VI
Trafalgar Law
Timonera, isla del Nuevo Mundo.
Esa era nuestra siguiente parada. Algo rutinario. Solo necesitamos víveres y hacer recados personales, así que no vi problema a que Noelle también fuera de compras. Además de que ella me lo pidió expresamente la noche anterior y no fui capaz de negarme ante su insistencia. El único requisito que impuse al acceder fue que no andara por ahí sola y la solución a eso consistió en que se convirtiera en mi acompañante durante toda la mañana. En un inicio no me gustó la idea porque tendría que estar pendiente de ella, pero parecía tan emocionada por aquella excursión que no puse más inconvenientes.
Ikkaku, Sachi y Jean Bart irían a buscar las provisiones más importante y otro grupo más pequeño se encargaría de los encargos de aquellos que quedaban en el Polar Tang. Por otro lado, yo iría a un par de librerías con la intención de encontrar algunos libros y documentación sobre la isla que podría convertirse en poco tiempo en nuestro próximo objetivo. Primero debería discutirlo con Mugiwara-ya, pero, por lo descerebrado que resultaba siendo ese chico, imaginaba que no pondría muchos problemas a mi propuesta.
De tal forma, emergimos y atracamos en el puerto de Timonera. Ordené que retiraran la bandera del mástil, desconfiado, y cada grupo se dispersó por la ciudad en un abrir y cerrar de ojos. Al fin y al cabo, solo teníamos unas horas antes de que el tiempo corriera en nuestra contra y las calles se llenaran de personas curiosas y de marines que nos descubrirían más pronto que tarde. Tras mi alianza con Mugiwara-ya, todos los puertos del Nuevo Mundo en los que habíamos atracado las últimas semanas parecían estar avisados y eran mucho más rigurosos en las inspecciones de barcos, por lo que debíamos ser rápidos.
Por suerte, Noelle no me dio ningún trabajo. Pensé que se extraviaría y que, de repente, desaparecería de mi lado porque algo le había llamado la atención en los puestos del mercado. Sin embargo, me equivoqué al creer eso, pues únicamente lanzaba miradas largas a los expositores, pero no se detenía en ninguno salvo si yo lo hacía, suceso que apenas ocurrió dos veces antes de que llegáramos a la primera librería. Allí encontré varios mapas que nos serían útiles. Ni siquiera tuve que llamar a Polaris porque se mantuvo a menos de un metro de mí todo el tiempo.
Así transcurrieron un par de horas y, con todos los libros y mapas que perseguía bajo mi brazo, decidí entrar a un último establecimiento. Este ofrecía todo tipo de productos y, sinceramente, yo ya había encontrado todo lo que quería, no obstante, se me antojó una buena manera de que ella pudiera ojear más cosas. No sabía si buscaba algo en concreto. Tampoco le pregunté. No pretendía ser un entrometido, por lo que me perdí entre los pasillos a propósito y terminé en una zona de cosmética justo después de dejar a Noelle revisando nuevas estanterías con más libros. El pensamiento de que pudiera aburrirse de mi largo periplo por las librerías de Timonera desapareció en la primera de las mismas; ella parecía más interesada que yo en los tomos que plagaban las estanterías de las tiendas a las que fuimos. Me di por enterado y asumí que no quería más que revisar cualquier libro que cayera en sus manos.
La posibilidad de que me pidiera husmear en otro lugar diferente era ya inexistente y una parte de mí se decepcionó. No me importaba que un capricho suyo nos llevara a otro establecimiento de la zona, pero no había cosa que llenara más su mirada que abrir un libro y leer las primeras páginas. Saber que amaba de aquella manera la lectura suplió la decepción por un regocijo que no logré aplacar. Que compartieramos uno de mis hobbies favoritos me hizo más feliz de lo que estaba dispuesto a reconocer.
