17.
SEBASTIÁN:
Terminé de vestirme y fui rumbo a mi desahogo.
Me estacioné al otro lado de la calle, pegado a la acera de un edificio de tres pisos que quedaba al frente de un reconocido café. Salí del auto y me apoyé en la pared de ladrillos. Ya que no tenía nada más que hacer me quede admirando la belleza del césped. Pasaron quince minutos, la mujer no bajaba y creo que, si cerraba los ojos, en vez de negro vería verde.
¿Por qué no se apresuraba? ¿A caso tanto tardaba ponerse un vestido que parecía más bien un tapa rabos? Aunque realmente no me gustaba como iba vestida, no era mi problema. La verdad era que siempre y cuando me dé un polvo no me importa si anda desnuda por la calle.
Con ella todo era tan diferente a las cosas con Elena, que siempre estaba puntual, pero se tomaba sus tiempo, vistiéndose con ropa que la hacía verse dulce, elegante y sexy a la vez y que a mí me ponía de nervios. La pelirroja, por el contrario, usaba prendas caras y diminutas que a mí gusto parecían un tanto obscenas para una mujer.
Impaciente, me acerqué al timbre y toqué otra vez. Odiaba esta calle porque estaba llena de gente desagradable y superficial. En mi edificio también había unos cuantos de ese tipo, pero ya los conocía desde hacía tiempo y tenía la ventaja de tener un piso para mí solo. Nadie se metía en mis asuntos y viceversa. Pero aquí hasta las paredes tenían oídos y la gente chismosa especulaba demasiado. ¡Joder! Si no se apuraba comenzarían a especular y Elena me mataría si en alguna revista salía un titular de tipo: Sebastián Broke engaña a su Prometida.
Para evitar cosas como esta prefería ver a las mujeres en mi apartamento, pero debido a que ahora no vivía solo y por respeto a Elena, no se podía. Lo mejor era yo ir a sus casa y no que ella fuesen a la nuestra, aunque no entendía por qué me tomaba tantas molestias cuando la misma Elena tenía su propio amante y no se avergonzaba en llamarlo en nuestra casa y decirle cosas como te extraño tanto y te quiero en nuestra sala.
Nos vemos dentro de tres días, había dicho. Eso quería decir que tenía tiempo para evitar que ella se fuese. La convencería de quedarse conmigo así tuviese que atarla al cabecero de la cama y quedarme como su guardia y niñero personal a tiempo completo, día y noche. No iba a permitir que viajara de un país a otro solamente para poder revolcarse con el puto Vicente. ¿Qué tenía ese hombre? ¿Y si la satisface más que yo?
No, no puede ser...
¿Por qué me torturo así cuando era más que obvio que la rubia le había encantado igual o más que a mí? Lo sabía por los gemidos, jadeos y suplicas que escapaban de sus sensuales labios entreabiertos cada vez que me adentraba en ella profundamente. Mierda, ya se me había puesto dura y ni siquiera lo había pensado con esos fines.
Lo que me hacía esa mujer...
Temía, temía que aquel hombre le hiciera sentir mejor que yo y no sabía porque, pero también temía que ella lo amase a él. Lo único que me mantenía cuerdo en estos momentos era saber que sería esposa y no de él. Y eso solo me decía que el sujeto no le importa tanto, porque si le importara no ligaría su vida a la mía y mucho menos me pediría un bebé. Si lo amaba, ¿por qué no se casaba con él y tiene un hijo de él? A diferencia de Eline, a ella nadie la obligó a tenerme como marido.
Porque no lo ama o es lo suficientemente buena para dejar su felicidad a un lado y salvar a su hermana. Mi corazón se encogió dolorosamente ante esa idea, no quería que fuera verdad pero había una pequeña posibilidad.
La chica amable del día anterior que inconscientemente convirtió una velada amarga en una divertida cena, la que tomé en brazos mientras ella se veía completamente tierna y vulnerable en ellos, la que me exigió sin miramientos un hijo para después darme el completo permiso de sumergirme en su ambrosía y depositar mi semilla en su interior... ¿Sería todo un chiste? ¿Sería infeliz conmigo? ¿Me tendría lastima? ¿Espera que me vuelva completamente adicto a ella para vengarse cruelmente?
Eran tantas preguntas sin responder y me estaba volviendo loco, pero ninguna de ellas se comparaba a la que cuya respuesta podía significar mi ruina total
¿Qué estoy sintiendo por Elena?
