Capítulo XIX: Cuando la distancia duele.
Ese domingo, Damir se levantó sonriente, llevaba días planeando una sorpresa para Lia y al fin podría hacerla realidad. Tomó un café y desayunó junto a su familia en el comedor, despertar junto a ellos era un verdadero regalo del cielo.
Cuando se disponía a salir, su hermano lo invitó a pasar al pequeño estudio que tenían en casa para pedirle consejos sobre una melodía que estaba componiendo, no pudo negarse. Su padre se les unió para discutir algunos temas sobre el próximo concierto, puesto que él era su productor. Apenas Damir se dio cuenta de la hora, se excusó diciendo que necesitaba salir, alegando que debía reunirse con alguien. No dio muchas explicaciones, tampoco ellos preguntaron nada cuando lo vieron cargar algunas cosas y partir en su auto, a fin de cuentas tenía un evento muy importante que preparar, incluso solía trabajar los domingos, ya estaban acostumbrados.
De camino a la pequeña casa donde vivían Lia y David, pasó por un supermercado para comprar todo lo necesario para el viaje. No podía demorarse mucho, ya que el sitio a donde pensaba llevarlos quedaba fuera de la ciudad. Al salir, guardó las compras en el maletero y condujo directamente a su destino, estaba impaciente por verlos.
Tocó el timbre cuando estuvo frente a la puerta y creyó escuchar unos pasos que se acercaban para abrirle, pero no sucedió nada. Volvió a tocar hasta que el pequeño David le abrió y, sin pensarlo, lo abrazó con todas sus fuerzas. Al principio pensó que aquel gesto significaba alegría, fue entonces cuando escuchó los sollozos del niño sobre su cuello y lo apartó suavemente.
—David, ¿pasa algo? —dijo mientras le secaba las lágrimas con sus manos—. ¿Dónde está tu mamá?
—Sucedió algo muy triste ayer, Damir —contestó el pequeño.
—¿Quieres decirme qué fue lo que pasó? —El joven estaba realmente preocupado, temía que algo le hubiese ocurrido a Lia, pero intentó mantener la calma frente al niño.
—Mi mamá está adentro, muy triste. Mi abuelito Paco murió allá en Cuba.
Damir suspiró aliviado al saber que a ella no le había ocurrido nada, sin embargo continuó hablando con su pequeño amigo, intentando consolarlo por la pérdida de su ser querido.
—¿Su padre?
—No, él era mi bisabuelo, el papá de mi abuela.
—Pero lo querías mucho, ¿no es así?
—Sí, aunque estaba muy viejito, a veces no me reconocía.
—Tu abuelito ya está en paz, de seguro se fue al cielo, junto a Dios.
—Así me decía mi mamá cuando era más pequeño, pero ya no sé si creerlo.
Damir quedó mudo en ese momento, no supo qué responder. David era un niño muy maduro para su edad, nunca dejaba de sorprenderlo. Por unos segundos intentó encontrar las palabras exactas para decirle en un momento como ese.
—En todos los países del mundo existen diferentes culturas y religiones, cada una de ellas tiene una forma distinta de explicar la muerte, es una manera de despedir a esa persona que ya no va a estar con nosotros, ¿entiendes?
—Sí, ojalá y mi abuelito de verdad esté en el cielo.
—Sí, ojalá —dijo el cantante mientras abrazaba a David nuevamente—. ¿Dónde está tu mamá? ¿Puedo verla?
—Está en su cuarto, dile que quieres hablar con ella.
—¿Lia no ha salido hoy de allí?
—Sí, se levantó temprano a preparar el desayuno, como siempre. Ayer doña Elena y el señor Iván nos trajeron la cena preparada. Ellos son los dueños de esta casa, quieren mucho a mi mamá.
—Es que tu mamá es una persona muy buena.
—Sí, lo sé. —David miró al joven a los ojos—. ¿Tú también la quieres?
Damir no sabía cómo responder esa pregunta, tampoco tenía idea del sentido en que la había dicho el pequeño, debía ser muy cuidadoso con sus palabras para no confundirlo, a fin de cuentas, él ni siquiera se atrevía a hablar con Lia acerca de sus sentimientos.
—Los quiero a los dos, tú y tu mamá son personas muy especiales para mí —dijo finalmente.
—Nosotros también te queremos mucho, Damir. Ven, vamos a entrar —diciendo lo tomó de la mano y cerró la puerta.
