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V


Polaris Noelle

Tres tardes después de que Law cosiera de nuevo mi herida, me autodiagnostiqué lo suficientemente bien como para salir de la cama y dar un corto paseo por el Polar Tang. A decir verdad, me moría de ganas por sentir algo de aire fresco y, al parecer, emergimos a la superficie esa mañana. Lo hacían cada tantas jornadas y me apetecía muchísimo salir al mundo real, aunque solo hubiera una masa de mar infinita. Así que, a pesar de las recomendaciones del capitán de la tripulación y de Ikkaku, que apoyaba a Trafalgar y también se oponía a que me moviera teniendo el corte de mi costado tan vulnerable, fui hasta la escotilla y subí poco a poco la escalera. Fue toda una suerte que estuviera abierta porque no tenía ni la más remota idea de cómo abrirla.

Los colores anaranjados del cielo me dieron la bienvenida a la superficie. Mi cabello se revolvió debido a las ráfagas de viento que azotaban el mar. No había apenas oleaje, pero yo tuve la sensación de que el viento se levantaba más de lo habitual. Probablemente lo sentí de ese modo porque había pasado demasiado tiempo en aquel submarino.

Con todo el cuidado del mundo, agarré el último barrote de la escalera y me incorporé para tener una buena visión de la borda del Polar Tang. Al hacerlo, encontré a un individuo que descansaba en una silla plegable. Dicho individuo observaba el horizonte en calma hasta que me percibió y su momento de tranquilidad se vio truncado.

Me dirigí hacia él, pero primero palpé mi costado levemente, asegurándome de que las vendas que colocó Ikkaku-san esa mañana no se hubieran movido.

Él me miró de refilón y, tras comprobar que era yo, continuó con su sereno examen del vasto océano por el que navegábamos. Su sombrero, tan llamativo como siempre, impedía que leyera su semblante. No obstante, que su rostro estuviera oculto a mis ojos no consiguió que temiese su reacción. Desde aquella noche, ya no me acercaba a Law con precaución. No era capaz de tenerle por la misma persona que conocí cuando desperté en su barco. Tardé, pero me di cuenta de que él era un humano, igual que yo, y que simplemente tenía una personalidad algo escabrosa.

—¿No te dije que debías hacer reposo absoluto? —se pronunció.

Law cruzó los brazos sobre su pecho y acomodó mejor los talones en la barandilla que protegía aquella zona del submarino.

—Bueno ... Ya han pasado casi tres días —le respondí—. Tú dijiste que no me moviera durante dos.

—Tsk —Se quejó y noté que sus labios estaban más abultados que de costumbre, formando algo similar a un puchero—. Espero no verte esta madrugada con una hemorragia de caballo.

—Tendré cuidado. Además, solo he salido a tomar el aire. Todos los médicos lo recomiendan —Justifiqué mi elección.

Con un claro gesto de desaprobación, Law mantuvo la mirada en el océano.

—Sí, para que se te infecte la herida más rápido.

LLegando a su lado, pensé en lo agradecida que me sentía por estar rodeada de personas que se preocupaban genuinamente por mi bienestar y que deseaban que me recuperara.

—Supongo que tú eres diferente al resto ... —Asumí con voz trémula—. La verdad es que ...

Sin embargo, no alcancé a dar una opinión más extendida porque trastabillé con el suelo, que justo en esa zona estaba húmedo por alguna ola que había salpicado la superficie. Me visualicé cayendo de una forma muy aparatosa y nada beneficiosa para mi delicada herida hasta que el tirón de su brazo en mi cintura destruyó aquella posibilidad.

Law se había levantado de la silla, agarrándome a tiempo y haciendo gala de unos reflejos magníficos. Yo, colorada por la postura y por la sensación de los músculos tensionados de su brazo derecho ahorcando mis caderas, analicé el temor que bailaba en sus ojos oscuros ante mi imprudente paso.

—¿Esta es tu forma de tener cuidado? —Me abroncó, estricto.

Muy avergonzada, intenté mirar hacia otra parte, pero el nerviosismo lo hizo ver todavía más sospechoso. Tanto fue así que, al final, solo pude agarrarme a la camisa de Law y suplicar que él me ayudara a recuperar la estabilidad.

