• 7: Regalo •
Capitulo siete
Regalo
Lorraine
Lorraine:
Hola.
El mensaje que envié se puso azul dos minutos después.
Joyce:
¿Cómo está, princesa del Rey de Reyes?
Mi corazón palpitó fuerte en respuesta.
Lorraine:
Me encuentro bien.
¿Tú?
Joyce:
Me alegra que estés bien. Yo igual.
Descansando luego de un día largo de trabajo.
Lorraine:
¿Debo llamarte a ti príncipe o...?
¿Cómo hago para encontrarte un apodo igual de digno?
Joyce:
jajajaja
No es necesario.
Lorraine:
No me parece justo.
Joyce:
Bueno. Eso eres para Dios, su princesa.
Lorraine:
¿Y para ti?
Joyce:
Para mí también eres una princesa.
Solté una risa, porque sabía perfectamente que había entendido mi pregunta, aunque haya evadido la respuesta.
Lorraine:
Eres muy amable.
Aún no sé en qué trabajas, tengo curiosidad.
Joyce:
Soy abogado.
Sonreí ampliamente.
Lorraine:
Interesante.
Joyce:
Trabajo en el departamento jurídico de un concesionario de autos.
Lorraine:
A juzgar por el auto negro del otro día, es notable que te gustan los automóviles.
Joyce:
No lo escondo.
Aunque, eso es lo más caro que me he comprado en toda mi vida.
Lorraine:
😂😂😂
Joyce:
Supongo que lo tuyo tiene algo que ver con literatura.
Lorraine:
En realidad no... la literatura es algo que considero muy mío ¿sabes? Estoy en mi último semestre de Psicología familiar.
Joyce:
Cielos, eso sí que es interesante.
Lorraine:
Y... antes de entrar a la facultad me aseguré de aprender unos cuatro idiomas más...
Joyce:
Oh, Dios.
Eso significa que puedes expresarte en seis lenguas distintas.
Lorraine:
Cinco con nuestro idioma natal.
Joyce:
Lo tendré presente para el resto de mi vida.
Mi sonrisa se amplió.
Lorraine:
¿Y eso qué significa?
Joyce:
Lorraine... eres muy importante para mí. Deseo contarte todo, pero desde luego no voy a hacerlo en estos momentos y menos por mensajes.
Lorraine:
¿A qué te refieres con que soy muy importante para ti?
Para ese momento mi corazón latía desbocado, sentía que se me iba a salir de las costillas y que me iba a ver a obligada a retenerlo con mis propias manos.
Joyce:
Es evidente el interes que sentimos uno por el otro ¿no?
Tragué saliva.
Lorraine:
Lo es. A mí me pareces un hombre hermoso en todos los sentidos, me gustaste desde el momento en que te vi.
Joyce:
Y tú a mí.
Pero, Lorraine, debemos hacer las cosas como corresponde.
Lorraine:
No hacemos nada malo.
Joyce:
Eso lo sé. Lo que quiero decir es que voy a esperarte, debemos ir con calma, con cautela.
No quiero que seamos un yugo desigual en el momento en que tomemos la desición de estar juntos.
Lorraine:
¿Yugo desigual?
Joyce:
Investiga un poco del tema antes de ir dormir, si quieres.
Mañana te explicaré mejor.
Lorraine:
De acuerdo.
Joyce:
¿Cuál es tu color favorito?
Lorraine:
El amarillo.
Joyce:
Vale.
Tengo que irme. Que tengas buenas noches.
Lorraine:
Yo inicié la conversación. No la termines:(
Joyce:
Discúlpame. Es que estoy luchando con el sueño justo ahora, siento que en cualquier momento te dejaré hablando sola.
Lorraine:
No te preocupes.
Solo háblame.
El teléfono empezó a vibrar con una llamada entrante.
Descolgué y llevé el aparato a mi oído.
—¿Estás ahí?
—Lo estoy —murmuró con la voz baja, tan masculina.
—¿Mucho trabajo el día de hoy?
—Tuve que madrugar, más de lo acostumbrado. Había un reunión importante en la empresa que duró exactamente tres horas, luego inicié el trabajo habitual que hago un día como los viernes —bostezó.
—Ahora me siento mal por obligarte a hablar conmigo.
—No me pusiste una pistola en la cabeza —rió suavemente—. Ojalá terminar de esta manera todos mis días.
Mis mejillas se calentaron.
—Eres un coqueto, ¿sabías?
—Honesto, diaria yo. No le tengo miedo al éxito.
«Eso debería ser ilegal».
—¿Estás libre mañana?
—Sí —respondí, jugando con el borde de las sábanas.
—Tengo un regalo para ti.
