La señorita Julia era la maestra de preescolar más guapa que había tenido.

Amable, tan generosa, te miraba con esa dulzura... y cuando hablaba me hacía pensar en nubes. En nubes de algodón de azúcar.

«¡Qué bochorno, Luis, y en la primera tutoría de tu hijo!», me reprendió mi esposa.