ELENA:
Soplé suavemente y tomé otro sorbo de mi chocolate, todo el día me la había pasado dándole vueltas a su bipolar comportamiento y por su culpa no había podido disfrutar de la compañía de Eline. Mientras yo estaba perdida en mis pensamientos, ella me miraba molesta, divertida e impaciente, esperando a que regresara al planeta tierra para contarme lo que sea que le está perturbando. Si no volvía al presente, seguramente me dejaría aquí con mis propios problemas. Para evitar que eso sucediera, a la cuenta de tres dejaría de pensar en eso o, más bien, en él.
Tres.
Dos.
Uno y medio.
Uno y un cuarto.
¿Qué demonios le ocurriría a Sebas?
Cuando me había ido estaba todo molesto y no sabía por qué. ¿No quedó conforme? Pues no era mi culpa, seguro las mujeres con las que se acostaba tenían más experiencia que yo. Estúpidas. Las odiaba a todas y a cada una por igual, bueno, tal vez a la que más despreciaba era a la pelirroja, solo porque la conocía, a las otras no, pero si llegaba a conocerlas... pero no creía que hubiera sido eso, aunque me estaba empezando preocupar y a irritar la idea porque... ¡yo sí lo había disfrutado! ¡Y no me arrepentía! ¡Había llegado a fastidiar mi plan de arruinarle la vida por acostarme con él! ¡Ya ni siquiera sabía lo que sentía! Y no puede ser que no le haya gustado, ¡porque si no le hubiese gustado no nos hubiésemos acostado dos veces! ¡Dos veces!
¡Estúpido!
Se suponía que la que debería estar molesta por haber quedado como un mapa de chupetones y mordiscos era yo, no él, que con su sonrisa arrogante le restó importancia al asunto mientras veía la televisión acostado sobre mi cama. Y yo, ugh, yo solo había querido montarme en su regazo para facilitarme la tarea de sacarle los ojos.
—Elena.
Maldito Broke.
¿Qué sentía por él?
Tal...
—¡Elena!
Me sobresalté al oír mi nombre y volví mi vista de la bebida a mi hermana. Pobre Eline, gastando su tarde en una persona que estaba en todos lados menos con ella. Por cierto, hoy se veía muy bonita con ese vestido gris falda ancha que le llegaba más arriba de las rodillas y contrastaba con su melena negra. Había una mejoría grande desde la última vez que la vi.
—¿Sí?
—Que tanto piensas, ¿eh? —se burló cruzándose de piernas y dándole otro mordisco a su pastelito.
—En nada —contraataque, ella alzó la ceja izquierda y me percaté de que había contestado defendiéndome demasiado rápido y eso en vez de eliminar las sospechas pareció aumentarlas. No quería contarle mis problemas para no hacerla sentir culpable por yo estar en su lugar.
—Claro, por supuesto que no piensas en nada. Admirando el paisaje, ¿entonces?
Genial. Ahora también Eline tenía un lado sarcástico. Estuve a punto de contestarle, pero ella me señaló algo y gire la cabeza para mirar lo que ella estaba viendo. No pude evitar abrir la boca, completamente indignada por lo que observaban mis ojos. Al frente de un edificio de ladrillos y de tres o dos plantas, mi prometido estaba dándose el lote en plena calle. ¡Con la zorra pelirroja! ¡¿Qué hacía?! ¡Lo estaba manoseando y él se dejaba! ¿No le importó lo que hicimos? ¡Claro que no! ¡Claro que no le importó! ¡Si hacía lo mismo con todas las mujeres! ¡Debería haber pensado en ello antes de entregarme a él!
¡Era todo un mujeriego!
¡Por supuesto que esto iba a pasar!
¿Será ella mejor que yo?
Lo agarraba por las hebillas traseras de sus jeans y metía una mano debajo de su camiseta. Inconscientes de mi mirada, ambos seguían besándose apasionadamente en medio de la calle. ¡En medio! ¡Parecían una película porno! Y con ese vestido rosa chillón que le llegaba a los muslos y se le subía cada vez más hasta mostrar un tanga negro, la pelirroja parecía más que capacitada para interpretar el papel de golfa.
—¿Elena? ¿Estás bien?
La voz de Eline sonaba preocupada. No soporté más la visión de aquellos dos y fijé mi vista en ella. Por su expresión, fue en ese momento que me di cuenta que mis mejillas estaban un poco empapadas. ¿Estaba llorando? ¿Por ese imbécil? No, todo menos eso.
Asentí, limpiándome la cara con una servilleta.
Arruinando nuestra tarde de chicas, me levanté y me despedí de mi hermana sin darle ninguna explicación. Ella me jaló del brazo, dispuesta a hacer una escena si era necesario con tal de calmarme un poco, pero yo necesitaba irme y despejar mi mente. Así que para que se quedara tranquila le prometí pasar por la casa de nuestro padre dentro de unas horas.
Al salir a la calle ya habían desaparecido y me imaginaba que ya debían estar follando como conejos. Tome un taxi y le di la dirección. En el camino tuve excito en mantener la mente en blanco y llegamos en poco tiempo. Le pagué de más al amable señor mayor y entré en la ferretería.
Tratando de ignorar las punzadas de dolor en mi pecho, cogí un carrito y empecé a seleccionar los artículos que necesitaba en el área de jardinería. Pasé por el pasillo de decoración infantil y me acorde de las paredes blancas y opacas del consultorio. Elegí muchas cosas, entre ellas una tierna jirafa que servía para medir estatura, pinturas de diversos colores alegres y calcomanías de dibujitos
Pagué y me fui caminando con el montón de bolsas en mano. Aún si mi carga era muy pesada, el cementerio estaba cerca y en cuestión de minutos ya había recorrido las dos cuadras de distancia entre la ferretería y mi destino. Estaba dolida, quería estar sola, pensar, desahogarme y no se me podía ocurrir mejor lugar que este.
¿Deprimente? ¿Escalofriante? ¿Triste? No.
El Cementerio Halo no cumplía con el estereotipo de cuervos, lápidas feas, bosque tenebroso, yerba alta y árboles desnudos. Aquí los árboles tenían grandes hojas, no había bosque, el mármol de las lapidas estaba como nuevo y el césped estaba verde, sano y cuidado.
Llegué a la pequeña zona donde descansaban los restos de mi madre y le sembré una pequeña planta de la cual nacía una flor naranja, su color favorito. Por la variedad de flores naranjas y sin marchitarse que había alrededor pude darme cuenta que Christian seguía viniendo al menos una vez a la semana. Reprimí un sollozo. Mi papá aún tenía su corazón.
Roto, vacío y frío, pero lo tenía.
Deposité un beso en el césped y prometí volver. No era que fuese una mala hija, pero hoy necesitaba estar lo más cerca de Gabe que fuese posible y... aquí era. Anduve con las bolsas hasta la otra zona del cementerio y al ver su nombre, Gabriel Robinson, grabado en la lápida me derrumbé.
Como siempre.
No sabía cuánto tiempo duré plantando flores, contándole mis problemas, llorando y arrancando maleza, pero cuando me di cuenta ya había anochecido. Siempre que venía aquí, una vez cada año sin que mi familia se enterase. Cuando volvía a Atenas o a Moscú duraba días llorando en mi cama y comiendo helado de menta y chispitas de chocolate. Y no era para menos, Gabriel había sido el gran amor de mi vida, pero cuando acepté tener una relación con él ambos éramos conscientes del corto tiempo que nos quedaba juntos y que teníamos que disfrutarlo al máximo. Y así hicimos. Cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día y cada semana a su lado fue lo más lindo y puro que pude haber experimentado. Sus abrazos y besos me hacían sentir amada, cuidada y querida. Y cada una de sus caricias era amable y conforme, muy diferente a las de Sebastián que aún siendo delicadas poseían un nivel de desesperación, placer y locura que me hacía perder la cabeza.
Nos conocimos en un parque de diversiones. Yo estaba gritándole cruelmente por haber vomitado en mis zapatos y él estaba muy avergonzado. No había sido su culpa, estaba enfermo y era uno de los síntomas, pero yo en ese momento no lo sabía. Le exigí que me los pagara o al menos que los limpiara y cuando el rubio iba a contestar, un grito se lo evito y ambos nos dimos la vuelta. Al frente de la rueda de la fortuna estaba un padre peleando con su hija adolecente, al momento no había sabido identificarlos pero al verlos mejor los había reconocido. Eran Julián y su hija, Claire.
Las lágrimas habían inundado mis ojos y Gabriel con expresión culpable, me había rogado para que parara llorar, que él los pagaría. Él no entendía por qué lloraba y yo... confié más en un extraño que en mi propia familia. Le solté todo y con detalles. Con detalles me refiero a la forma en la que Julián me había engañado, utilizado y mentido. Al terminar, Gabe me abrazó fuertemente y yo solo me había dejado abrazar por él. Sumergiéndome en sus brazos completamente emocionada y agradecida por no haber sido juzgada.
