Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

24🐼 El pecado de la Hermana Irene.

Llevando puesto un enterizo de vaquero y botas de cuero color marrón que le llegaban a mitad de las piernas, Hazel, mi preciosa novia, estaba aprovechando al máximo su estadía en Texas para poder lucir todo el outfit vaquero que alguna vez había querido usar, sin ningún mesuramiento. Además, se había hecho dos adorables trenzas, las cuales rebotaban sobre sus brillantes hombros con cada paso que daba; las había atado con esas pañoletas multicolores que todas las mujeres siempre usaban, confiriéndole una apariencia aún más juvenil.

Ah, simplemente, Hazel Levezque. Bendito sea el día que fui más rápido que Leo Valdez para hablarle. Bendito sea el día que lo rechazó a él, para darme la oportunidad a mí.

—No me rechazó, ¡me la robaste, maldito panda rompe hogares! —gritó un pequeño Leo imaginario contra mi oreja, que por alguna razón, a veces existía sobre mi hombro como un tipo de pepe duende irritante.

Lo hice desaparecer con un vórtice imaginario.

Perdón hermano, pero se trataba de la mujer de mis sueños como invocada en carne y hueso, y encima, cargando con una apariencia tan pura y hermosa como la de los minerales en la tierra. No iba a dejar pasar la oportunidad, incluso si eso significaba abandonar la banda. Porque, tampoco era un completo insensible de mierda. No podía quedarme a restregarle mi felicidad al amigo que, supuestamente admiraba, besuqueándome con la chica que él había mostrado un profundo interés romántico al principio. Y como Leo había sido el cofundador de la banda, muchísimo antes de que yo me uniera, obviamente, al que le correspondía irse, era, yo.

Afortunadamente, en una charla de hombre a hombre, en el que intentamos exteriorizar nuestros más hondos sentimientos e inseguridades, haciendo acopio de la pequeña educación emocional que la sociedad nos había inculcado desde pequeños, porque éramos hombres y no necesitábamos ser sentimentales. Leo me explicó que, habiéndose tratado de una pelea justa entre caballeros por la mano de una doncella, es decir Hazel, no me guardaba ningún rencor (al menos no uno lo suficientemente serio para matarme por las noches en el bus), y nos brindó la bendición más seria que un mexicano podía dar: La bendición de la Rosa de Guadalupe.

Y, para demostrarme que realmente no le importaba, o convencerme de ello; esa misma noche luego de un concierto, agarró a una chica desconocida del público y se la llevó al bus de tour para coger con ella de forma tan escandalosa que la policía tuvo que intervenir para preguntar si no habíamos secuestrado a alguien. Luego se convirtieron en algo así como novios por los siguientes dos meses, hasta que Jason descubrió que a la chica solo le importaba utilizar su dinero y seducir a Percy.

Pero esa era otra historia. "Anécdotas de la banda". Tan largas y dramáticas que podrían triunfar como el próximo bestseller. En la situación de hoy, ambos nos encontrábamos caminando por un extenso patio de césped color verde y amarillo, y flores que habían sido plantadas a los costados del alambrado. Enfrente, había un rectangular edificio de aspecto viejo pero bien cuidado, con una gigantesca campana colgada de una torre, igual al que tienen las iglesias, brillando bajo los intensos rayos del sol.

"Orfanato Santo Tomas de Aquino", se leían las letras talladas en un tablero de madera.

—Allí es donde Leo creció hasta que cumplió la mayoría de edad —nos había dicho Jason antes de irse de la casa. Había vuelto a alquilar dos nuevas camionetas, ya que Nico se hallaba desaparecido en acción, con la primera (desaparecido bajo las sábanas con Will, estoy seguro). Acompañado de Percy en el asiento copiloto, Jason se sentó tras el volante y nos envió un guiño—: ¿Piensan ir a ayudarlo? Envíenle un saludo de mi parte cuando lo vean, y díganle que me ofende muchísimo su falta de confianza en mí. Si digo que no me atreveré a hacer tal cosa, es porque no lo haré. Mi palabra es ley —hizo un gesto con los dedos— palabra de explorador.

Percy se asomó por encima del hombro de su mejor amigo, y me regaló una anodina cara de póker.

