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Capítulo cinco

El sótano

Justin estacionó el coche fuera de la veterinaria. Se colocó sus lentes oscuros y entró, mientras veía a su alrededor. Llegó a unas pequeñas puertas y abrió de ellas, visualizando cada cajón con su respectiva etiqueta con su nombre. Encontró la Ketamina y abrió el cajón tomando una dosis, junto con unas jeringas felinas. Guardó todo en una bolsa de plástico negra que llevaba consigo mismo y salió de la veterinaria.

Subió nuevamente al coche, asegurándose de que trajera todo lo que necesitaba y arrancó. A mitad del trayecto, observó un parque sobre la calle principal y paró en seco. Apagó el motor del carro y bajó caminando hacía los juegos infantiles dónde los niños jugaban entre ellos. Los miró y suspiró. Una pelota cayó entre sus pies y el castaño la recogió entregándosela al pequeño que la había pateado. Sonrió con ternura al ver la felicidad del niño y éste le agradeció.

Los recuerdos de alguna infancia se apoderaron de su cabeza y cerró los ojos fuertemente. Dos niños pequeños jugaban al escondite en el mismo parque. Justin abrió sus ojos, tornándose serio y se dirigió de nuevo a su coche, para irse por fin a su casa.

Alyssa abrió la puerta, decidida. Bajo poco a poco las escaleras y un ruido de algunas cintas se hacía cada vez más fuerte. Al llegar al suelo del sótano, miró como una videocámara estaba encendida, proyectando una película. Salía el mismo niño del álbum de fotos que guardaba Justin en su oficina, con un carrito de juguete en sus manos. La morena prendió la luz de inmediato, percatándose de un silla de piel frente al proyector.

Caminó arrastrando su pie aún enyesado, hacía una mesa que estaba pegada a la pared, dónde había herramientas cómo destornillador, martillo, tijeras y más. Fue recorriendo la mesa y dirigió su mirada ahora a la pared, dónde se encontraban carteles pegados. El primero era del cuerpo humano y el segundo del sistema respiratorio. Del otro lado de la habitación se posicionaba otra mesa donde encima de ella había más herramientas pero de cirugías. A su derecha, había un estante muy grande de madera, con varios libros muy gruesos acerca de química orgánica y cirugía patológica.

Los maullidos de los gatos la hicieron volver a la realidad, cuando los vio rasguñando la puerta de un ropero viejo. Alyssa se acercó con ellos para poder abrirlo. Gimió al hacer tanto esfuerzo, ya que la puerta parecía estar atascada. Empujó más fuerte, hasta que se abrió y un bulto cayó encima de ella en el piso, asustando a los felinos. Miró de lado, dándose cuenta que era un cuerpo.

Lo reconoció por un instante, era el cartero que se había aparecido días atrás. Alyssa se tapó la boca con sus manos, en un grito ahogado. Se paró rápidamente, con mucho miedo. Agarro las tijeras que había visto antes, y comenzó a cortar la venda de su pie enyesado para caminar con más facilidad. Notó como una figura detrás de una sábana que estaba colgada, se movió. A través de la luz, pudo observar que era una jaula. El temor la invadía, pero al escuchar como el motor del coche de Justin se aparcaba fuera de la casa, corrió hacía el segundo piso. Cerró la puerta del sótano tras de ella, llegando a la cocina. Su respiración estaba muy agitada y unas ganas de llorar se apoderaron de ella. Caminó con paso acelerado hacía su habitación pero se detuvo antes de llegar a las escaleras.

—¿Qué pasa, cariño? —dijo Justin mientras entraba por la puerta principal. Lo miró, estaba serio y quieto, sin quitarle la mirada encima. Alyssa tragó saliva, asustada.

La morena permaneció callada por unos segundos, hasta que habló. —He estado en el sótano. Lo vi. —sus ojos se tornaron llorosos —Vi lo que hiciste.

—Te dije que no fueras ahí —respondió Justin con la misma postura —, podrías sorprendente. La gente guarda secretos.

Alyssa sostuvo la mirada, sin mostrar miedo. —¿Quién eres?

El castaño fue acercándose hacía ella, paso por paso. —Yo soy el hombre que te ama, que cuida de ti, que te alimenta, quién te baña —quedo frente a ella, a solo centímetros de su rostro —, quién te hace el amor.

La morena apretó los puños, quedándose unos segundos. Se lanzó a correr pero Justin fue más rápido al sacar una jeringa de su pantalón e inyectársela en el cuello. Alyssa cayó al suelo de inmediato, inconsciente.

—Yo soy tu esposo. —susurró el ojimiel, tirando la jeringa.

...

Alyssa despertó. Momento después, se percató que estaba atada de las manos y pies en una cama. Justin al verla despierta, encendió el tocadiscos, reproduciendo una canción romántica de los años setentas. La morena lo miró con dificultad, algo borroso. Estaba parado frente a ella, viéndola.

—Pareces un poco deprimida últimamente. —mencionó el castaño. Alyssa volvió a cerrar los ojos y éste camino hacía ella. —Cariño, ¿sabes algo acerca de la terapia electro-convulsiva? También conocida como terapia de electrocución. —se acercó un poco más —Su origen se remonta al siglo dieciséis en Europa del este, pero en Estados Unidos ganó popularidad en la década del mil novecientos treinta.

Abrió una caja y de ésta saco unos cables con una pegatina en cada extremo. Colocó dos en cada esquina de la cabeza de Alyssa, pegándolas sobre su piel. Ella volteó a verlo, totalmente asustada.

—Aunque la terapia es controvertida —continuó hablando, rozando con su dedo los botones de la caja —, aún se utiliza en este país y en todo el mundo —conectó los cables a las entradas —, principalmente para tratar la depresión severa. —Alyssa cerró los ojos con debilidad —Creo que te va ayudar, cariño. En verdad lo creo.

El ojimiel posó su dedo en el botón rojo, apunto de oprimirlo. La morena lo vio y negó con dificultad. —Oh no, no...

Justin lo oprimió y enseguida éste encendió una luz rojiza. Alyssa apretó sus puños al sentir corrientes eléctricas en el cerebro. Se retorció del dolor mientras gemía, sin poder emitir una sola palabra. El ojimiel la miraba fijamente, sin expresión alguna. Segundos después, dejo de oprimirlo. El cuerpo de Alyssa se relajó, cayendo en el colchón de nuevo.

—¿Viste? —dijo Justin —No fue tan malo, ¿verdad? —la morena seguía callada. —¿Hm?

Al ver como no obtenía respuesta, volvió a posicionar su dedo en el botón. Alyssa lo miró, con los ojos apenas abiertos. —No, no...

Y volvió a oprimirlo. El cuerpo de su supuesta esposa volvió a retorcerse, sintiendo las descargas apoderarse de ella. Justin subió todos los niveles, hasta llegar al último. Alyssa apretaba su rostro, arrugándolo por completo. El dolor era insoportable.

El castaño lo dejó durante quince segundos, hasta ver que su respiración comenzaba a agitarse cada vez más y lo paró. Alyssa tomó aire de nuevo.

El tocadiscos dejó de producir música y Justin frunció el ceño. —¿Sabías que Conway Twitty tenía cincuenta y cinco éxitos en número uno? Eso es más que Elvis Presley.

En ese momento, Alyssa sabía que estaba atrapada en el infierno, sin posibilidad de poder salir.

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