Capítulo 1
Eris
Finalmente, comenzó mi último año de la universidad. Se supone que debo explotar de felicidad porque dentro de unos meses tendré en mis manos el tan esperado título de diseñadora gráfica. Aunque por mi desánimo al hablar de ello, no se note, obtener este título siempre fue una de las cosas que más ansié desde niña. Mi madre pasó su vida frente a un lienzo y llena de machas de colores y, aunque sus obras nunca tuvieron mucho éxito en el mercado, yo siempre estuve enamorada del arte, gracias a ella. Pensarla no me duele tanto como hablar de ella, ya no, pero no es algo que desaparezca tan fácil; si es que alguna vez desaparece. Sé que no es una buena actitud para comenzar un lunes, y mucho menos un primer día de clases, pero últimamente mi vida no va de sonrisas y emociones a flor de piel.
Al llegar al campus, mi mayor cómplice de aventuras bajo la luna me esperaba con su sonrisa de Golden Retriever. Vestía uno de sus tantos vestidos escotados de flores pastel, bien provocadora como solo ella sabe ser, y botas negras de tacón. Con solo acercarme me envolvió entre sus brazos como si no nos hubiésemos visto en años y casi me arranca el aliento.
«No puedo respirar».
—¡Eris! —Su sonrisa amplia de siempre me recibe—. Estás hermosa. ¿Te hiciste algo en el cabello? —Sus dedos se enroscaron en los mechones de cabello que caían sobre mis hombros.
¿Por qué me faltaba el aire, si ya no me estaba abrazando?
—Técnicamente no —dije elevando los hombros—. Simplemente lo alisé un poco esta mañana.
Ella siempre reafirmaba lo bella que me veía. Nunca he sido una chica muy segura de mí misma y tantas personas me han fallado a lo largo de mi vida que muchas veces me cuestiono si en realidad soy suficiente para alguien o si lo seré algún día.
Samy, mi mejor amiga, es una chica cargada de energía. Su cabello corto teñido de un rojo brillante cae despreocupado sobre sus hombros y verla siempre así, deslumbrante, es el electroshock que necesito para que mi estado de ánimo cambie, al menos un poco.
«Electroshock».
Tan opuesta a mí en todos los sentidos, quizás por eso somos tan cercanas. Su baja estatura la convierten en la personificación del refrán "Los buenos perfumes vienen en frascos pequeños". Tanto así, que en ocasiones le digo "minion", como las pequeñas criaturas de las películas. Lo que más me impresiona de ella es que a pesar de no tener un cuerpo envidiable, irradia seguridad y desde pequeña ha actuado como toda una Diva.
—Bueno, quizás son mis ojos que siempre te ven deslumbrante —dice tratando de acoger mis emociones de cristal entre almohadas de algodón—. Allan, tú que eres hombre, ¿acaso Eris no está siempre radiante?
«No, por favor, Dios. Dime que no está detrás de mi».
—Tanto que siempre llevo mis gafas de sol para no quedarme ciego —dice una voz burlona y grave a mis espaldas.
«Mierda».
Siempre tan sigiloso e impredecible como una sombra. No sé en qué momento de nuestra vida escolar se convirtió en alguien cercano a nosotras. Todas las mujeres de los alrededores nos miran con rabia desde que él decidió incluirse, por su cuenta, en nuestro grupo. Allan Russell, el típico chico engreído que se cree el centro del universo por vivir en una mansión y ducharse en las mañanas con billetes de mil dólares. Adora las camisas de colores claros, unas tallas por debajo de la suya para resaltar sus jugosos bíceps, pantalones corporativos y zapatos lustrados a la perfección. A sus veintidós años amasa un magnífico futuro como empresario, preparándose para heredar la empresa de seguros de su familia.
Me giro lentamente en su dirección y desde mi altura debo inclinar un poco la vista para encontrar su mirada.
—No sabía que los maniquíes hablaban —rodeo los ojos y Samy le da un leve golpe en el hombro.
—Payaso —añade mi amiga—. Diciendo esas cosas no vas a lograr nada de lo que te propones —le replica.
