Capítulo XXXVII: Donde el cielo es más azul.
Llegaron al aeropuerto en medio de la madrugada, aproximadamente una hora antes de la salida del vuelo. Viajaron en taxis separados, tal como habían acordado. Damir llevaba puesto un gorro para el frío, un nasobuco que le cubría prácticamente toda la cara y unos espejuelos, intentando pasar desapercibido ante sus fans. Entraron a la Terminal de Vuelos Internacionales y fueron haciendo cada uno de los trámites habituales antes de abordar el avión. El lugar estaba bastante concurrido a pesar de la hora, por lo que se les dificultaba un poco mantener el contacto visual. Finalmente, se sentaron en asientos separados y una chica reconoció al cantante.
—Hola, eres Damir, ¿verdad? —El joven no tuvo más remedio que asentir—. Siento lo que te sucedió en tu último concierto. ¿Cómo estás?
—Bien, ya estoy mejor, solo fue un susto.
—Me alegro, nos tenías preocupadas. Debes saber que no creo una sola palabra de lo que han dicho sobre ti en las redes sociales.
—Gracias por el apoyo, significa mucho para mí —respondió él con sinceridad.
—¿Crees que podrías tomarte una foto conmigo? —preguntó la chica.
—Claro —contestó el cantante mientras se bajaba el nasobuco y dejaba su rostro al descubierto.
Algunas personas comenzaron a reconocerlo y se acercaron a él, unas interesadas por su salud, otras pedían autógrafos, le hacían regalos, lo filmaban con sus celulares. Lia sonrió ante la escena y decidió jugarle una broma. Damir siempre acostumbraba a llevar audífonos cuando viajaba, sobre todo en los aeropuertos para evitar escuchar el eco y el bullicio. Ella marcó su número y él la miró al sentir su celular vibrar en el bolsillo. Lia asintió como toda respuesta, a la vez que él apretaba suavemente el botón del manos libres mientras continuaba escuchando a sus fans.
—Hola, hermoso. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Liana intentando contener la risa. El cantante movió la cabeza en señal negativa—. Mira que pensaba tomarme en serio lo de ser tu guardaespaldas. —Esta vez fue él quien tuvo que hacer de todo para disimular sus ganas de reír—. Aunque, pensándolo bien, lucen bastante tiernas e inofensivas, cuando lleguemos a Cuba, quizás sí tenga que usar fuerza bruta. Te juro que no sé cómo hacen para reconocerte siempre, parecen tener rayos X en los ojos o algo parecido, por Dios. Estabas completamente disfrazado. —Lia hizo una pausa en la conversación—. Bueno, guapo, si necesitas de mis servicios, solo tienes que pedirlo —diciendo esto, ella colgó el teléfono.
David jugaba con su móvil, intentando contener el sueño. En el altavoz, la operadora anunció el vuelo con destino a Estambul y Lia se puso de pie al instante, haciendo señales al cantante de que debían partir; éste se despidió amablemente de sus fans, quienes le desearon unas felices vacaciones.
Ya en el avión, se acomodaron en los asientos, David se sentó al lado de la ventanilla, por lo que Damir quedó en medio de ambos. La azafata les explicó paso a paso todo lo que debían hacer, comenzando por colocarse el cinturón de seguridad; también les fue entregado un nasobuco a cada pasajero para que lo usaran durante el viaje, era el protocolo de esta aerolínea desde la época del covid. El vuelo se había retrasado un poco debido al clima, pero seguía siendo de madrugada.
Cuando iniciaron el despegue, el cantante notó la tensión en el rostro de Lia y le ofreció uno de sus audífonos para que escuchara música junto a él. Ella sonrió al oír que se trataba de la sonata "Claro de Luna", de Debussy. Disimuladamente, Damir tomó su mano, indicándole que cerrara los ojos e intentara relajarse. La mezcla de la melodía con los latidos de su corazón, que parecía cabalgar dentro de su pecho al sentir el contacto con la piel del joven, la hicieron olvidarse de todo. Los tres terminaron durmiéndose por algunas horas.
