14.
ELENA:
Unos fuertes brazos rodeaban mi cintura, ¿abrazándome? Y eso más la pesada y musculosa pierna sobre mi costado, no me permitían mover mi cuerpo adolorido. Aunque sabía que no quería hacerlo y permanecer ahí, entre sus brazos con ese delicioso y magnifico olor característico del hombre que hace no más de tres o cuatro horas me había llevado a un completo estado de gozo, dándome el mejor orgasmo de mi vida... cinco veces.
Seguía sin creerlo ¿Cómo había podido acostarme con él? No es que me arrepintiese, pero si antes era difícil no sentirme atraída a él, ahora estaba completamente perdida porque era solo recordar su desnudez, más su actitud salvaje y dominante, para que me sintiera necesitada y húmeda nuevamente.
¿Cómo pasó esto?
Apenas se había marchado César, Don más cabreado que nunca me había robado brutalmente un beso, abriéndose paso en mi boca violentamente y desasiéndome bajo su poder al sentir cómo sus labios forzaban los míos a darle acceso para explorar cada centímetro, haciéndome literalmente flotar y a la vez resistirme, sintiendo miedo de lo que pudiera pasar después.
Me confundió la forma en la que él mismo se contradecía gracias a la delicada manera en la sostuvo mi cara entre sus manos, enviando pequeñas descargas que calentaban mis mejillas. No me podía sacar de la mente lo tanto que me había gustado sentirle dentro y, de un momento a otro, me hallé a mí misma rindiéndome a sus encantos como otra de sus mujeres. Cayendo a sus pies y dejándolo manejarme a su antojo sin oponerme, e incluso besándolo con la misma brutalidad, ahogándome en él y solo en él. Y luego de ese beso tenía que reconocer que...
Nada más que él existió.
Todo el odio había desaparecido repentinamente, junto al rencor, la rabia y las inseguridades de esta semana, dejándonos solos y acompañados por pasión del momento y, muy a mi pesar, tenía que admitir que lo ocurrido anoche había sido épico.
Lo que no entendía era ¿por qué quererse acostar conmigo? Con su supuesta enemiga que lo odiaba a muerte, aunque su cuerpo me atrajera como un imán, teniendo a tantas mujeres guapas a su disposición que estarían más que encantadas de meterse en su cama.
Repentinamente tenía ganas de matarlas a todas.
¡¿Qué?!
Mierda, al parecer ahora tenía complejo de asesina.
Recorrí la habitación con la mirada en busca de un reloj hasta que finalmente encontré uno de agujas y circular colgado en la pared. ¡No! ¡Ya eran las ocho y tenía que estar en el hospital a las nueve! Desganada traté una y otra vez de escapar de aquella prisión de músculos y piel en la que inconscientemente me tenía atrapada, pero con esos patéticos intentos solo conseguía que su agarre sobre mí se tensara, apretándome más contra él y haciéndome temblar de pies a cabeza al sentir si su seductor aliento impactar en mi oreja. En una oportunidad estuve a un solo paso de salir de su red y el muy idiota me pasó una pierna por la cintura, literalmente aplastándome boca abajo contra el colchón. Aunque aquello me causara un poquito de gracia, no podía llegar tarde otra vez, por lo que empecé a empujarla para apartarla de mi espalda y conseguir mi libertad.
Dudé al darme cuenta que cada vez que la empujaba, esta aplicaba más presión sobre mí. ¿A caso estaba despierto?
Si, lo estaba.
¿Cómo no me di cuenta antes?
Ah, sí. Porque estaba batallando con una pierna que no tenía la culpa de pertenecer a un ser malvado. Un ser malvado con el que tuviste sexo anoche, me recordé.
—¡Detente! —le grité exasperada cuando su pierna descendió peligrosamente hasta la unión de mi espalda con el trasero.
—¿Qué cosa? —preguntó con fingida inocencia y con su melosa voz impactando en mi cuello.
Traté de no temblar, Dios sabe cómo lo intenté para no quedar como una estúpida y dejar en evidencia lo mucho que me afectaba, pero mi cuerpo parecía ser su marioneta y lo complació con una ligero espasmo de pies a cabeza. Me volteé para verlo, muy molesta por su actitud infantil, y puedo jurar que lo vi sonriendo satisfactoriamente como el gato de Alicia en el país de las maravillas. Finalmente me dejó libre y pude levantarme para salir de aquella habitación murmurando un buenos días e ingresando a la mía. Me miré en el espejo y se me subieron los colores. Con razón se había quedado mudo luego de que me parase, tal vez yo si le afectara...
