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15.

ELENA:

—Eso no está en mi mano —contesté mirando directamente a Sebastián que, por lo visto, parecía sorprendido con mi respuesta.

Era cierto, si fuera por mí quedaría embaraza ahora mismo aunque eso quería decir que me tendría que acostar de nuevo con él de nuevo, aunque también existía la posibilidad de una inseminación artificial.

—Explícate.

—Bueno, no quiero esperar mucho tiempo para ser mamá —confesé un poco cohibida por el trío de personas a mi alrededor—. Todo depende de si Sebastián acepta.

—Claro que acepta, así que en poco tiempo espero que me llegue la noticia —sentenció dando inicio al segundo round—. ¿Cuándo se casan?

—En unos dos meses —habló finalmente Sebastián.

Ya creía yo que el gato le había comido la lengua porque esta era su primera intervención desde que entramos al comedor y, además de no haber hablado, se oía tenso e incómodo con algo, lo cual era probablemente sus padres. Ya me había dado cuenta que su familia no era la más cariñosa y de lo distante que eran con Sebastián.

—¿Tan pronto? —chilló Judith colocándose una mano en el pecho dramáticamente.

Ambos asentimos al mismo tiempo sin dejarle a la mujer ninguna oportunidad de oposición, esta refunfuñando se cruzó de brazos y nos fulminó con la mirada, pero no se opuso al ver lo decidido que estábamos. Vaya, mi suegra había salido caprichosa. Seguramente la mujer quería convertir nuestra falsa boda en todo un enorme evento social y para ello necesitaba más de dos años de anticipación para quedar bien y alardear. Miré mi plato de comida y comencé a separar los vegetales por su color, honestamente ya no tenía hambre y solo quería irme con Sebas a la tranquilidad de mi hogar.

¿Tranquilidad de mi hogar?

Por favor, si después de lo de anoche solo podía pensar en lo bajo que había caído y en lo mucho que me había gustado. Tomé un sorbo de vino y cuidadosamente coloque la copa en la mesa, me cruce de brazos y tomando todo el valor que no tenía me dispuse a intentar tener un poco de control sobre la situación. Fijé mi mirada en el Sr. Broke, tratando de parecer lo menos humilde posible y lo más arrogante que pude, poniendo en práctica mis años como animadora del equipo de Hockey en Moscú.

—Entonces...

—Steven —respondió exasperado al darse cuenta de mi falta de información. Apreté los puños conteniendo las ganas de saltar sobre la mesa y dejarle muy claro las razones por las que no sabía el nombre del padre de mi prometido, del cual realmente no sabía casi nada a pesar de que me había acostado con él solo habiéndolo conocido hace menos de un mes, mientras planeaba junto a mi padre casarse con mi hermana.

—Bueno, Steven, ¿a qué se dedica?

Al parecer el cambio de tema le gustó ya que sus ojos brillaron con interés y entusiasmo al momento de dirigirme la palabra nuevamente.

—Tengo una compañía que se encarga de suministrarle equipo médico a muchos centros de salud en el país — contestó con orgullo, ignorando a los otros dos y centrando toda su atención en mí. Ya sospechaba que se parecía mucho a mi padre, pero Steven, a diferencia de Christian, no poseía ese aire burlón, sino más bien esa arrogancia y superioridad característica de los hombres triunfadores—. Y tú, Elena, ¿a qué te dedicas? —preguntó sonriente esperando a que respondiese algo como ama de casa, a cuidar de mi futuro marido o a chismear como su esposa.

Si no fuera gracias al hecho de ser mi suegro con quien estaba hablando, le hubiera respondido algo muy parecido a castrar hombres arrogantes, pero dejé de lado la tentación y me centré en iniciar el tercer y último round.

—Soy pediatra y también tengo algunas pequeñas acciones en compañías que trabajan en el campo de la medicina, al igual que las suyas, algunas se encargan de suministrar equipo médico y otras simplemente elaboran fármacos.

