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🍁𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑿𝑰𝑰/ 𝒍𝒂𝒛𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒔𝒂𝒏𝒈𝒓𝒆🍁

Los sentimientos, algo que nos reconforta y a la vez nos destruye, aun así, no elegimos sentirlos, solo lo hacemos.

Dominic

La vio irse con su supuesto guardaespaldas, tuvo que ver cómo él simplemente se la llevaba y no podía decir nada al respecto, no tenía el derecho a negarse, y aunque sentía algo por Karina, no podría tomarla de la mano, no cuando sabía perfectamente que él había causado todo lo que a ella la atormentaba, aun así, no paraba de hacerse la misma preguntas.

¿Por qué si Larry también lo causó, él podía estar al lado de la mujer de manera tan despreocupada y libre?

Suspiro hondo y se giró hacia la puerta de aquella habitación que al entrar en esta aún conservaba el olor de su amada.

Caminó lentamente hasta la camilla y allí pasó suavemente su mano por esta, para luego proceder a sentarse. Mientras sus manos recorrían la camilla, una pequeña sonrisa se formaba en sus labios, sintiendo la calidez que Karina había dejado, desvanecerse lentamente.

Sufrió durante seis meses al verla allí, postrada en una cama, pero sufrir no era suficiente, no cuando él sabía todo lo que le ocultaba.

A pesar de que ella no recordara nada, él aún albergaba recuerdos que le estrechaban el corazón, recuerdos que carcomía su conciencia y lo hacían preguntarse que ganaba con lo que hacía y aún más importante, porque lo hacía.

Ahora sufría, no lo al saber que ella nunca estaría con él, sino que también sufría por el futuro que le esperaba a la mujer, después de todo no sería nada bueno para ella.

Cerro sus ojos obligándose a no pensar más en ello y se dejó caer en aquella camilla que aún albergaba un poco de calor que Karina había dejado, estaba dispuesto a revolcarse en su sufrimiento como por tanto tiempo ya lo había hecho, porque a pesar de todo, aunque el sufrimiento fuera distinto, lo causaba la misma persona.

Pero en ese momento entro una enfermera, sin siquiera inmutarse en tocar la puerta, algo que le molestaba bastante al doctor, eso de no tener modales no solo lo odiaba por lo que era, sino por la persona a la que le recordaba.

Pensó que solo venía a organizar la habitación, por lo que se levantó y pasándose las manos por el rostro se puso de pie, pero en realidad la razón por la que esta enfermera estaba allí no era en absoluto esa su intención.

— Doctor, la directora, lo solicita en su oficina, más vale que no tarde mucho – espeto aquella enfermera con un tono hostil, para después salir de la habitación.

De repente, el témpano de hielo, que era su corazón, se congeló de nuevo, formándose tan duro como una roca. El frío volvió a invadir su ser, congelando cualquier atisbo de calor que hubiera quedado en su interior. Ahora, su corazón volvía a ser una fortaleza de hielo, impenetrable y frío como la noche más oscura.

Aquel llamado le había recordado la verdadera razón porque estaba ahí, la razón por la que era doctor y lo más importante, la razón por la que estaba al lado de Karina, y ahí fue cuando al igual que su corazón, aquellos sentimientos se congelaron.

Recordó cada lágrima que no solo el sí no, sus seres queridos habían derramado por culpa de la familia de aquella mujer que ante los ojos de los demás solo tenía un significado y era perfección.

Algo el sí había olvidado, y el llamado de la directora se lo había hecho recordar, la muerte de sus padres y su hermana, era culpa de los Meyer, y sería su trabajo pagar las cuentas que esta familia tenía con la suya.

Y como si fuera alguien completamente diferente, salió de la habitación con la cabeza en alto y el orgullo por las nubes. Caminaba hacia la oficina del director con tanta firmeza que cualquiera que lo viera sentiría el instinto de hincarse ante él. Sus ojos azules penetrantes causaban tal imponencia que, aunque desearas mirarlos, no podrías.

Al llegar a la oficina, no se molestó en tocar la puerta, para que hacerlo, solo la abrió y cerro detrás de el de una manera fuerte para que pudieran notar su presencia de alguna u otra manera.

— Tía, llamarme a mitad de mi hora laboral, no estaba en el acuerdo – comento finalmente Dominic con un tono de arrogancia y poca sutileza.

— Pero él no llamarme tía si estaba en el contrato que tanto mencionas, además de eso donde están tus modales, se toca antes de entrar – contesto una voz al fondo de la oficina.

— Enséñales modales a tus enfermeros antes de criticar los míos. Ahora ve al grano, ¿de acuerdo? Tengo trabajo por hacer – su fastidio era evidente en su tono de voz, pero su pereza al expresarlo era aún más notoria en su forma de hablar.

— Cuida en cómo me hablas niñito, te recuerdo gracias a quién estás aquí, y si tenías tanto trabajo por hacer, no entiendo que hacías tan campante acostado en la camilla donde antes había estado la señorita Meyer.

Dominic volteo los ojos y se sentó al frente del escrito en el cual al otro lado estaba su tía, una mujer de unos treinta nueve años que a simple vista se veía joven, pero amargada debido a la silla de ruedas a la que estaba atada, o tenía que simular estarlo, con los mismos ojos azules de Dominic, fuertes e intensos.

— Vas a hablar, ¿o no?, No tengo todo el día...

— Últimamente, te he notado consternado, más de lo que deberías – cometo la mujer mientras en su silla de ruedas se acercaba a un gran ventanal con vista a la ciudad para continuar – se nota que sientes algo por ella, ni tu primo que es todo un amable enamorado es tan estúpido.