No era que fuese muy modesta, pero sabía muy bien que no era una Barbie, pero tampoco era que fuese muy descuidada con mi apariencia. Trataba de hacer lo mejor posible para controlar esos rizos tan rebeldes que tenía por cabello y por mantenerme en forma. Pronto tendría que comenzar en un gimnasio porque no me gustaban mucho las calles de aquí para salir a trotar. Demasiadas personas me agobiaban. Por ello había aceptado más que gustosa trabajar en un Hospital en los suburbios.
Me di una corta y rápida ducha para eliminar el olor a sexo, sin poder evitar pensar en las manos de Sebastián recorriendo mi cuerpo lentamente al momento de enjabonarme, fantaseando con...
!No!
Sobresaltada y asustada por ese pensamiento, salí de la ducha de hidromasaje casi resbalándome en el intento y me envolví en una toalla mientras que con otra sequé mis cabellos para luego eliminar el agua restante con un secador de pelo. Al terminar no reconocí a la chica en el espejo, toda llena de chupones, marca de dietes, alguna que otra zona roja y con una mirada cansada que pese a mis intentos le transmitía a los demás un aura de mujer que no durmió la noche anterior por obtener un buen revolcón.
Finalmente, cubierta con un vestidito palabra de honor verde con pequeños encajes de flores adorando la parte superior y botines marrones de cuero, me maquillé y recogí mi cabello en una coleta alta, dejando que algunos rulos se escaparan.
Tomé mi bata, un abrigo, mi teléfono y mi bolso antes de salir del apartamento sin si quiera ver a Sebastián porque por lo visto ya se había ido. Aquello me dolió. No era que esperase un beso, un abrazo o una confesión de amor, pero tal vez un desayuno o un simple saludo lo habrían hecho lucir menos idiota.
Eso confirmaba mis sospechas, fui una más de sus conquistas cuando para mí fue algo un poco ¿especial? Bueno, ¿qué voy a saber yo? Solo me había acostado con dos hombres a parte de Sebastián y con los dos había tenido sentimientos a parte de la lujuria, la pasión y el deseo explosivo que solamente sentía por él. Un poco enfurecida, levanté la mano al ver cómo un taxi se acercaba, pero por desgracia del destino un auto se estacionó frente de mí y bloqueó la vista del conductor. No sabía si me alegré o me molesté cuando el dueño del Porsche bajó la ventanilla y pude vislumbrar a un Sebastián perfectamente trajeado e imponente como siempre.
—¿Necesitas que te lleve? —preguntó resplandeciente desde el lado del conductor. En ese momento lo envidié. ¿Cómo podía verse tan bien cuando, por lo que recuerdo, habíamos dormido unas tres horas? Maldito sea, mientras que yo estaba toda desastrosa, dolorida, con ojeras y cansada, él parecía digno de aparecer en la portada de una revista.
Iba a negarme, pero no le daría el gusto, así que asentí y me deslicé en el asiento copiloto sin siquiera darle tiempo para que se bajara y fingiera ser un caballero, un caballero te diría al menos hola después de una noche caliente. Si así era el juego, yo también podía jugar a solo fue sexo y nada más, pero ¿qué si estaba equivocaba? ¿Y si él era así de apasionado con cualquier mujer? ¿Y si en serio para él solo fue sexo? ¿Por qué esta mañana estaba tan juguetón?
¿Con todas las chicas es así?
Ahí estaba otra vez la ira y la rabia sin motivo.
¿Por qué me molestaba?
No sabía la respuesta de ello, pero de una cosa sí estaba segura. A partir de ahora no me arrepentiría de nada. Tomé el riesgo de compartir cama con él y tuvimos una magnifica noche, nada más, y esto no tenía que cambiar mis sentimientos por él. Tal vez al final solo eran ideas y exageraciones mías y en realidad solo era sexo, pero como tenía tanto tiempo sin acostarme con alguien tal vez eso ahora eso me estaba pasando factura. Demonios, debí hacerle caso a Nora cuando me aconsejó tener aquella pequeña aventura con el vecino.