Desde las vacaciones he notado que habla mucho con Samy y estoy totalmente segura de que solo quiere llevársela a su cama espumosa con cubrecamas de terciopelo. No me agrada del todo, pero si ella no lo ha cancelado aún, es porque algo se trae entre manos esa pequeña aprendiz de demonio.
—Eso ya lo veremos —la reta con aires de grandeza—. Recuerda que aún me queda un año para terminar la universidad, todavía tengo el tiempo a mi favor.
Ellos hablaban y algo en mí no se sentía bien. Las voces se escuchaban a miles de kilómetros, lejos de mí, amortiguadas como si me oprimieran los oídos con fuerza. Un pitido molesto me atacó de repente y me vi hecha un ovillo entre mis piernas.
«Me agobia ese pitido».
Imágenes pasaban ante mí como si una película se reprodujera a dieciséis veces su velocidad. No podía distinguir ninguna de esas imágenes, solo fragmentos en los que parecía sonreír y otros en los que lloraba desconsolada. Muchas de las imágenes poco nítidas incluían besos y abrazos con personas que no lograba identificar.
¿Qué me está pasando?
La mano de Samy se posó en mi hombro sacándome de las profundidades.
—¿Estás bien? Te agachaste de repente, Allan se percató de tu ausencia, y fue cuando te vimos.
—Sí, sí. Estoy bien, creo, —respondo intentando ubicarme nuevamente entre ellos—. No estoy segura, pero creo que tuve un dèjá vu o algo.
Me temía que esto podía pasarme, pero nunca esperé que comenzara tan pronto. La inseguridad hace que mi mirada se pierda entre el diseño intrincado de mis botas negras de invierno. Deseaba con todas mis fuerzas que la tierra me tragara y me escupiera en cualquier otro país del mundo menos aquí. No estaba preocupada de que Samy me viera así, pero Allan no tenía por qué presenciar esta escena lamentable. Ni siquiera me conoce tan bien y lo más probable es que en la primera oportunidad correrá a decirle a sus amigotes de la fraternidad
Estuve, como siempre, dejando que la ansiedad se hiciera cargo de los agujeros en mi mente. Llenaba los "quizás", los "¿qué pasará si?", y hasta los "estoy segura de que". Pensar tanto en cosas que no puedo controlar me estaba haciendo daño, pero ¿qué se supone que debía hacer si nadie me respondía mis dudas o me daba la seguridad de que el pensamiento catastrófico no me estaba preparando para lo peor? En el instante en el que las lágrimas estuvieron a punto de abrir las compuertas de mi alma, el leve tacto de unos dedos se sintieron como motas de algodón en mi mentón. Levantaron mi rostro con suavidad hasta que mis ojos se toparon con el verde menta de los suyos.
Sus ojos.
—No me asustes así, fresita, pensé que tenías un dolor de estómago de esos, ya sabes, inaguantables. —Su sonrisa creció tras la declaración y yo aparté mi rostro de su roce.
En un gesto casi imperceptible apreté la mandíbula y mis puños se tornaron casi blancos junto a la costura de mi pantalón. No sé si llamarlo decepción o vergüenza, pero lo que Allan había dicho confirmaba lo que siempre había pensado desde que lo conocí.
¡Es un imbécil!
—Luego tú y yo hablaremos de esto, pero te adelanto que has arruinado un momento súper importante —le dijo Samy, a lo que él respondió alzando los hombros en un gesto despreocupado.
A pesar de lo que acaba de pasar con Allan, seguía sin entender lo que me había ocurrido. Últimamente me pasaban cosas muy extrañas. Desde hace días no me abandona la sensación de que alguien me observa.
Justo ahora lo sentí.
Miré a los alrededores y no vi a nadie sospechoso. Lo más inquietante es que esta sensación la tengo desde mucho antes de que sucediera todo. No sé si esté relacionado de alguna manera, pero estoy en la mira de alguien peligroso y esta vez no era mi ansiedad la que respondía ante mis dudas.
—¡Ya va a comenzar!
Sin esperarlo, en segundos, me encontraba siendo arrastrada por Samy entre la multitud de estudiantes. Íbamos hacia la plaza central del campus donde el rector estaba dando su discurso de bienvenida a los nuevos estudiantes cuando soy golpeada por el hombro de alguien más. Mi celular se desprende de mi agarre y junto a la mochila cae al suelo.
