Capítulo 5
Hoy mi madre está más calmada. Parece que la cena con Tobías le ha sentado bien. Además, he hecho bastante reposo desde que me renegó por moverme mucho. Estoy deseando empezar la rehabilitación, queda ya superar el día de hoy y el de mañana sin hacer nada, aunque estoy casi segura de que mi madre me obligará a guardar reposo el domingo también.
Esta mañana viene Sergio a las nueve para ver los resultados de las pruebas. Me he levantado a las ocho y se lo he comunicado a mi madre, aunque no le he dicho la verdad. Si le dijese que estoy investigando por mi cuenta el accidente, no sé cómo reaccionaría. Que quiera impedírmelo es una posibilidad. Ha asentido un poco dudosa, pero le he dicho que íbamos en coche y que no me movería casi nada.
Sergio ha sido puntual y a las nueve en punto ha tocado el timbre. Ha saludado a mi madre y ésta le ha advertido muy seria que cualquier esfuerzo físico y no me veía de por vida. Él le ha dicho convencido que no pasaría nada, sin embargo, tras montarnos en el coche me ha fulminado con la mirada. Si pasa algo la culpa sería mía, pero se la llevaría él; así que lo mejor es que me esté quieta. Le he hecho caso porque se ha tomado muy en serio lo de no verme de por vida.
Ahora estamos en una sala esperando a su amigo forense. El edificio es muy grande y de esta sala tampoco se puede decir lo contrario. Es muy espaciosa para ser simplemente una sala. Hay una mesa cuadrada y cuatro sillas a su alrededor. Me da la sensación de que me van a interrogar, sobre todo por la escasez de luz. Sergio no deja de mirarme y yo me estoy poniendo nerviosa. ¿Dónde está su amigo?
—Deja de mirarme, por favor.
No dice nada y gira la cabeza hacia el frente. Estamos sentados el uno al lado del otro. Se rasca la clavícula y luego mira su móvil. Pongo los ojos en blanco. Seguro que se ha molestado con mis palabras. Puf. A este tío no hay quién lo entienda. ¿Y yo salí con él? Es increíble. Antes, cuando me he montado en su coche, rápidamente he recordado la foto que tenía de nosotros en la guantera. Esto sólo lo hace porque me sigue queriendo, estoy segura.
A los minutos, un hombre interrumpe el silencio de la sala y saluda a Sergio estrechándole la mano. Después, hace lo mismo conmigo y me ofrece una sonrisa muy cálida al igual que el tacto de su piel.
—Soy Héctor. Encantado de conocerte al fin, Érica —se presenta y le sonrío.
Es joven, con el cabello rubio oscuro y unos ojos azules metálicos demasiado atractivos. Lleva puesta una bata blanca sin abrochar, por lo que puedo ver que lleva una camiseta azul a juego con sus ojos. Pasa al otro lado de la mesa donde reposan las otras dos sillas y se sienta en una de ellas, justo la que está enfrente mío. Lleva varios folios en la mano y los deja sobre la mesa.
—Bueno, el análisis ha terminado —hace una pausa y deja de mirarnos para leer algo del papel impreso—: La mancha que me dijisteis que estudiase es un resto de sangre, tal como me dijiste —mira a Sergio. Después, cambia de folio y sigue leyendo—. Es diferente a la del cristal —continúa con el último folio—. Y... No puede ser —dice atónito y vuelve a mirarlos anteriores folios.
—¿Qué pasa? —Pregunta Sergio bastante preocupado—. Di, Héctor, ¿qué es lo que pasa?
Sergio se ha inclinado hacia nosotros y ha estado a punto de tirarme de la silla del susto que me he dado.
—Son diferentes entre sí. Había tres personas en el lugar. —habla al fin, estupefacto.
—¿Qué? No puede ser así.
—¡Admítelo, Sergio! —Le digo muy alto y con el dedo índice levantado. Me saca de mis casillas—. Lo estás viendo tú mismo, había dos personas más.
—Tiene que ser otra cosa. Quizás la sangre del reposabrazos sea de alguna amiga de Érica de mucho antes y la del cristal sea del chico que te salvó.
—Se llama Tobías —interfiero.
—Eso da igual —rebusca entre sus papeles—. La sangre es del mismo día, está comprobado, Sergio. Ella tiene razón.
—Joder.
—Hay que ir a la policía —dice el forense.
—No pienso ir. No investigaron bien nada. Esto podrían haberlo sabido antes y no lo hicieron, dejaron mi coche en un desguace policial y lo mandaron todo a la mierda. Ellos cerraron mi caso y se negaron a abrirlo de nuevo cuando yo lo pedí. Ni siquiera se fían de mí porque no me han interrogado y me apuesto el cuello a que tampoco interrogaron a Tobías. Además, estoy casi segura de que fue la prensa y no la policía quien interrogó al conductor del camión.
—Érica, no hables sin saber.
—¡No, Sergio! Eres tú el que dice cosas sin sentido. Algo está pasando y quiero averiguarlo. Si me quieres ayudar, adelante. Si no, me da igual.
Cuando observo al forense, está boquiabierto por nuestra discusión. Esto es muy normal en nosotros. Siempre estamos igual. Más bien, él siempre está igual.
—No confías en mí, Sergio. ¿Acaso crees que no te conozco como para no darme cuenta? Apenas le has dado importancia a todo lo que he recordado. ¡Eres un imbécil!
No había reparado en que estaba de pie, por lo que me siento rápidamente y me cruzo de brazos. Es imposible que él me vaya a ayudar. Le acabo de montar un pollo que flipas. Héctor aún ni se ha inmutado y Sergio sigue con los ojos estrechos mirándome, como si no se creyese lo que he dicho.
—Sí te voy a ayudar, Érica —habla, esta vez mucho más suave—, pero debes de dejar de tratarme como si no quisiese hacerlo. ¿Crees que no te quiero ayudar? ¿Por qué crees que estamos aquí? Es porque yo he querido ayudarte, claramente.
Héctor suspira. La discusión ha acabado.
—Chicos, si seguís discutiendo no vamos a llegar a ningún sitio. Vamos a comprobar qué sangre es la de Érica, ¿de acuerdo?
Sale de la sala y nos conduce por unos blancos pasillos hasta un laboratorio pequeño. Me siento en una silla y me pide que le dé la mano. Pincha mi dedo con un aparato. Nunca me han gustado las agujas... Casi suelto un quejido, no obstante, lo he reprimido. Me ofrece una gasa para presionar sobre el pinchazo y que la sangre se corte.
—¿Sabes si el chico que te salvó tiene alguna herida? —Habla Héctor.
—Pues... No lo sé. Puedo preguntarle.
—¿Lo conoces? —Se entromete Sergio.
—Ayer vino a casa a cenar, me lo encontré mientras daba un paseo y me reconoció, así que lo invité a cenar para agradecérselo.
—Ah, ¿era el torpe con el que me choqué?
Asiento con los ojos en blanco.
—Oh... Qué bien —eso ha sonado muy falso.
—La sangre de la luna delantera coincide con la de Érica. ¿Diste un golpe contra el volante?
De nuevo, la duda me deja atónita.
—No exactamente, saltaron los airbags.
—Eso es verdad —coge mi rostro entre sus manos para examinar la cicatriz mientras un pequeño cosquilleo corre bajo mi piel—. Está en el lado derecho, por lo que no te diste con la puerta. Aquí hay gato encerrado.
—Falta saber quiénes son las otras dos personas.
—Una es Tobías, estoy segura. Pero ¿y la otra? Es posible que el conductor del camión se cortase al ayudar —me quedo pensativa, recordando la noticia del periódico. No decía mucho, pero me quedó claro todo lo que explicaba—. Bueno, estuvo en shock. Al menos, hasta ahí sé.
—Deberíamos interrogarlo —aconseja el forense.
Sergio niega. Ha estado en silencio un rato.
—No me parece buena idea. Tengo que pensar todo esto bien. No quiero meter la pata y este asunto me da muy mala espina. ¿Y si alguno de los dos fue quien intentó matarte?
—Bueno, aún hay mucho que investigar para llegar a la conclusión de que alguien quiso matarla, ¿está bien? No demos hipótesis antes de tiempo. Será mejor que analicemos la sangre de ambos para corroborar las pruebas —asentimos, conformes con sus palabras—. Yo puedo ayudaros, pero con discreción. Tengo que arreglar un par de cosas, en todo que las tenga listas, te avisaré —le dice a Sergio—. Tengo trabajo, otro día nos vemos.
Se despide de nosotros en el pasillo mientras nos estrecha la mano:
—Estamos en contacto —nos dice y, luego, se va.
Miro a Sergio.
—¿Podemos confiar en él? —Le pregunto.
—Sí, es un gran amigo y le encanta ayudar. Podemos fiarnos de él perfectamente. Ahora tenemos que averiguar de quiénes son las manchas de sangre. Vayamos a tu casa.