Dominic abrió los ojos, podía esconder todo lo que sentía de incluso Karina, pero no de su tía, después de todo ella había sido como su madre desde sus seis años, cuando sus padres y su hermana murieron, en ese momento su mandíbula se tensó.

— No siento nada por ella, y si sintiera solo sería odio.

— ¿Esperas que crea eso? – la inválida soltó una risa sin ganas mientras se cruzó de brazos - sabes, esa es la mejor parte de tener cámaras monitoreando cada habitación del hospital, he visto todo.

— Tía, ¡no siento nada por ella! – dijo fuertemente mientras se levantaba y golpeaba fuertemente el escritorio, dejando ver su desesperación porque le creyera.

La señora se comenzó a reír, lo que hizo enojar más aún a Dominic el cual tenía una gran cantidad de sentimientos encontrados de los cuales no tenía control.

— Eres tan sentimental como tu madre, pero inteligente como tu padre, después de todos eres un Villalobos, solo quería recordarte porque estás aquí.

— Odias a mi padre por lo que te hizo, pero aun así lo mencionas como si fuera un ejemplo a seguir.

— Es un ejemplo a seguir, después de todo no se preocupó por algo más aparte de lo que era importante para él.

Dominic rastrillo sus dientes y golpeó nuevamente el escritorio con ambas manos, pero aun así, él era consciente de que no podía pelear contra ella, cada palabra que dijera ella lo utilizaría en su contra.

Ese es el gran problema de que alguien te conozca tanto, tiene todo el control sobre tus movimientos, palabras y pensamientos, no hay forma de ser impredecible.

— No seguiré dando palabras para alimentar esta discusión, eres igual que mi padre.

— Somos Villalobos, recuerda eso.

El hombre soltó una risa mientras daba la vuelta, lo que su tía mencionó le pareció gracioso. La forma en que se apropiaba de un apellido que no le pertenecía era brillante. Era una excelente actriz.

Camino a pasos grandes hasta estar frente a la puerta, movió su cuello en círculos y saco su pañuelo, se lo pasó por la frente para secar una leve capa de sudor que se había originado en esta discusión sin sentido, se acomodó la bata y abrió la puerta, salió y cerró fuertemente la puerta detrás de él, dio una gran sonrisa y se preparó para mantener la calma.

Maldita

Bufó mientras comenzaba a caminar hacia su consultorio, su garganta se sentía seca, comenzó a soltarse la corbata en medio pasillo, el aire le faltaba y su piel pálida comenzaba a ponerse algo morada, debió suponerlo, sabía perfectamente que cada que ella lo llamaba era para recordarle el motivo de su existencia.

Siempre lo dejaba así de afectado, todo el personal conocía el pésimo carácter de Dominic, pero después de hablar con la directora sabían perfectamente que no debían ni siquiera hablar con él, a menos que desearan terminar con un puño estampado en la cara, claramente el doctor podría querer mantener la calma, pero nunca lo lograba.

Al entrar a su consultorio, lo hizo de una manera bruta, descargando pate de su rabia en la puerta, haciendo que esta se descolgara un poco, aun así de un solo golpe hizo que esta se cerrara.

Rápidamente, fue a su escritorio, se sentó y con manos temblorosas se sirvió un whisky. Lo bebió de un solo trago y arrojó tanto el vaso como la botella contra la pared, causando un fuerte estallido. Los cristales se esparcieron por el suelo, reflejando la tenue luz de la habitación. Respiró hondo, tratando de controlar la furia que lo consumía. Se puso de pie lentamente, recogió con cuidado los restos de vidrio, pero recordar lo dicho por su tía hizo que apretara con fuerza los vidrios y sus manos empezaran a sangrar.

— ¡MALDITA SEA TENÍA QUE DAÑARME EL DÍA MÁS DE LO QUE YA ESTABA! – grito sin control mientras apretaba los vidrios en sus manos y los tiraba nuevamente contra la pared.

La sangre goteaba de sus manos en medio del silencio que yacía después de su fuerte grito, volviéndose dignas de ser consideradas la mejor forma de tortura ante su poca y casi nula paciencia. El aroma metálico de la sangre se esparció por todo el consultorio, haciendo que su estómago se revolviera en cada gota que caía, Apretó los puños, tratando de ignorar el dolor que subía en forma de un corrientazo por sus brazos. Pero en el fondo sabía que esto era solo el comienzo de una larga e insoportable experiencia.

El dolor corporal era algo insignificante a lo que sentía su mente, cansada de pensar como destruir a la mujer que amaba y a la vez luchando por vengar a su familia.

Recordó todo lo que vivió cuando era niño, su mirada se posó en uno de los cajones del escritorio, tomó la llave del bolsillo de su bata y abrió aquel cajón sacando un retrato de Karina, lo dejó caer al suelo y escupió en todo el rostro de la mujer.

Karina había sido su primer amor, el primero verdadero, pero también pertenecía a la familia causante de su mayor dolor. Cerró el cajón con fuerza y se sentó cansado en su silla

— Todo es tu culpa – se alborotó el cabello – aun así siento algo por ti.

Enterró su rostro entre sus manos, luego mordió su brazo para silenciar su grito de ira.

No le importó la sangre que brotaba de sus manos y manchaba no solo su blanca bata de doctor, sino también su rostro.

Ahora solo le importaba la intensa lucha entre lo que quería y lo que se suponía que quería, necesitaba que esta lucha terminara para poder saber cual de los dos era ganador y así poder actuar enteramente en base a este y no en base a ambos.

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