"Éste no aguanta ni tres segundos" —dijeron sus ojos, antes de ocultarse lentamente detrás de su espalda, de vuelta.

—Mmm... ¿de qué estás hablando? —Le pregunté, con un desconcertado ceño fruncido, idéntico al que Hazel lucía ahora, a mi lado.

—Solo díselo —se limitó a contestar Jason, y con una Stratocaster de más de mil millones de dólares en la guantera y un guitarrista profesional, el mejor de su generación, genio innato, quizás con más valor que la Stratocaster por cada uno de sus dedos; arrancó la camioneta y se marchó.

Después de eso, dejando a Lucas al cuidado de la casa, quien, sospechosamente le envió una sonrisa sugerente a Doroty (cuando pensó que nadie lo estaba viendo), la chica que trabajaba en la casa y la que juraría se había estado escabullendo en la habitación de Leo las últimas noches para, supongo, cumplir sus horas extras con el patrón. Y, aparentemente... Ah, da igual, ¿que era un corazón roto más para Leo?

Seguidamente, Hazel y yo hicimos una rápida parada en el pueblo, y treinta minutos después, aparcamos aquí.

—Estás muy callado —dijo de repente Hazel, sacándome de mis pensamientos. Ya casi habíamos llegado delante de las puertas del orfanato, pero se detuvo para descansar las manos, puesto que las bolsas repletas de juguetes y comida no perecedera que cargaba, pesaban mucho, y le habían dejado marcas rojas alrededor de las palmas. Hice el amago de recogerlas, pero como había esperado, ella simplemente alzó una mano en señal de stop—. No te preocupes. Y tú ya estás llevando demasiadas cosas.

En efecto, sostenía en mis brazos tres cajas repletas de víveres, como donación para los huérfanos, y entre mis dedos, cuatro bolsas llenas de lo que sea que Hazel había comprado. Sin embargo, si decía que podía llevar más, no era sólo para quedar de chulo frente a Hazel, sino que en verdad no había usado ni la mitad de mi fuerza aún. De todos modos, sabía que era una pelea perdida, por lo que me limité a observarla, mientras ella volvía a recoger las bolsas, y finalmente, nos deteníamos en la entrada.

Voces y gritos infantiles se oían desde el interior, ligeramente amortiguadas detrás de la puerta de doble hoja. Esperé pacientemente a que Hazel la abriera, no obstante, después de unos largos segundos parado mirando los arabescos de la madera, me giré hacia ella. Atisbé que su expresión lucía extrañamente ansiosa. Sus brillantes y carnosos labios poseían una pequeña mueca de preocupación.

—¿Qué ocurre? —Le pregunté, y me pareció ver que se encogía un poco, como si algo la asustara.

—No es nada —respondió en voz bajita. Me envió una fugaz mirada de soslayo, y ya sea por el sol de Texas o por alguna emoción secreta, sus grandes y redondeados ojos dorados parecían brillar más de lo normal. A continuación, mediante un suave empujón, Hazel finalmente se decidió a entrar.

De inmediato, el discordante y agudo chillido de los niños y otros ruidos, que provenían del jaleo de mover sillas, platos, vasos y cubiertos; fue tan brusco y alto que no pude evitar soltar una mueca de incomodidad. Mis sensibles y frágiles oídos de músico me rogaron misericordia y que huyera lo más pronto posible de allí, sin embargo, al notar el rostro de Hazel repentinamente animado; me obligué a adaptarme al estruendo.

La voz de Hazel farfulló casi sin aire por la impresión:

—¡Hay un montón de niños!

Efectivamente, estaban dentro de lo que parecía ser una sala común y que hacían uso como comedor, porque habían un montón de chicos comiendo; se hallaban de todas las edades, arrancando desde los que parecían tener cinco años hasta los que se veían de dieciséis, éstos últimos eran pocos, y en lugar de comer, estaban ayudando a los más pequeños a cortar la carne, limpiarlos, y en general, evitando riñas entre los demás. Como aquel niño de la esquina, que pensó se ganaría el amor de una niña después de lanzarle una ala de pollo en el cabello.

