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XVII

Después de parecer un idiota viendo la puerta, me dispuse a salir como si nada, en cuanto llegue, todo estaba organizando y Víctor estaba hablando con algunas personas, me acerqué a preguntarle que faltaba o en qué podía ayudar.

—Víctor, ¿todo está listo o falta algo?

Él volteó a mirarme y se le dibujo una sonrisa, las personas se fueron y él  se me acercó.

—No, tranquilo, por cierto —se quedó viéndome fijamente—, es mejor que te arregles el problema en tus pantalones.

Me quedé viéndolo, sin entender.

Se me acercó y me dijo en un susurro—. Me refiero a la erección que tienes, no se puede ver mucho, pero se nota, así que es mejor que te arregles.

Él se fue riéndo y yo me quedé callado y pensando, sin darme cuenta tenía la razón, sentía que el pantalón me quedaba muy justo, entre a la capilla y me acomode lo que estaba pasando.

Cuando salí, Víctor ya tenía todo organizado, así que solo me quedaba empezar con los actos.

***

Así se me fue toda la semana, en medio de mi trabajo y lo que teníamos que hacer, pasados esos dias, Víctor me avisó que había hablado con el obispo para volver a la capital al día siguiente.

Esa mañana varias personas salieron a despedirlo, yo iba con él y antes de que el transporte arribará, nos despedimos con la promesa de volvernos a ver y de no perder contacto, además de haber hablado que el nunca diría nada y que me deseaba lo mejor, en cuanto cogió el transporte me fui a la capilla, se me hizo raro que estuviera abierta pero no le puse cuidado.

Iba caminando rumbo a mi despacho, cuando sentí unos brazos rodearme, me quedé quieto y después me di la vuelta, era ella, me solté y ella subió la mirada.

—Hola, perdón por entrar así, pero me dijiste que apenas acabará la semana me querías ver.

—Buenas tardes ¿nadie te vio?

Ella negó con la cabeza y me solté del agarre, empecé a caminar y ella me siguió, sin pensar, entramos a mi habitación.

Me senté en la cama y ella se sentó en mi regazo.

—¿Cómo te fue está semana? No te vi en ningún momento.

—Lo siento, no tenía ganas de estar aquí y menos en la iglesia, no te puedo compartir con ella, me fue bien, ¿ y a ti?—me sonreía y empezó a besarme la mejilla.

—Bien, estoy algo cansado.

Cuando se detuvo de besarme la mejilla, la tome de sus frágiles manos y la acosté en la cama, ella levantó la ceja en forma de protesta, yo me aguante las ganas de reírme, pase la yema de mis dedos por sus piernas desnudas, tome sus pies lechosos y los libere de sus zapatos, luego, hice lo mismo con los míos, en cuanto los puse en orden, me arrodille en el borde de la cama y empecé a acercarme, cuando Alejandra dio cuenta, se acostó y me acomode sobre ella.

—¿Qué más hiciste esta semana? —le pregunté, besándole el cuello.

—Na...nada, so...solo dor...mir.

La oía suspirar y aferrarse a mi camisa, en un momento me incorpore y mirando sus ojos verdes, fui abriendo cada botón de aquella camisa blanca, dejándola en sostén.

Bese su frente y mis labios rozaron en la descencia su nariz pequeña y sus tiernos labios rosas, hasta que llegue al valle de sus pechos.

—Ale, si algo te incomoda, me dices, no quiero que te sientas mal, solo quiero besarte.

Ella solo asintió y cerró los ojos, bese su cuello y chupe suavemente el hueso que sobresalía en ese lugar, con su ayuda le quite el sostén. Sus senos eran pequeños, me cabían en las manos, sus pezones eran rosados y ya estaban crispados por el placer, me acerqué, sacando la lengua, lamiendo con ella aquel delicioso pedazo de piel, llevandome a la boca aquel fruto prohibido, los gemidos de Alejandra eran melodía para mis oidos, ella se aferraba a mi camisa. Levanté el rostro, encontrándome con el suyo sonrojado y el labio inferior mordido, en cuanto no me sintió brindandole atención a sus pechos, abrió los ojos y me vio con algo de molestia, protesta por detenerme, solo pude soltar una carcajada y darle un casto beso. Me levanté y le pase su camisa.

—Ale, es mejor no seguir, no sé que autocontrol tenga y no te quiero lastimar.

Ella asintió y se vistió, antes de irse, se detuvo a verme y me saco el dedo del medio.

Cuando estaba cerrando la puerta oí bajo un "Idiota", me quedé anonado y riéndome de lo que había dicho.

—Esta niña me va a volver loco —pensé,  mientras trataba de acomodar mi pantalón, tenía misa en diez minutos.

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