Después de hacer una compra de última hora y guardarla en mi bolsillo, me aclaré la voz, preso del nerviosismo, y fui a buscarla a la sección de librería. No estaba en el mismo pasillo, pero la encontré antes de alarmarme. Estaba tan atenta a lo que el libro que tenía en sus manos le contaba que no me notó. Decidí darle un poco más de tiempo e inspeccionar el pasillo colindante por mi cuenta, pero, estúpido de mí, ningún libro conseguía atraparme ni la mitad que ella. De verdad comencé a pensar que haber pasado la mañana con Noelle me estaba afectado de un modo extraño, aunque en lo más hondo de mi pecho sabía que no era reciente. Ya me sentí así desde el primer día, mientras ella seguía inconsciente en la camilla de la enfermería y yo no podía dejarla sola por si su estado empeoraba. Esa sensación se había repetido a lo largo de los quince días que había estado con nosotros, pero se disparó mientras estuvimos en aquella tienda.
Cogí un libro cualquiera y me aposté en la esquina del pasillo para no perderla de vista. A pesar de que abrí el volumen y de que pasé algunas de sus hojas, no leí ni una mísera palabra; mis pupilas estaban obsesionadas con su figura, con la curvatura de sus dedos cada vez que se recogía un mechón de cabello tras la oreja izquierda y con el movimiento de sus labios cada vez que encontraba algo interesante en aquel libro. Había otros tantos detalles que también me hacían tragar saliva, pero me niego a enumerarlos porque pasaría un bochorno que no quiero recordar.
Así pasaron los minutos y perdí la noción del tiempo. Bajé la guardia por completo hasta que ella volvió a la realidad y cerró el libro para buscarme. Dio conmigo y yo, extrañamente torpe, bajé la cabeza y fingí estar concentrado en mi lectura. Con el calor espolvoreado por mi rostro, leí por primera vez lo que había escrito en aquella página aleatoria que mis dedos escogieron por puro instinto.
Era un poemario y el título del poema que tenía ante mí me ruborizó todavía más. Sin embargo, ya fuera por insensatez o por curiosidad, leí el primer verso de la composición:
AMOR
No me harto de mirarte.
La garganta se me cerró, cortando el flujo de aire.
Sí, no me cansaba de mirarla.
Y continúe leyendo:
Te devoro con los ojos, me quemo y me consumo en la hoguera que brota de tu cuerpo.
Mi piel, hermana de las ascuas, ardía endemoniada.
Sujeté con mayor firmeza el libro.
Y el deseo no deja de crecer mientras hablas o callas o te mueves o permaneces quieta, como si el silencio o la voz, el movimiento o la inmovilidad no fueran más que ejercicios de mera seducción, y un dios con alas no te hubiese honrado con la prerrogativa indeclinable de transmitir amor a todas horas. Un loco amor de filos agudísimos que penetra en la carne y amenaza con quedarse en el alma para siempre.
Esos filos agudísimos debieron sesgarme la respiración.
—¿Es interesante?
El acto reflejo consistió en cerrar de golpe el libro, a lo que Noelle se sorprendió, retrocediendo ligeramente para contemplar mi semblante desde una mejor perspectiva.
—¿Qué?
Ella batió sus pestañas.
"... Como si el movimiento o la inmovilidad no fueran más que ejercicios de mera seducción ...".
—Parecías muy metido en la lectura —Me puso al tanto de lo que había percibido y se inclinó con el objetivo de leer el título del volumen que mis manos castigaban. La cortina de su pelo negro me despistó durante medio segundo—. ¿De qué trata? ¿Es una novela?
—No —Lo giré, impidiéndole leer—. No creo que te guste —Noelle frunció el ceño de la forma más enternecedora y aplastante que tuve el placer de presenciar desde que nuestros caminos se cruzaron—. Es ... Es muy aburrido.
Y corrí a encajarlo en el hueco que había quedado vacío en la estantería, agradeciendo que estuviera localizado en una balda demasiado alta para ella. No quise leer el nombre del autor ni el título del libro porque sabía que no los olvidaría si los averiguaba. Pero, lamentablemente, esos versos se habían grabado a fuego en mi corazón, que aligeraba su marcha.
