11.
SEBASTIÁN:
Recuerdo y todavía no me creo la reacción de Elena, aún si estábamos en la carretera de camino a casa. Cuando Christian le dijo que se iba a vivir con la persona que más odiaba en el mundo, yo, lo que menos esperaba de ella era un alzamiento de las comisuras de sus labios y un asentimiento entusiasta antes de irse a despedir de Eline y de la anciana que siempre me miraba como a una cucaracha.
Y ahora por alguna razón estaba conduciendo nervioso porque Elena parecía extrañamente feliz por algo y ni siquiera había tocado el tema de Sara, que se había marchado llorando prácticamente en cueros, dejándome solo, confundido y desnudo en la alfombra con la puerta abierta y un horrible calentón que no tenía nada que ver con su piel desnuda.
Se escuchó el sonido de un estornudo que me pareció demasiado tierno y, sin apartar, la mirada de la carretera susurré un salud. Elena soltó una risita juguetona que hizo que mí pecho se inflara a pesar de estar confundido. ¿De qué se ríe? ¿Por qué en vez de golpearme o reclamarme algo como las mujeres normales lo harían, se ríe? Dios, esa mujer me enloquecía cada vez más.
Hubo otro estornudo y volví decirle lo mismo por normas de cortesía. Elena me respondió estallando en carcajadas en el asiento copiloto, de nuevo. Sintiéndome derrotado y defraudado conmigo mismo al dejar que semejante mujer ejerciera tal influencia sobre mí, aparqué el coche en plena autopista, golpeando el volante.
—¡¿Se puede saber qué mierda te pasa?!
Ella se tranquilizó poco a poco, dando grandes inhalaciones a causa del aire perdido. Por la desaparición de su risa y por la expresión de su rostro sabía que esta sobresaltada ante mi comportamiento y, ciertamente, yo también lo estaba. Nunca le había alzado la voz a una mujer y mucho menos la mano, pero estaba completamente fuera de mí porque todo el puto día había estado esperando alguna reacción de reproche por su parte y cuando la veo lo único que encuentro en su mirada es una horrible indiferencia que me revuelve por dentro.
Me molesta que ni siquiera le importe que haya dormido con una mujer al día siguiente al anuncio de nuestro compromiso, ¿pero debería? ¿Debería importarle?
La respuesta era un simple monosílabo.
No.
No debería.
Entonces, ¿por qué algo dentro de mí esperaba algún gesto posesivo o alguna acción que indicara al menos rabia o indignación?
No lo sabía.
Solo sabía que estaba considerando la idea de...
¡No!
Dios, ¿cómo si quiera puedo estar pensando en agregar la palabra exclusividad a nuestro trato? ¿Cómo cuando yo ni siquiera estaba seguro de sentir algo más que una obsesión o en mayor caso una terrible atracción por Elena?
Genial.
Toda la vida soportando a un torturador y a una arpía como padres, manejando toda una línea de más de cincuenta casinos a nivel mundial, todo sin quejarme, para que viniera la niñita rubia a fastidiarme reduciéndome a nada. Sus tantas palabras consideradas amenazas que ahora recordaba más como advertencias vinieron a mi mente una tras otra rememorándome lo estúpido que fui al pactar aquel trato con Stamford.
Respiré lentamente, tratando de controlarme, y ya más tranquilo le pregunté.
—¿De qué te ríes?
La miré desde mi asiento, quedando hipnotizado por su sonrisita malévola que parecía esconder algo detrás de esos carnosos labios rosados.
—De ti.
Oírla afirmarlo en voz alta me confirmó lo mucho que sabía sobre el poder que ejercía sobre mí. Me enfurecí y, sin pensarlo, comencé a apretar el volante de cuero con mis puños. ¿Cómo podía ser tan sínica?
Si así íbamos a jugar, yo también podía.
—De acuerdo.
Pisé el acelerador, devorándome la autopista a ciento cincuenta kilómetros por hora ante las quejas de Elena que prácticamente lloraba en el asiento abrazada al cinturón, rogándome para que bajara la velocidad, pero mi lado diabólico se sentía bien al ejercer algún poder sobre ella. Llegamos y estacioné el automóvil. Salí y luego de un portazo me dirigí hacia el ascensor, esperando a que la princesita de papi entrara detrás de mí.
Sí, ese sería un nuevo apodo para la colección.
Hoy me había dado cuenta de quién era la consentida de la casa y la réplica exacta de su padre: cruel, fría y malévola, todo lo contrario de Eline, Ethan y Elliot que, a pesar de conocerlos poco, eran humildes y amables como me imaginaba que lo fue su madre según las palabras de mi madre y de sus amigas metiches que siempre que hablaban tomando el té mencionaban a Christian como uno de los solteros o viudos más codiciados, sacando también a la luz el nombre de la difunta Eloísa Stamford, apodándola como mosquita muerta, ganándose inmediatamente todo mi respeto por causar tal envidia de aquel grupo de asquerosas víboras incluso después de fallecida.
