Capítulo 5
Este día no deja de sorprenderme. No entendí nada. ¿Fingir ser su novia por seis meses? ¿Pagarme por eso?
—¿Estás loco o qué? —pregunté, atónita.
—Entenderé si no quieres. Encontraré a otra para darle los cuarenta mil dólares por hacerlo. —Suspiró con pesadez.
Propuesta aceptada.
—¡¿Cuarenta mil dólares?! —interrogué sorprendida, ¿tanto dinero tiene?
Él asintió con rapidez.
—Bueno...
—Entonces, ¿aceptas o no? —interrumpió, cruzándose de brazos con frustración.
—Acepto.
—Haremos un contrato que hará válido todo esto.
—¿Contrato? —Puse una mueca.
—Sí.
—Vale... ¿Me dejarías entrar al baño?
—Oh, claro. Entra.
Entré al baño y me miré al espejo. Aún llevaba los anteojos. Mi tatuaje estaba cubierto por el mismo estilo de suéter. La verdad, no estaba tan presentable para esta familia de dinero. Me quité los espejuelos y cerré los ojos con fuerza. Coloqué una mano en mi frente. La cabeza me martilleaba con mucha fuerza. Oh, no. Mis padres, no debían enterarse de esto. Definitivamente no.
Eché un poco de agua en mi cara. Aspiré una gran bocanada de aire y mostré mi mejor sonrisa al espejo. De golpe se borró mi sonrisa y empecé a lloriquear de la nada.
Cariño, ¿sabías que estás enferma?
Ya lo sabía, conciencia.
Pensé en todo lo que como su novia podría hacer. Y lloriqueé más. Lancé una charla motivadora al espejo que mostraba mi reflejo. Porque sí, tengo soliloquia.
O esquizofrenia.
Eso quiere decir que, ¡tal vez solo esté alucinando y nada de esto haya pasado! Quizás mi obsesión con Liam Noah me llevó a imaginar una historia con él.
Reí. Sí, reí. De la nada, también.
Das miedo.
—Yo no doy miedo —hablé en voz alta a mi conciencia.
Negué con la cabeza y me bajé el pantalón para sentarme en el retrete y hacer pis.
Salí del baño como si nada hubiera pasado. Suspiré y solté un gritillo. El boxeador y sus manías de asustarme. Espera, me oyó todo el tiempo.
—¿Me estabas espiando?
—Obviamente —confirmó descaradamente.
Él soltó una risita al ver mi mala cara. Ambos fuimos hacia la sala, donde estaba la familia de Liam. Él me agarró de la mano mientras caminábamos. Nos sentamos en el mismo lugar de antes: el sofá de color marrón en la sala de estar.
—¿Y en qué trabajas? —cuestionó la madrastra de Liam Noah. Incluso odio su voz.
—Soy psicóloga —respondí con naturalidad, sin soltarle la mano a mi novio por contrato.
—¿Cómo se conocieron? —quiso saber mi, supuestamente, cuñado. Pienso que sospechaba algo.
—Nos conocimos en el parque, estaba paseando a Dag y al perro le agradó ella. Nos fuimos conociendo ya que hablamos y eso fue todo —contestó mecánicamente el boxeador.
Lo miré y le dediqué una tierna sonrisa que él me devolvió sin pensarlo.
—Parece que se llevan muy bien —comentó Susie con un tono de víbora venenosa.
Algo me dice que esta mujer va a terminar con unas cuantas verdades restregadas en su cara.
—Así es —hablamos Liam Noah y yo a la misma vez.
La mujer anunció que ya debían irse y como sus perritos falderos, Liam LeBern y Leo, obedecieron.
Cuando se fueron, El Destructor llamó a su abogado para que todo lo relacionado con el contrato de noviazgo fuera legal, algo que me parecía absurdo. Ese simple pedazo de papel contenía todas las reglas del juego. Seis meses después el contrato ya no sería válido y alguno de los dos debería irse de la casa. Al final del tiempo acordado recibiría los cuarenta mil dólares.
***
Mi celular estaba sonando. Hace cinco segundos corté la llamada con mis padres y ya me llamaban otra vez. Miré la pantalla. El nombre de Sara apareció en pantalla. Descolgué enseguida.
—Hola, ¿como estás? —saludé, alegre.
—Estoy bien, gracias. ¿Estás disponible ahora?
—Mmm... —Lo pensé un momento—, no tengo nada que hacer. Tengo la tarde libre.
—Paso a buscarte en 5 minutos.
—¡Pero si no sabes dónde vivo! Y ya colgó.
Solté un suspiro.
Me observé durante un tiempo en el espejo. Andaba bien vestida. No era necesario cambiarme. Incluso me quité los anteojos en su momento. Informé al boxeador que saldría con una amiga. Él simplemente me dedicó una mirada —que interpreté como un: "Recuerda no llegar tarde"— y continuó metido en su teléfono haciendo cualquier cosa que obvio ni me interesa.
Efectivamente Sara llegó en los cinco minutos que dijo. Me subí al auto en que llegó. Ella conducía. El coche se supone que es de su pertenencia. No sé cómo una camarera es propietaria de un auto así. No la juzgaré por nada. Y tampoco es mi problema.
Todos tus conocidos tienen autos, y tú no. En fin, la pobreza.
En eso tienes razón.
Nos dirigimos —dialogando por todo el camino— hacia un bar de la zona. Cuando llegamos, desde fuera del local se veían las luces rosas, azules y violetas. La música se escuchaba bastante alta. Entramos sin problemas y nos escabullimos hasta la barra.
Conocimos a otra chica, la que se encarga de servir las bebidas. Es morena y alta. Se llama Alissa Tucker, tiene veinticinco años, al igual que yo y casualmente su cumpleaños es tres días antes que el mío. La chica nos invitó a unos cuantos tragos gratis.
Me encontraba medio mareada y observaba a algunos chicos —no lo voy a negar—, además noté que Alissa ríe mucho. Tal vez demasiado. Su risa es del tipo contagiosa.
En una parte del bar había una pista de baile y un DJ. La mayoría de las canciones eran de Karol G o de reggaetón en general y algunas pocas en inglés. Invité a las dos chicas a la pista, la cual estaba muy llena de chicas y de parejas.
No sé cómo, pero convencí a ambas para que me acompañaran a bailar. En ese momento sonaba Besties de Karol G. Sentí que iba con el momento. Sentí una conexión con ellas, del tipo de amistades que duran muchos años.
Esperamos a la chica del bar a la hora de irnos y para más casualidad, ella es vecina de Sara. Por lo tanto vivimos cerca una de las otras.
Admitiré que bebí demás. Recibí mi paga y con eso pagué la mitad de los tragos. Saqué las llaves y abrí la puerta con demasiada dificultad una vez que llegué a casa.
Me tomó un rato notar que había alguien en el sofá. Encendí la luz con rapidez.
—Juro que te mataré si vuelves a asustarme así. —El Don Musculitos me esperaba sentado—. ¿Y por qué hay dos Liam Noah?
—Bebiste demasiado esta noche, mi querida novia.
Negué con la cabeza ignorando como me había llamado.
—Venga, vamos a dormir. Pasaré por alto que rompiste la regla de no llegar tarde a casa.
—No quiero dormir. ¿Qué hora es? Quiero hacer algo mejor —afirmé, coqueta.
Sin saber lo que hacía me acerqué más a él. Olía muy bien. El boxeador se alejó de mí, me sentí herida. No soy atractiva para él. Nunca había tenido problemas en volver locos a los chicos, entonces, ¿por qué él se aleja? ¿No soy suficiente?
—Estás borracha —expuso, suave—. No quieres eso en realidad.
—Pero dicen que los borrachos no mienten.
—Por suerte mañana no te acordarás de esto. Vamos a la cama.
—¿A hacer algo divertido? —investigué con una sonrisa pícara.
En respuesta negó con la cabeza.
—¿Por qué?
—Porque no.
—Eso no es una respuesta. —Me crucé de brazos.
—Para mí sí. O por las buenas o por las malas. —Y me llevó por la fuerza en sus brazos hasta mi cuarto para acto seguido dejarme en mi cama.
Protesté para que me bajara. Está bien fuerte, yo no soy exactamente una pluma. Él me arrulló con delicadeza al dejarme sobre mi cama. No tanta porque en realidad me lanzó a la cama, haciendo que me quejara, pero igual lo hizo y lo agradecía.
—Buenas noches, Liam Noah.
—Buenas noches, Cheryl.
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