Ni la mayor maratón me habría dejado tan desalentado y conmocionado como aquel corto poema. Aunque la conmoción aumentó, se triplicó cuando sentí el dorso de su mano helada en mi mejilla. Desvié la dirección de mi mirada, dando de lleno con sus ojos grises.
—¿Tienes calor? —inquirió.
—Un poco.
Eso fue todo lo que acerté a decir sin atragantarme con mi propia voz.
—¿Vamos fuera? —Sugirió ella, alejando su pálida mano de mí.
—Claro.
Y la seguí hasta la salida como si controlase hasta el último músculo de mi cuerpo. Aquel hechizo se deshizo en cuanto los rayos de sol me dieron la bienvenida a la transitada calle del distrito comercial. Noelle me observó, a la espera de alguna directriz, pero no dije nada, avergonzado de mi propio comportamiento, e inicié una marcha sin rumbo para regresar al Polar Tang antes de que hiciera alguna estupidez.
—¿Ya has comprado todo lo que querías? —me preguntó al cabo de un minuto.
—Sí.
Al responder, comprobé que caminaba a mi derecha, sin separarse demasiado de mí. Había tanta gente por la zona que no quería perderme en el tumulto, así que yo aminoré un poco el paso y ella se acomodó a un ritmo más moderado mientras hacíamos el camino de vuelta al puerto.
—Me alegro —contestó.
Me di cuenta de que se cubría la frente con la mano, a modo de visera. Caí entonces en el detalle de su temperatura, en que no era igual a la mía, y que, seguramente, el calor la molestaba muchísimo más que a cualquier persona normal. No sudaba demasiado, pero sí lucía agotada, cosa que me preocupó sobremanera.
Por precaución, no salí con mi gorro de siempre en su lugar, elegí una gorra cualquiera que cubriera mi rostro lo justo y necesario para que nadie pudiera reconocer en mí al pirata que empapelaba los muros de la ciudad junto a Mugiwara-ya. Noelle no vio los carteles de busca y captura y, si lo hizo, optó por no hacer ningún comentario al respecto. De repente, sentí más importante que ella se ocultara del fuego solar que derretía Timonera a esas horas de la mañana a que alguien me identificara.
Al colocarle la gorra sobre la cabeza, ella alzó la mirada con la esperanza de encontrar una explicación, pero yo me apresuré a otear el horizonte de cabezas.
—¿Estás cansada? —Titubeé, inquieto.
—Qué va —Lo negó, aunque no era cierto—. Hacía tiempo que no caminaba tanto. Es reconfortante.
Me disponía a desmentir su respuesta cuando noté algo no muy lejos de nosotros. Mi haki de observación era bueno a pesar de la cantidad de estímulos que recibía en calles concurridas como aquella. No las tenía todas conmigo; podía ser una coincidencia, alguien importante que emanara un haki fuerte y que estuviera allí casualmente. Podía suceder, por lo que guié a Noelle para que girara en un intersección incorrecta solo para saber si esa persona imitaba el gesto. En el momento en que sentí su energía en nuestra dirección, asumí que no era una confusión.
—Nos siguen —le dije en voz baja.
—¿Qué? —replicó ella.
—Hemos llamado demasiado la atención —Me lamenté, reorganizando nuestro plan de escape.
—Pero si no hemos hecho nada extraño ... —comentó, pensativa.
—Cada vez es más difícil atracar en una isla sin despertar sospechas —Le expliqué.
—¿Por qué? —Naturalmente, ella no conocía lo acontecido hacía ya tres semanas en Dressrosa—. Se qué sois piratas buscados, pero ...
Me resigné. Había intentado mantenerla al margen del asunto porque no era de su incumbencia y porque su falta de memoria no dejaba de ser misteriosa a mis ojos, pero, llegados a ese punto, con unos tipos persiguiéndonos, no me quedaba más que informarla. Por lo tanto, agarré el periódico que había comprado a primera hora y lo saqué del paquete.
