Capítulo 1
La música suena y llena todo el habitáculo. Conduzco sorteando el mismo bache de siempre al entrar en la autovía: un pequeño agujero en el suelo es la consecuencia de la lluvia de hace seis años. Aún recuerdo el miedo que pasé creyendo que mi casa se convertiría en una piscina de lodo.
La rutina diaria de ir al trabajo nunca me ha resultado monótona. Cada día hay algo nuevo que hacer y eso me llena. Acabo de apagar el cigarrillo y lo he dejado en el cenicero que tengo sobre el salpicadero. Al llegar a la salida correspondiente, miro a través de los retrovisores y compruebo que puedo desviarme sin problema hacia el carril de deceleración. Paso por la misma rotonda cada día laboral y giro en la primera salida. Esta avenida es muy grande, pero nunca me he perdido. La octava calle a la derecha.
Estoy aparcando cuando me sorprende la sonrisa de mi compañera de trabajo, Clara. Ha aparcado minutos antes y su coche está junto al mío. No venimos a trabajar juntas porque ella vive aquí y yo en un pueblo a quince minutos.
Nunca he pensado en venir a vivir aquí. El ambiente familiar me reconforta bastante y ver crecer las mismas flores del jardín cada primavera hace que sienta que todo va bien, que todo va igual de bien que siempre.
Me bajo del coche y la saludo riéndome. Seguro que se ha echado un novio.
—Adivino, la cita de ayer fue genial. ¿Es eso? —Pregunto.
—¡Has acertado! —No deja de sonreír—. Venga, hoy te invito a comer.
Cierro el coche y subimos a la sexta planta. Mi oficina está enfrente de la suya y las dos movemos continuamente nuestra silla con ruedas para decirnos tonterías. Cuando pasa el jefe, se detiene justo delante de nuestras puertas abiertas y nos mira a ambas con una ceja en alto. Pasa siempre a la misma hora, por lo que nosotras estamos preparadas para trabajar de verdad.
Mi jefe es de otro mundo, en serio. Es guapo, moreno, alto y joven. Heredó la empresa cuando su padre se jubiló hará un año. Desde entonces ocurre siempre lo mismo a la misma hora cada día. Aún recuerdo su primer día de trabajo en la empresa. Llevaba una corbata roja a juego con el vestido de Clara. Ahí empezó el amor de ella hacia él... Hasta que Clara y yo descubrimos que él ya tenía novia. Vaya faena. Roberto y Marga. La pareja perfecta. Ella es rubia y delgada, con unos tacones vertiginosos que dejaban a Roberto en el subsuelo. Así suele aparecer en las celebraciones, pero cuando la vemos pasar por la oficina, es totalmente diferente. Lleva el pelo recogido en una cola y luce ropa de deporte. Es entrenadora de tenis.
Clara me está haciendo señas al otro lado del pasillo. Coloca su mano sobre la oreja y hace varios gestos diciéndome que su cita la ha llamado para comer. Me ha escrito un cartel que dice «Mañana te invito a una copa» y me lo enseña. Le mando un beso y observo el reloj. Es la hora.
Coloco la silla tras el escritorio y meto los pies bajo la mesa. Mis manos sujetan un montón de papeles y reviso si me he dejado alguno. En ese instante, mi jefe se acaba de detener frente a mi puerta. Me mira y gira la cabeza ciento ochenta grados para mirar a Clara. Esta le mira sonrojada. No alcanzo a ver su cara, pero le veo tocar su puerta y entrar.
—Buenas, señorita Pérez —le escucho decir.
—Buenos días —dice ella con una sonrisa en la cara.
—¿Ha terminado su trabajo?
—No, aún no es la hora.
Y mi jefe se da media vuelta y se va, echando una última mirada a mi despacho. Cuando vemos a través de las transparentes cristaleras que ya se ha marchado, Clara y yo le damos un empujón a la silla y nos miramos aterradas. Esto no es lo "normal" de cada mañana.