Los despertó una pequeña turbulencia que hizo estremecer el avión por un instante. Afuera, la tenue luz que se colaba entre las nubes, indicaba que había amanecido.
Lia se puso de pie para acompañar a David al baño, aprovechando la ocasión para lavarse el rostro; Damir hizo lo mismo a su regreso. Llamaron a la aeromoza para pedir el desayuno. El joven cantante no quería comer nada, temía que al descubrirse el rostro, todos fueran a reconocerlo, pero ella terminó convenciéndolo de que se girara hacia el asiento de David y se colocara el gorro del abrigo. Al final, el cantante cedió y tomó un vaso de yogurt.
Casi siete horas después, aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de Estambul, dónde realizarían la escala para tomar un vuelo hacia La Habana. Lia fue con David a una cafetería para comprar sándwiches y refrescos para el almuerzo. Damir había tenido la idea de esperarlos dentro de una tienda de electrodomésticos, la cual era poco frecuentada por los pasajeros. Comieron sentados en el suelo, entre los estantes. De seguro las cámaras los estaban grabando, pero nadie les llamó la atención.
—No sé a quién se le pudo ocurrir vender equipos en un aeropuerto, pero le doy las gracias igualmente —dijo ella riendo.
—Mejor nos vamos hacia la terminal, desde aquí no sé si podremos escuchar bien a la operadora cuando anuncie nuestro vuelo —propuso el joven.
El viaje hacia Cuba sería mucho más largo. Estaban exhaustos, pero felices. Lia pasó la mayor parte del tiempo escuchando música, mientras el cantante leía El Señor de los Anillos y el pequeño jugaba en su celular. De vez en cuando, ella lo sorprendía mirándola de reojo y se divertía imaginando que estaba así por el pequeño beso de la noche anterior. ¿Qué sucedería entonces si lo besaba de verdad? Aproximadamente 15 horas más tarde, el avión hizo su aterrizaje en la capital cubana: habían llegado a su destino.
Lia estaba muy nerviosa, por lo que Damir no quiso apartarse de ellos esta vez, por más que insistieron. Fue él quien se encargó de chequear el equipaje en la ADUANA. Ella se dirigió hacia un Telepunto de ETECSA (Empresa de Telecomunicaciones de Cuba) que se encontraba dentro del aeropuerto y compró tres tarjetas SIM temporales para sus respectivos teléfonos. Llamó luego al taxista que había contratado para recogerlos y llevarlos hasta su ciudad natal, ya los esperaba afuera.
Estaba a punto de amanecer cuando se subieron al auto y Lia tuvo la idea de dar un pequeño paseo por La Habana, al menos para mostrarle a Damir lo bello de esta ciudad. Se detuvieron frente al malecón y decidieron bajarse a contemplarlo, era tan temprano que creyeron poco probable que alguien reconociera al cantante. Los primeros rayos de sol comenzaban a asomar en el horizonte y se filtraban en el agua del mar, la cual aún no lucía su característico color azul. Una brisa fría les rozaba el rostro y despeinaba sus cabellos. David se subió en el muro y caminó sobre él algunos metros de la mano del joven kazajo, hasta que éste, temiendo su caída, lo cargó sobre los hombros. Lia, que había cerrado los ojos para respirar completamente el olor de su tierra, giró el rostro en ese momento y sonrió al verlos. Damir le entregó su celular al chófer y le pidió que les tomara una fotografía a los tres juntos: quería conservar la expresión en el rostro de ella al llegar a Cuba nuevamente.