Damir apoyó la pequeña maleta que traía en las manos sobre un butacón y, luego de abrirla, sacó una pequeña caja de su interior, la cual entregó al niño.
—Un día entré a una pequeña tienda de antigüedades en Estambul y encontré este regalo para ti. Es una vieja cámara de fotos al momento, funciona de maravilla.
—¡Me encanta! Gracias, Damir.
—Puedes probarla si quieres. Ahora voy a intentar hablar con tu mamá, ¿está bien?
—Sí, yo te espero aquí.
Damir caminó lentamente hacia la puerta del cuarto de Lia. En el suelo, pudo ver las partes de un teléfono móvil hecho pedazos y comprendió por qué no pudo comunicarse con ella la noche anterior. Dudó un momento en llamar a la puerta, necesitaba encontrar las palabras correctas para decirle en un momento como este, él conocía demasiado bien ese sentimiento.
—Liana, soy Damir, ¿puedo pasar? —dijo mientras tocaba la madera con el nudillo de los dedos—. ¿Lia? —volvió a decir al no obtener respuesta.
Acercó su oído a la puerta y le pareció escuchar un «Pasa» desde la otra habitación, casi como un susurro, por lo que al fin se decidió a entrar. Sintió un profundo dolor cuando la vio, Lia permanecía acostada en la cama en posición fetal, abrazada a sus rodillas, era evidente que había estado llorando por mucho tiempo. Se acercó y se sentó a su lado en un costado de la cama, con sus manos acarició sus cabellos suavemente; ella, sin pensarlo dos veces, se levantó de un salto y lo abrazó con todas sus fuerzas. Permanecieron así por varios minutos, sin decir palabra, a veces solo necesitamos que alguien esté allí para nosotros.
Cuando se separaron, ella continuaba en silencio y con la mirada perdida en el suelo. Damir enjugó sus lágrimas con los dedos muy despacio, casi como una caricia.
—Sé algo de lo sucedido, David me contó —dijo él finalmente.
Ella ahogó un sollozo para intentar hablar, como si no tuviera fuerzas para hacerlo. Él le alzó el rostro con la punta de sus dedos, buscando mirarle a los ojos.
—No sé explicar cómo me siento, Damir —su voz apenas se escuchaba.
-No tienes que hacerlo, entiendo por lo que estás pasando, yo también sé lo que es perder a alguien que amas.
—Siento que es más que eso, es angustia por no poder estar con mi familia en un momento como este, arrepentimiento de haber venido a este país y no pasar más tiempo a su lado, soledad, es todo a la vez.
—Yo ya estoy aquí, no van a estar solos.
—Gracias, de verdad.
—Yo... —Damir dudó unos segundos en hablar— hace apenas unos meses también perdí a mi abuelo. Era muy apegado a él, fue como mi segundo padre. Me enseñó muchas cosas, en nuestra cultura existe una tradición donde los abuelos paternos intervienen en la crianza del primer nieto, así que siempre estuvo a mi lado. —Tomó aire unos segundos, era evidente que le costaba mucho hablar sobre este tema—. Cuando entendí que nunca más iba a poder abrazarlo o pedirle algún consejo, simplemente me derrumbé, pero luego recordé cuanto amaba ir a mis conciertos y lo orgulloso que se sentía cuando me escuchaba tocar el dombra. Fue entonces que, en su honor, decidí continuar con mi carrera y, una semana después de su muerte, le dediqué una presentación. Lo más difícil que he hecho en mi vida fue cantar esa noche.
—Lo siento mucho. Yo quiero ser fuerte, Damir, pero a veces no lo consigo.
Damir acarició las mejillas de Lia con ambas manos, quería borrar toda la tristeza de su rostro, pero sabía que eso era imposible. Le afectó mucho hablar sobre la pérdida de su abuelo, era algo que había llevado dentro durante mucho tiempo.
—Escúchame, Liana. Eres la mujer más fuerte que he conocido en mi vida. Todo esto que sientes poco a poco va a ir pasando, es triste decirlo, pero la vida tiene que seguir su curso, tú tienes a David, él te necesita.
—Lo sé, ya he pasado por esto antes, pero es muy duro. En cuanto a David, solo por él me levanto todas las mañanas, es quien me hace respirar, sabes eso.