Cuando terminamos la jornada del lunes y del jueves, solemos ir a comer al restaurante que hay al otro la calle. Clara va a ir hoy a otro que no conozco y que está más lejos. Supongo que hay ciertas cosas que se hacen por amor. Yo las hice un día, qué pérdida de tiempo.
Me despido de Clara y le deseo buena suerte. Voy a comer sola y pido lo mismo que todos los jueves. Hoy es un jueves tranquilo, excepto por la extraña acción de mi jefe. Me pregunto si Clara seguirá colada por él, hace tiempo que no hablamos de eso.
Cuando termino de comer, voy al cementerio de la ciudad. Acabo de aparcar el coche y camino hasta la entrada. Siempre camino por este lugar cuando Clara regresa a su casa. Hace años que no recuerdo bien mi infancia. Mis padres no son mis padres biológicos. Creo que mis verdaderos padres están en alguna tumba de estas, no obstante, ni sé mi apellido, ni sé de dónde vine. Apenas recuerdo algo. Antes solía recordar ciertos momentos, eran pavorosos, aunque hace años que no recuerdo nada. Ni siquiera los recuerdos que recordé. Tengo una profunda laguna de color negro.
Cojo el coche camino al turno de horas extra que echo los jueves. Clara prefiere hacer estas horas extra los lunes. Dice que se le pasan más rápido a principios de semana. Bueno, cada una tiene sus manías. Durante las dos horas extra que echo de cinco a siete, termino de ordenar el papeleo de esta mañana y recojo todo para mañana empezar con el nuevo proyecto.
Al salir a la calle, noto una pequeña brisa helada. Me monto en el coche con un escalofrío recorriéndome de pies a cabeza. Arranco el motor y pongo rumbo a mi casa. Entro en la autovía. Cuando salgo de trabajar no suelo poner música, normalmente me dedico a prestar toda mi atención en la tarea de conducir. Tampoco suelo fumar en el camino. Casi está anocheciendo, pero aún se ve muy claramente. Acabo de adelantar a un camión y he vuelto al carril de la derecha.
Lo único que recuerdo es un intenso pitido, mi mirada perdida y empañada de una niebla espesa, y él sacándome del coche.
~
Despierto. No sé dónde estoy. Me duele la cabeza. Hay mucho blancor a mi alrededor. Gruño. Mi vista se acostumbra al lugar y observo un ramo de flores a mi lado. Son un par de rosas de mi jardín. Seguro que mi madre las ha cortado. Alguien entra gritando por la puerta. Es Clara.
—¡Ha despertado! —Le exclama a alguien que está en el pasillo.
Mis padres entran con ella a la habitación. Mi madre se lanza corriendo a mí y me abraza con fuerza y mi padre me da un beso en la frente. Mi madre ha empezado a llorar. Yo sigo sin recordar nada de lo que ha pasado, no obstante, debe de ser algo fuerte para que ella esté llorando. Miro mi brazo escayolado.
Tras contarme ellos que tuve un accidente con el coche y que he estado dos semanas en coma por una contusión en la cabeza, me dan un par de regalos de bienvenida (parece que he resucitado, aunque en cierto modo así es porque podría haber muerto si no hubieran saltado los airbags...) y les digo que pueden irse tranquilamente a casa a descansar porque me siento muy bien, aunque cansada, sin embargo, no se quedan tranquilos hasta que el médico me haga un chequeo. Éste nos dice que todo va normal, por ello, mis padres se van calmados y yo me quedo unos minutos hablando con Clara.
—Si no recuerdo mal, tuviste una segunda cita con el chico, ¿qué tal fue?
—¡Madre mía, cuánto tiempo ha pasado! Tengo que contarte muchas cosas.
Me cuenta que la comida fue muy bien y que han quedado mucho últimamente. Está súper feliz porque cree que le va a pedir salir pronto. Me alegro mucho por ella. Comenta que lo pasó muy mal cuando se enteró de mi accidente y me jura que hasta el jefe fue a su oficina a preguntarle qué tal estaba yo. Entonces, empieza a hablarme del accidente y de un chico que, según dice ella, no ha faltado ni un día a visitarme. No sabe quién es, pues asegura que, siempre que ella venía, él se estaba marchando con prisa.