Al ver que Elena tardaba en aparecerse, presioné el botón con el número once dibujado en él y comencé un ascenso tranquilo hasta mi morada. Llegué y me dirigí directo a encerrarme en mi habitación, dejando la puerta abierta para que la rubia entrara. Me desnudé, me cepillé los dientes y me metí en la cama en bóxers tratando de dormir sin dejar de dar vueltas como una salchicha, deteniéndome al escuchar el ruido de la puerta siendo abierta.
—Sebitas...
No puede ser.
—¿Qué quieres, Elena?
—Necesito que me llames desde tu teléfono. No sé dónde está el mío —me pidió amablemente sentándose con las manos alrededor de sus piernas en una esquina de la gran cama.
—No —contesté tapándome el rostro con la almohada con intención de no verla con aquellos tacones, jeans ajustados y camisa con demasiado escote para no aumentar mi tortura. Ejercí más presión sobre la almohada tratando inútilmente de no pensar en cosas que contuvieran las palabras: cama, mía, Elena, desnudo... O al menos disminuir aquellas ideas lascivamente tentadoras que se formaban en mi retorcida mente.
—Si lo haces sabrás porque me burlaba de ti.
Me tensé, aquella mujer sin escrúpulos volvía a admitir en voz alta que se burlaba de mí. ¿A caso no tenía límites? He allí la razón por la cual no quería una mujer como ella para ser mi esposa. Lastimosamente, a pesar de la ira que me causó su segunda confesión, tenía mucha curiosidad e interés por saber de qué cosa específicamente se burlaba de mí esta vez y como dicen... la curiosidad mató al gato.
—De acuerdo.
Alargué la mano para coger el teléfono sin descubrir mi rostro en ningún momento.
—Eh... ¿Sebastián? —la oí decir a través de las plumas de la almohada mientras yo desbloqueaba el aparato electrónico.
—Joder, Elena. ¿Qué más quieres?
Exasperante, frustrante, fastidiosa... tantas cosas en un pequeño y sensual cuerpo de mujer que era mi tentación.
—Ayúdame a buscarlo.
Tiene que ser una broma, la mujer que me atormentaba día y noche estaba en mi habitación pidiéndome una llamada y exigiéndome que le ayudara a buscar su teléfono como si fuera su sirviente.
—¿Si te ayudo me dejas en paz?
—Sí.
—De acuerdo, dame el número.
Me levante de la cama y presioné la pantalla táctil iniciando la llamada luego de marcar los números que me había dictado segundos atrás mientras Elena se quedaba sentada en la cama sonriente.
—¿Tu no vas a hacer...? —Me detuve ante el sonido de unos estornudos muy parecidos a los que escuché en el auto y me di cuenta de que no provenían de ella—. ¿De dónde...?
Elena sacó su teléfono del bolsillo de sus pantalones, mostrándomelo. Me acerqué y observé la pantalla que indicaba que la llamada era de un número desconocido. Un poco divertido y molesto por la situación, la miré alzando una ceja y ella solo se encogió de hombros sonriendo.
—Es mi tono.
Dicho esto se levantó y se marchó hacia su habitación.
¿Su tono?
Así que por eso se reía.
Joder. Dicho esto, creía que me había desquiciado tanto en el día esperando algo de Elena que me quedé dormido sin ningún problema con la presencia de la vainilla, con esa terrible ansiedad que hoy fue vencida por el gran cansancio acumulado de estos días en vela.
****
Como todos los días en la mañana, la alarma sonó a las ocho, dando inicio a un nuevo día de trabajo. Me duché y con solo el pantalón puesto y sin amarrar, fui directo a la cocina para tomar alguna cosa de la nevera.
Me llevé una gran sorpresa al encontrarme con a Elena vestida seductora y profesionalmente con una falda de tubo y un blazer marrón que resaltaban sus curvas, sentada en la mesa tomando una taza de café y comiendo croissant, sorprendiéndome aún más al ver que había para más de una persona.
—¿Qué haces despierta tan temprano?
Me abroché el pantalón y me serví ante su mirada que, por un momento, fue demasiado intensa, pero rápidamente pasó a ser indiferente, dejándome un poco desconcertado.
¿Ese destello en sus ojos verdes había sido deseo?
Rogaba por que así fuera y se retorciera al menos la mitad de lo que yo lo hacia todas la noches pensando en su tentador cuerpo.
—No eres el único que trabaja.
Pasó a la página siguiente de la revista de modas tomando un sorbo de su café en una taza que decía: No me digas Buenos Días porque hoy es lunes. ¿De dónde la había sacado?
—¿Tienes empleo?
Dios, aquel croissant estaba delicioso ¿A caso la bruja cocinaba? ¿Se había tomado la molestia de prepararme algo de comer? ¿A mí? Aunque tampoco dejaba de pensar en la posibilidades de muerte por envenenamiento.
—No. —Le dio otro sorbo a su café para darle un último bocado al croissant y levantarse de la mesa. Sin darme más explicaciones se dirigió a su cuarto y por alguna razón masoquista cogí mi plato, mi taza y fui tras ella.