—Toma —Se lo ofrecí y Noelle lo sujetó con premura—. Después de hacer algo así, se rifan nuestras cabezas y lo último que quiero es mostrarle a Kaidou dónde estamos.
Ella leyó el titular varias veces y terminó preguntándome por lo que ese pedazo de papel decía.
—¿Derrotaste a Doflamingo? —interrogó, dejándose llevar por la estupefacción y el asombro.
—Técnicamente, no fui yo —Corregí.
—Pero tu cara ... —balbuceó, contemplando las imágenes impresas en la portada del periódico.
Le arrebaté la voz al coger su muñeca y tirar de ella para tomar una calle más estrecha y desmarcarnos de los individuos que nos vigilaban.
—Por aquí.
Ella no se quejó de mi decisión. En realidad, se sometió a mi repentino movimiento e incluso colocó su mano para poder sostener la mía con una firmeza que me estremeció de arriba a abajo. Fue solo un instante lo que destruyó una buena parte de mi fortaleza. Solo en ese momento me vi obligado a admitir que había pasado todo el día deseando encontrar una excusa que me permitiera tocarla.
Respiré hondo, zafándome del ahogo que se cernía sobre mi cuello de nuevo, y traté de olvidar la presión de sus dedos, suaves y finos.
—¿No puedes usar tus poderes? —me preguntó, claramente alarmada por la persecución que estábamos protagonizando.
—Probablemente no están seguros de que soy yo —Rememoré el plano de la ciudad y busqué una ruta medianamente segura hasta el puerto—. Si los uso, se lo pondré en bandeja. No son de la Marina —El haki que desprendían no era de simples soldados, sino de asesinos—. Saben lo que hacen. Podría deshacerme de ellos sin problema, pero entonces Kaidou sabría dónde estamos.
—¿Kaidou? —Repitió ella, reconociendo el nombre del yonkou—. Nos marcharemos enseguida de Timonera, ¿no?
—Sí, pero darle una pista de la ruta que llevamos podría ser fatal. No quiero meter en un lío a Mugiwara-ya.
—¿Mugi ...?
Una segunda ola me llegó a pocos metros, llegando en dirección contraria. Había más de los que creí y pretendían acorralarnos cuanto antes.
La pegué a mi costado, temiendo más por su seguridad que por la mía.
—Baja la cabeza —Le ordené entre dientes.
Luego, yo hice lo mismo. Intenté desaparecer entre todas las personas que nos rodeaban mientras caminábamos discretamente, pero esas presencias se multiplicaron y valoré la posibilidad de usar mi "Room" para sacarnos de allí, aunque nos delatara.
Noelle se detuvo de pronto, y yo con ella.
—Espera —habló.
No entendía qué quería hacer y no teníamos tiempo, así que intenté oponerme a lo que fuera que se le estaba pasando por la cabeza.
—Polaris, no tenemos tiempo para ...
Vi cómo se agachaba, soltándome la mano y poniéndola en el suelo de piedra.
—Gelida agri —susurró.
—¿Qué estás ...?
—¡Eh! —Un grito repentino de alguien sorprendió a la multitud—. ¡El suelo!
Alguien detrás de nosotros cayó, incapaz de controlar el equilibrio, y soltó un alarido de dolor.
—¿¡Por qué resbala!? —Chilló un tercero.
—¡Hay agua! —Señalaron cerca.
Ante esa declaración, me fijé en el suelo a mis pies. No había nada diferente en él. Incluso moví mi por izquierdo por si realmente se había inundado y no conseguía verlo, pero fue en vano; era la misma superficie gruesa y férrea.
Polaris se incorporó, echando un vistazo a los estragos a su alrededor.
—¿Lo has hecho tú? —Dudé.
—En realidad no está mojado. Solo es una ilusión, pero así no tendrás que usar tus poderes —Dicho lo cual, volvió a aferrarse a mi mano y emprendió la marcha por un callejón—. No saben que hay alguien contigo que también puede desorientarlos —Expuso, bastante orgullosa de su obra de distracción.
—Bien —Parpadeé, atento a la fuerza con que sus dedos envolvían mi mano— Tenemos que volver al Polar Tang cuanto antes —Establecí nuestra huida inmediata, a lo que Noelle frenó un poco y me encaró antes de salir por el extremo opuesto del callejón—. ¿Esa ilusión es duradera?
—En un radio de veinte metros —Me confirmó—. Les costará salir y no desaparecerá hasta que nos hayamos alejado unos doscientos metros.
—Es suficiente —Asentí y me dispuse a salir a la avenida principal del mercado. Lamentablemente, la ingente presión espiritual me convenció de que lo mejor sería aguardar en la penumbra de aquella callejuela—. Mierda ... —Retrocedí, y Noelle repitió los mismos movimientos, aunque sin soltarme—. Son más de los que creía —Con la firme idea de no romper la unión de nuestras manos, apoyé en la pared a Kikoku junto a mis compras y busqué el Den Den Mushi que llevaba en el interior de mi chaqueta. La llamada a mi vice capitán surtió efecto pronto—. Bepo. Bepo, ¿me oyes? —cuestioné después de escuchar cómo descolgaban.
—¡Sí, Capitán! —exclamó, motivado.
—¿Estáis todos en el Polar Tang?
—Clione y Jean Bart están terminando de subir las provisiones —Me informó—. ¿Noelle-san y usted ...?
—Estamos regresando, pero parece que tenemos compañía —Lamenté nuestra mala suerte—. Deben ser hombres de Kaidou.
—¿¡Kaidou!? —gritó Bepo.
—Bepo, no grites —Lo reprendí—. Puede que ya os hayan localizado.
—L-lo siento, Capitán.
Podía ver su rostro descompuesto y lleno de tristeza por haberse ganado esa regañina.
—Preparadlo todo para salir enseguida. Nosotros vamos hacia allá —Le di la orden de que se pusieran manos a la obra.
—¡Eso haremos, Capitán! —Me prometió y colgó.
Guardé el caracol y cogí todas mis pertenencias para luego dirigirme a Noelle, que aguardaba en silencio a que decidiera qué hacer.
—No te separes de mí. Puede que tenga que usar "Room" para sacarnos de aquí —Escruté sus ojos grisáceos.
Ella asintió con convicción.
—Vale.
Quise poner un pie en la calle hasta que un cabello rubio detonó mis sentidos y retrocedí.
—No. No podemos salir.
—¿Por qué?
—Basil Hawkins ... —mascullé su nombre.
—¿Quién es? —Se interesó, desconociendo la identidad de aquel a quien todos incluían en mi generación de piratas.
Sin embargo, yo no pensaba en responderle porque mi mente trabajaba a un ritmo vertiginoso con el objetivo de hallar la explicación a su visita a Timonera. ¿Venía a por mí? ¿Eso significaba que ...?
—¿Desde cuándo está con Kaidou? —Me pregunté a mí mismo.
—¿Law?
—No hables —Le pedí y me asomé para averiguar hacia dónde se dirigía—. Tenemos que esperar a que se vaya, pero viene hacia aquí ...
Noelle debió creer que aquella era la solución más rápida y eficaz, así que tiró de mí y yo, que no lo vi venir, solo me dejé arrastrar por su brusquedad, que me precipitó contra la pared. Para no tropezar con el muro, solté los paquetes. Solo mantuve a Kikoku en la palma de mi mano, aunque no me quedó más remedio que empujarla hacia el hormigón mientras trataba de no caer sobre Noelle, cosa que no pude evitar. Una vez estable, con ambos pies en el suelo, me encontré frente a ella, acorralándola de una forma que cualquiera tacharía de indecorosa.