Habían colocado cinco largas mesas en cada lateral de la sala, habiendo en total diez de ellas. La mayoría de los niños se encontraban sentados en los taburetes, almorzando con entusiasmo algo que, por el delicioso aroma, incluía pollo y verduras fritas. El resto de los traviesos, se hallaban corriendo alrededor de la sala, riendo, chillando; y meneando cucharas a lo alto como si fueran espadas. Uno de ellos que, venía persiguiendo a otro, por lo que no prestaba atención en su camino; terminó chocando contra las piernas de Hazel y se cayó sobre su trasero aparatosamente.

—Oh, no, lo siento mucho —toda la dulzura que Hazel era capaz de arrojar, y era mucha, se filtró en su voz ahora. Sus ojos se volvieron aún más miel, y su sonrisa fue tan suave como el arrullo más gentil de una abuelita— ¿te hiciste daño, bebé?

Claramente el niño no era un bebé, parecía que acababa de cumplir los ocho años, sin embargo, cualquiera que pudiera evocar la ternura de Hazel, plantas, animales, cosas; incluyendo un enorme hombre de veinticinco años con barba y abultados músculos, ella siempre lo denominaría automáticamente como: "bebé".

El chico alzó la mirada hacia Hazel, y por un instante, pareció quedarse totalmente deslumbrado por ella. Tenía unos expresivos ojos marrones que se llenaron de asombro cuando contempló al ángel que se acercaba para echarle una mano y levantarlo. Pero entonces, esos ojos se movieron instintivamente hacia "algo" detrás de ella, hacia el gran hombre de más de un metro noventa; barba, tatuajes, piercings y músculos más grandes que su cuerpo, y, bueno, no podía culparlo por el terror que inundó todas las líneas de su rostro en ese mismo segundo.

Antes de que pudiera poner una expresión menos de "llevo niños desmembrados en estas cajas", aún sin levantarse, el niño echó un chillido, se dio la vuelta; y huyó a rastras por debajo de las mesas como si tuviera la cola en llamas, hasta que Hazel, ni yo, pudimos verlo más. Con el corazón desconsolado, Hazel retiró la mano que había extendido para ayudar, se giró hacia mí, y con los brazos entrecruzados, me miró enfadada.

—Se asustó por tu culpa —dijo, poniendo un inflado puchero sobre sus cachetes—. Te dije que te afeitaras la barba para venir.

Estaba a punto de señalarle que mi "barba" no era precisamente el único problema en mi apariencia, sin embargo, nuevamente, alguien me interrumpió cuando apenas iba a mover los labios.

—¡Oh, hola! —saludó una voz amable a mi costado. Cuando me giré, vi a una monja de apariencia joven y jovial, tenía un velo blanco en la cabeza (por lo cual se ganó mi respeto, porque usar tal tela en la cabeza, ¿con este calor? Tenías que tener una voluntad de hierro, o llevar bolsitas de hielo debajo del pelo). Sus manos sujetaban los bordes de una olla gigantesca que casi estaba vacía. Nos miró a Hazel y a mí, luego a las cosas que traíamos en manos y sus ojos se iluminaron como farolillos—. ¡Ah, vaya! ¿Ustedes deben ser amigos de Leo, verdad?

—¿Cómo lo sabe? —pregunté sin pensar, y Hazel me dio un disimulado pellizco en la espalda baja. De acuerdo, sí, pregunta estúpida.

—Era una simple suposición —contestó de igual modo la monjita, echando un rápido vistazo a mis brazos y tatuajes, para luego soltar una pequeña risita—. Pero acerté —seguidamente, su voz adoptó un tono más solemne—. ¡Por favor, sean bienvenidos! Pueden dirigirse a mí como la Hermana Irene. Encantada de conocerlos.

—Igualmente —asentí educadamente, puesto que no podía usar las manos para estrechar las suyas. Aunque no es como que ella tampoco pudiera—. Mi nombre es Frank Zhang, mi novia es Hazel Levezque. Lamento si hemos llegado en un mal momento, solamente queríamos pasar a dejar un par de cosas que tal vez les serían de ayuda.

—Realmente se los agradezco, en nombre de todos los niños y las servidoras del Orfanato, ¡muchísimas gracias! No cabe duda de que son amigos de Leo. Igual de generosos que él —exclamó con fervor—. ¡Oh, espera, cariño, no hace falta!