SEBASTIÁN:

Punto para la rubia.

Me hubiera gustado tener una cámara para inmortalizar el rostro de Steven Broke. Joder, si la hubiese tenido en mano hubiera sacado mil copias para alegrarme el día con solo verlas. Elena, la mujer con la que me había acostado, cometiendo el peor error de mi vida y así firmado mi sentencia de muerte, acababa de dejar sin palabras y con los ojos abiertos como platos a Steven Broke. Era toda una cajita de sorpresas. Cuando la había dejado esta mañana en un estacionamiento estaba tan estancado en los recuerdos de la noche pasional entre sus piernas que ni siquiera me fijé en el edificio de ladrillos y menos atención le presté cuando por fin surgió nuevamente la frialdad y la burla que tanto extrañaba oír en su voz al momento de decirme que lo de anoche había sido solo sexo. Esas simples palabras en vez de aliviarme me habían golpeado tan fuerte que había salido como alma que lleva el diablo sin mirar atrás. ¿Pero eso no era que quería que me dijera?

Lo era.

Entonces, ¿por qué me molestaba?

Mierda, tan solo con recordarlo me comenzaba a doler el pecho y la rabia me invadía. ¿Por qué no me podía desear como yo a ella? ¿Qué tenían los otros hombres que yo no? ¿No le había gustado? Joder, sentía unas horribles ganas de agitarla por los hombros para que me mirara y preguntárselo directamente.

Me desarmaba su cuerpo, sus ojos, su actitud traviesa e incluso su maldad me llegaba, pero lo que más me desarmaba de todo era cuando me confundía con esa actitud dulce y atenta que mostraba en pequeños momentos. Como cuando se tomaba la molestia de preparar mi desayuno o cuando la vi cargar al bebé en el hospital. Tenía demasiadas dudas, preguntas y cosas que decirle luego de que saliéramos de aquí y, además de eso, ahora también estaba esa conversación en la cena. ¿Elena Stamford quería ser mama? Imposible.

¿Y si solo lo dijo para quedar bien ante mis padres? ¿Y si era el caso contrario y solo decía la verdad? Cuando a ella se respectaba nunca sabía qué pensar. Antes de hoy nunca me la hubiera imaginado cargando un bebé, pero después de la sorpresa, ¿conmovedora? ¿Tierna? ¿Dulce? que me llevé al entrar en el área de emergencias con intenciones de arrastrarla hasta el auto no estaba tan seguro.

Verla de pie con ese pequeño en brazos había sido lindo. El vestido verde le llegaba un poco más arriba de las rodillas, dejando ver unas lindas piernas mientras la parte de arriba se ajustaba a su delicada cintura y a sus lindos pechos dándole un toque sexy, pero a la vez dulce que al combinarlo con los rizos dorados que se escapaban de su cola de caballo dejaban a un hombre sin aliento o más específicamente a mi persona.

La delicada manera con la que jugaba con el crío me había descolocado. Lo obvio era que a la malvada mujer que te hace la vida imposible metiéndose en tu cabeza mañana, tarde y noche no le gustasen los niños, pero como lo mencioné antes, con Elena nunca sabía qué pensar. Si pienso que dirá negro, dice blanco. Y si espero que escoja un círculo termina eligiendo un cuadrado.

¿Estaría dispuesto a darle un hijo?

No lo sabía.

Pero muy en el fondo la idea me emocionaba porque si quería un bebé, debe haber sexo de por medio y tengo que admitir que desde esta mañana andaba con una erección en los pantalones, ya que todo el puto día me la pasé fantaseando con su cuerpo desnudo debajo del mío, dispuesto a...

