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Burbujas

Llovía a cántaros. Caían gotas desde las negras nubes de un anochecer atormentado hasta el asfalto pulido de una carretera mortal. Perlas brillantes compuestas de minerales, gases y agua pura.

Casi no había visibilidad.

Solo gotas chocando, sin cesar, contra los cristales del auto de una chica apresurada. Los limpiaparabrisas trabajaban más que nunca. Limpiaban las gordas gotas del cristal en su afán de mejorar la visibilidad bajo aquel aguacero. Sin embargo, ningún esfuerzo mecánico fue capaz de hacerla ver porque, dentro del auto, también llovía. Se derramaban gotas saladas. Gotas que no nacían de las nubes negras, sino, de sus ojos pardos.

La furia se reflejó en sus manos venosas, oprimiendo con fuerza el volante. Las palabras invocadoras de demonios encontraron cuna en sus fauces, haciéndola perder los estribos.

-¡Maldito! ¡Sin vergüenza! ¡Mal parido! -Se le escuchó decir.

Su cuerpo le pedía adrenalina, alcohol y un lugar alejado de él. Un lugar distante del dolor que le provocó.

La botella de whisky que descansaba en el asiento del copiloto se convirtió en su alivio. Con desatino, la tapa desapareció y ya se encontraba bebiendo a pico de botella. Las lágrimas continuaban su largo camino desde el corazón hasta los ojos, donde encontraban la libertad.

-¡Te juro que no me vuelves a ver en tu puta vida! ¡Maldito estúpido! -Le gritaba a la tormenta. La única que podía escucharla y a la vez le respondía con estruendosas descargas eléctricas.

Los niveles de alcohol aumentaban en su sangre, así como la velocidad del motor.

Noventa, cien y hasta ciento cuarenta kilómetros por hora.

Todo fue muy rápido. La rigidez repentina del volante, los relámpagos y un pedal de freno que no hacía más que rebotar sin sentido. El miedo se apoderó de su mente y de su cuerpo alcoholizado. Pero, era demasiado tarde.

En un abrir y cerrar de ojos las burbujas se encontraban por todas partes. Salían de su garganta, de su nariz y le llenaban los pulmones. Su incapacidad para respirar le impidió pedir ayuda. Su cuerpo se ahogaba con cada metro que descendía bajo las frías aguas de un lago que, hasta ese instante, no había visto.

Mientras su visión se volvía borrosa y la vida amenazaba con abandonar su cuerpo, las burbujas intrusas seguían ocupando espacios insospechados dentro de su cuerpo, incluso, dentro de su mente.

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