A medida que nos había presentado, Hazel había dejado las bolsas en el suelo cerca de mis pies, para acercarse a la Hermana Irene a ayudarla a sostener la gigantesca olla de sus manos, del cual se desprendía un aroma tan delicioso que, dentro de mi boca; litros y litros de baba estaban prácticamente acumulándose y a punto de desbordarse por mi barbilla. Mi estómago rugió como el de un oso hambriento, y por el rabillo de mi ojo, observé que había logrado espantar a dos niñas que, con platos en manos, solo se habían acercado para pedir una ración más de pollo.

—Por favor, déjeme ayudarla —pidió Hazel con voz amable, y poniendo las manos sobre el borde del recipiente para compartir un poco el peso con ella. Por otro lado, la Hermana Irene lucía como escandalizada, como si le hubiera pedido a la mismísima Rihanna que le sostuviera la olla en sus delicadas manos.

Lo que ella no sabía era que, a pesar de provenir de una familia bien acomodada y ser actualmente famosa, Hazel nunca había sido el tipo de mujer muy quisquillosa y presuntuosa. Era linda y sencilla. Si brillaba, no era más que el destello de su propia alma y su propia naturalidad haciendo gala. Es cierto que al principio, su belleza me había enamorado, hizo latir mi corazón como un alocado riff, pero después, la humildad de su corazón entre otras cosas me hizo amarla de forma irreversible.

—Descuida, descuida, ya no pesa tanto —iba diciendo la Hermana Irene, luego, con un suspiro de derrota, la guió para que la ayudara a dejar la olla sobre el borde de una de las mesas—. Está bien, dejémoslo aquí. De todos modos, acababa de servir al último niño. Muchachito, tú puedes dejar esas cajas cerca de la pared. Más tarde, algunos de mis chicos vendrán a recogerlas. Otra vez, ¡muchísimas gracias! ¡Benditos sean! ¡Dios se lo pague!

⚠ ️ Importante ⚠ ️ cuando vean las cursivas es que están hablando en español.

Mientras yo iba poniendo las cajas contra la pared, y también ordenaba las bolsas de Hazel, ella y la hermana a Irene se enfrascaron en una alegre charla sobre lo bien que se veía y olía el estofado de pollo, sobre la bonita decoración rústica del lugar; las cortinas, el campo, los árboles.

H. Irene: Uy, ¡esas botas que llevas están de infarto!

Hazel: ¡Gracias, estaban en rebaja! ¡A mí me gusta tu velo!

H. Irene: ¡Gracias! Es 100% algodón y súper comodísimo.

Y ese tipo de cosas que las mujeres suelen mencionar cuando quieren agradarse la una a la otra.

Cuando regresé junto a Hazel, para pararme a su lado como un tipo de gorila de seguridad, ambas habían trasladado la conversación hacia Leo. La Hermana Irene nos contó algo sobre su infancia, unos rasgos generales sobre su adolescencia, y luego, sobre toda la caridad que había estado llevando a cabo para la institución desde que había obtenido los recursos económicos necesarios para ayudar.

Debo admitir que me sorprendió un poco enterarme de esta pequeñísima parte, muy cuidadosamente escondida de la vida de Leo. Siempre lo había creído como una persona que no podía tomar nada en serio. Como el niño que nunca podía agarrar responsabilidades. (Me hizo respetarlo un poco más). También fui consciente del repentino brillo adquirido en los ojos de Hazel mientras oía sus hazañas. Asombro, y una mezcla de orgullo y ternura podían verse reflejados en su semblante. (Me hizo sentir un poco celoso).

Fue solo un chispazo que duró unos microsegundos, pero bastó para llenarme de culpa. ¿Acaso era tan cavernícola para molestarme porque mi mujer mostraba algo de admiración por otro hombre? Mi cabeza se estaba llenando de pensamientos de auto expiación cuando en eso, sentí, de forma fugaz, que unos pequeños y suaves dedos le daban un sutil y cariñoso roce a los míos. Por supuesto que Hazel sería capaz de notar las olas de tensión que mi cuerpo expulsaba. Nunca, nada, pasaba de ella desapercibido.

Me envió una mirada de soslayo que contenía una interrogante, pero yo simplemente coloqué una pequeña sonrisa sobre mis labios y le di un apretón a su mano. En otras circunstancias estaba seguro que hubiera insistido, pero ahora le fue imposible.