Theodore trabajaba conmigo en Atenas y casualmente vivía a unas dos casas de la mía, haciéndome disfrutar de un buen show cada vez que podaba el césped él mismo y sin camisa, todo cubierto de sudor y en esos jeans tan ajustados que dejaban a cualquier mujer imaginando que se encontraría debajo. Sonreí al recordar las tantas veces que Nora se quedaba en mi casa solamente para levantarnos en la mañana y hacer una especie de campamento en el jardín solamente para verlo y saludarlo ocasionalmente cuando se daba cuenta de nuestro acoso. Incluso creo que le gustaba.
Sí, seguro era eso. Mi falta de intimidad con otros hombres era la causa de tanto alboroto y la clara solución sería acostarme con alguien más para resolver este problema. Con esa obvia razón, que gracias al cielo tenía solución, me forcé a mí misma a calmarme y le di la dirección un poco nerviosa por su presencia, suspirando aliviada al ver que todavía faltaban quince minutos para las nueve y que todavía podía llegar a tiempo.
—¿Por qué tan lejos? —preguntó rompiendo el silencio luego de quince minutos de carretera.
Suspiré.
—Me gusta la tranquilidad —respondí sencillamente sin adentrarme demasiado en el tema.
No quería abrirme más a él. Pareció entender la indirecta porque cuando volvió a hablar me sorprendió con un giro de ciento ochenta grados.
—Hoy tenemos que ir a comer a casa de mis padres — anunció secamente, apretando el volante más de lo debido e inconscientemente dándome a entender que aquello le afectaba de alguna manera.
—De acuerdo.
Con mi contestación pareció relajarse un poco en su asiento y no pude evitar dirigirle una sonrisa tranquilizadora cuando me miró en busca de algún sarcasmo o burla en mi rostro.
—¿Qué pasó ayer con tu coche? —demandó tensándose nuevamente y apretando aún más que antes su volante.
—No encendía y César me hizo el favor de llevarme —le contesté mirando por la ventana, tratando en lo posible de no pensar en lo guapo que se veía con esos tonos oscuros y en lo tentador que sería atarlo con esa corbata marrón a algún sitio para luego tomarlo por completo.
¡No hay que pensar en eso!
No tardamos mucho en llegar y apenas entramos en el estacionamiento del hospital pude ver la profundidad de la arruga en su frente que se formaba por la confusión.
—¿Trabajas aquí?
Asentí, todavía dentro del carro, y a punto de abrir la puerta cuando me detuvo.
—¿A qué hora sales hoy?
Preguntas y más preguntas, este hombre debería trabajar en encuestas.
—A las siete.
—Te pasaré buscando a las seis y media para que te dé tiempo de ir a cambiarte —ordenó sin pedir mi opinión y mucho menos sin darme opción.
—No, salgo a las siete —contraataqué recordándole a qué hora saldría le gustase o no, parecía que pensara que por meterme en su cama tenía algún tipo de control sobre mi vida.
—Hoy pedirás permiso y saldrás a las seis y media.
—No.
—Sí.
—No.
—Sí.
—Sí.
—No.
No pude controlar los impulsos de soltar una de mis risitas malvadas. Él puso los ojos en blanco, pero pude ver sus esfuerzos por ocultar una sonrisa. Después de ese episodio infantil, ninguno de los dos volvió a decir nada, seguramente porque no había nada que decir. Sebastián parecía incómodo con la situación, seguro el muy idiota debía estar buscando la forma de decirme que lo de anoche solo fue para pasar un buen rato. Luego de unos minutos de tenso silencio, el castaño abrió la boca para hablar finalmente pero me le adelanté.
—Sebastián, me gustó mucho lo de anoche, pero fue solo sexo, ¿entendido? —Esperé a que asintiera para continuar—. Tú tenías ganas, yo tenía ganas y pasó, pero esto no significa que me agrades, que esté enamorada de ti o algo por el estilo, nos vemos más tarde.
Salí del auto sin esperar algún tipo de contestación para acto seguido caminar sobre el asfalto tratando de ignorar un estúpido nudo en mi garganta al escuchar el chirrido de las llantas. ¿Por qué me sentía tan mal por haberle dicho eso si era la verdad? ¿O no? ¿Realmente es la verdad o estoy segura que anoche hubo más que sexo?
Necesitaba un hombre. ¡Ya!
Agradecí a mi trabajo por mantener mi mente ocupada en todo momento y no darme oportunidad de pensar en Broke. César preguntó qué me ocurría ya que según su criterio pareció notarme rara, a lo que le respondí que no se preocupara y sintiéndome aliviada al ver que no insistía. Por otro lado María y Laura no dejaban de preguntarme quien era el delicioso sujeto que me había traído, haciendo que mis labios se levantaran, curvándose en una sonrisa al escuchar la palabra delicioso.