—Yo vine hasta aquí a proponerles algo. —El joven dudó un instante en continuar con sus planes—. ¿Recuerdas cuando dije que quería llevarte al paraíso? Les tengo una sorpresa, quiero llevarlos a un sitio maravilloso, eso puede ayudarte a despejar la mente.
—Damir, no creo ser hoy una buena compañía para nadie.
—Tú siempre serás una buena compañía para mí, Liana —diciendo esto la besó en la frente—. Ahora quiero que te abrigues bien, el sitio a donde pienso llevarlos es un poco frío. Allí podrás alejarte del mundo y encontrar la paz, no tienes que hablar si no quieres hacerlo. Nadie va a interrumpirnos, es un lugar un tanto solitario.
—No lo sé, Damir, no siento deseos de nada.
—Lo sé, pero debes hacer un esfuerzo. Prometo traerlos de vuelta si no desean quedarse allí.
—Supongo que salir de esta casa tal vez me haga olvidar. Ya no recordaba lo persuasivo que puedes llegar a ser.
—Esa es la Lia que yo conozco. Te espero afuera—. Tomó sus manos entre las suyas y las besó dulcemente, para luego salir de la habitación.
En el sofá se encontraba David observando las fotos que había tomado con su nueva cámara. Damir se sentó a su lado y le dio la noticia de que saldrían un rato. El niño, solo sonrió y fue a su cuarto a cambiarse la ropa por una más abrigada.
Damir quedó solo en medio de la sala y comenzó a mirar a su alrededor detalladamente por primera vez desde que frecuentaba esa casa. Le llamó la atención un estante lleno de libros que se encontraba en el pasillo que conducía a la cocina. Caminó hasta pararse justo en frente de la pequeña colección de literatura en varios idiomas; había una edición de "El Señor de los Anillos" en español, libros de "Historia de Kazajistán", los Cuentos de León Tolstói e Iván Bunin en ruso y español, "Cuentos Populares Rusos", novelas como "Orgullo y Prejuicio", "Cumbres Borrascosas" y "Persuasión" en inglés, entre muchos otros. Tomó uno y se sentó a leer mientras esperaba por David y su mamá.
Lia se dio una ducha caliente y salió directamente a su cuarto envuelta en una toalla. Se colocó un suéter de color marrón, pantalón y abrigo de piel negros en conjunto con unas botas también oscuras. Se miró al espejo y decidió aplicarse un poco de corrector para disimular sus ojeras, además de bálsamo labial, realmente no tenía ánimos para maquillarse. Cuando se detuvo frente al clóset para tomar su bolso, vio colgada la bufanda roja que le había regalado Damir en su pasada visita y se la colocó alrededor del cuello, le pareció un bonito gesto de agradecimiento. Tomó sus gafas de sol y salió del cuarto.
Lo encontró sentado en un butacón y en sus manos pudo ver el primer tomo de su vieja edición de "El señor de los Anillos". Esos libros eran muy especiales para ella, su padre se los había obsequiado cuando cumplió apenas diez años, desde entonces siempre los llevaba consigo.
—¿Pudiste entenderlo? —le dijo cuando estuvo junto a él.
Damir volteó la cabeza al escuchar la voz de Lia a sus espaldas. Esbozó una sonrisa cuando vio que llevaba la bufanda roja que le había regalado, pero se limitó a contestar su pregunta.
—No mucho, me cuesta un poco leer en español. Este es mi libro favorito, ¿cuál es el tuyo?
Lia caminó lentamente y tomó un pequeño ejemplar del estante para mostrárselo.
—Es este, El gran Meaulnes, es la única novela que publicó el escritor francés Alain Fournier. Cada vez que lo leo siento las mismas emociones que la primera vez, lástima que también está en español.
—¿Puedo saber de qué trata?
—Es sobre la transición de los sentimientos desde la adolescencia hacia la madurez, del primer amor y las ansias de aventuras, sobre las segundas oportunidades que te brinda la vida y cómo no debemos desaprovecharlas porque tal vez sean las últimas. Siempre que lo leo termino sumida en una profunda melancolía, sin embargo vuelvo a hacerlo porque es un libro hermoso.
—Me gustaría mucho leerlo.
—Puedo ayudarte con el español, si lo deseas. Este libro tiene un lenguaje similar al de tus canciones, siento que puedes conectar con él.
En ese preciso instante salió David de su habitación y, colgándose la nueva cámara fotográfica al cuello, simplemente dijo:
—¿Nos vamos?
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