció en silencio.

Ojalá todo fuese tan fácil con él como esto.

─Te va a doler ─le advertí.

─Has lo que tengas que ha... ¡Mierda, Elena! ¡Eres el diablo!

No pude contener una pequeña risita.

Al parecer el niño bonito es lo suficientemente grande para engañar a su prometida, pensé restregándola más fuerte contra la herida, pero no lo suficientemente grande como para vivir con las consecuencias. Con esto en mente solo aparté el material de su labio cuando la sangre dejó de salir de la herida en él. Él simplemente se dedicó a fulminarme durante el procedimiento.

─Ya está ─susurré poniéndole una bandita con una carita feliz.

─Gracias.

Asentí sin darle demasiada importancia mientras guardaba todo lo que había usado de regreso en el botiquín. Tenía tantas preguntas para él, aunque no sabía si valía la pena obtener respuestas de un mentiroso, que no sabía cómo ordenarlas. Si por orden alfabético o por cronología de los acontecimientos.

Empecé con la más importante.

─¿Qué haces aquí?

─Quería estar contigo ─respondió con sencillez.

Como si yo fuera razón suficiente para tomar diez horas de vuelo.

─¿Por qué?

No pude procesarlo, de nuevo, porque su cercanía simplemente bloqueaba algo en la percepción del mundo exterior de mi sistema nervioso. De repente fui consciente de lo cerca que estábamos. De que el hecho de que lo odiara por estar con Sara mientras me hacía creer que teníamos una oportunidad no borraba nuestra atracción. Terminé justo como él me quería. Con sus piernas presionando las mías. Con su torso pegado al mío. Con sus brazos rodeándome. Tan cerca que su respiración y la mía eran una sola.

Las camas pequeñas eran tan contraproducentes.

─Elena... ─susurró en mi oído─. ¿Qué relación tienes con él?

Oh.

Así que se trata de su estúpido ego herido de nuevo.

─No te importa ─solté haciendo ademán de levantarme, lo que solo terminó en él atrapándome más.

A través del cristal del ventanal podía ver su ropa secándose en el balcón. ¿Por qué tuve que arrojarlo a la piscina? Simplemente debí dejar que me lanzara. Así luego tendría una excusa para llamar a seguridad y exigir que lo sacaran del complejo. Jugando a su mismo juego borré esa opción.

─Dime ─insistió.

Lo vi por encima de mis pestañas.

Lucía genuinamente interesado, no, desesperado por saber.

─Trabajamos juntos. Eso es todo ─me rendí a su coacción─. Dime tú por qué estás aquí. No creo que sea solo por mí. ¿Tienes negocios que atender en Atenas? Cuando nos conocimos en el avión creo que estabas aquí por negocios. ¿Tienes un...?

─Quería estar contigo ─reafirmó. Tragué. Tomó mi silencio como una oportunidad para seguir indagando─. ¿Qué estabas haciendo con él cuando llegué?

Fruncí el ceño. Esto no era sobre mí.

─No te importa.

─¿Que estabas haciendo con él? ─repitió con más autoridad.

─No te...

Empujó.

Sus caderas impactaros con las mías y nuestros centros, solo separados por dos finas capas de tela, chocaron.

─¿Que estabas haciendo con él? ─repitió de nuevo.

─Na...

Empujó otra vez. El aire escapó de mis pulmones y sentí todo arder a nuestro alrededor.

─¿Que estabas hacie...?

─¡Solo estaba aplicándole bloqueador! ¡Dijo que tenía la piel sensible! ─lloriqueé.

Lo odiaba. Lo odiaba por lo que hacía en mi cuerpo.

¿Por qué tuvo que aceptar casarse con Eline? ¿Por qué tuvo que ser así? ¿Por qué me sentí atraída por él desde el primer momento? ¿Por qué las cosas no se limitaron a yo hacerle la existencia imposible hasta el fin de los tiempos, mientras él sufría? ¿Por qué me tuve que acostar con él? ¿Por qué tuve deseos de formar algo más que un matrimonio falso? ¿Por qué dejé que se hincara en partes de mí que no tenían nada que ver con mi anatomía? ¿Por qué sus besos, abrazos y caricias me gustaban tanto? ¿Por qué a veces, a pesar de todo, se mostraba tan amable y preocupado conmigo? ¿Por qué me confundía? ¿Por qué vino aquí? ¿Por qué en lo más profundo de mí, realmente no me molestaba que hubiera golpeado a Theodore y me alegraba que estuviera conmigo? Todas las respuestas a esas preguntas eran las razones por las que lo odiaba.