—Ustedes deben ser muy especiales para Leo —continuaba hablando la Hermana Irene, al mismo tiempo que servía otro plato de estofado de pollo, al niño que se había acercado a ella con timidez—. Es la primera vez que trae unos amigos aquí.

—La verdad es que... Frank y yo hemos venido por nuestra cuenta —admitió Hazel, sonriendo cálidamente hacia el niño que, al sostener su plato lleno de comida nuevamente, se fue casi corriendo de vuelta a su lugar en la mesa—. Leo no tiene ni idea de que estamos aquí.

—Hablando de Leo —interrumpí suavemente— ¿sabe dónde está él, hermana?

Por alguna extraña razón, algo como el nerviosismo pareció brotar del rostro de la monjita. Empezó a juguetear con la punta de sus dedos índice y medio, mientras sus ojos se movían por todos lados.

—Oh, ellos... digo, él... ¡Ah, miren, ahí está la Hermana Laura! —De súbito lució como si hubiera sido liberada de unos inquisidores. Hazel y yo compartimos una rápida mirada, en tanto la monja se dirigía inmediatamente hacia adelante, para traer del brazo a otra monja que tenía el semblante más hosco y menos benevolente que había visto en una—. Hermana Laura, ellos son los amigos de nuestro querido Leo. Acaban de llegar. Y han traído todo tipo de ayuda —hizo un gesto con las manos hacia las cajas pegadas contra la pared. La hermana Laura les dio una ojeada con poco interés. La Hermana Irene no fue consciente de esto, o fingió que no lo notaba. Finalizó—: ¡¿No es maravilloso?! Las bendiciones no han parado de llover sobre nosotros en todo el día.

Cuando los fríos y penetrantes ojos de la Hermana Laura cayeron sobre mí, no sé por qué presentí que ella deseaba darme unos tremendos azotes en el trasero con una regla de hierro. Contuve el impulso de esconderme detrás de Hazel. ¡Tal vez debería haber traído una chaqueta encima para esconder mis tatuajes! ¡Esa mujer del señor parecía querer despellejarme vivo, para fregar mi piel y volvérmela a coser limpia! Sufrí un escalofrío.

Luego, sus acusadores ojos se trasladaron sobre los de Hazel, y repentinamente, pero no extraño, su expresión se suavizó notoriamente. Pronto, se inclinó ligeramente hacia ella, juntando las manos a la altura de su estómago y bajando los párpados en pos de respeto, habló:

—Muchas gracias por tu colaboración —su voz era suave e increíblemente solemne—. Desde hoy, la pondré en mis oraciones para que el señor la ilumine y bendiga su camino— me envió una mirada inquina— Y para que las malas influencias se alejen de usted.

"Eh... Creo que estoy empezando a creer que no le agrado a la Hermana Laura".

—Me complace mucho escuchar eso —Hazel respondió inmediatamente, con un leve rubor sobre sus mejillas—. Me llamo Hazel, y él —me tomó de la mano, y su sonrisa se extendió de forma hermosa sobre su rostro, iluminándola como un par de monedas bajo el sol— es Frank, mi novio.

La hermana Laura se llevó una mano al pecho, como si Jesús hubiera descendido de los cielos para darle un puñetazo.

—Ah... incluso los mismísimos ángeles deben ser salvados —dijo, en un idioma que no entendí, pero por la cara de abatimiento que puso, y los ojos amplios de la hermana Irene, advertí que no había sido algo precisamente bueno— . Señor, ¿dime qué debo hacer?

—Disculpe, ¿qué está diciendo?— Me arriesgué a hablar.

La Hermana Irene se apresuró a contestar, con ligero nerviosismo en su voz:

—¡Ah!, solo dijo que parecen ángeles del cielo, ¡nuestros ángeles salvadores! —Acto seguido, echó una risita, que se detuvo abruptamente cuando la Hermana Laura se giró hacia ella, con los ojos entrecerrados.

Hermana Irene —comenzó la aludida— , por cierto, ¿dónde se encuentra la joven Calipso y nuestro "querido" Leonidas.

—¿Tú entiendes algo de lo que dice? —me susurró Hazel a hurtadillas.

—No —respondí resignado. Aparte de los nombres, no podía comprender nada.

—Oh, ellos... —de nuevo, una expresión muy sospechosa apareció sobre los rasgos jóvenes de la hermana Irene. Parecía querer escapar, como yo, hace unos momentos, pero de igual modo, se mantuvo firmemente de pie delante de todos—. Pus... ¡Estarán por ahí! Qué se yo, haciendo sus cosas...

La Hermana Laura tomó una honda, y serena inhalación, antes de hablar:

—Hermana Irene —una ceja aterradora empezaba a levantarse en su rostro, al mismo tiempo, su mano se alzó para sostener el crucifijo que llevaba en el cuello como si con este gesto, pidiera fuerzas para continuar— podría ser, que acaso usted, haya orquestado algún tipo de plan secreto para que dichos jóvenes pudieran terminar en un determinado momento a solas, y que ocurriese lo que Dios no quiera que esté ocurriendo.

El rostro de la hermana Irene se había congelado, y sus ojos estaban muy abiertos y tiesos como los de una estatua. Y con un tic en la ceja que empezaba a ser visible, la Hermana Laura continuó:

—A sabiendas de que el joven Leonidas es un conocido don Juan, y que no ha habido mujer en este pueblo, que se haya podido resistir a caer en el pecado de la lujuria con él. Y que la joven Calipso, siente cierta admiración y respeto hacia él, al tratarse del benefactor del orfanato.

El tiempo pareció alargarse, el sonido a nuestro alrededor como si se hubiera amortiguado.

La Hermana Laura dio dos pasos firmes hacia ella.

—¿Hermana Irene?

—Puedo explicarlo...

—Ay, Dios bendito —La Hermana Laura se llevó la otra mano a la cabeza, sosteniéndola como si fuera a caérsele.

—No sé qué está pasando —me dijo Hazel en un susurro— pero presiento que Leo y Calipso deben estar más que hablando ahora mismo. —Justo cuando terminó de hablar, su atención se desvió hacia el niño que había chocado con ella en un principio, que ahora se hallaba debajo de la mesa, mirándola nuevamente con contenida emoción. Hazel estaba más que encantada de verlo de vuelta. Saludó—: ¡Ah, volviste! ¿Cómo estás, bebé?

El niño sonrió inmediatamente, con una mezcla de vergüenza y alegría pura. Alzó la mano, le hizo un rapidísimo saludo, y luego salió huyendo de nuevo, deslizándose por el suelo como una viborita.

—Que tierno... —musitó Hazel con una risita. Pero yo estaba más concentrado en tratar de adivinar el taka taka que utilizaban las monjas delante de mí.

Por favor, escúcheme un momento, hermana —La monjita Irene juntó las manos suplicante—. Solo piénselo, no es malo para ninguno de los dos. De hecho, creo haber hecho una buena obra. Leo necesita una buena mujer en su vida que le dé mucho amor, ¿quién mejor que la generosa Cali? Y ella, pues, ejem, como lo digo... Leo tiene cierta estabilidad económica... ella podría...

¿Pretende juntarlos para que Calipso sirva de algo así como un "amarre" para que Leo se quede indefinidamente en Texas y así conseguir una... una inagotable fuente de donación monetaria? —finalizó la Hermana Laura escandalizada.

La Hermana Irene alzó las cajas en alto, abrió los labios, los cerró, y finalmente los volvió a abrir:

—La verdad me sorprende que haya descifrado tan bien mi plan, y además, mejorarlo, porque yo solo estaba pensando que con Leo aquí, el turismo se impulsaría bastante y tendríamos más ventas con el queso y la leche... —le dio unas palmaditas al brazo de su compañera—. Pero tu idea es aún mejor, hay que usarla.

¡Hermana Irene! —Su voz chillona adoptó un tono recriminatorio—. ¿Sabe usted que está cometiendo el pecado de la avaricia?

La monjita Irene lució consternada.

—¡Pero si lo hice todo por los niños!

—¡Da igual! ¡Los está juntando como si fueran perros para engendrar crías! —Acto seguido, le dio la espalda—. Hermana Irene, diríjase a la capilla inmediatamente. Rece cinco Ave Marías y diez padres nuestros. Y ruegue porque Dios misericordioso, la perdone por este vil acto suyo.

Oh, eso sí, lo entendí. Finalmente, ja, já.