Si solo ellas supieran...
****
Sin darme cuenta el día pasó rápidamente atendiendo paciente tras paciente bajo la supervisión de César. Ya eran las siete. Solo terminaría de revisar a mi último chico y saldría a esperarlo o a irnos, todo dependiendo de si había llegado o no. Al que le tocó ser el último paciente en mi jornada de hoy fue a un bebito de tres meses que según lo que pude entender de su desesperada y lloriqueante mamá, había vomitado toda la comida que le daba, pero luego de una larga charla sobre el cuidado de un recién nacido se dio cuenta que lo estaba alimentando de más y el pobre no lo podía almacenar todo en su estomaguito, así que se veía obligado a expulsarlo de alguna forma. Lo diagnostiqué y firmé una autorización innecesaria para mandarlo a casa. Al guardar el bolígrafo me levanté haciendo ademán de irme, pero la pobre madre me preguntó entre hipidos y todavía reprochándose a sí misma por haber sido tan descuidada si podía cuidarlo un momento mientras llenaba unos papeles, a lo que yo acepte más que dispuesta, adoraba a los niños.
Lo acosté en una camilla y me puse a jugar con sus piecitos, haciendo sonidos y muecas, sacándole algunos gestos a su carita. Todavía estaba muy pequeño para sonreír como tal, pero a pesar de eso me encantaban las expresiones que ponía cada vez que lo tocaba. Escuché cómo la puerta del consultorio para las revisiones de emergencia se abría, probablemente sería la representante del pequeño ángel, así que no me molesté en alzar la mirada hasta que escuché a Sebastián gritar:
—¡Elena! ¡Ya es...! —Venía con otro traje diferente al de esta mañana, esta vez cargaba uno azul marino con rayas blancas. Se veía tan sexy e impecable que me daban ganas de...
Rápidamente regresé mi atención al lindo bebé de ojos grises que ahora chupaba el dedo gordo de su pie, sonreí. Algún día tendría un bebé como este. No me importaba en lo absoluto si el padre es Sebastián. No me importaba nada en lo absoluto con tal de tener un pequeño pedacito de cielo para mí, entre mis brazos, para proteger, mimar, cuidar, pero sobretodo amar. No me importaba realmente el apellido o la sangre que tuviera. Incluso comencé a pensar en proponérselo en este momento. Esperaría un poco más y se lo pediría, ya era una profesional y ya que en poco tiempo estaría casada lo mejor era sacar provecho de ello. No quería esperar mucho para ver mi vientre crecer para ser mamá, tenía la edad perfecta, así que lo mejor era proponérselo cuanto antes para que lo pensara y asimilara.
No tenía que verlo a la cara para saber lo molesto que lo encontraría. Probablemente se me había hecho más de la siete por cuidar al bebe, pero no importaba. Sebastián no era nadie para que yo dejase de hacer este tipo de cosas que tanto me gustaban. Seguí con la atención puesta en el niño muy consciente de su cercanía. En cuestión de segundos estaba junto a mí.
—¿Qué significa esto?
Alcé la mirada y pude ver la simple y sencilla confusión en su mirada que viajaba desde el infante a mí.
—Mi trabajo.
Tomé el bebé en brazos, comenzando a mecerlo, sintiendo la calidez de su cuerpecito a través de la tela de algodón de su mono de ovejos. El pequeño se quedó dormido entre mis brazos y la mamá no tardó en aparecer por el umbral de la puerta para reclamar a su hijo. Cogí mis cosas, suspirando algo cansada y hambrienta porque no me había dado tiempo de comer más que una barrita energética a la hora del almuerzo, y literalmente aparte de eso no comía desde ayer. Al llegar al umbral de la puerta me detuve ya que me había dado cuenta que Sebastián seguía parado junto a la camilla algo ido y ¿desconcertado? Chasqueé los dedos para llamar su atención y al ver que volvía a la realidad seguí caminando hasta salir del hospital, igual de sonriente que el día anterior gracias a que especialmente hoy Julián faltó. Estaba en un congreso y no tuve que pasar por su oficina, lamentablemente regresaba el jueves.