La ciudad comenzaba a despertar y las personas retornaban a su faena diaria. Ya se veían los primeros transeúntes por las calles y los autos clásicos transitando por las carreteras. Anduvieron un buen rato recorriendo los lugares más emblemáticos de la hermosa capital cubana, aunque le faltaron muchos, sobre todo algunos de La Habana Vieja donde no podían llegar en auto. Ella se arriesgó una vez más y lo llevó corriendo para mostrarle el Convento de San Francisco de Asís y tomarle una foto con la icónica estatua del Caballero de París, que se encontraba a la entrada de la Basílica Menor. El joven se interesó por conocer acerca del personaje que inspiró esta escultura.
—Es una historia muy triste, en realidad era español, no francés como todos pensaban. Vino a este país a principios del siglo pasado en busca de nuevas oportunidades de trabajo. Algunos dicen que dejó allá a su novia con la promesa de casarse con ella en cuanto tuviese cómo mantenerla, pero nadie sabe si es cierto. Trabajó en algunas tiendas y estudió para refinar sus modales hasta convertirse en mayordomo de algunos hoteles de La Habana. Una señora lo contrató para trabajar en su casa y luego lo acusó de ladrón, fue encarcelado por un crimen que no cometió.
—Eso fue injusto —comentó el cantante.
—Así es. Supongo que el mundo siempre ha sido de esa forma: los poderosos aplastan a los inocentes. Cuentan que en la cárcel comenzó a perder la razón; cuando le dieron la libertad, nadie más quiso contratarlo, así que comenzó a vagar por las calles y a dormir en la puerta de este convento. Les narraba historias a los niños sobre príncipes y reyes de lejanas tierras, a veces les regalaba plumas de aves, entre otras cosas y solo aceptaba dinero de las personas que conocía. A pesar de su condición, lo más asombroso es que nunca perdió la amabilidad, por eso comenzaron a llamarlo "El caballero de París".
—¿Qué ocurrió con él? —preguntó el cantante.
-Lo ingresaron en un Hospital Psiquiátrico, más bien debido al estado físico deplorable en el que se encontraba porque nunca le hizo daño a nadie. Murió al poco tiempo de estar allí. -Lia tomó una bocanada de aire-. Vamos, entremos al auto y continuemos el paseo.
Recorrieron otros sitios como El Castillo de los Tres Reyes del Morro, La Cabaña, el Capitolio, pero tuvieron que conformarse con admirarlos desde lejos. Hicieron una parada en una cafetería para comprar el desayuno.
—Me hubiese gustado mostrarte esta ciudad de noche, parece que cobrara vida. Hay tantos lugares que visitar,que podríamos pasar días recorriéndola —le habló ella a Damir.
—Es muy bonita, sobre todo cuando me cuentas sus historias, pero lo que más me asombra es el color del cielo en esta época del año, es perfectamente azul.
—Bienvenido al Caribe, aquí siempre es verano —respondió el pequeño entre risas.
—Cierto —lo apoyó su mamá.
El transcurso por carretera fue realmente agotador. El pequeño durmió prácticamente todo el camino, pero Lia y Damir no consiguieron pegar un ojo. El joven cantante acariciaba los cabellos del niño y ella lo miraba con ternura. Se detuvieron varias veces para comer e ir al baño, hasta que llegaron a Santa Clara después del mediodía.
El chófer condujo rumbo al hostal donde se quedaría el músico, el cual estaba situado a las afueras de la ciudad.
Era un lugar muy pintoresco, con un jardín en la entrada y rodeado de árboles frutales. La casa constaba de dos plantas; la segunda poseía una enorme terraza al inicio con un balcón pintado de verde y una habitación detrás, destinada a los huéspedes. Tenía muy pocas viviendas cerca, por lo que había una probabilidad menor de que alguien reconociera a Damir.
Lia bajó del carro y caminó hasta la entrada, para luego tocar el timbre. Segundos después, se abrió la puerta y una señora regordeta de cabello corto la recibió con una enorme sonrisa.
—¡Llegaron! ¿Qué tal el viaje? Estás hermosa, mi Lia —dijo mientras la abrazaba.
—¡Hola, Margarita! Me alegro de verte, tú estás igual. ¿Y Manuel?