Deshizo el entrelazado de nuestros dedos y me miró intensamente.
—No sospechará si ve a una pareja en un callejón —Aclaró, justificando su cuestionable acción.
Con la mano que había usado para permanecer unida a mí hasta entonces, se tomó la licencia de sujetar mi chaqueta y tirar más de mi cuerpo, que ya ocultaba por completo el suyo. Si tan solo ella no estuviera mirándome, si yo no hubiera sido eclipsado por sus labios, por lo fácil que habría sido inclinarme unos centímetros más y ...
—S-supongo que no ... —Clavé la vista en la pared, aterrado por los deseos que me asaltaban—. ¿Puedes verlo?
Se movió ligeramente.
—¿Es rubio? ¿De pelo largo?
—Sí.
—Lo veo —dijo, feliz de haberlo ubicado—. Creo que está dando órdenes a ...
Pero sus ojos debieron cruzarse o algo similar, pues Noelle se recogió bajo mi complexión y actuó como creyó conveniente; me atrajo todavía más, tanto que su resuelvo golpeó la base de mi cuello, aunque no durante mucho tiempo, ya que también se atrevió a teatralizar la situación al máximo y subió su mano hasta mi nuca. La sensación de sus dedos cosquilleando mi pelo en esa zona fue mortal. Ni siquiera supe cómo me las arreglé para vocalizar.
—¿Te ha visto?
Cometí el error de mirarla. Ella me observaba como un cervatillo para nada asustado, sino más bien ... Vivo a causa de la curiosidad.
—No ... —Resopló, enviando su aliento a mi boca, desquiciándome—. Ha estado cerca, pero ...
Cubrí entonces sus labios para esquivar la tentativa en la que se habían convertido.
—Ssh ... —La mandé callar.
Ella suponía un peligro para mí, al igual que el potente haki que percibía a escasos metros.
Necesitaba que todos mis sentidos se volcaran en Hawkins, en su presencia y en la manera de escapar de él, pero, tan pronto como apoyé mi mano contra sus comisuras, un calor asfixiante destacó y me doblegó como nada lo había hecho nunca. No lo había notado porque parecía controlarlo en sus extremidades, pero su rostro era otro cantar.
Los ojos acuosos, las pupilas ensanchadas, alguna perlas de sudor bajando por su sien y un hermoso rubor que teñía su blanca tez eran claros signos de que un sofoco la estaba atacando. Un sofoco que bien pudo haberse dado por las altas temperaturas a las que nos enfrentábamos o a la proximidad de nuestros cuerpos y a la decisión de disfrazarnos de una pareja fogosa que pasaba su tiempo a solas en un callejón oscuro.
—Estás ardien ...
No terminé de poner en palabras su estado físico. Yo mismo entendí que no era adecuado resaltarlo, y menos aún cuando Noelle me miraba como si su vida dependiera enteramente de mí.
Mi estómago se retorció, hambriento. Ni era comida lo que exigía, sino más de esas reacciones tan tiernas y excitantes como las que Polaris me brindaba.
Mis dedos resbalaron y algunas de mis yemas rozaron de lleno su labio inferior, más jugoso y rojizo de lo usual.
—Tienes ... Tienes que agacharte más —Su directriz activó algún sensor dentro de mí y, sin yo ordenarlo, hice lo que ella quería y me incliné—. No parece que me estés ...
Besando.
Ese era el vocablo que no llegó a ver la luz, pero que ambos repetimos en nuestros adentros.
Los siguientes segundos fueron los más duros de toda mi vida porque no había nada racional que me incitara a besarla. Habría sido algo fatal. El viaje, a partir de entonces, se habría tornado incómodo y esos ratos juntos habrían desaparecido para siempre. Actué bien al contener esas ansias tan disparatadas. Actué como un adulto responsable, cabal, y como el capitán de una tripulación que me esperaba.
