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III

Polaris Noelle

Pasaron un par de días. Mi herida parecía estar cerrándose correctamente. Por lo tanto, Law no se opuso a que saliera de mi habitación más a menudo. Sabía de buena tinta que sus compañeros le habían rogado y convencido de que no me negara algo tan simple como estirar las piernas por el submarino. A pesar de que no le hacía ninguna gracia darme esa libertad de movimiento, cedió y no puso pega alguna.

Era ya de noche. Había transcurrido cerca de una semana desde que desperté en la nave de aquellos piratas tan peculiares, pero nunca había salido de mi cuarto a esas horas. De madrugada, lo poco que se escuchaba era algún que otro pitido o golpe nacido de la bajada de presión. Nada que me impidiera conciliar el sueño. Sin embargo, aquella noche nació un repiqueteo constante y arrítmico a partes iguales.

Tras unos minutos despierta gracias al impertinente sonido, decidí levantarme, temerosa de hacerme un daño irreparable en el costado por no estar del todo lúcida. Me tallé los ojos y revisé la hora en el reloj que descansaba en la mesita de noche. Al comprobar que eran las tres y media de la madrugada, me pregunté qué o quién demonios hacía ese ruido y por qué no cesaba. Extrañada de que no se detuviera, salí y perseguí las ondas sonoras, que no sonaban muy alejadas de mi posición.

—¿Hola? —cuestioné a la densa oscuridad del pasillo, pero nadie respondió—. ¿De dónde vienen esos golpes? —murmuré para mí.

Avancé hasta una de las intersecciones y recordé que allí había una pequeña sala de descanso. Me giré, descubriendo la luz encendida.

—Maldita sea ... —profirió alguien.

El siguiente golpe fue más duro y seco que los anteriores. Estaba claro que procedía de aquel cuarto, así que me asomé por la puerta y le puse nombre y apellido a la persona que lideraba aquella orquesta arrítmica.

—¿Law-san? —lo llamé.

Primero vi su gorro, la parte más característica de su atuendo. Luego, me detuve en la camiseta de tirantes que ceñía los músculos de su espalda. También me percaté de un vendaje que rodeaba su brazo derecho, cerca del hombre. Nunca antes había podido observar tanto de su cuerpo y admitir que quería continuar con aquella minuciosa inspección me molestó. Para mi alivio, solo fue una milésima de segundo y aquellas vistas apenas hicieron mella en mí porque Trafalgar reaccionó a mi voz y se volvió para confirmar quién era el intruso.

—¿Qué haces aquí? —Me observó, poco ilusionado con mi aparición.

—Podría preguntarte lo mismo —le contesté, apartando la mirada de su complexión—. Estabas haciendo mucho ruido.

Entré al cuarto y él exhaló por desesperación pura y dura.

—Es este jodido armatoste ... —dijo a regañadientes.

Tenía entre las manos una cafetera vieja y destartalada que muy difícilmente haría su trabajo, pero él había estado golpeándola en la más angustiosa exasperación por no conseguir lo que quería del estropeado cacharro.

—Déjame a mí —Lo eché hacia la izquierda y, para mi sorpresa, no opuso resistencia y se apartó del mueble. Yo agarré la cafetera y comprobé que su estado era pésimo—. Para ser médico, tienes muy poca paciencia cuando se necesita.

—¿Por qué tendría que ser paciente con trastos como ese? —Escupió de mala uva.

—Es muy tarde —Subrayé—. ¿Vas a tomar café a estas horas?

—Sufro de insomnio —Me puso al tanto de un dato que cuadraba bastante bien con la mirada cansada que paseaba a diario—. A veces es mejor aguantar despierto toda la noche para regular mis períodos de sueño.

Law se sentó en una de las pocas sillas que armaban aquella estancia tan estrecha.

No presté atención a lo que hizo después de tomar asiento porque todos mis sentidos se concentraron en hacer funcionar aquel artefacto que parecía estar en sus últimos momentos de vida. Por suerte, encontré la manera de que cumpliera su función, aunque fuera por poco tiempo, y así se lo hice saber a Law mientras cogía la taza que había a un lado de la mesa.

—¿Lo ves? —Indiqué. El ruido de la cafetera era prueba más que suficiente de que había conseguido lo que él se había propuesto a esas horas de la madrugada—. Solo hay que ir con tiento para que funcione.

—Mmm ...

El traqueteo de la vieja máquina me absorbió. No pensé que algo tan trivial urgaría de aquella forma en mi memoria, pero lo hizo. El frío de unos recuerdos difusos me atormentó durante un largo minuto. Eran recuerdos desubicados, sin lugar en el espacio ni en el tiempo, lo que me inquietaba todavía más. Que las escenas de mi vida se iluminaran cual bombillas en la oscuridad no hacían sino confundirme y, en aquella ocasión, no obtuve más que en las anteriores.