—Perdón —musité, a lo que Law suspiró y tiró de mi torso hacia sí—. Solo ... Solo me he tropezado.

No era excusa. Había sido descuidada y Law tenía todo el derecho a enfadarse conmigo. No estaba actuando como debería. Mi estado podía desplomarse con cualquier error, por pequeño y tonto que fuera, así que su reprimenda como mi doctor era extremadamente necesaria para que me volviera un poco más consciente.

Había mucho en juego, sí, pero yo solo podía pensar en cuánto habría dado por seguir conectada a él físicamente.

—Siéntate.

Su demanda me despertó.

Al apartarse de la silla plegable, no tuvo más remedio que huir hacia delante. Apoyado en la barandilla que rodeaba todo el Polar Tang, ya no había manera de mirarlo a los ojos. La dirección de sus pupilas estaba lejos, en algún lugar recóndito de la manta azul sobre la que viajabamos.

—No hace falta —dije yo.

—Siéntate —Insistió él.

No quería discutir. Por tanto, a pesar de que no me gustaba incordiarle, hice lo que exigía y me senté.

—Gracias —Acomodé la falda que Ikkaku me había prestado, pues el viento revolvía sus volantes—. Eres muy amable.

—No estoy siendo amable —contestó—. Evito que te rompas la crisma. Es diferente.

—Sí —Me dediqué a analizar el óxido en las barras más bajas—. Imagino que sería un quebradero de cabeza si ocurriera algo así.

—No sería un quebradero de cabeza porque la perderías —Espetó.

Aquel comentario que más bien se asemejaba a un regaño, logró arrancarme una risa. No había tenido intención de bromear sobre mi torpeza, pero a mí me pareció sumamente divertido que lo dijera con tal seriedad.

—Claro ... —mascullé, recomponiéndome.

Con la caída del sol, la temperatura fue decayendo. El viento arreciaba más. Para mí, que no sentía el frío externo como tal, era un ambiente de lo más agradable, pero no estaba tan segura de que Law lo estuviera disfrutando de la misma manera. Aún así, no mostró debilidad alguna a la ráfagas de aire helado y permaneció apostado en la barandilla como si nada.

—¿Cuándo nos sumergiremos? —le pregunté al cabo de unos minutos en silencio.

—Al anochecer.

Law llevaba una camisa color vino de manga corta. Estaba medio desabrochada, aunque me daba la espalda, por lo que no podía ver más allá de su brazo derecho. Gracias al viento, las mangas se revolvían y quedaban a la vista unas vendas apretadas en torno a la piel entre su hombro y su brazo.

—¿Qué te pasó en el brazo?

Law titubeó a la hora de hablar.

—Nada importante ...

—Es que ... No es por meterme donde no me llaman, pero siempre lo llevas vendado y ...

—Me lo cortaron —Determinó.

—¿Qué? —Salté yo.

—Lo que oyes —masculló.

—Pero ... —Me atraganté con mi propia voz, aterrada al imaginar la escena tan macabra que Law me había revelado—. ¿Te duele? —Extendí mi mano y rocé aquellas vendas con la punta de mis dedos. Law no se negó a mi insensata caricia—. ¿Cómo es posible que lo muevas si ...?

—Un hada me lo arregló —explicó realmente serio. No pude reprimir una carcajada mientras replegaba mis dedos de su curiosa herida—. ¿Crees que es gracioso? —Indagó en mi reacción.

—Nunca imaginé que esa frase pudiera salir de ti —No quería ofenderle, así que me tragué aquellas risotadas—. No pega contigo.

—Es lo que pasó —dijo, tozudo—. Solo me remito a los hechos.

—Ya veo —Me acomodé en la silla—. ¿Y quién te hizo eso?

—Alguien a quien detesto.

Sus palabras, fuertes e imponentes, endurecieron todos mis músculos. Incluso mi cuello se vio resentido, como si respondiera a las declaraciones de Law de manera involuntaria.

—¿Detestas a muchas personas? —pregunté, asustada sin razón aparente.