El haki de Hawkins se alejó y yo me eché hacia atrás, poniendo punto y final a aquel ridículo teatrillo.
—Se han marchado —Puntualicé, rechazando sus orbes adrede.
—Eso parece —Me dio la razón.
De forma mecánica, recogí los paquetes de libros, sujeté bien a Kikoku y di mi visto bueno a que saliéramos del escondite.
—Vamos.
No volvimos a tocarnos y fue más castigo que alivio para mi atormentado corazón, pero aquello jamás saldría de mí.
Polaris Noelle
Llegamos al puerto sin inconvenientes. El Polar Tang estaba en el lugar donde lo dejamos y Law volvió a ser el capitán, estricto y serio. Las brechas que vi en él mientras estuvimos guarecidos en aquella callejuela ya no se distinguían en su comportamiento. Subió al submarino sin girarse, sin comprobar que yo hubiera llegado a salvo.
Sonreí. Solo habían sido imaginaciones mías. Nada más.
—¡Capitán, Noelle-san! —clamó Bepo desde la cubierta—. ¿Estáis bien?
Law le dio los paquetes y Bepo los cogió bien para que no se cayeran.
—Sí, Bepo. Les hemos dado esquinazo —Se pronunció él, arisco.
Yo logré subir tras una escalada lenta. No quería que la herida volviera a abrirse.
Cuando alcé la barbilla, encontré a Ikkaku a unos metros.
—Y debéis haber corrido mucho. Estáis rojos —Nos describió, ignorando todo lo que había ocurrido en cuestión de minutos. Ojeé la sobrecubierta, incapaz de posar la mirada en su figura por la vergüenza que se había asentado en mi interior—. ¿Seguro que no os pasa ...?
—Todo está bien. Vámonos —Se adentró en la cámara superior. Apenas pude oír lo que dijo después— Tenemos que salir ya de Timonera. Basil Hawkins está aquí.
—¿Hawkins? ¿El tipo de las cartas? —preguntó Bepo, que lo seguía a pocos pasos—. ¿Qué hace él ...?
—Noelle-chan.
Miré a mi izquierda. Ikkaku me analizaba seriamente.
—¿Eh? Ikkaku, ¿qué ...?
—¿Te encuentras bien? —Frunció el ceño, recelosa de mi hermética actitud—. Pareces muy sofocada.
—¿Sofocada? —Me palpé la mejilla, preocupada de que me delataran—. Bueno, sí. Hoy hace bastante calor y ...
—¿Esa no es la gorra del Capitán? —inquirió, aún más mosqueada.
Agarré la gorra de la visera y me la quité como si estuviera maldita.
—Me la prestó —Sonreí forzosamente y tragué saliva, consciente de que Ikkaku desconfiaba de lo que le decía—. ¿Me haces el favor de devolvérsela luego?
Ella agarró el accesorio lentamente y yo me encaminé hacia la escotilla. No buscaba que Las se enfadara conmigo por retrasar nuestra marcha de Timonera.
—Noelle —Ikkaku me llamó y no pude ignorarla. Me giré un total de noventa grados, escuchándola—, ¿ha pasado algo con el Capitán?
—¿Con Law? —Agrandé mi falsa sonrisa. Sentía algunas gotas de sudor cayendo por mi espalda—. ¿Qué va a pasar con él?
—¿Desde cuándo lo llamas por su nombre?
Me habría gustado contarle lo que experimentaba siempre que Law aparecía, pero no le había dado un nombre a aquella locura y tampoco planeaba hacerlo, así que me escabullí de su interrogatorio con la poca habilidad que me quedaba tras una mañana sumamente estresante.
—Bueno ... Él no es mi capitán. ¿Cómo iba a llamarlo si no? —Ikkaku no añadió nada a mi pobre explicación—. Tenemos que marcharnos, Ikkaku. ¿Me ayudas a bajar? —Señalé la puerta de la cámara.
—Sí, claro ... —Accedió ella.
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08/10/2024
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