Con el café hecho y mi cabeza hecha un desastre, oí la voz de Law.

—¿Me estás escuchando? —preguntó, ligeramente irritado por mi silencio.

El líquido oscuro humeaba en la taza.

—¿Qué?

Agarré el recipiente y lo acerqué a la mesita desde la que analizaba mi repentina ausencia.

—¿Qué te pasa? —dijo con el ceño fruncido y la sensación de que algo no estaba en orden.

—Nada —Me toqué los dedos, contrariada—. Estaba pensando.

—¿Has recordado alguna cosa? —Me encaró.

—No. No es eso.

No podía considerarse una mentira. Ni siquiera sabía qué significaba. Eran fotogramas en movimiento que, de repente, hacían un recorrido por el laberinto de mis recuerdos. Nada que pudiera sacarme de la incógnita de la que seguía prisionera.

—¿Entonces?

Trafalgar dio un trago a la bebida caliente sin quitarme los ojos de encima.

Mi intención no era desviar la conversación porque, genuinamente, quería saber qué pasó en la ciudad donde él y yo coincidimos. Por ello, le pregunté sin dar rodeos.

—¿Qué ocurrió en Rain Cros?

Law depositó la taza humeante en la mesa y, por un momento, me pareció que su mirada se perdía en algún lugar muy lejos de allí.

—Siéntate —No era una orden. Su voz era mansa, menos exigente. Tras comprender que simplemente me invitaba a tomar asiento para charlar sobre el asunto, lo hice, ocupando la banqueta contraria—. ¿Quieres? —Insinuó que había más café en la alacena.

—No. Gracias —respondí a su invitación.

Que la conversación se hubiera tornado tan recta, sin malas palabras ni gestos desagradables por su parte, me llevó a entender que era un tema serio. Al menos, así lo sentía Trafalgar Law, y era un hombre que podía intimidar si se lo proponía.

—Yo solo estaba allí de paso. Creíamos que alguien tenía la información que nos interesaba, pero resultó ser una trampa. Era una emboscada —me explicó—. Me di cuenta demasiado tarde. El enemigo me conocía perfectamente y lo tenía todo planeado, así que mi huida se complicó.

—¿Y sabes quién era? —Interrumpí su relato.

Sus ojos y los míos se encontraron. No fue durante mucho tiempo, pero sí el suficiente como para que mi pulso se alterara.

—Puedo imaginármelo —masculló, analizando su café recién hecho.

—¿Y yo? —Law no me miró, evadiéndome—. ¿Cómo fue que yo ...?

—Estaba desorientado. No sé muy bien de dónde saliste, pero me señalaste el camino más corto para escapar y te enfrentaste al tipo que me perseguía —declaró a mi favor.

—¿Me enfrenté a él? —cuestioné mi propio comportamiento.

—Sí —Afirmó él. Estaba muy seguro de sus palabras, así que no me atreví a poner en duda lo que contaba—. El clima en Rain Cros es lluvioso la mayor parte del tiempo, sin embargo, esos días azotaba un temporal. Antes de alejarme de allí, un rayo cayó en un edificio en ruinas —dijo con gesto ausente, como si una parte de su ser estuviera reviviendo de nuevo aquello—. Os habría lapidado a los dos en cuestión de segundos —Sentenció para acabar su intervención.

—Pero sigo viva —Objeté rápidamente.

Se llevó la taza a los labios y bebió de ella. Cerró los ojos para tragar. Solo era una intuición, pero deduje que estaba avergonzado o incómodo. No supe cómo describirlo y, mientras me debatía por descifrar su forma de actuar, la rudeza con la que tragó logró que mis pupilas escrutaran atentamente su nuez de Adán.

Trafalgar Law era un gran misterio para mí, pero también era un tipo atento y atractivo, y no me gustaba lo que provocaba en mí con acciones tan inofensivas y descuidadas como esa. Era un pirata. Un desalmado, sí. Debía recordármelo continuamente porque bastaba con una pequeña señal, con un comentario amable camuflado entre otros tantos áridos, con un descanso en el que se comportara como una persona de carne y hueso, para que mi corazón, ese del que él se había apoderado sin mi consentimiento, retumbara desde su escondite. Sabía que Law no era tan malo como fingía ser. No era alguien horrible, sin sentimientos ni remordimientos, pero era mejor pensar de ese modo con tal de evitar un mal mayor.