De camino a la casa de los padres de Sebastián pude palpar su intranquilidad. ¿Qué le pasaba? Se suponía que la que tuviera los nervios a flor de piel por conocer a los padres del hombre con el que me iba a casar era yo, no él. Luego de quince minutos de viaje silencioso llegamos a una gigantesca mansión de color salmón y rejas negras, todo el terreno se encontraba lleno de rosales y cubierto de césped hasta llegar a una pequeña redoma donde se aparcaban los autos. Era muy bonita, pero a la vez demasiado exótica para mi gusto. Esta vez dejé que Sebastián abriera mi puerta y me tomara de la mano, enviando inmediatamente una calidez por mi brazo. Antes de cruzar el umbral de la puerta se detuvo y me miró buscando algo, pareció no encontrarlo y nuevamente seguimos con nuestra entrada hasta llegar a una enorme sala llena de humo causado por incienso.
No comenté nada, pero tampoco pude ocultar mi enorme sonrisa al ver a una mujer rubia de unos cincuenta años meditando con una especie de túnica roja encima de una alfombra con figuras de elefantes y flores. Esta se encontraba en posición de indio, uniendo sus dedos índice y pulgar mientras cerraba los ojos y murmuraba sonoros ommmm.
Sentí una presión en mi mano y recordé que la tenía unida con la de él. Sonrojada la aparte y cruce ambas manos sobre mi pecho. Luego de un minuto incomodo Sebastián decidió aclararse la garganta sobresaltando a la mujer que abrió uno de sus ojos y lo observo con expresión molesta hasta que paso su mirada a mí y me sonrió con hipocresía. Sí, yo sabía reconocer cuando alguien era amable por serlo y cuando era amable por interés y por lo visto Sebas también ya le ofreció una sonrisa tan fría antes de presentarnos
—Judith, ella es Elena. Amor, ella es Judith, mi hermosa madre —dijo con un pequeño toque de sarcasmo amargo en su voz al pronunciar lo último.
—Mucho gusto, señora Broke —le estreché la mano educadamente luego de que ella se tardara años caracol en llegar hasta nosotros, quitándose la túnica en el proceso para revelar un elegante vestido negro y unos zapatos de tacón del mismo color.
—Tú debes ser Elena Stamford, ¿no? —No me dio tiempo de responder ya que levantó la palma de su mano para que no hablara mientras ella me inspeccionaba desde arriba hacia abajo, levantando una ceja arrogante—. Claro que lo eres. Eres exactamente igual a Eliseo.
Si no fuera por el brazo que Sebastián pasó por mi cintura, acercándome a su pecho, juraba que me hubiera lanzado sobre ella para sacarle los ojos con mis manos. Por la mirada de disculpa y comprensión que me lanzó Sebastián, supe que aquella mujer seguro siempre era así de terrible.
Ahora sentía lástima por él.
—Julia, no vas a creer que mi Sebas nunca me habló de lo encantadora que eres. Cada vez que le preguntaba por sus padres me decía que habían muerto. Eso fue muy pesado para mi gusto, ¿no crees? Yo no lo perdonaría —dije.
Traté en lo posible de no reírme por la cara que puso la mujer, pero me sorprendí al oír la carcajada más gloriosa que había oído, encontrándome finalmente con algo imposiblemente mejor que la sonrisa desliza bragas de Sebastián. Luego de que esta nos mirara furiosamente, nos guió a un comedor igual de gigantesco que la casa.
Ya los platos estaban servidos y en uno de los asientos de las esquinas estaba un señor de cabello gris con un traje muy parecido a los que Sebastián usaba para ir a trabajar, pero al contrario de mi prometido este lo usaba sin corbata y con una camisa negra debajo. A pesar de su pelo gris pude ver lo mucho que se parecía a Sebastián, pero lo que más destacaba era que ambos tenían esos ojos azules eléctricos, penetrantes, fríos y que destilaban poder.
—Tú eres Elena, la prometida de Sebastián —afirmó, muy al contrario de su esposa que prácticamente me hacía un examen de sangre para confirmarlo.
Asentí tomando asiento a un lado de Sebastián, el cual en ningún momento de la cena dio alguna muestra de afecto hacia sus dos padres.
Y como si esto fuese boxeo, pude oír en mi cabeza los sonidos de las campanas dando inicio a los rounds.
—Dime, Elena, ¿cuándo planean darme un nieto?
Gracias por sus votos y comentarios, las amu. Para ganarse la siguiente dedicación, opinión de la novela hasta ahora. Ayúdenme a subir en el top votando y comentando :c
Mañana actu.
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