—Allá adentro, ahora viene para ayudarlos con las maletas. Se va a poner contento cuando te vea. ¿Dónde están David y el huésped? —preguntó la dueña de la casa.
—En el auto, están muy cansados. Dime de Betty y Luis, ¿cómo les va?
—Bien, viven en Uruguay desde hace unos meses —respondió la señora.
En ese preciso instante, el rostro de doña Margarita cambió por completo, sus ojos se abrieron como platos y su cuerpo se quedó inmóvil, Lia giró la cabeza, tenía la certeza absoluta de lo que había provocado aquel efecto en su amiga. Damir había descendido del vehículo y caminaba hacia ellos de la mano del niño. Se quitó las gafas justo antes de llegar al portal.
—Pero, ¿y esto qué es? ¿Tú de dónde has sacado ese chino tan lindo? —Lia la observó, cubriéndose el rostro con ambas manos e intentando contener la risa que le había causado aquel comentario.
—No es chino, es kazajo y su nombre es Damir —respondió la joven cuando el cantante y su hijo estuvieron junto a ellas.
—Hola —dijeron los dos al unísono.
—¡David, pero qué grande tú estás! Ven, dame un abrazo —exclamó la señora en cuanto vio al pequeño—. Mucho gusto y bienvenido a nuestro país —volvió a decir, dirigiéndose al cantante.
—Gracias, es un placer —respondió éste.
—Lia, me habías dicho que no hablaba español.
—No, no habla mucho, pero lo entiende bastante bien. Así que cuidado con las cosas que le dices, es muy tímido —bromeó ella.
—🎶Aliana, la de las mil sonrisas, la que me come el alma...🎶—Se escuchó cantar a un señor de mediana estatura con el cabello gris, que se acercaba a ellos.
—¡Manuel! ¿Todavía recuerda esa canción? —dijo Lia con entusiasmo, al tiempo que lo saludaba.
—¿Cómo olvidarla? —respondió el señor, riendo—. ¿Este es David? Está casi de mi tamaño —dijo mientras despeinaba al chico, para después saludar a Damir con un apretón de manos—. Me imagino que él es quien se va a hospedar en nuestra casa. Bienvenido.
—Gracias —dijo el joven devolviéndole el saludo de manera efusiva.
—Pasen todos, deben estar cansados. Les voy a preparar café. Manuel, ayúdalos con las maletas —los invitó doña Margarita.
Entraron a la casa, la cual era enorme. Caminaron por un amplio pasillo hasta llegar al patio trasero y ascender a la segunda planta mediante una escalera que se encontraba al final. La habitación donde se quedaría el joven era muy acogedora. Estaba totalmente pintada de blanco y las ventanas de cristal lucían cortinas grises. En el centro se encontraba una cama de madera preciosa con sus respectivas mesitas de noche a cada lado. Poseía un baño independiente y una sala de estar amoblada con un sofá y dos cómodos butacones.
—Está muy bonita, no tanto como los hoteles a los que estás acostumbrado, pero podrás descansar bien —dijo Lia.
—Sabes que esas cosas no son importantes para mí —respondió él.
—Lo sé, solo bromeaba contigo. Ven, voy a ayudarte a acomodar tus cosas. No deshagas las maletas por completo, recuerda que mañana nos vamos todos al paraíso.
—Sobre eso quería hablarte, ¿crees que les causaré una buena impresión a tus padres? —Damir lucía preocupado.
—¿Existe alguna persona en la Tierra a la que hayas conseguido caerle mal? ¿No viste cómo quedó Margarita? Te van a adorar, ya lo verás.
—¿De qué podría hablarles?
—Mi padre te hará mil preguntas sobre tu país, le encanta aprender acerca de otras culturas y por doña Amalia no te preocupes, es muy amigable. Ahora siéntate, quiero ver cómo está tu presión arterial —diciendo esto, sacó un pequeño reloj digital y lo colocó en la muñeca del cantante—. Perfecto, solo debes descansar.