—Solo a las que se lo merecen —Ilustró, juicioso.

—Mmm ...

Bajé la cabeza y procuré relajar mis dedos.

La idea de que Law pudiera odiarme, por inconsistente que pareciera, se aferró a mí cual parásito. Si al menos hubiera latidos en mi pecho que suavizaran ese temor, no me habría sentido tan desamparada.

—Te has callado de repente —Interrumpió mi silencio.

—Ya ... —Suspiré.

—¿Qué ocurre?

Que se preocupase por mí era ya algo usual, aunque en esa ocasión me conmovió más que nunca. Lo que iba a decir no me gustaba y quería confiar en que a él tampoco le agradaría, pero era lo correcto.

—Me bajaré en el próximo puerto en el que atraquéis —dije.

Law pensó bien cómo responder a mi declaración. No se precipitó y lo sopesó con el vaivén de las olas.

—¿Ya has recuperado tus recuerdos?

—No.

—Entonces te quedarás en el Polar Tang.

Incrédula, comprobé que continuaba impasible e imperturbable. No movió ni un músculo al dictaminar aquello. Al contrario, profundizó en su examen de las aguas marítimas y su aparente indiferencia no me dejó más escapatoria que saltar y exigir las razones por las que se había guiado.

—¿Qué? ¿Por qué? —exclamé.

—Ni siquiera se te han curado todas las heridas —Comenzó a exponer—. Y sigues sin saber quién eres —Señaló, conmoviéndome—. ¿Qué piensas hacer en una isla remota del Grand Line, sola y sin dinero? Es un suicidio.

Si lo describía de ese modo, yo no daba con los argumentos que me ayudaran a rebatirlo.

—Pero yo ... —balbuceé.

—Cuando recuerdes tu vida y sepas hacia dónde quieres ir, estaré conforme con que te vayas —Determinó él.

A pesar de que sentía cierta satisfacción por su sobreprotección, controlé los impulsos de sonreír y analicé las oscilaciones de la tela de su camisa.

—¿Ahora necesito tu permiso para irme? —cuestioné, sarcástica.

—¿Has olvidado que soy el Capitán de este submarino? —replicó.

No. No lo había olvidado.

—Lo tengo muy presente ... —dije, agachado la cabeza.

El sol bajó más y nosotros guardamos silencio mientras el atardecer bañaba la escena.

Law parecía ocupado, concentrado en el mar, pero los minutos transcurrían y por su parte no había intención de regresar al interior del Polar Tang. No le incordiaba mi compañía y eso me hacía inmensamente feliz. Podría haber atesoraba la tranquilidad que nos engullía y, aún así, tuve que hablar.

—Law.

—¿Mmm?

—¿No tienes cosas que hacer? —Me interesé en sus planes para el resto del día, que solía ser interminable por la carga de trabajo a la que se sometía.

—No —Aclaró.

—¿A pesar de ser el Capitán? —inquirí, poco segura de que sus palabras fueran sinceras.

Habría apostado cualquier cosa a que no me estaba diciendo la verdad.

—Los capitanes también necesitamos descansar, ¿sabes? —Intentó defenderse a toda costa.

—Me alegro de que ...

Me alegro de que hayas decidido descansar conmigo.

Pero, lamentablemente, no tuve la oportunidad de comunicarle lo que palpitaba en mis labios.

—Tsk. Otra vez —dijo al tiempo que alzaba su brazo derecho en dirección al mar—. Room.

Aquella palabra sonó extraña a mis oídos.

—¿Qué pasa? —pregunté, confundida.

Takt —habló él, enfocado en una tarea que a mí se me escapaba.

Me levanté de la silla plegable, atenta a la capa azulada que cubrió el cielo frente a nosotros.

—¿Esos son tus poderes? —interrogué.

Nunca los había visto. Law había sido excesivamente precavido con eso. No se fió de mí y procuró mantener un perfil bajo desde que pisé su terreno. Y, de repente, estaba mostrándose ante mí, como si ya no me viera igual a una amenaza.

—Parte de ellos —Afirmó, rescatando algo, una especie de maraña de escombros, y elevándolo en el aire. Anonadada, me agarré a las barras—. Dentro de mi "Room" puedo hacer lo que quiera. Es mi sala de operaciones particular.

Entrecerré los ojos, tratando de ponerle un nombre a lo que fuera que había entre algunos trozos de madera destrozados y una red de pescadores deshilachada.

—¿Es ...? —Comencé a entender las acciones de Law después de vislumbrar un caparazón—. ¿Es una tortuga?

—Sí. Suelen encallar en redes rotas —Me explicó mientras el pobre animal, atrapado, volaba hacia nosotros—. Nos estamos acercando a la siguiente isla, así que es más habitual verlas.

Mis pupilas viraron de dirección, concentrándose en el perfil de Law.

—¿Eso hacías?

—Puedo ayudarlas. No me cuesta nada subir aquí cuando emergemos —alegó.

Pero le costaba energía. Cualquier fruta del diablo agota a su dueño con cada uso y la suya, a pesar de ser desconocida para mí, debía ser especialmente drenante. Era una paramecia, una muy poderosa, pero eso la convertía en un arma de doble filo para su portador.

—Es ... Es admirable —dije sin medias tintas.

Suspendida en el aire, la pobre tortuga esperaba a que aquel viaje inesperado terminase, aunque Law se tomaba su tiempo para deshacer los nudos de sus patas y depositar cualquier resto humano sobre la cubierta del submarino. Todo lo conseguía mediante técnicas de su fruta, pero era extremadamente cuidadoso con su cometido y aquello solo podía haber adquirido a través de la experiencia como doctor. Debía haber ejercido durante más años de los que imaginaba.

—¿Qué has dicho? —inquirió al no haber descifrado mis palabras.

—Que es admirable —Insistí con mayor firmeza. En esa ocasión, Trafalgar sí comprendió el mensaje, que se tradujo en un paulatino rubor que subió hasta sus orejas—. Lo que haces es admirable.

—N-no es bueno que las especies se extingan —comentó, frunciendo el ceño como si le hubiera molestado cuando no podía estar más avergonzado—. Los ecosistemas son importantes. No importa en qué mar nos encontremos.

Apenas estaba recuperando la compostura tras recibir un golpe bajo como ese. Decidí reprimir mis elogios y dirigir mi sonrisa al mar abierto.

—¿Sabes de qué especie es?

La cúpula azulada nos había atrapado. Estaba dentro de su terreno, en su sala de operaciones particular, pero no sentí ni una pizca de miedo. Me encontraba a su merced y nunca podría describir el nivel de protección que percibía.

—En el Grand Line habitan varias especies —Inició su respuesta muy elocuentemente. Sin embargo, yo solo me fijaba en la rojez que pintaba sus lóbulos—, pero estas tienen un caparazón más grande que ...

Al cabo de un rato, el sol comenzó a desvanecerse y ya no había manera de inspeccionar las aguas. Por lo tanto, Law me anunció que nos sumergiríamos en cuanto entrásemos en el Polar Tang. Yo no pasaba frío gracias a las bajas temperaturas con las que convivía, pero en ese momento me di cuenta de que para él era distinto y, aun así, charlamos durante mucho tiempo. Law se enfrentó al frío de la noche como si no fuera nada y, por una vez, quise tener una temperatura normal para tocarlo y asegurarme de que no estaba hirviendo de fiebre.

Recogió la silla plegable bajo mi mirada y marcó el ritmo hasta la escotilla. Al abrir la puerta, primero me dejó pasar a mí. No obstante, a la hora de bajar las escaleras, tomó la iniciativa. Estaba mucho más habituado que yo a esos movimientos.

Un tanto ansiosa, esperé a que tuviera ambos pies en el suelo antes de sentarme y procurar que mi costado no se viera resentido por la bajada.

—Baja despacio —Demandó, observando cómo me apoyaba en los primeros peldaños de la escalera metálica—. Estos barrotes pueden ser resbaladizos.

—Subir no me costó mucho —Advertí, agarrándome bien.