Encariñarme de él sería mucho peor que aprender a odiarlo, aunque no me diera motivos reales para hacerlo.

—Tú lo retuviste —comentó, zarandeando mi consciencia para que esta regresara a la salita en la que hablábamos—. Pensé que alguien inocente moriría por mi culpa y utilicé mi poder para recogerte antes de que la piedra te sepultara junto a ese hombre. Pero ya te había herido en el costado y tu cabeza sangraba demasiado —Describió el deplorable estado físico que le obligó a llevarme consigo para no sentirse culpable de una muerte innecesaria—. Por eso te traje a mi submarino.

Estaba nervioso. Hablar sobre su buena acción coloreó sus mejillas con un rubor que me pareció absurdamente tierno. Incluso sumado a su ceño fruncido, a su afán por fingir molestia, sentí que aquella era la reacción más humana y sensible que había visto en él.

—Por lo que dices, todo lo que pasó es bastante raro —Desvié la atención para que el sonrojo no obtuviera más protagonismo del necesario—. Ni siquiera recuerdo estar en Rain Cros —alegué.

—No sé más que eso. Apareciste y me ayudaste. Yo solo saldé mi deuda contigo —Se justificó—. No me gusta deberle nada a nadie.

Ahí estaba su coraza habitual. Me relajó que adoptara el papel de líder responsable. Me resultaba más sencillo rechazar su buena voluntad si trataba de disfrazarla.

Entonces, una idea horrorosa, que ya me había atormentado en silencio, resurgió y no me quedó más remedio que exteriorizarla y hacer partícipe de la misma al capitán de aquella embarcación.

—¿Y si no recupero la memoria nunca? —pregunté.

Trafalgar titubeo. En el fondo, ni siquiera él tenía la certeza de que todo volvería a la normalidad. Como profesional de la medicina debía mantener la esperanza y transmitírsela a su paciente, pero el optimismo no parecía ser una de sus virtudes. Por tanto, no me sorprendió su contestación.

—Tendrás que aprender a vivir sin un pasado.

Volvió a beber de la taza, aparentando una tranquilidad envidiable a la que yo no podía aspirar.

—El pasado es lo que nos convierte en lo que somos, Law —repliqué, molesta.

No me estaba tomando por una exagerada. Al fin y al cabo, era un médico y conocía más enfermedades de las que yo podría imaginar, pero si quería mantener ese perfil estoico, de impasibilidad, ante mi obvio miedo a un vacío que nunca se llenase, no le quedaba más alternativa que ponerse en la peor situación y otorgarle la importancia que merecía.

—A veces es mejor empezar de cero y olvidar lo que hemos sido —dijo, sin dirigirme la mirada.

—No pareces ser esa clase de persona —Contraataqué yo.

—Tú no eres como yo —Se defendió de mi dardo.

—¿Acaso me conoces? —inquirí.

Empezaba a dolerme que nunca empatizara conmigo. Su tripulación lo hacía a diario y le agradecía a todos y a cada uno de ellos por sus esperanzas y mensajes motivadores. Solo ... Solo deseaba oír algunas palabras de aliento que vinieran de Law.

Si hiciera el esfuerzo de ponerse en mi lugar, no diría esas barbaridades tan a la ligera.

No esperaba que sus orbes buscasen los míos otra vez, pero así sucedió y un escalofrío me recorrió la columna como una ola rompiendo en la orilla.

—No. No te conozco —Me dio la razón—. Y no tengo intención de hacerlo.

Y ese maldito comentario me levantó. Furiosa con su falta de decoro y de tacto, decidí regresar a mi habitación antes de decir algo de lo que me arrepentiría más tarde.

—Buenas noches —Me despedí, rígida.

Di media vuelta, en dirección a la salida, pero no pude fundirme en la oscuridad del pasillo porque su voz irrumpió mi repentina marcha.

—Polaris-ya —Mis piernas se detuvieron al instante; nunca se había referido a mí de esa forma—. Gracias por ayudarme aquella vez.

Me estaba dando las gracias por haberle salvado la vida. A pesar de que un pedacito de mí se alegraba y de que quería confiar en que era lo que realmente sentía, no pude ser la chica amable y cordial a la que estaban acostumbrados. Law me había herido. Me había insultado. Él no era estúpido. Sabía que me haría daño al decir algo así y lo hizo adrede. Por eso mismo no me giré. No le di la cara una última vez porque, aunque él no lo creyese, tenía un orgullo que conservar y proteger.

—Supongo que así estamos a mano, Trafalgar.

Después, me fui derecha a la cama. No conseguí dormir en toda la noche, pero al menos lo intenté.








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02/07/2024

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