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Capitulo cuatro
Respuesta
Joyce
—¿Por fin se acabará mi espera? —Pregunté. Si alguien pudiera verme me llamaría loco, pero aquello no podía importarme menos. Me encontraba en mi espacio de oración hablando con mi Padre celestial—. Sé que ya tomé un café con ella, que hoy fui a su casa para ver si podíamos salir a pasear juntos y que le dije que me interesaba... todo eso sin consultarte. Pero...
Le di un sorbo a mi te de manzanilla.
Lo necesitaba, relajar mi cuerpo, mi espíritu y mi alma. Si pasaba un solo día en el que no tuviera ese momento de intimidad con Dios sentía que estaba muriendo lentamente.
—¿Sabes? No quiero pensar nuevamente que es ella —dije, mirando hacia la ventana, observando cómo la lluvia caía lentamente en el exterior—. Porque puede que esta sensación en mi pecho me esté engañando una vez más. Así que —tomé otro sorbo de mi te—. Hazme el favor de confirmar, sé que me toca a mí elegir, te aseguro que la elegiría a ella. Es hermosa, por dentro y por fuera, eres tú quien da testimonio de ello. Pero... son las ocho de la noche, me muero por llamarla, soy humano, así me hiciste. Sin embargo, estoy luchando contra mi voluntad para hacer la tuya, no parecer intenso, inoportuno y también porque no quiero cometer errores. Pero, si es ella, si debo esforzarme, si debo cortejarla hasta conquistarla así pasen cien años; permite que me llame antes de las 21 horas.
Hice una mueca con mis labios.
—En una hora. No es un reto, no me malinterpretes, no te estoy poniendo una prueba, eres mi Dios todopoderoso, para ti nada es imposible. Lo sé —tragué saliva—, pero, esa es la señal que te pido. Que Lorraine me llame si es la mujer que has destinado para mí. Porque siendo honestos, ambos sabemos lo que anhelo. Mi corazón me ha engañado varias veces, al mismo tiempo me ha enseñado muchas cosas. Y, aún así, puede que ya sea tiempo de que abandone la soltería ¿sabes? Si no es ella estoy... dispuesto a esperar un poquito más, solo un poco. Hasta que llegue la indicada...
Dejé la taza negra sobre la mesa y abrí el libro que reposaba ante mí. Era de cuero negro, con solo dos palabras en la portada que formaban en letras doradas «Santa Biblia».
Un instrumental de Jeshua resonaba por toda la casa creando así un ambiente tan puro, cálido y satisfactorio como para hacerme soltar suspiros de pura satisfacción.
—En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Que no sea un versículo más, permíteme entender tu palabra, Espíritu Santo.
Abrí la Biblia y comencé a hojear durante varios minutos hasta detenerme en el libro de Éxodo capítulo quince versículo veintidós.
E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua.
Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara.
Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber?
Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó;
y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador.
—Jehová Rafa, ese eres tú. Que pueblo más terco tienes, aún así, es tu pueblo Israel, bendicelo.
Tomé un trago de té y levanté la mirada hacia el cielo a través del ventanal, donde un rayo iluminó la oscuridad.
Abrí mi computadora y puse en el buscador: «Significado de Mara en el original hebreo»
—Amargura o tristeza —murmuré—.
Permanecí en silencio durante unos minutos, meditando en lo que había leído recientemente, escuchando la adoración y la lluvia caer.
En ese momento no recibí respuesta alguna de Dios; Él siempre respondía, en el momento perfecto, no cuando nosotros lo queríamos, pero Él respondía. Y yo tenía la certeza de que lo haría con respecto a Lorraire, con respecto a cada una de las peticiones que le había hecho. Pues me tomé el tiempo de orar por los demás. Por mi familia, por los enfermos para que Jehová Rafa tuviera misericordia de ellos, por los niños y niñas que sufrían algún tipo de abuso por causa de la maldad de este mundo, por aquellos que no tenían un techo, por aquellos que aún no conocían a Jesús y se encontraban muertos en vida, sin saber qué hacer con su existencia, sin saber a dónde ir... y me aseguré de darle gracias por todo lo que tenía.
—Para ti no existen las casualidades y sé que noté algo de tristeza en sus ojos cuando me dijo lo que vivió en su relación pasada. Tú conoces su corazón, Padre, conoces sus anhelos. Sana su alma, sana en ella esos traumas y permite que pueda estar plena en ti, que pueda volver a amar, que pueda volver a entregarse en cuerpo y alma sin temor a que vayan a tocarla sin su consentimiento, maltratar su alma, o marcar su corazón. Revelate en su vida, sal a su encuentro y muestrale qué es el verdadero amor. Sé que noté algo de amargura en ella, conviertelo en dulzura; Lorraine te necesita. En el nombre de Jesús.
Hice silencio tras terminar de leer la palabra y orar. Me tomé mi tiempo terminando el té, y observando la lluvia caer un poco más fuerte.
Imaginé a otra persona compartiendo ese momento conmigo, hablando con Dios junto a mí, abriendo su corazón. Imaginé alguien a quien amar con dedicación y anhelo, alguien con quién compartir mis días. Y sonreí, sonreí porque ese alguien aún no tenía rostro ni nombre, pero, por alguna razón, sentía que llegaría muy pronto.
Sabía cocinar mi propia comida, lavar mi ropa, asear mi propia casa, era un hombre hecho y derecho. No necesitaba una ama de casa, necesitaba una esposa, una compañera. Alguien a quien entregarle este corazón loco, alguien a quien llamar mía y ser suyo. Necesitaba alguien con quien compartir todo lo que Dios me había dado.
Poco después de terminar mi tiempo devocional me levanté del escritorio frente a la ventana, la cerré, apagué todas las luces de la casa, solo dejando que se colora por la ventana la luz del faro al otro lado de la carretera, que daba al parque frente al edificio en el que vivía. Me acosté en mi cama, ajustando bien mi cabeza en la almohada y tapé mi rostro con el antebrazo.
—No es bueno que el hombre esté solo, dijiste. —Solté un suspiro, aún escuchando el instrumental, aunque un poco más bajo—. Y tienes toda la razón.
Estaba por dormirme cuando escuché mi teléfono romper la tranquilidad con cierta melodía estrepisota. Estiré un brazo a la mesita de noche, descolgué y lo llevé a mi oído sin molestarme en observar la pantalla.
—Joyce Leclercq.
—Hola.
Aquella voz baja y temblorosa me sobresaltó.
Me despegué el teléfono del oído y observé la pantalla, teniendo que parpadear varias veces para enfocar bien la vista y asegurarme de lo que estaba viendo.
20:59
Lorraine Fleury.
Mi corazón palpitó fuertemente en respuesta, y solo pude decir:
—Oh mon Dieu...
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