Los días pasaban con velocidad, ya había sido una semana de aquel episodio el en qué casi no podía respirar. En esta semana no había tenido ganas de comer, no tenía ganas de tomar nada y tenía fiebre, me empecé a asustar, además que mis fuerzas físicas se habían ido a otro lugar, no le había dicho a nadie, porque no quería que sintieran compasión o algo por el estilo.

Solo trataba la fiebre en las noches con compresas de agua tibia, para mantener mis fuerzas físicas, tomaba agua de hierbas ácidas.

Si lo sé soy necio, pero la verdad a mí no me gustaba y no me gusta que me vean enfermo.

Así eran todos mis días, me levantaba sin ánimos de nada, pero sacaba el valor de dónde no lo tenía para poder cumplir con mi labor.

Era domingo el día más importante o eso era lo que se creía, no quería levantarme, pero lo hice.

Estaba bañado en sudor, tenía fiebre, pero a la vez tenía mucho frío, me bañé y arregle, no tenía ganas de comer así que solo salí a abrir el templo.

Ya había abierto el portón, empecé a caminar y sentí debilidad en las piernas, me sostuve de un banco, sentía como si el corazón se me fuera a salir del pecho y empecé a sudar de nuevo, caí de rodillas en el pasillos.

No me había dado cuenta que ya había gente dentro del lugar, sentía que me hablan pero no percibía lo que decían, me faltaba el aire y me dolía el pecho.

¡Erick! Por Dios, esto ya no es normal, pide ayuda, me decía mi subconsciente.

Sentí que me movían el brazo, voltee a mirar a donde sentía la mano y me di cuenta quien era.

—¡PADRE!,¡PADRE!.

—Umm? —dije sin animo, no tenía ni aire para respirar.

—Padre, ¿Está bien?, Padre, por favor.

—Si...si Alejandra, solo dame dos minutos ya me voy a poner bien —dije como pude.

De un momento a otro perdí el conocimiento y lo siguiente que vi fue oscuridad.