—Si te lo propusiste, estás logrando que tenga que pensar en ti hasta que podamos vernos.
—Ujum —un suspiro profundo llenó mis oídos.
—¿Joyce? —Pregunté en un susurro—. ¿Te dormiste?
Tapé mi boca para no reír ante la graciosa situación.
—Buenas noches.
Me despedí, pero me quedé escuchando su respiración ralentizada y hubiese amanecido así, sin duda. Pero tenía algo sumamente importante que hacerle saber a mis padres.
• ~•~ •
A la mañana siguiente era sábado. Me levanté poco antes del medio día, me lavé los dientes y empecé a organizar mi espacio. Tras terminar de realizar mis quehaceres duré al menos una hora y media metida en el baño lavándome el pelo y dándome un baño profundo. Luego comí algo y me dediqué el resto del día a hacer algunas tareas y a trabajar en la tesis. El semestre estaba a punto de terminar y con él también terminaría mi carrera, porque estaba segura de que me aprobarían la tesis. Era bastante buena en mis clases, gracias al esfuerzo, claro.
Cuando llegó la tarde me di un baño más corto y mientras me vestía esperaba a que Joyce viniera a recogerme para pasar el resto del día con él. Ansiaba saber cuál era esa sorpresa que me tenía, ansiaba verlo en persona después de una semana completa solo viéndolo por la cámara.
Luego de vestirme observé mi reflejo en el espejo. Me había maquillado un poco, había colocado rimel en mis pestañas y brillo en mis labios, algo de corrector, etc. En mis ojos estaba ese brillo especial que indicaba que estabas enamorada, sin embargo, aunque me sentía atraída hacia Joyce, hacia lo guapo que era, hacia su masculinidad, su forma de ser, sus ojos, su sonrisa, incluso su estilo de vestir, de caminar y de hablar; sabía que no solo se trataba de él. Había algo nuevo en mí, y ese algo me hacía sentir tan dichosa, amada, querida... me hacía sentir especial. Tras hablar la noche anterior con mis padres pude entender mucho mejor su lenguaje, esa forma de ser entre ellos y esa forma tan hermosa que tenían de amarme.
Mis ojos escanearon mi cuerpo. El vestido que llevaba era negro, ajustado en la parte de arriba y un poco suelto de la cintura hacia abajo. Me llegaba un poco más abajo de las rodillas y de calzado me había puesto unos tenis blancos. Me sentía bien, sin embargo, el vestido era de una sola manga y debido a esto dejaba uno de mis hombros al descubierto. Complementé mi atuendo con un gabán de color beige, un delgado collar con un pequeño diamante y pendientes a juego. No tenía idea de hacia dónde Joyce pretendía llevarme, y sentía la expectativa revolotear dentro de mí junto con otras emociones.
Cuando sonó el timbre mi corazón palpitó en respuesta, sabía que se trataba de él. Así que tomé mi bolso con mi teléfono, llaves de casa y otras pertenencias y salí a su encuentro.
Joyce era de esos hombres que llegaran donde llegaran atraían miradas femeninas sin si quiera poner algo de empeño. Siempre se veía guapo, presentable aunque con ese aire juvenil pero maduro que le sentaba tan bien. Cuando lo vi ahí parado noté que indudablemente su cabello estaba más corto, pero rizado y tanto el corte de pelo que llevaba como su barba y cejas estaban bien perfiladas. También noté que en esta ocasión no llevaba abrigo como las otras dos veces que lo había visto, ahora llevaba una camiseta negra de cuello alto, manga larga y suelta al igual que sus pantalones color crema. Estaba tan guapo que tuve que contener la respiración para no soltar un suspiro ahí mismo.
Mis mejillas enrojecieron justo cuando noté que se encontraba con los brazos escondidos en la espalda. Sonreía ampliamente aunque no mostraba los dientes, y en sus mejillas estaban esos hoyuelos que me hacían querer acariciar su rostro.
—bonsoir —dijo casi riendo—. Te has sonrojado a penas has abierto la puerta.
Solté una risa leve, abochornada y me llevé las manos al rostro.
—¡Es que eres tan guapo! —No pude contenerme.
—Entonces yo también estoy a punto de sonrojarme, porque tú estás preciosa —dijo.
Me destape el rostro, y entonces pude ver el ramo de rosas amarillas y el regalo rectangular envuelto en un papel negro pero también con un lazo amarillo.
«Esos detalles me volvían loca».
—Son para ti —dijo, observándome con ese brillo que había visto en mí en sus ojos dulces.
Tomé las rosas, las acomodé en mi brazo para luego tomar el regalo, abriendo más los ojos al sentir el peso. Era una caja, podía sentirla, y, de hecho, era pequeña. Pero el peso era bastante considerable.
Acerqué el ramo de rosas a mi rostro para olerlas mejor (aunque habían perfumado a Joyce, incluso).
Solté un suspiro.
—Huelen tan bien.
Joyce soltó una risa y metió las manos en sus bolsillos, su sonrisa tembló. Estaba nervioso, tanto como yo lo estaba.
—Gracias, Joyce.
—A partir de hoy procuraré regalarte algo siempre con tal de que me mires así.
—¿Así como?
—Como si te sintieras afortunada de tenerme en tu vida.
—Así me siento, y no es solo por el regalo.
Él abrió la boca para decir algo, pero al final se contuvo.
Yo le sonreí.
—¿Quieres pasar? —Pregunté.
Él negó con la cabeza, mirándome fijamente.
—No, está bien.
—Por favor, quiero ver lo que me has regalado.
—Aún tenemos que irnos, recuerda que las calles de la ciudad nos esperan.
—¡Oh, vamos! Solo será un momento —supliqué.
Su postura era rígida. Él estaba reacio a entrar a mi departamento y no sabía por qué, hasta un segundo después.
Carraspeé.
—¿Tienes temor de que podamos terminar en... algo malo?
Él se encogió de hombros.
—Define algo malo.
Genial.
Ahora era yo quien boqueaba como un pez, sabiendo la respuesta pero con temor de decir algo fuera de lugar.
—¿A qué te refieres con algo malo, Lorraine? ¿A a las relaciones íntimas?
Asentí con las mejillas ardiendo.
—La relaciones sexuales no son malas, aunque, es un tema profundo, no vamos a lograr abarcarlo completo en este momento. Pero, no quiero entrar a tu departamento porque estoy tratando a toda costa y costo de hacer las cosas bien y porque no quiero arriesgarme y cruzar esa línea.
Tragué saliva.
—¿Qué línea?
—En parte tienes razón con lo que has dicho antes. Si entro a tu casa tarde o temprano tú entrarás a la mía y entonces correremos el riesgo de dejarnos llevar por la atracción que sentimos uno por el otro.
Asentí y apreté el ramo de rosas contra mi pecho.
—Para caer en fornicación solo se necesitan dos personas que se gusten, y tú me gustas mucho, Lorraine.
Contuve la respiración.
—Joyce...
—Si quieres abrir el regalo junto a mí hagámoslo aquí —dijo y se sentó en el piso del pasillo junto a mi puerta.
—De acuerdo —me senté a su lado, coloqué el ramo en el piso con suma delicadeza y empecé a deshacer la envoltura de la caja.
A simple vista parecía una caja de cartón común y corriente. Pero cuando él sacó sus llaves e hizo un agujero, logré abrirla y quitar todo el papel que ocultaba mi regal.
Solté un chillido de emoción.
Joyce soltó una carcajada.
Se trataba de una Biblia personificada, con los nombres de los libros en el borde. Era de cuero, negra y además de tener el «Santa Biblia» en letras doradas tenía Lorraine en letras más pequeñas. Además, las divisiones de los libros eran de colores pasteles y había un paquete de post it's y marcadores de diferentes tonos de amarillo.
—Veo que te ha gustado —dijo gracioso.
La emoción que sentía no se podía comparar con nada.
Ya había tenido una Biblia, me la había regalado mi padre cuando a penas aprendía a leer. Él me la leía cada noche antes de dormí hasta que crecí y el regalo de Joyce me llevó a aquellos momentos, a esas enseñanzas bíblicas que recibía de mis padres y que ahora tendría la oportunidad de volver a leer desde una perspectiva y posición bastante diferentes.
—Gracias —dije con la voz ahogada.
Él sonrió ampliamente, satisfecho.
—No me las des. ¿Soy el primero?
Aquello me hizo reír.
—No, lo siento. Eres el segundo, el primero fue mi padre.
—No importa, me conformo con ese segundo lugar. Es un honor para mí haberte regalado tu segunda Biblia, Lorraine.
No podía parar de reír.
—Cuando vaya a Marsella la traeré para mostrartela. Está toda marcada de lápices de colores y...
—¿Eres de Marsella? —Me interrumpió.
—Sí ¿por qué?
—Yo también.
—¿De verdad?
Él asintió.
—Vine a París por preferencia para estudiar, mi madre aún vive allí.
—Mis padres también.
—¿Vas a visitarlos en navidad?
Esta vez yo asentí.
—Sí que lo haré.
—Podríamos ir juntos.
—Por supuesto que sí —lo observé, sentía que el corazón no me cabía dentro del pecho—. Quiero presentarte a mis padres.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro