IV
Polaris Noelle
Las siguientes noches transcurrieron conmigo en vela, dándole vueltas y vueltas al desafortunado desenlace de aquella conversación que mantuve con Law. Si no me lo tropezara a diario, en el comedor o en los pasillos, no me sentiría mal por ser un incordio para él. Incluso hablé con Ikkaku para averiguar cuándo llegarían al próximo puerto para desembarcar y dejar de molestar a su capitán. Todavía faltaban unos cuantos de días para esa parada, así que me propuse esquivar a Law a toda costa y lo habría hecho hasta el final de no ser por un imprevisto que me crispó los nervios.
A falta de dos noches para atracar en Timonera, la ciudad en la que comprarían nuevas provisiones, desperté de madrugada con un incómodo dolor en el costado y la sensación de un líquido que había mojado las sábanas. Al tocarme el vendaje que protegía la herida, me di cuenta de que este se había soltado y que estaba sangrando. No era un sangrado muy pronunciado, pero ver la cama teñida de rojo me asustó y me decanté por buscar a Ikkaku-san. Eran las dos de la madrugada y apenas había descansado, por lo que tenía la vista cansada y un ligero dolor de cabeza.
A pesar de que busqué por todas partes, no di con ella y, antes de poder arrepentirme, me presenté frente al despacho de Trafalgar Law. Terminaría manchando todo el submarino. Ya había dejado alguna que otra gota por el camino y estaba convencida de que el esfuerzo físico no era bueno en mi estado. Finalmente, llamé un par de veces a la puerta cerrada de su despacho, extrañamente aliviada de poder recurrir a él para algo, aunque Law lo percibiera como una molestia más de la que ocuparse en mitad de la noche.
No recibí ninguna respuesta. Pensé que podría estar en otra estancia del submarino, pero ya había pasado bastantes días allí y sabía que Law siempre escogía la paz de su refugio, especialmente de madrugada. De tal manera, me atreví a abrir. Fue toda una suerte que la puerta no estuviera cerrada con llave porque no me quedaban más opciones y necesitaba que un médico revisara el sangrado cuanto antes.
Con la idea de que Law me atendiera, entré a su despacho.
—¿Law? Mi herida se ha ...
Casi todas las luces de la estancia estaban apagadas, menos una. Una lámpara de pie junto a una butaca iluminaba parte del escritorio de Law, pero él no se encontraba allí, sino en el sillón. Recostado sobre este, su mano derecha impedía que un libro abierto cayera de su pecho al suelo mientras el capitán dormía. Sus ojos cerrados y la falta de su sombrero, que yacía en la mesilla contigua, me susurraron que el insomnio le estaba dando una pequeña tregua aquella noche.
Si mi corazón continuase en su lugar, habría escuchado un zumbido en mis oídos. Pero no estaba para corroborarlo. A cambio, experimenté otros estragos, como una inexplicable sequedad en la boca o unas manos más sudorosas de lo que ya estaban. Y todo eso únicamente fue provocado por la imagen de un hombre que ya me había expresado lo poco que le gustaba que fuera una paciente interna en su hogar. Y, a pesar de que no era de su agrado, me di el costoso lujo de observar sus momentos de descanso, cuando era más vulnerable.
No tenía el ceño fruncido ni un semblante de disgusto. Me había habituado tanto a ver sus facciones rígidas, cargadas de malestar, que la paz de su rostro, acompañada de suaves resoplidos, me atrajeron en la penumbra de su despacho como si del canto de una sirena se tratara. Sin embargo, no había melodía, no había sonido que pudiera obnubilarme. Solo estaba él, desprotegido y agotado, y no había nada que pudiera empañar mi entendimiento más que aquella estampa.
De repente, me encontré a pocos centímetros del robusto sillón. Mis dedos rozaron el material que recubría el mueble y sus pendientes resplandecieron bajo la tenue luz de la lámpara.
Mi mano se movió por voluntad propia. Yo nunca le habría dado una orden suicida como aquella. Tocar a Law era algo que nunca me había planteado. No era una persona que disfrutara del contacto físico. Siempre que Bepo-san se lanzaba a darle un abrazo o a saludarle por las mañanas, el Capitán parecía buscar la manera más eficaz de esquivar al cariñoso oso que tenía por navegante. Así pues, nunca me habría atrevido a poner un dedo sobre él.
Hasta entonces.
Primero sentí la superficie fría de sus aros dorados. Después, la temperatura cambió drásticamente; el lóbulo de su oreja desprendía un calor que jamás había sentido. No ardía, pero era cálido. En comparación a la sensación térmica con la que vivía yo, Law era una sauna caliente. Por un instante, creí que algunos vapores emanaban de su piel, aunque simplemente era un efecto óptico del que desconfíe al segundo.
La siguiente víctima de mis inquietos dedos fue su cabello negro. Estaba revuelto y desaliñado, pero le favorecía. Le favorecía tanto que reprimí la respiración por miedo a romper la armonía de lo que mis pupilas admiraban. Deslicé mi nudillo por su mejilla y, milagrosamente, Law no reaccionó al contacto. Un cosquilleo adormeció las yemas de mis dedos, pidiendo a gritos que no se acabara.
Otra parte de su cuerpo llamó mi atención y, pronto, mi siguiente objetivo era su brazo malherido. Todavía llevaba vendas y me preguntaba qué clase de herida le habrían hecho para protegerla con ese ahínco.
Si me hubiese detenido entonces, no habría sucedido nada más. Si mi uña no hubiese rozado el vendaje, podría haber prolongado mi examen clandestino. Fue una pena que metiera la pata y que Law diera un sutil respingo, alertado por un roce que no reconocía y que, muchos menos, había pedido. Sus ojos se abrieron como los de un animal asustado, listo para huir de su depredador, y pensé... Pensé que nunca había visto aquellos trazos de terror en su cara.
Había muchas capas que no conocía y que me moría por retirar, pero Law no me permitiría llegar a él de esa forma. Me evitaría, incluso comenzaría a odiarme, con tal de no mostrarme lo que había en su interior. O eso creí.
—¿Qué haces? —preguntó, apartándose de mí.
Se retiró algunos mechones de la frente, nervioso.
—Nada ... —Me sujeté las manos, avergonzada de lo que había hecho—. Solo ...
—¿Quién te ha dado permiso para entrar en mi despacho? —clamó, despertando a la velocidad de un rayo. Tras exigir una explicación, barrió su despacho con la mirada para comprobar que nada había cambiado, que todo seguía como lo recordaba—. Nadie puede entrar aquí y tú ...
Antes de que arremetiera de nuevo contra mí, expuse lo único que podía salvarme de su enfado.
—Es ... Es mi herida —Law, que se había incorporado en la butaca y masajeaba sus sienes con esmero, desvió sus orbes hacia mi cintura—. Los puntos se han soltado y ... No encuentro a Ikkaku-san —declaré, cohibida.
No perdió ni un segundo. Fue como si todas sus células despertaran. Él recorrió la habitación, en busca de los utensilios que solía guardar para emergencias.
—Enciende las luces —Demandó, a lo que ojeé las paredes y fui hasta el interruptor. Tan rápido como lo presioné, su despacho se iluminó de esquina a esquina gracias a unos focos que, en gran medida, dirigían su potencial a la camilla que había detrás de un biombo que dividía el cuarto muy acertadamente—. Túmbate —Apenas pude ver la señal que me hizo con su mano, apuntando hacia la camilla, pero no quise hacerle esperar y me subí a ella. Law tardó alrededor de un minuto en alcanzarle. Sentado en una silla de ruedines, se colocó un par de guantes de látex blancos. Me fijé en que su cabello estaba húmedo y presupuesto que, al mismo tiempo que se desinfectaba las manos, lavó su rostro con el objetivo de alejar el cansancio y el sueño—. ¿Cómo se te ha abierto? —me preguntó, analizando la zona ensangrentada.
—Durmiendo, creo —le respondí y clavé la vista en el techo porque la vergüenza no me había abandonado en absoluto—. Me he despertado cuando he notado la sangre.
¿Qué pensaba de mí? ¿Desconfiaba todavía más después de descubrirme haciendo algo tan sospechoso? ¿Me tomaría por una fisgona? ¿Acaso lo ignoraría? ¿Fingiría que no me había pillado tocándole?
Mientras me hacía todas esas preguntas, sentí un grato frescor en la herida abierta.
—No debería dolerte después de que la pomada anestésica haga efecto —Me comunicó.
Los ruedines de la silla chirriaron en el silencio de su despacho, pero yo no me veía capacitada para mirarle, así que me limité a hablar. Era lo mínimo que podía hacer.
—Gracias —No contestó, pero necesitaba asegurarme de que no había cometido un error imperdonable al recurrir a él—. Law-san.
—¿Qué?
—Siento haberte despertado —Me disculpé—. No lo habría hecho si ...
—No importa —Zanjó el asunto.
Regresó junto a la camilla y dejó un paquete de vendas sin usar a un lado. Seguidamente, echó un vistazo al aspecto de mi herida. Ya casi no sentía nada en esa zona, pero noté cómo tocaba más allá de mi costado, levantando mi camisa hasta rozar mi sujetador. Él también se dio cuenta de que había llegado demasiado lejos al retirar la prenda y apartó la mano en un abrir y cerrar de ojos.
—¿No necesitas ayuda? —interrogué, sosteniendo mi camisa para que no interfiriera en su trabajo.
—Puedo hacerlo solo —Puntualizó—. Needle and thread —Ladeé la cabeza, interesada en la aguja y el hilo que había invocado mediante su fruta—. Mi poder me permite hacer cirugías sin ayudantes. Estoy acostumbrado a operar por mi cuenta. Además, esto no serán más que unos minutos —Comenzó a coser mi piel—. Ni siquiera puede considerarse una operación ...
Yo tomé una bocanada de aire y exhalé.
—Bepo-san estaría encantado de ayudarte —Opiné—. Así no tendrías que sobreesforzarte.
—¿Quién dice que me sobreesfuerzo? —se pronunció, molesto por la suposición.
—Yo —No lo disfracé de ninguna manera y dije lo que pensaba—. Siempre estás despierto. Debes estar exhausto.
—No soy tan débil —masculló.
La ligera presión de sus dedos en mi vientre bajo me cortaron el aliento.
—Supongo que no —Accedí, a pesar de estar igual de preocupada por sus extraños tiempos de descanso—. Estoy acostumbrada a enfermarme. Mis poderes hacen que las defensas de mi organismo sean más bajas. Se me olvida que no es así para el resto de la gente.
Law se concentró en las puntadas y un espeso silencio se apoderó de su despacho. Por suerte, no prolongó mucho aquella pausa.
—Polaris-ya —Me nombró, para mi sorpresa—, ¿sigues molesta conmigo?
—¿Molesta contigo? —Repetí sus palabras, confundida.
—Por lo que dije la otra noche —Aclaró.
—Ah ...
No estaba enfadada con él. Si bien su actitud me hirió, los días habían hecho que mi ego herido se recompusiera debidamente. Sin embargo, Law había pensado en ello y le había torturado saber que me marché ofendida. Lo meditó y se percató de que había hecho mal.
—Lo siento.
—Está bien —Escruté el techo, aunque me habría encantado mirarlo y averiguar qué tipo de gesto tenía mientras me pedía perdón—. No ... No te preocupes —balbuceé, emocionada y ruborizada a partes iguales.
Tal y como prometió, apenas requirió de tres minutos para coser mi herida de lado a lado y cubrirla con un apósito limpio. Sus dotes eran dignas de un profesional y traté de decírselo, pero entonces comenzó a hablar más de lo que había hablado nunca en mi presencia. Me explicó cuántas veces tendría que cambiar la gasa a lo largo del día y cómo debería dormir para que no volviera a abrirse.
Entre consejos y mandatos para sobrevivir a aquel corte que tantos problemas me estaba dando, proclamó su orden más inmediata.
—Te quedarás el resto de la noche aquí, en observación —comentó y se lavó las manos en una pequeña pila—. No es bueno que la herida siga abriéndose.
—¿La de la cabeza está cicatrizando bien? —pregunté, contemplando su espalda.
—Sí, pero el costado es una zona complicada. Al moverte, fuerzas la piel y esta se resiente. Tienes que mantener reposo absoluto durante un par de días, al menos —decretó.
Solté un suspiro cargado de hastío.
—Odio estar metida en la cama ... —farfullé, reacia ante la idea de pasar tantas horas tumbada.
—Bepo y los demás te harán tantas visitas que te cansarás de ellos —dijo él como consuelo.
Sonreí. Esos chicos estaban preparados para malcriarme si así se lo pedía y sabía perfectamente que Law tenía toda la razón del mundo. Ikkaku no se alejaría de mi cuarto más de quince minutos y Bepo se pasaría por allí a contarme historias de sus viajes, igual que hizo los primeros días de mi recuperación.
—Espero que sí —Deseé en voz alta—. Es muy aburrido estar encerrada sin nada que hacer —Giré la cabeza. Law estaba revisando unos botecitos con pastillas. Imaginé que serían analgésicos o calmantes. Tras observar sus ágiles movimientos, me fijé en los armarios que rodeaban su despacho. Con las luces encendidas, pude ver que estaban repletos de libros de todos los tamaños y colores—. Eres un gran lector —Asumí, encandilada con su biblioteca personal—. Tienes muchos libros.
Law levantó la mirada, ojeando sus estanterías.
—Puedes llevarte alguno.
Aún me daba la espalda, por lo que no pudo leer la felicidad en mi rostro.
—¿De verdad?
—Sí —Confirmó.
Law me preguntó si quería tomar un calmante o una pastilla que más ayudaría a dormir cuando el efecto de la anestesia se hubiera acabado, pero me negué. Intentaría descansar por mi cuenta. No disfrutaba mucho de los medicamentos que me adormecían. Perdía el control de mí misma y no era una sensación que buscase, así que opté por soportar cualquier dolor que arremetiera contra mi costado herido.
Él apagó casi todas las luces, excepto la más cercana a la camilla, y se parapetó a mi lado mientras revisaba algunos documentos. Viendo que se quedaba allí sentado, le insté a que regresara a su mesa o que incluso se marchara a descansar. La cama estaba en una de las esquinas de su despacho, por lo que bastaría con dar un par de voces si algo iba mal o si no era capaz de dormir por el ardor. No obstante, Law se quedó a mi lado, guardando mi descanso y manteniéndose ocupado con aquellos informes. En el fondo, me sentía culpable porque por mí había sido que se despertó cuando por fin había logrado cerrar los ojos y no volvería a dormir en toda la noche si permanecía atento a mi evolución.
Estaba tan preocupada de ser un estorbo que no dije ni una palabra. Él se movió un par de veces, pero mis pupilas estuvieron prácticamente fijas en las alturas de su cuarto. Debían haber pasado unos treinta minutos cuando me cansé de jugar con pensamientos insípidos y hablé.
—¿Faltará mucho para que amanezca? ¿Law-s ...? —Pero quise mirarlo y descubrí que se había dormido. Llevaba así un rato. Incluso se había apoyado en el borde de la camilla hasta el punto de reposar la cabeza en ella. Los papeles descansaban en su regazo y él, acomodado contra su brazo derecho, apenas dejaba ir unos suaves resuellos—. Eres un mentiroso. Sí que estabas cansado —Apunté, sintiéndome extremadamente culpable. Extendí mi brazo hacia él y palpé un par de sus mechones negros—. Siento haber dudado de ti. No eres mal médico. Tampoco eres una mala persona —susurré, grabando a fuego todos y cada uno de sus rasgos.
Ojalá pudiera moverme.
Lo anhelé con tantas fuerzas que sentí la desesperación escalar por mi garganta.
Law no se inmutó, aunque sí frunció el ceño a raíz de lo que fuera que estaba soñando.
—Cora-san ... —murmuró.
¿Quién era? ¿Un familiar? ¿Un amigo? ¿Una mujer?
No podía saberlo y averiguarlo tampoco estaba entre mis objetivos. Así pues, me esforcé por ignorar que estaba pensando en alguien que se encontraba fuera de mi alcance y bajé mi mano hasta rozar su mejilla en una caricia que él sintió. Hizo un solo gesto, inocente y simple, pero que a mí me estrujo el corazón que había perdido. En su plácido sueño, Law percibió el liviano roce de mi dedo y respondió con un amago con el que perseguía ese contacto; entornó la cabeza hacia mi mano, buscando aquello que había superado la capa de lo onírico y que no quería perder.
Sumisa a su adorable anhelo, acerqué mis nudillos a su moflete y probé a regalarle un roce más real. Él se recostó sobre mis dedos, recordándome a un gato callejero que no sabe lo que es el amor ni la calidez de otro ser.
Mi labio inferior tembló, afectado por lo que mis ojos estaban contemplando en la privacidad de su despacho. Mis lagrimales, húmedos, gritaban que llorar me dejaría más tranquila, pero lo que comenzaba a sentir por Trafalgar Law no se iría. En realidad, no quería que esos sentimientos se esfumaran. Me lastimarían y, aún así, solo ansiaba atesorarlos.
—¿Por qué me haces esto, Law? —pregunté, a pesar de no esperar una respuesta.
🪝🪝🪝
09/07/2024
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