La dueña de la casa subió para ofrecerles una taza de café, mientras David había bajado al patio con el señor Manuel para ver unos cachorritos dálmatas. Damir entró en el baño para darse una ducha y cambiarse la ropa del viaje, entretanto, Lia conversaba con su amiga en la sala.
—¿Qué le preparo de cenar al chino guapo? —le preguntó doña Margarita.
—Puedes cocinarle cualquier tipo de carne, menos cerdo. No le gusta el picante y no bebe alcohol —contestó ella.
—¿En serio no come ni siquiera cerdo asado?
—Los que practican la religión musulmana no consumen nada de ese animal, es algo complicado de explicar, pero no te preocupes, le encantan los pescados, los mariscos, el pollo y la carne roja. Allá casi todos los platos contienen caballo.
—¿Le gustará la langosta entonces?
—Estoy segura de que va a encantarle.
El joven kazajo salió del baño vistiendo una sencilla camiseta negra y unos pantalones cortos del mismo color. Lia contuvo la respiración al tenerlo frente a ella, que permanecía sentada en el borde de la cama.
—Menos mal que Margarita ya bajó, sino le habría dado un infarto al verte —bromeó ella.
—¿Por qué lo dices? ¿Acaso te sucede lo mismo? —Lia percibió como se encendían sus mejillas y bajó la mirada, realmente no esperaba esa respuesta.
—Supongo que yo estoy acostumbrada —mintió descaradamente, sin levantar la vista del suelo.
—¿Estás segura? —Damir se había agachado para quedar a la altura de su rostro y le levantó suavemente el mentón, obligándola a mirarlo.
Aquella situación era más de lo que Lia podía soportar. El músico la observaba con tal intensidad que la hacía temblar como una hoja en otoño, esos ojos negros siempre habían sido su perdición. La tenía completamente acorralada, incapaz de mover un solo dedo para escapar, aunque tampoco quería hacerlo. Sentía su respiración sobre sus labios y el corazón latía desbocado dentro del pecho, esta vez estaba segura que el suyo también, podía notarlo en las venas de su cuello. Estar solos en el mismo cuarto era una verdadera tentación, pero sabía que en cualquier momento alguien podría entrar. Llevaba tanto tiempo anhelando ese beso, ¿será que por fin iba a suceder? En ese preciso instante, escuchó el timbre de su celular y la magia del momento desapareció.
—Era el chófer —anunció luego de colgar—. Ya debemos irnos, deséame suerte con mis padres.
—Todo va a salir bien. Se pondrán felices de verlos —la consoló el cantante.
—Sí, lo sé, mi temor es que se emocionen demasiado.
—Eso es inevitable, llevan dos años sin verse.
Ella abrió la puerta lentamente, como si realmente no quisiera marcharse todavía.
—Liana... —Lo escuchó pronunciar su nombre y se volteó sin pensarlo.
—¿Qué?
—Ya te extraño. —Ella sonrió mientras regresaba a su lado.
—Yo también me he acostumbrado a tenerte cerca. No sé lo que haré cuando tengas que irte de nuevo. —Lia se mordió el labio inferior ante la indecisión de haber dejado escapar aquellas palabras.
—Muchas cosas van a cambiar en este viaje, te lo prometo. ¿Vendrás hoy otra vez? Disculpa, sé que también tienes que estar junto a tus padres, yo voy a estar bien.
—Estaré aquí para la cena, no pienso dejarte solo —diciendo esto, acarició dulcemente su mejilla y él tomó su mano para besarla—. Será mejor que me vaya, sino David querrá adoptar todos los cachorros y llevarlos con nosotros hasta Kazajistán. Cualquier cosa que necesites, puedes llamarme o pedírselo a Manuel o Margarita, tienen toda mi confianza, son los padres de una compañera de estudios. Descansa, ¿sí?
—No me olvides, Liana.
—Eso sería imposible.
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