~
Tras nuestra discusión no hemos hablado casi nada, ni el camino ni mientras entrábamos a mi casa. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Mi madre me está mirando de arriba a abajo como si me hubiera caído y estuviese buscando un rasguño. Qué exagerada. Me dice que me siente en el sofá, sin embargo, le digo que subiré a mi habitación. Antes de subir, fulmina con la mirada a Sergio y le hace señales para que él sepa que lo está vigilando. Sergio ríe y mi madre le da una palmadita en el hombro. Se conocen desde hace mucho tiempo. Aún recuerdo la primera vez que vino a casa. Ha sido siempre muy bueno conmigo y con mi familia, lo que ocurrió es que nuestro amor dejó de funcionar. Después de lo que pasó, yo ya no me sentía igual. Todo había cambiado...
Me asusto y casi doy un brinco al ver aparecer al gato por el pasillo. Sergio suelta una carcajada. Ni siquiera la ha intentado disimular. ¿De qué va? Qué imbécil. Me siento en mi cama y él me imita sentándose a mi lado. No creo que esta distancia sea la adecuada para dos personas que acaban de tener una discusión, así que me levanto a dejar el móvil en la mesilla y, cuando me vuelvo a sentar, lo hago un poco más alejada de él. No quiero que nuestras piernas se rocen. Suspiro. La verdad es que no sé por qué no se ha ido a casa.
—¿No trabajas hoy?
—No, me he cogido unos días de vacaciones.
—¿Y eso? —Sé que no le gusta mucho su trabajo, pero ¿cogerse vacaciones? Es demasiado misterioso, aunque no tanto como el hecho de que había dos personas en mi coche el día del accidente...
—Para ayudarte con la investigación.
—Oh... Muy bien —espero no haber sonado falsa, voy a arreglarlo—: Me alegro de que quieras ayudarme, pero ¿no crees que tu trabajo es más importante?
—Da igual, Érica, no me pidas explicaciones. Lo hago porque quiero y punto.
—¿Porque me quieres? —Se me ha escapado sin querer, mierda. Me mira asombrado por mis palabras. Rasco mi cabeza como quitándole importancia, sin embargo, no soporto que me mire con esa mirada suya que me pone de los nervios. Aparto la vista y me levanto. Voy hacia la ventana y la abro un poco. Sobre mi escritorio está el paquete de tabaco que encontré el otro día. Saco un cigarrillo y lo enciendo. Echo el humo hacia la ventana. Sergio me mira, pero no dice nada. Al ver que no responde a mi anterior y estúpida pregunta, añado rápidamente—: ¿Cómo podemos averiguar quiénes son esas dos personas?
—Siéntate y haz reposo —hago lo que dice, pero al otro lado de la cama y ni me molesto en molestarme porque haya pronunciado la palabra más horrible de esta semana. Tomo otra calada—. Lo primero de todo es que mires si Tobías tiene alguna herida —ignora por completo mi primera pregunta, lo cual es un alivio—. No se lo preguntes, no podemos fiarnos de él.
—¿Cómo que no? —Digo molesta—. Me salvó, ¿sabes? Podría haber muerto calcinada entre las llamas.
—¿Y qué? Podría haberlo hecho como una tapadera.
—¿Como una tapadera? —Digo burlándome de sus suposiciones sin sentido—. Por un momento, deja de actuar como un criminólogo y usa la razón, listo pan —le doy un leve golpe con el dedo índice en la frente.
—Érica, eres tú la que no está usando la razón. ¿Qué pasa? ¿Ya te has enamorado de él? —Esto último lo pregunta muy irritado.
—Mira, Sergio, no me vengas con chorradas. Déjame que yo averigüe si tuvo alguna herida.
—Érica, esto es serio. No quiero que te metas en problemas —se levanta y va hacia el umbral de la puerta—. Ve con cuidado y no fumes más.
Se marcha entornando la puerta. Puf. «No fumes más», imito su voz dentro de mi cabeza. Me acuesto en la cama muy pensativa. ¿Cómo puedo averiguar si se hizo algún corte el día del accidente? A ver... Han pasado casi tres semanas, es imposible que le quede una cicatriz. Lo primero porque no vimos ningún charco de sangre seca ni quemada ni nada en el coche, así que el corte no debió de ser profundo. Es posible que se cortase al sacarme del coche y no fuese mucho. Lo más difícil será coger una muestra de su sangre porque entonces tendría que contarle todo lo que está pasando y Sergio no estaría de acuerdo. Es un desconfiado. No me puedo creer que crea que Tobías me salvó por disimular que quería matarme. Qué gilipollas que es en serio. ¿Para qué iba a querer matarme Tobías si ni siquiera me conoce? Además, si quisiera matarme ya lo habría hecho.
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