—No hice más que darles un momento a solas... Quizás solo estén hablando ahora mismo —pronunció lastimeramente la Hermana Irene, y por fin tuve una vaga idea de lo que habían estado hablando—. Quizás no se lleven bien...

La Hermana Laura simplemente contestó, enunciando cada palabra, lenta, y pesadamente:

—Ninguna. Mujer. En. El. Pueblo.

—Oh, ya lo entendí todo —dije, sin hacer mucho ruido—. Bueno, más o menos, ¿Hazel?

Me giré para poder chismosearlo con ella. Sin embargo, ella ya no estaba a mi lado. En algún momento, se había dirigido a una de las mesas que estaba en medio de la sala, para poder conversar con los niños y niñas que almorzaban allí. El niño del principio, de grandes ojos marrones estaba allí, y estaba caminando hacia Hazel con paso cuidadoso. Se le veía emocionado y algo sonrojado, así que deduje que el estofado de pollo que estaba llevando en sus manos, estaba destinado para que Hazel lo degustara.

Hazel estaba halagando el peinado de una niña rubia en ese momento, pero cuando notó al niño iba acortando la distancia con ella, vio lo que traía en sus manos y lo supo, toda su atención se concentró en él, y en sus ojos, incluso desde la distancia, pude sentir la fuerza de sus emociones escapando de ellos, y envolviéndola como una manta. Una de sus manos se dirigió a su pecho, sujetándose de la tela de su enterizo, como si acabara de sentir su corazón rompiéndose de tanta emoción. Y amor.

Entonces, en ese preciso instante, su rostro se giró lentamente al mío; sus ojos penetraron mi alma como aquella vez que me miró por primera vez. Entre todo el ruido del lugar, encontré silencio mientras nos contemplábamos, y un claro entendimiento. De repente comprendí porque se había visto tan nerviosa antes de entrar aquí, porque incluso antes de salir de la casa de Leo, me había tomado de la mano en silencio, y, me había mirado con una intensa interrogante bordeada de miedo.

Antes de que pudiera saber exactamente qué sentía o pensaba acerca del deseo de Hazel, observé muy tarde, antes de que pudiera advertirle, como uno de los niños sentados en la mesa, con toda la malicia típica de la que eran presa los niños a esa edad, sacaba súbitamente un pie para ponerle un zancadilla al chico que con tanto esmero, y casi cumpliendo su trayectoria, había estado llevando el plato en sus manos como si se tratase de agua bendita.

Por supuesto que tropezó, y por supuesto que el plato salió volando, desafortunadamente, todo el contenido se volcó encima de Hazel, ensuciando toda su ropa, piernas y botas.

El plato, que era de metal, se cayó al suelo y provocó un gran estruendo. Pero aquel ruido quedó rápidamente amortiguado por las escandalosas carcajadas de los niños a su alrededor. Todos los niños y niñas se reían, golpeando mesas y apuntando. Y para un adulto esto no significaría nada, incluso se uniría al tumulto para reírse de sí mismo.

Pero para un niño de ocho años significaba el infierno. Todos se burlaban de él y era la peor de las humillaciones del mundo. Y aún más horrible, acababa de tirar toda la comida sobre el ángel que había sido amable con él. Probablemente la había hecho enojar, definitivamente ahora debía odiarlo. Había querido darle una buena impresión, para que lo quisiera, y ahora había quedado como un tonto enfrente de ella.

Eso era lo que seguramente pensaba el niño, cuando se puso de pie a trompicones y luego salió corriendo para salir por las puertas del comedor.

Hazel me miró, y siguió al niño.

Y yo, por supuesto, la seguí a ella.

Siempre la seguiría a cualquier lugar que fuera.

Un lindo y calmado frazel, después de la salvajada de Jason y Archie en el capítulo anterior. Yo creo que es un buen equilibrio, y era justo y necesario, esta pareja para limpiarles un poco el alma de las cochinadas. Verdad que sí.

Quería saber, ¿qué es lo peor que han leído en un fanfic o libro que los traumó?

En mi caso, fue una escena del libro "El sistema de autosalvación del villano escoria", en la parte donde el binghe original aparece para el castigo de Shen. No daré más espoiler.

Espero que les haya gustado ♡ Gracias por estar aquí leyendo. Nos vemos en otras de mis historias. ¡Bye! 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro