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• 6: Oración •

Capítulo seis
Oración

Lorraine

Era viernes por la mañana. Me encontraba caminando por el campus de la universidad hacia mi última clase en la Facultad. Me había pasado todos esos días con una sensación tan hermosa como indescriptible. Era una especie de felicidad compleja, lo que me hacía saber una vez más que no me había equivocado al aceptar a Jesús como mi único Señor y Salvador.

Cuando Joyce me contó su testimonio me trasladé a la casa de mis padres, a las comidas, a las cenas en las que se la pasaban hablando de Dios, de cosas increíbles que habían sucedido con personas que conocían o que habían visto en tal lugar. Yo solo los escuchaba, no los juzgaba, estaba en un punto neutro, escuchando de Dios, en bien de parte de mis padres y su círculo y en mal por redes sociales, compañeros del instituto, etc; pero ahora es cuando le veo. Puedo comprender a mis padres, puedo entender a Joyce.

Aún hay un montón de cosas que deseo saber, que deseo preguntar, pero desde ya la satisfacción que siento es inigualable.

No podía evitar estar a la espectativa, aquello era tan nuevo para mí... aún no se lo había contado a mis padres, tenía la necesidad de decirles en persona, de verlos, pero, teniendo en cuenta que faltaban algunas semanas para la llegada del invierno, sé que no soportaré hasta entonces para contarles. Sé que se emocionarán un montón, pues ambos tenían el deseo de que tarde o temprano yo pudiese conocer al Dios al que ambos sirven.

Llegué a la clase con varios minutos de antelación por lo que se me hizo justo el tiempo que estuve allí. Cuando terminó recogí mis cosas, saludé a algunos compañeros de semestre y otros de carrera; y luego avancé hacia la salida. Eran las 17:06 hrs cuando empecé a caminar hacia mi edificio. No estaba tan lejos de la universidad, pues era una zona estudiantil y algunos apartamentos eran económicos comparados con los precios de los mismos en otras zonas de la ciudad. Por lo que, ese era el lugar indicado para una persona dedicada a sus estudios: edificios rentables y además alrededor de la zona universitaria.

Pasé por la panadería a dos esquinas antes de mi edificio y compré pan recién hecho, con relleno de chocolate, pan dulce y croissant. Poco después llegué a mi edificio, tomé las escaleras queriendo hacer un poco mas de ejercicio hasta mi piso. Al llegar a mi puerta saqué las llaves de mi bolso y abrí, inmediatamente volví a cerrar con seguro y suspiré con alivio al sentir el olor a casa. El ambientador tenía un olor amaderado con especias, cada vez que regresaba a casa sentía que había llegado exactamente a mi destino y no se trataba únicamente de que esta fuera mi casa. Dejé el pan el la cocina y puse a hervir agua para hacer un delicioso chocolate.

Mientras caminaba hacia mi habitación, sonreí al pensar en Joyce. Así me la pasaba desde el momento en que chocamos. Se había vuelto parte de mi día a día tan fácilmente y eso que solo nos encontrábamos en persona los sábados. Habíamos inaugurado ese día para lo que sea que hubiera entre nosotros y pasarlo juntos caminando por ahí, hablando y conociéndonos más.

Antes oraba de vez en cuando. Sentía que estaba hablando con un dios juzgador con actitud de un anciano medio amargado, le oraba a mi idea de dios sin saber que ese no era el Dios de la Biblia, y por consiguiente lo hacía de la manera incorrecta.

Joyce me enseñó que el orar es como si estuviese en una conversación con mi Creador en la que ambos teníamos voz, que debía conocerlo porque Dios es un Dios personal y que trata de manera diferente con cada uno de sus hijos.

Me dijo que es como hablar con un Padre amoroso, comprensivo, aunque recto, pero misericordioso... que el Espíritu Santo sería mi guía, mi consolador, mi amigo y que al dirigirme a nuestro Padre celestial solo debía sentirme confiada y ser honesta con mis inquietudes y deseos, que podía preguntarle lo que quisiese, pedirle cosas y que Él a su debido tiempo me respondería, que no importando lo que suceda a los que aman a Dios todas las cosas le ayudan a bien, que su voluntad es buena agradable y perfecta.

La oración es algo totalmente diferente a lo que creía.

Tenía tantas preguntas que ni siquiera sabía cómo hacerlas.

Necesitaba comprarme una Biblia con carácter de urgencia para estudiarla y conocer más de mi Padre celestial, porque sí, ya no solo era una criatura de Dios, sino que era una hija de Dios. Había entendido eso, todos somos criaturas, más no todos somos hijos.

Encendí la estufa y me di una ducha rápida con agua caliente, me coloqué una camiseta enorme que le tomé 'prestada' a mi padre en las vacaciones pasadas, de color beige, unos shorts de algodón y mis medias altas con dos patas de pollo como diseño. Luego coloqué una melodía de piano y me puse manos a la obra.

Mientras preparaba mi cena no puede evitar imaginarme a Joyce siendo aquel hombre dolido, lastimado de varias formas y sin sentido en la vida luego de perder a la mujer a quien amaba al mismo tiempo que a su hijo. Pensarlo en esa situación era difícil porque en la actualidad es todo lo contrario a lo que describió. Si bien antes no era un desgraciado todas esas cosas buenas que había en él se habían potenciado en las manos de Dios.

Tomé un plato y me servi dos croissant's, dos panes dulces y uno relleno de chocolate. Eso no sucedía siempre, pero, particularmente en ese momento necesitaba algo de azúcar. Tomé mi taza de chocolate humeante y deliciosamente oloroso, junto con mi plato repleto de arina y azúcar y me senté en mi sofá gris, luego de colocar mi cena en la mesita del centro para tomar el mando de la TV y colocar una película de romance cristiano que estuve buscando por unos minutos.

Di mordidas a mis panes y sorbos a mi chocolate embelesada con la trama de la historia. Para cuando terminó la película tenía el estómago lleno, un nombre rondando por mi cabeza cuyo portador tenía una sonrisa preciosa, y unas tremendas ganas de escribir una historia de amor basada en la Biblia (que aún no leía) como la que acababa de ver.

Volví a colocar la melodía de piano, organicé la cocina rápidamente y me fui a mi lugar seguro. Estaba sentada frente al escritorio con la computadora encendida, una página en blanco que, poco después, estuvo marcada con varias palabras.

Quiero que si alguien desea amarme a mí

primero tenga que amarte a ti

que esté yo tan escondida en tu amor

que si no es en ti nada pueda encontrarme.

Quiero ser tratada como un vaso frágil

como la niña de tus ojos a quien guardas

quiero ser amada como amaste a tu iglesia:

con amor eterno

con cuidado

dedicación y entrega.

En la película el protagonista dijo algo a su amada, que la Biblia decía que la mujer debía ser tratada como una vaso frágil, no hablando de debilidad sino de que debe ser mimada, apreciada, valorada, protegida...

Tomé aire, observando literalmente una oración. Simple, honesta, clara y concisa.

—¿Por qué nadie hablaba de eso? —Pregunté, mirando hacia el ventanal—. Solía escuchar que para ti la mujer no es nada, que la Biblia era misógina; no solía dar importancia a esas cosas, pero ahora que sospecho que no son verdad quisiera volver a toparme con aquellas personas que lo dijeron solo para saber cuál había sido su fuente de información.

Solté un suspiro.

—Te entrego esta oración... siendo ahora una más de tus hija, te pido por favor, que no permitas que ningún hombre vuelva a maltratrame.

Mis ojos picaron y los cerré, provocándo así que las lágrimas por derramar se deslizaran por mis mejillas.

—Ven y saname, dame de esa paz que he escuchado. Permíteme conocerte... —sollocé—. En el nombre de tu hijo amado al cual entregaste para dar vida a lo que estaba muerto.

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