—Pero bajar es otra cosa. Sobre todo en el siguiente —Señaló. Yo estaba tan concentrada en mis manos, que no presté atención a su advertencia—. Ese es ... —dijo él. Su predicción dio en el clavo, pues mi bota resbaló tan repentinamente que no supe cómo evitar la caída—. ¡Cuidado! —gritó Law.

El dolor en mi herida fue mínimo. Trafalgar sabía dónde colocar sus manos, incluso si era en una situación tan urgente. Me atrapó al vuelo, impidiendo que un aullido saliera de mi garganta y que mis huesos chocaran con el duro suelo de su submarino.

Después del susto, lo único que sentí fue la forma de sus brazos, uno bajo mis muslos y otro en mi espalda, junto a la fuerza de sus dedos. Estos parecían estar a punto de perforarme la carne. esa fue la señal que necesité para entender que Law había pasado el mismo miedo que yo.

—Puede que termine perdiendo la cabeza de verdad a este paso ... —balbuceé.

Es raro no sentir el martilleo de mi corazón, pensé.

Y Law resopló. Una risa, hueca y solitaria, fue todo lo que emitió. Fue todo cuanto hizo falta para que el golpeteo que añoraba se hiciera presente en mi cabeza, avisándome de que, si lo ameritaba, mi cuerpo encontraría la manera de resaltar el poder que tenía ese hombre.

Embobada por el eco de aquella risotada, giré la cabeza y vi su sonrisa por primera vez. Era una sonrisa torcida, de esas que se resisten a ver la luz, pero que, cuando lo hacen, limpian cualquier impureza y te regalan un minuto de vida.

Law no llegó a mirarme y la tierna curva de sus labios se esfumó antes de que alcanzara a memorizarla.

—¿Capitán? —Law se volvió en busca de la voz y algunos de los mechones de su nuca me rozaron la mejilla—. ¿Noelle-chan? —Me incliné e identifiqué a Penguin al final del pasillo. Su rostro era un verdadero poema—. ¿Qué hacéis?

—Ah ... —titubeé y probé a bajarme de sus brazos, pero no sirvió más que para alertar a Law de que me soltara. Nunca podría explicarle a nadie con cuánta fuerza me sujetó entonces—. Law me ha agarrado antes de que me cayera al bajar. Estábamos arriba, charlando.

Él dio un paso a su izquierda. Yo di uno a mi derecha. Ambos chocamos levemente contra las respectivas paredes.

—Sí, es bueno que salga al aire libre de vez en cuando —Expuso el capitán de la embarcación.

No me cabía ninguna duda de que fue lo primero que se le ocurrió para que la situación no se tornara en algo inexplicable, pero el comentario me obligó a buscar una confirmación por su parte.

—¿Lo es? —pregunté, mirándole con demasiada contrariedad.

—S-sí —Se tropezó con su propia lengua.

Penguin y yo nos quedamos boquiabiertos ante la torpeza de Law. No parecía él y yo tardé una cantidad ingente de tiempo en aceptar que había sido por mi culpa.

Tocarme le había afectado.

Recogí los dedos de mi mano en un puño, pero no pude hacer lo mismo con el rubor que empañó mi tez.

—Entiendo ... —respondió un Penguin muy suspicaz.

—Penguin, ¿cuál ...? ¿Cuál es nuestra próxima parada? —Se pronunció Law.

Se alejó de mí rápidamente, dejando atrás lo que había ocurrido entre nosotros a raíz de mi falta de precaución.

—Hemos hablado sobre eso después de comer ... —replicó el contrario.

—Sí, pero no estoy seguro de ...

Levanté la barbilla y, con los ojos llorosos, reclamé sus cinco sentidos.

—Law —De espaldas a mí, simplemente se detuvo. Quien pudo contemplar mi sonrojo en todo su esplendor fue Penguin—, gracias.

—No hay de qué —Se apresuró en contestar y abandonar la charla que apenas nacía entre Penguin y él para huir a la oscuridad del pasillo y desaparecer.

Penguin, tan desconcertado como yo, se esforzó por sonreírme.

—¿Vendrás a cenar con nosotros, Noelle-chan?

Tragué saliva.

—Claro.









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30/08/2024

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