Como estoy muy cansada, ella se marcha prometiéndome que vendrá mañana cuando salga de trabajar. Me quedo pensando sobre el accidente. No recuerdo haber dado ningún volantazo ni haber estado distraída. Lo que sí recuerdo es la figura de aquel chico y el tacto de su piel con la mía.
Me duermo rápido y tengo pesadillas relacionadas con el accidente. Sueño que alguien estaba en el asiento de atrás y que me hizo perder el control de los mandos, pero sé que eso no fue lo que ocurrió.
A la mañana siguiente, mis padres me traen el desayuno de la confitería de mi pueblo. Hacen unos pastelitos riquísimos y un chocolate maravilloso. Lleno las sábanas de azúcar glas y la sacudo con lentitud. Cuando miro la cara de mi madre, creo que acaba de ver un fantasma. Observo a mi padre y tiene la expresión muy preocupada.
—Tranquilos, el médico dijo que esto es normal después del coma.
—Ay, cariño —dice mi madre con ternura y me da un beso.
—Tenemos que ir a trabajar, pero para comer vendremos de nuevo —anuncia mi padre—. Ah —susurra antes de salir por la puerta—, casi se me olvidaba: el médico ha dicho que te dará el alta en un par de días.
—¡Estupendo! —Chillo sonriente.
Después de que ellos se marchasen, me vuelvo a dormir. Sigo un poco cansada. Esta vez no sueño con alguien, sino con algo: un enorme bache en la carretera. Lo esquivo dando un volantazo, escucho un fuerte golpe sobre la ventanilla y cristales rotos impactando contra el asfalto. Siento el hedor de la sangre caliente y unas manos frías me tocan el brazo. Despierto de sobresalto y veo que unos penetrantes ojos oscuros me observan. Grito y aparto mi brazo.
—¿Quién eres? —Le pregunto aún acelerada, pero él ya ha echado a correr.
Cuando Clara viene después del trabajo mis padres se acaban de ir. Me ha traído un libro para leer y un sujetador deportivo.
—¿Para qué es esto? —La miro con desdén mientras sujeto la prenda.
—Para la rehabilitación. Por si te toca un guapito —me guiña el ojo.
—Qué manía con echarme novio —pongo los ojos en blanco—. Por cierto, ¿qué tal te va con el chico? ¿Se llamaba...?
—Andrés.
Me cuenta que le está yendo un poco regular últimamente. Él ha empezado un trabajo y apenas puede quedar. Es una pena, se la veía muy ilusionada con él. También me relata que el jefe me quiere comunicar que mi baja puede durar lo que crea conveniente. Yo le soy sincera y le digo que estoy harta de estar en esta cama y que quiero empezar cuanto antes.
—¡Pero, Érica, ¿tú estás loca?! ¡Tienes vacaciones gratis, jolín!
—Sí, menudas vacaciones. Oye, ¿cuándo va a venir el médico? Quiero saber cuándo podré volver a casa. Este sitio es horrible.
Me asaltan los ojos de ese misterioso chico que ha salido corriendo después de que yo le gritase. He de imaginarme que es el chico que me ayudó en el accidente.
—Supongo que vendrá enseguida —dice ella.
Me llega un mensaje al móvil. No lo he cogido desde antes del accidente. No sé ni quién lo ha cargado ni quién puede ser el del mensaje. Menos mal que el móvil lo llevaba en el bolsillo, de no ser así, échale mano dónde podría haber parado.
Oh, oh, esto no puede estar ocurriéndome.
—¿Quién es? —Pregunta ella muy cotilla.
—Joder, es Sergio. ¿Cómo se ha enterado?
—¿Qué te ha dicho?
Empiezo a leer por encima el chat.
—Me ha enviado quince mensajes en las dos últimas semanas.
—Ese quiere algo —asegura.
—¿Qué? —Digo sorprendida en tono repulsivo—. Estará preocupado, nada más.
Miro el móvil, sigo sin creerme que esto esté pasando. Está en línea. De repente, el móvil comienza a sonar. Vale, es él. Claro, he leído sus WhatsApp y le habrá aparecido un tic azul. Le cojo la llamada sin pensar demasiado.
—¿Sí?
—¡Oh, por fin! —Dice y parece aliviado—. ¿Estás bien, Érica?
—Emm, sí, estoy genial.
—¿De verdad? ¿Cómo fue? Madre mía, he estado muy asustado.
—Lo siento. Desperté ayer. He estado en coma.
Mierda, ¿por qué le estoy contando todo lo que me pasa?
—Oh, Dios mío, ¿has estado en coma? Clara me dijo que estabas descansando y que no querías ver a nadie. Por eso no fui a verte. ¿Por qué me ha mentido?
—Emm, no sé. Yo creo que...
Clara tiene las manos sobre la cabeza y da pasos de un lado para otro, nerviosa. No sé qué decirle, me voy a inventar algo. En verdad, Clara me ha salvado de esta. ¿Qué haría yo sin ella? Ni sé ni quiero saberlo.
—Pues —continúo—, es que mis padres se lo dijeron para que esto no se llenase de gente. No te preocupes.
—¿Que no me preocupe? ¿Acabo de enterarme que has estado medio muerta y dices que no me preocupe?
—No he estado medio muerta —le digo tajante.
—Érica, ¿en qué hospital estás?
—¿Qué? No te oigo bien, se está yendo la cobertura.
Le cuelgo. Joder, qué pesado y qué exagerado es mi ex. A lo mejor, iba yo a decirle dónde estoy, a lo mejor. Seguro que vendrá a casa, segurísimo. Me haré la dormida para no tener que hablar con él. Puf. Miro a Clara, está intentando contener la risa, pero no puede y estalla. Yo me río con ella hasta que llega el médico.
—Parece que todo va bien, Érica. Mañana por la tarde, tras el chequeo, podrás volver a casa —nos informa el médico.
—¡Sí! ¡Mañana iremos de compras!
—Lo siento, pero su amiga tendrá que guardar reposo por una semana —a Clara se le borra la sonrisa de la cara—. Más vale asegurarse de que todo está completamente bien antes de empezar a dar vueltas por ahí. Cumplida esa semana, empezará la rehabilitación.
~
Esta noche es mi última noche en el hospital. Vuelvo a tener una pesadilla. Sueño que hay alguien en mitad de la carretera manchado de sangre y me mira directamente a los ojos. La imagen es muy real, doy un volantazo y me salgo de la carretera. Era ella, era mamá. Mi verdadera madre.
Me despierto gritando y una enfermera sobresaltada entra por la puerta corriendo.
—¿Está bien?
Respiro costosamente con la boca abierta y ella mira el panel que hay a mi lado. Estará comprobando que todo va bien.
—Sí —murmuro—. Ha sido una pesadilla.
—Sucesos como un accidente pueden dejar traumas. ¿Quiere que le pida cita para el psicólogo?
—No, estoy bien, gracias.
—Si vuelve a tener pesadillas, por favor, pida cita. No es malo ver al psicólogo y puede ayudarle a recordar lo que pasó.
Se lo agradezco de nuevo y sigo durmiendo cuando ella se va. Estoy bien, aunque si estas pesadillas no pasan en una semana, pediré cita. Creo que la mujer tiene razón. Ella es enfermera y ve casos como estos casi a diario.
Cuando despierto por la mañana no hay nadie en mi habitación y, a la llegada de la misma enfermera de anoche, le pregunto si alguien ha venido a visitarme. Me responde que no. Pasa toda la mañana, sólo me han visitado mis padres. Pasa toda la tarde, sólo han venido mis padres y Clara. ¿Dónde estará ese misterioso chico?
Veo sus oscuros ojos cada vez que cierro los míos y es... escalofriante.
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