En conclusión: acostarme con Elena había empeorado todo. Antes mis fantasías eran solo eso, fantasías, pero en cambio ahora no veía la hora de volver a hacerla mía. Un poco nervioso miré mi reloj paseándome por el corredor. Ya eran veinte para las nueve y Elena no salía del despacho de mi padre, donde este a pesar de mis protestas la había encerrado para hablar. ¿Qué le diría? ¿Por qué la duda cuando sabía perfectamente que posiblemente le diría algo parecido a mi hijo es un perdedor, no vale la pena, todavía estás a tiempo o no es un buen partido?

Tal vez porque dentro de mí estaba ese estúpido niño que todavía buscaba la aprobación de su padre. Patético, ¿no? Que después de veinte años sabiendo perfectamente quien era Steven Broke me pusiera con estas cursilerías y todo eso se lo tengo que agradecer a la rubia. Después de quince eternos minutos la puerta se abrió, dejando salir a la persona que según era padre y que por primera vez en mi vida me dirigió una sonrisa, ¿orgullosa? mientras se acercaba a mí.

—Te felicito por escoger a una mujer digna de llevar el apellido Broke —me felicitó dándome fuertes palmadas en la espalda que me dejaron prácticamente sin aire.

¿Qué coño le pasaba a este? Tal vez gracias a Elena me termine de volver loco o puede ser que todos estaban locos y el único cuerdo era yo. Nunca Steven me había hablado con algo en su voz diferente al desprecio o a la rabia, pero entonces pasaba unos minutos a solas con mi prometida y actuaba como un buen padre realmente orgulloso de su hijo.

¿Qué cosa le habrá dicho ella?

Al parecer Elena era capaz de meterse dentro de las personas o tal vez era capaz de dominar las mentes y ahora yo era parte de algún juego macabro del Gobierno en el que terminé formando parte por estar en el momento y en el lugar equivocado.

¿En qué estás pensando?

¿No ves que enloquecerte es justamente lo que quiere? Más probable era que con lo mujeriego que era Steven, Elena hubiera caído en sus encantos o viceversa. Tal vez por eso se estaba tardando tanto en salir, seguramente bajándose el vestido... ¡No! Ella no haría eso. Dejé a Steven hablando solo en el pasillo porque no pude aguantar el impulso de asomar la cabeza a la habitación para encontrármela hablando por teléfono. Suspiré, aliviado, y volví un poco avergonzado por mi comportamiento.

—Bueno, solo te digo que no la dejes escapar.

Alcé una ceja ante esas palabras y prácticamente me mordí el puño hasta marcar mis dientes para contener una carcajada que seguramente sonaría histérica y burlona. Nunca me hubiese imaginado a Steven en su faceta romántica. ¿Que no la dejara ir? Si estuviera en mi poder el apartarme no dudaría ni un segundo en coger un avión al Polo Sur y salir de su vista, o más bien perderla a ella de mi vista así tuviese que pasar el resto de mi vida congelado y viviendo entre pingüinos.

—No lo haré —contesté secamente.

Toda la vida esperando algunas palabras como aquellas y cuando por fin decía algo parecido era para felicitarme porque pasaré el resto de mi vida ligado a un demonio disfrazado de mujer. Cuando le contesté alcé la cabeza y me encontré directamente con su rostro. ¿Eso que tenía en la cara era la marca de una mano? Mierda.

Lo era y sabía, en mi interior, que no había sido mi madre.

No, no creo.

Estuve a punto de preguntarle a Mr. Romántico quién le había dado por fin un buen escarmiento, pero al ver la dirección de mis pensamientos adoptó su típica expresión hostil y se dio la vuelta para subir por las escaleras, deteniéndose en el segundo escalón para informarme de la llegada de mi primo Matt.

Luego de unos minutos, Elena, tan hermosa como siempre, salió del despacho luego de que Steven desapareciera por el corredor de la misma forma que lo hizo Judith. Sin despedirse.

—¿Ya se fueron?

Asentí sonriendo.

Al parecer no le habían caído tan bien. No la culpaba por no sentirse cómoda al lado de la arrogante Judith y el despreciable Steven, ya que ni yo mismo, siendo esas personas mis padres, me sentía a gusto en la misma habitación que ellos. Incluso me daba cierta vergüenza admitir que esos seres eran mis progenitores.

Elena apretó mi mano, tomándome por sorpresa, pero aún más sorprendido me quedé al ver que entrelazaba sus delicados dedos con los míos, agitando así a mis células nerviosas por el contacto. La miré a los ojos en busca de un motivo y me encontré con una mirada de comprensión más una radiante sonrisa que solo podía comparar con los rayos del sol.

¿Qué drogas está tomando?

De repente su gesto cambio a un fruncimiento de ceño y a una mirada confusa con un cierto deje de diversión

—No me gustan esas cosas. ¿Y a ti?

¿Desde cuándo había comenzado a hablar en voz alta?

—No lo sé.

Mierda.

Apreté su mano y nos llevé fuera de esa casa de locos.

Ya montados en el coche a mitad de la carretera, oí el crujido del estómago de Elena, la cual estaba cómodamente dormida en el asiento del copiloto hecha un pequeño ovillo. ¿No había cenado? Recordé que no había comido absolutamente nada ya que solamente se dedicó a separar la comida de su plato, al igual que yo, así que después de unos cuatro minutos me estacioné en una pequeña cafetería las veinticuatro horas a mitad de la carretera. Me bajé del coche para rodearlo y abrir cuidadosamente la puerta. Me arrodillé en el asfalto y la imagen de ella dormida me golpeó.

Como las anteriores noches, pude ver lo perfecta que se veía dormida. Sus mejillas estaban sonrosadas, su pelo un poco despeinado y sus labios tan apeteciblemente abiertos a la espera de ser besados que no pude contenerme y, acariciando su mejilla delicadamente, me incliné para juntarlos con los míos en un beso casto y demasiado corto para mi gusto. Al parecer mi cuerpo pensó lo mismo porque rugió, aunque no sabía si fue por el hambre causado por la falta de comida o por el hambre de Elena.

Sintiéndome un total delincuente por haberla saboreado sin su permiso, me aparté un poco para verla mejor, pasando los dedos por mis labios recordando lo suaves y exquisitos que eran los suyos y la pobre ni se había dado cuenta.

¿Qué acababa de hacer?

Vi cómo temblaba por el frio de la noche y me quité la chaqueta de mi traje para pasárselas por los hombros y acto seguido tomarla en brazos hasta el interior, temblando al sentir sus brazos amarrados a mi cuello mientras se acurrucaba en mi pecho y me inundaba con el olor de su pelo. El local se encontraba completamente despejado de clientes y solamente con dos personas detrás de la barra: un chico rubio seguramente universitario que hacía de camarero y el chef que en este caso era una mujer de unos sesenta años. Al verme me ofreció una sonrisa deslumbrante y, señalando a la mujer dormida entre mis brazos, me indicó que me sentara en la última mesa al lado derecho.

Senté a Elena a mi lado, colocando su cabeza en mi regazo para comenzar a despertarla con pequeños toques en su nariz y parpados. En una ocasión, cuando toqué el lóbulo de su oreja, pude ver como fruncía el ceño y se daba la vuelta acurrucándose más en mis piernas e inconscientemente sobre el doloroso bulto entre ellas. Inhalé bruscamente en busca de aire, agarrando fuertemente a los bordes de la mesa en busca de apoyo ¿Cómo puede ser que hasta dormida encuentre la forma de fastidiarme? En ese momento solo quería tomarla en uno de los baños en la parte de atrás...

Pero eso nunca pasaría. Primero, porque nunca tendría sexo con Elena en un baño de carretera, segundo: ella tal vez nunca se acostaría conmigo de nuevo y, tercero, estaba dormida y hambrienta y pese a mi hambre, no me refería a la comida, sus necesidades estaban primero.

Un momento, ¿desde cuándo pensaba en alguien que no fuera yo?

De un momento a otro Elena comenzó a moverse en mi regazo, aumentando mi suplicio mientras se frotaba los ojos en un intento por aclarar su visión. Me imaginaba que no debió reconocer el sitio, ya que se apartó de mí, respirando aceleradamente y completamente sobresaltada.

—¿Dónde estoy? —preguntó mirando de un lado a otro asustada. ¿A caso pensaba que era algún tipo de violador o secuestrado? Estuve a punto de jugarle una broma con ello, pero me detuve al ver que realmente estaba aterrorizada.

—Eh, eh. Tranquila, estamos en una cafetería —intenté tranquilizarla y me sentí increíblemente bien al ver que poco a poco se calmaba pasando del terror a la confusión.

Le iba a preguntar por qué se asustó pero el camarero decidió interrumpirnos en ese momento. El maldito pervertido la devoraba con la mirada al mismo tiempo que le preguntaba si quería comer el especial de salchichas. Antes de que el mesero anotase en su libreta cualquier atrocidad, le ordené duramente que nos trajera dos sándwiches de atún con dos vasos de jugo de naranja al ver cómo Elena asentía emocionada e inocentemente sin percatarse del mensaje subliminal que le enviaba este.

¿Qué no veía que estaba acompañada?

Elena pareció desconcertada por mi comportamiento, pero tampoco dijo nada. Después de que el estúpido se marchara con el rabo entre las piernas al ver la amenaza en mis ojos, decidí comenzar con la ronda de preguntas.

—¿Por qué no me dijiste que eres doctora?

—Tú nunca preguntaste.

¿Nunca? Puedo asegurar que le pregunté como unas mil veces en que consistía su trabajo.... hasta llegue a pensar que se acostaba con sus compañeros para salir equivocado nuevamente al no encontrar otro hombre en su sitio de trabajo a parte de ese tal César y el bebé que si no fuera por su corta edad también estaría en mi lista negra.

¿Desde cuándo tengo una lista negra?

Desde que todos los hombres parecen querer algo con mi mujer.

Joder.

¿Mi mujer?

—Sebastián, ya me estás preocupando. ¿Has tomado alcohol?

Ciertamente yo también estaba muy preocupado.

Maldición, seguramente había expresado mis pensamientos en voz alta por segunda vez en la noche. Negué con la cabeza en un intento por no parecer demente. ¿Qué tanto había dicho?

—¿Estas tomando alguna medicina sin consultar a tu doctor?

Negué nuevamente.

—¿Drogas?

Esta vez alcé una ceja cruzándome de brazos ¿En serio? ¿A parte de ogro tenía cara de drogadicto? Negué con la cabeza al ver que los minutos pasaban y seguía esperando una respuesta. Agradecí que esta vez la anciana fuera la que nos atendiera, trayéndonos dos humeantes sándwiches y dos grandes vasos de jugo de naranja. Elena comenzó a comer al mismo tiempo que yo soltando uno que otro gemido por la comida. Estaba empezando a desear ser un sándwich de atún.

—¿Es en serio lo de ser mamá? —solté cuando íbamos caminando de regreso al auto y contemplaba con satisfacción cómo ella se abrazaba a mi chaqueta. Quería salir de aquella duda de una vez por todas.

Elena se detuvo en mitad del camino, tomándose su tiempo para responder, lo que hizo que me desesperara aún mas ¿Tan difícil era responder con un simple sí o un fácil no? Después de lo que me parecieron años finalmente se dio la vuelta para mirarme seriamente y sin ninguna pizca de la dulzurita que había sido hoy.

—Es cierto, quiero tener un bebé pronto y, si no me lo puedes dar, buscaré alguna forma de quedar embarazada antes de la boda.


Gracias por los votos y comentarios, hasta mañana.

Las amu.

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