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II


Masashi era un hombre científico llegado a los cincuenta años de edad, pero que además dominaba las artes marciales, ya que pertenecer a la NASA no era tarea sencilla, había muchas cosas que otros países querían, que mucha gente deseaba. El Poder del Conocimiento.

¿Qué de donde conoce a Morphina O'Donoghu?, él era un buen amigo de su madre, compañeros de trabajo y el padrino de esta última. Así que cuando Cony murió, él le prometió que cuidaría de su hija como si fuera propia, que la enseñaría a defenderse y que la amaría más que a su vida. Y cumplió su promesa, Morphina era fuerte, con una lealtad a sus principios admirable y una necesidad de proteger que movía montañas.

Tenían la tecnología necesaria desde años antes, pero no habían encontrado el cálculo exacto para romper las barreras del Tiempo, las Leyes por las cuales se ha regido la humanidad completa, hasta ese día. Por fin su sueño y más grande meta se había realizado y hecho tangible.

Un chico de unos ojos verdes encantadores y cabello castaño atraviesa el umbral, lleva pantalones negros amplios, una camisa gris sin mangas y botas. Tenía un cuerpo atlético, mucha masa muscular y una altura de casi 1.82 mts. Su piel era blanca, y visiblemente suave, aunque podías ver la barba creciendo si te acercabas.

—Nathe —O'Donoghu saluda con un asentimiento de cabeza. Casi como aquella reverencia asiática que Sensei le había enseñado hacer.— Volviste.

—Siempre vuelvo —dice con simpatía— Así que Masashi, tenemos misión nueva.

—Pero ¿qué dices?, no es una misión, es LA MISIÓN de sus vidas, irán atraves del tiempo...

—Cuando me contactaron pensé que te habías vuelto loco, pero veo que no —admira la gran capsula que esta al centro de aquella habitación saturada de pantallas gigantes, computadoras y personas intelectuales. La capsula se separa en dos, una parte de ella sube, dejando ver un líquido en la otra mitad que se adhería al suelo impecable del laboratorio.

—Bien, les explicaré la misión...

—No, lo haré yo —una voz gruesa y fuerte interrumpe la conversación, aquel hombre acapara la mirada de los trabajadores, de Masashi, Nathe y O'Donoghu, era la máxima autoridad en la NASA, y se presentaba como pocas veces. Era algo así como un milagro, inclusive más que el gran descubrimiento del hombre asiático. Tenía una apariencia impecable, era fornido y muy alto y de raza afroamericana, era relativamente joven para el puesto que ocupaba.  E imponía presencia como muy pocos. 

—Jefe —Masashi murmura nervioso.

—Masashi —saluda solemne— Chicos... —mira a los dos jóvenes— creo que nuestro querido colega ya les hablo sobre este gran y admirable descubrimiento.

—Así es —la chica responde sin tintes de emociones, casi como si apresurará a hablar a la autoridad máxima. Y es que a Morphina le aburrian los rodeos, le gustaban las cosas claras y directas, para ella "Sí" era "Sí" y "No" era un solido y rotundo "No", jamás entendió a las chicas que confundían esas simples palabras, tan indecisas y malamente indescifrables.  

—Entonces no me queda más que darles esto —tiende dos sobres de color hueso sellados correctament y una maleta negra de gran longitud que Nathe sostiene con recelo— ábranlos cuando estén allá. Son los detalles de la misión junto con todas las indicaciones que yo mismo he escrito y especificado, como comprenderán no hay mucho tiempo que perder para decirles ahora; les proveran de armas y entrenamiento. La maleta contiene un par de cosas que podrán ayudarles, no la pierdan, podrá salvarles la vida. 

[...]

Año 1983, NY.

La chica rubia jala del cable rosado de su teléfono y lo enrolla en su dedo índice con coquetería.

Lleva nada más una blusa gris de algodón y ropa interior blanca, es tarde, alrededor de las diez de la noche. Su habitación es rosada también, con una cama matrimonial al centro y una enorme ventana que da hacia la calle. La luz tenue de su lámpara inunda la habitación, ella se pasea de lado a lado sin la menor preocupación. Habla con su novio sobre su día, y la insistencia de él al entablar una conversación erótica la hace reír a carcajadas y a sonrojarse.

Tal vez podía permitirse ese pecado, ese lujo, romper las reglas de casa, ya que sus padres no se encontraban.

—¿Qué llevas puesto? —la voz ronca y sobreexcitada de su novio traspasa el altavoz.

Ella se mira de pies a cabeza y ríe como quién sabe algo que los demás ni se imaginan.

—Casi nada puesto.

El chico deja escapar un gemido largo. La chica lo escucha y se siente bien al saber que provoca una serie de reacciones implacables en su popular novio. Esta tan concentrada en él, que ignora el mundo que la rodea. Sus oídos se vuelven sordos a cualquier sonido que no son los gemidos de su novio, y se vuelven ciegos a cualquier objeto que no sea su sensual reflejo en el espejo alargado junto a la ventana. 

La perilla de la puerta se gira con mucha cautela, pero ella no lo noto porque su oreja sigue pegada a la bocina del teléfono. Nadie esta alerta. Ni ella, ni su novio sobreexcitado del otro lado del teléfono y de la ciudad, que piensa seriamente en rozar su mano libre bajo sus pantaloncillos de mezclilla.

La rubia se mira frente al espejo y pasa sus dedos delgados y blancos entre su cabello rubio hasta llegar a la punta, una, dos, tres veces. Por su mente solo pasa una sola pregunta, ¿Cuándo es que este idiota me invitará al baile?, era un error que la capitana de las porristas fuera al baile sola, o sin su novio el increíblemente guapo e irresistible QB. Eso era impensable. Una falta a la naturaleza humana. Quería que ambos fueran coronados como Rey y Reina esa noche, para hacerla perpetua, pero a él parecía no importarle mucho y a ella le molestaba en sobremanera.

Así que ideaba un plan para que discretamente lo obligará a hacerlo pronto. Mañana tal vez.

Sus pensamientos dejan de ir y venir y se detienen para volver su mente en blanco. Logra ver una silueta muy alta bajo la luz tenue de su habitación. Se vuelve aterrorizada y descubre a un hombre de piel blanca y ojos que irradian locura. Suelta en teléfono por inercia, más por su estado de shock que por haberse encontrado una salida o una maniobra peligrosa que la sacara de allí con vida.

Cuando se da cuenta de lo que ha hecho se reprime, había tirado su único medio para pedir auxilio.

Nota como un cuchillo muy afilado resplandece por el choque de luz y empieza a sollozar, a pedir por su vida, rogar para que no la matase. Le ofreció dinero, mucho, todo el que poseía en su cuenta bancaria, pero eso no era lo que él quería.

El deseaba algo más que lo material, que algo económico, más que un lingote de oro. Ni siquiera le gustaba el color amarillo o el verde en su defecto. A él le gustaba el color rojo. Un rojo muy especial como el de sus víctimas cuando se desangraban. 

Le gustaba el color rojo de las chicas rubias adentradas en la noche. Entonces tira la primera embestida dejando que su arma blanca penetre en el abdomen plano de ella, mientras siente como su miembro punza de la excitación. Si bien la rubia no complacería a su novio QB aquella noche, lo haría con él. 

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