Pero, por otro lado, ¿por qué tenía que sonreír de esa forma tan pícara y arrogante que conseguía agitarme por dentro? ¿Por qué sus carcajadas lograban hacerme sentir mariposas en el estómago? ¿Por qué me encantaba su forma de ser? ¿Por qué me gustaba su personalidad carismática? ¿Por qué a su lado me sentía bien? ¿Por qué mitigaba las voces del pasado? ¿Por qué sus ojos azules podían conmigo? ¿Por qué lograba robar mis pensamientos sin siquiera quererlo? ¿Por qué, al cruzarse nuestras miradas, sentía que podía existir algo más allá de un documento? ¿Por qué mi corazón saltaba al verlo?

¿Por qué me estaba enamorando de él?

─¿Por qué tú? ─me escuché a mí misma preguntarle.

SEBASTÍAN:

─No lo sé ─respondí─. Podría hacerte la misma pregunta a ti. De todas las mujeres en el mundo que pudieron haber escogido estar conmigo libremente, ¿por qué tú? ─Froté mi nariz contra la suya antes de esparcir besos por su rostro─. ¿Por qué tuve que elegir a la más brillante? ─Fui por su frente. Luego por su mejilla izquierda─. ¿Dulce? ¿Hermosa? ─Me moví a su barbilla para descender por su cuello─. ¿Inteligente de todas las mujeres?

Elena me forzó a regresar la atención a su rostro tomándome de la mandíbula, lo cual solo me encendió más, pero hice el esfuerzo de controlarme por ella. Odiaba verla llorar. Sabía de algo que nos podía hacer mejor, lo cual estaba impidiendo que sucediera. Esperaba que fuera por una buena razón. Una maldita buena razón. Tenía días sin tocarla. Decir que moría por hacerlo era una pequeñez al lado de lo que realmente sentía.

─Este dialogo no es un juego previo, Sebastián.

Mis labios se curvaron en una sonrisa.

─Lo sé.

─¿Entonces por qué te lo tomas como tal?

Arrugué la frente, un poco molesto de esa mierda de ella de pensar que no la tomaba malditamente en consideración o en serio cuando se estaba convirtiendo en el centro de mi mundo.

─Elena, sé que no es un juego. Acabas de preguntarme por qué yo, lo que respondí con un ¿por qué tú? para hacerte saber que tus sentimientos son correspondidos. ─Besé sus labios─. Sé que no estamos en el punto de las dos palabras todavía, no pretendo apresurar las cosas, pero trabajaré por ellas. No me siento decepcionado. No las esperaba todavía. Sé que tengo mucho que hacer antes de tenerlas, pero el hecho de sientas lo mismo que yo por ti y viceversa ya es un buen inicio.

Su labio tembló de nuevo.

─No lo sé, Sebastián, no sé si deberíamos.

─¿Por qué demonios no? ¿Qué es lo peor que podría pasar?

Silencio. Elena desvió la mirada de mi rostro por un momento antes de responder.

─Puedes romperme el corazón.

Mientras habló se vio tan frágil, tan diferente a su versión fatale, que me dieron ganas de cubrirnos con una manta como si fuéramos un par de niños en lugar de adultos para asegurarme de ser el único con el poder de observarla así. En lugar de ello, lo cual sería malditamente cursi y nada de mi estilo, hice algo un poco menos marica, pero que Sebastián Broke nunca había hecho.

Deseché la idea de follar y la abracé, ignorando mi pene.

─Corro el mismo riesgo, Elena. No te preocupes por eso.

─¿Pero qué pasa si después no soportamos vernos el uno al otro, pero estamos atrapados juntos por el contrato entre mi papá y tú?

Eso no pasará, me juré.

─Bueno... ─dije decidiendo que lo mejor era aligerar la situación─. En ese caso tengo dos pares de gafas oscuras bastante poderosas. No sabes cuánto me han ayudado durante estos días.

Elena no rió, solo unió las cejas y empezó a delinear mi pecho con la punta de su dedo. Tendría que explicarle pronto lo que significaba ser la señora Caine.

Decir adiós a tantos misterios y secretos.


Recuerden que sus votos y comentarios me hacen feliz. Una escritora feliz escribe finales felices. Una escritora triste.... :c

¿Qué tal las declaraciones de Elena y Sebas?

Aún les queda mucho camino por recorrer, decir muchas cosas, pero apenas estamos empezando con ello. Viene una sorpresa que nadie se espera.

Capítulo dedicado a: LisaEspitia27 

Gana el siguiente la que más comente.

Las amu.

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