—¡Eh! Mira por dónde caminas, casi me zafas el hombro —le grité a un joven alto que continuó su camino sin inmutarse y se perdió entre la multitud.
No pude hacer más que un gesto con la mano, restando importancia a lo sucedido. Me agaché y la impotencia iba en creciendo con cada pertenencia que devolvía hacia mi mochila. Cerré la cremallera con premura; no quería llamar la atención. Lo más probable era que si me mantenía más tiempo en el suelo, las personas comenzarían a pisarme al caminar. Pero el brillo de un objeto desconocido para mí junto a la mochila, me mantuvo de rodillas por un segundo más.
Se trataba de un anillo negro con una inscripción grabada en su interior.
Seguramente se le cayó a ese chico después del impacto. Pero, ¿cómo se lo devolvería si ni siquiera pude verle el rostro? Intenté buscarlo entre la multitud, parada en puntillas. No debía ser muy difícil de encontrar con semejante estatura.
—Aquí estoy —una voz grave se acercó a mi oído y una corriente caliente me recorrió el vientre hasta alojarse en mi nuca, erizando cada centímetro de piel.
—¡Qué susto me has dado! —Me giré con brusquedad y mis ojos se toparon una vez más con el frescor verde de los de Allan.
¿Siempre ha tenido esa mirada tan penetrante?
—¿Buscabas a alguien más, fresita? —Su voz cargada de decepción y sus labios formando pucheros me cortaban la respiración.
Se siente incómodo que este hombre provoque estos efectos en mí, a sabiendas de que anda cortejando a mi mejor amiga. Lo mejor es olvidar esas sensaciones y seguir pensando que es un insoportable, aunque a veces su actitud me haga dudar sobre ello.
—Ven, estamos cerca de la primera fila y Samy está como loca por perderte de vista. —Me tomó del brazo y ni siquiera pude protestar. Solo lo seguí. Los centímetros de músculos marcados debajo de la fina tela de su camisa me bloqueaba la vista mientras nos desplazábamos entre la multitud, una vez más, pero esta vez mis pasos fluían libres por un camino que se abría sin esfuerzo tras su paso.
Digamos que tener a un chico guapo y deseado por todas en tu lado del terreno también tiene sus beneficios.
Ya habíamos llegado y Allan aún no soltaba mi mano. Mantuve mi mirada fija en él en un intento desesperado para que notara que su mano aún permanecía prendada de la mía sin ninguna razón aparente.
—¿Pasa algo? —Abrí los ojos, tanto como pude, y dirigí mi mirada hasta su mano entrelazada con la mía—. ¡Ah!, lo siento. Es la fuerza de la costumbre —se llevó la mano a la nuca y su rostro se llenó de rubor.
—¿Perdona?—Mi ceja izquierda reaccionó, sin pensar, ante tal afirmación.
¿Cuál costumbre?
—Sí —se excusa con una risa nerviosa—. Recientemente me separé de mi novia y... llevar tu mano por tanto tiempo, me hizo sentir como cuando estaba con ella. Perdón por eso —bajó la cabeza mirando a sus pies.
—Como sea —rodeé los ojos—, igual deja de llamarme fresita. Me causa una terrible repulsión.
La voz del rector Lewis, en los altavoces, interrumpió nuestra conversación y mi atención se centró por unos minutos en las novedades del nuevo curso. Hasta que sentí un bulto en mi mano y recordé que aún llevaba el anillo de aquel chico.
Con la luz del Sol incidiendo de lleno en el anillo, el plateado en la inscripción destelló. Intenté leerla, rodeando el anillo bajo la luz, pero no entendía cómo leer lo que ponía exactamente. En su interior, las letras estaban grabadas con una cursiva intrincada y también había números.
¿Una fecha?
Era innegable el nivel exquisito de detalle con el que fue fabricado. Era hermoso. Quien sea el dueño de esta prenda debía tener mucho dinero, de eso estaba segura. Los trazos plateados hacían un contraste perfecto con el negro pulido del resto de la joya.
Cuando logré descifrar lo que ponía dentro del anillo, mis ojos se abrieron como platos.
—No puede ser. ¿Esto es... mío?
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