A partir de ese momento el rubio se convirtió en mi hombro para llorar, en mi amigo, en mi confidente, en mi todo y al poco tiempo en mi novio. Mi primer novio. Tristemente nuestro joven amor no fue suficiente y Gabriel de cáncer de colon a los tres meses. Demasiado pronto. Demasiado dolor. Sencillamente demasiado. Ahí fue cuando Eline volvió del extranjero y decidí marcharme. Me quería ir lo más lejos que podía y la Universidad de Moscú me brindó esa oportunidad, esa oportunidad de rehacer mi vida lejos de todo y de todos. Pero sobre todo, lejos del dolor. Para ese entonces no sabía que el dolor de su pérdida me acompañaría por siempre y que solamente me sentiría más sola. Me convertí en una criatura mitad zombi, mitad ratón de biblioteca hasta que conocí a Nora y a Vicente.
Sonreí al recordar las locuras que hacíamos cuando éramos Universitarios. Amaba a Gabriel y nunca dejaría de amarlo, pero una de las razones por la cual había tomado el lugar de Eline era por la posibilidad de poder retomar mi vida sabiendo que no necesariamente tenía que amar al hombre que sería mi esposo y padre de mis hijos, y de esa manera no me sentiría culpable, ni me sentiría como si estuviese engañándolo. Y si cumpliendo mis deseos de ser mamá algún día y garantizando que mis futuros hijos tuvieran una figura a la que puedan llamar papá y podía salvar a mi hermana, bien por las dos.
Me levante y comencé a caminar con las bolsas en mano. Ya era de noche y estaba muy cansada. Mis ropas estaban llenas de tierra, mis cabellos desaliñados y tenía uno que otro rasguño en las manos y mejilla. Sentía los parpados pesados y por más que me desahogué, no podía dejar de torturarme pensando en esa zorra con las garras sobre Sebastián y, por primera vez, no me fui llorando por Gabriel. Pese a las lágrimas me sentía más fuerte, liberada y clara que antes. Había necesitado esto, sacar todo lo que llevaba dentro.
¿Nunca han sentido que van acumulando cosas y llega un momento en el que simplemente no las puedes ignorar más? ¿Cómo cuando te asignan un trabajo para dentro de dos semanas, pasan los días y no lo haces pero la noche anterior a la fecha de entrega te das cuenta de que tenías tiempo para hacerlo? Así me sentía. Todos aquellos sentimientos, pensamientos y dudas que se habían ido conteniendo en mí, habían explotado.
Y no sabía si era para bien o para mal.
Hoy, después de que la bomba sentimental detonara, ya sabía lo que me pasaba. Tenía la respuesta ante mis narices. Era algún síndrome premenstrual. O, por lo mucho que me destrozo verlo junto a esa mujer, también estaba la posibilidad de que me estuviera enamorando de Sebastián Broke. ¿Ahora que se suponía que hacía? ¿Conquistar su corazón? ¿Casarme con él sabiendo que yo podía amarlo, pero que él no a mí? ¿Seguir amargándole la vida? ¿Por qué no me siento mal al engañar a Gabe?
¿En qué momento había caído y no me había dado cuenta?
Solamente sabía que no estaba dispuesta a soltar ninguna lágrima más por él hombre que sería mi marido, porque lo sería. Esto que pasó hoy no haría que me retractase, al contrario. Sebas me había lastimado y yo me había jurado a mí misma que eso no volvería a pasar. Pero pasó, consciente o inconscientemente me hirió y si no podía ser hombre de una sola mujer... yo tendría toda una vida para hartarme de ello, hacerlo pagar cada vez o para conquistar su corazón.
Porque también consciente o inconscientemente Sebastián Broke se había metido en mi piel. Rogaba porque todavía yo estuviese a tiempo de detener a este amor condicional.
Porque eso era. Esas eran las condiciones.
Sin fidelidad.
Sin cariño.
Sin Afecto.
Pero sobre todo, sin amor.
Al menos de su parte
Con los pensamientos claros, hambrienta y con el miedo a enamorarme de un hombre que solo podía traerme sufrimiento y alguna enfermedad de transmisión sexual, llegué a la reja que separaba el exterior con el interior. Cerrado. Me había quedado encerrada. Encerrada en un cementerio. Dejé las bolsas en una esquina, me quité los tacones y me dispuse a caminar hasta encontrar a algún vigilante. Todo estaba a oscuras y por más lindo que fuera el cementerio, me retracté de mis palabras. Me daba miedo. Caminé en círculos durante unos quince minutos con el presentimiento de ser vigilada por el muñeco de Saw y ya estaba exhausta.
¿Qué me pasaba?
De pronto me sentí sin energías y mi cuerpo comenzó a caer hasta que impacto en el césped, pero mi cabeza chocó fuertemente contra una lápida.
Ya no eran tan bonitas.
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