—¿Entonces?
Se estaba arreglando en el baño y yo no dejaba de ver como delicadamente se colocaba unos bonitos y sencillos aretes en sus orejitas para luego tomar su bolso y dirigirse hacia la salida.
—Hoy comenzaré a buscar trabajo. Nos vemos en la noche.
Se fue y me dejó de pie, comiendo en la sala con la duda. ¿Qué clase de empleo buscará? No consideraba que Elena sea del tipo maestra o enfermera. Una mujer como ella quedaría mejor en los negocios, como su padre. Incluso si tenía problemas para conseguir un puesto laboral, podía ofrecerle algún puesto en...
¿Estoy pensando en ofrecerle trabajo?
¿En serio soy tan estúpido?
Un trabajo que no necesitaba porque tenía dinero para vivir treinta vidas sin trabajar, de manera no modesta, y del cual podía aburrirse en cualquier momento, renunciando de improvisto o aceptar para martirizarme aún más.
No, que lo buscara ella sola.
Terminé de vestirme y fui a trabajar después de lavar los platos. Llegué a la oficina y lo primero que encontré fue a una pelirroja esperándome, pero yo solo ansiaba salir y saber cómo había sido el día de cierta persona.
ELENA:
Taché otro nombre de la lista. Un hospital más en el cual no me aceptaban ya que no requerían de personal médico. Solo quedaban dos y, por los comentarios de algunos, en el primero era difícil entrar y el segundo era aún más difícil por ser un ambulatorio pequeño a las afueras de la ciudad. Ya se hacía tarde y el cansancio amenazaba por reclamarme mientras conducía por la autopista. Esta mañana luego de hacer el desayuno y comer había tenido que salir corriendo porque el bastardo no me dejaba en paz con su exhibicionismo. ¿Por qué no se podía vestir? Con que al menos usara una camisa yo estaría feliz.
Sabes que no, Elena...
Ahí estaba otra vez esa maldita voz de la verdad dentro de mí que tanto odiaba. Anoche al sentirme mal con la idea de que él podía pensar que me estaba burlando decidí darle tregua e ir a su habitación con intenciones de aclararle lo que había pasado en el coche, encontrándomelo en bóxers. El desgraciado seguro sabía lo que producía en las mujeres y lo usaba en contra nuestra, ¿pero cómo no verse atraída hacia semejante semental? Porque por muy imbécil, idiota, sádico, entre otros adjetivos calificativos que fuera: Sebastián Broke está para untarlo en nata.
Y yo no soy de piedra.
Frustrada por haber perdido mí día sin conseguir al menos una entrevista, aparqué el coche que había tenido que rentar hasta que decidiera comprar uno. Cuando salí me encontré con un edificio de ladrillos mediano rodeado por un bosquecito. Al menos se veía bonito y agradable a la vista, tenía un lindo letrero rodeado de flores que decía Hospital Franz Collins.
Solamente entré a una muy bien decorada sala de espera con la carpeta donde guardaba mi currículum en mano y mi teléfono guardado junto a las llaves en uno de los bolsillos de mi abrigo. Una recepcionista me indicó amablemente que me sentara, lo cual hice esperando entusiasmada mi primera entrevista de trabajo en el día. Se sentía como la primera vez, solo que en esta ocasión no estaba con Nora y Vicente para darme apoyo.
Oh, Dios, tenía a mis amigos abandonados y sin saber de mí. Haciendo un apunte mental para llamarlos, entré en una oficina, al fin sentía que mi día había valido la pena al menos un poco y, si conseguía aquel empleo, no me importaría conducir una hora de ida y otra de regreso todos los días con tal de hacer lo que más me gustaba.
Un apuesto hombre rubio de hombros anchos y de aspecto rudo me esperaba sentado en una silla de ruedas con los tobillos cruzados sobre el escritorio mientras leía el periódico.
—Por favor, tome asiento.
Tragué.
Estaba a punto de entrar en crisis. Aquel hombre desprendía arrogancia por cada poro de su piel y lo peor de todo era que lo conocía... demasiado bien. Me senté en la silla con el mentón en alto, haciéndole frente a la verdadera causa de mi partida tantos años atrás.
—Hola, Julián.
Frente a mí se encontraba el hombre que quería ver y alejar a la vez, el que me había hecho quererle y necesitarle más que el aire para respirar para luego dejarme de lado como segundo plato. Gracias a Dios que luego me di cuenta de que no valía la pena seguir mendigando por migajas de afecto y, con todo el dolor de mi alma, decidí dejarlo, lo cual no fue fácil para mí ya que me acostaba y me levantando pensando en él.
Un sentimiento melancólico me inundó al recordar lo mucho que le debía a Gabriel por haber estado conmigo en esos momentos... Me confundí demasiado al no sentir ira, rabia, rencor incluso ni siquiera algo tan fácil de sentir como el odio que juraría que sentiría si me lo encontraba dos semanas atrás. En cambio ahora lo único que sentía en ese momento era... nada.
¿Debería sentir algo más que nada por aquel hombre?
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