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5

El resto del día había transcurrido algo mal, sus compañeros susurraban cosas de ella y unos habían intentado golpearla, afortunadamente un profesor se encontraba pasando y no le hicieron nada.

Estaba saliendo de el edificio cuando una chica de cabellos rosa pastel chocó con ella haciendo que su libro cayera.

—Oh ¡Cuánto lo siento! —la pelirosa se agachó y recogió el libro—. ¿Trono de cristal? Lo leí el mes pasado, es una saga increíble —sonrió.

—Gracias —susurró.

—Vamos, se que todos te hacen burla pero yo no soy así. ¡Seamos amigas! —ofreció entusiasta.

—¿Cómo sabes eso?

—Bueno, en toda la preparatoria se habla de la “rojita”. Son unos estúpidos no les hagas caso —afirmó—. Eres más hermosa de lo que pensé, ¿de dónde eres?

—… No lo sé —confesó.

—¡Vamos! Es obvio que debes saber, dime no haré nada malo —transcurrieron unos segundos en los que la pelirroja no respondía así que ella habló—. Bueno… si no me quieres responder no lo hagas. ¿Y si vamos a tomar un café?

—¿Cómo?

Laura se sentía confundida, no había pensado conocer a una chica que quisiera ser su amiga, de hecho no se había imaginado la posibilidad de que alguien se le acercara por otros motivos que no fueran molestar.

—Hay un café a la vuelta, talvez te guste —sonrió.

—Si, me gustaría —respondió luego de pensarlo por un momento.

—Genial, sígueme.

Ambas chicas empezaron a caminar por las calles con algunos alumnos sin autos, la pelirroja observaba a la de cabellos rosas mientras veía las diferencias muy notables entre ambas.

Era de cabello rosa pastel hasta los hombros, sus ojos verdes brillaban alegres, su tez algo bronceada era levemente decorada por unas pecas y su ropa de marca indicaba que tenía dinero.

Había notado que era alguien amigable y sonriente apenas la había visto, notaba el entusiasmo que emanaba por los poros con lo que hacía y con solo verla sabía que no pensaba demasiado las cosas antes de hacerlas. Era un alma libre.

Tampoco se dejaba llevar por las apariencias, clases sociales o las opiniones de los demás, había notado que la pelirroja no era millonaria desde que la había visto y aún así se había acercado.

—Y dime, ¿cómo entraste a una escuela privada? No lo digo con malas intenciones pero noto que tu ropa no es cara, y digamos que la colegiatura en la preparatoria no es muy… accesible —la pelirroja no se ofendió.

—Antes de responder me gustaría saber tu nombre —recordó.

—¡Cierto! Soy Ximena Reyes, si no me equivoco tú eres Lucía, o era Linda, no, estoy segura de que te llamas Lucy —dijo rápidamente.

—No, en realidad soy Laura —respondió con una pequeña risa.

—Oh, bueno estuve cerca. No me has respondido, Lau —habló con confianza.

—Ah, bueno pues… —no sabía cómo responder sin dejar a la vista que prácticamente estaba despertando de un coma de cuatro años.

—Veo que no eres muy habladora, ven, vamos a esa mesa de allá —señaló al entrar a la cafetería.

Ambas se sentaron en ese lugar y al instante una mesera se acercó.

—Yo quiero un café americano junto con un pastel de chocolate, por favor —pidió sin ver el menú—. ¿Tú qué quieres, Lau?

—Yo, ah… —ojeó el pequeño libro con todo lo que vendían pero no recordaba nada de todo eso—. ¿Puedes pedir por mí? —se avergonzó.

—Si, claro. Un capuchino de vainilla con… un pastel de tres leches —sonrió y la mesera asintió—. Gracias —alargó la “a”.

—¿Capuchino de vainilla?

—Si, aquí hacen el mejor pero lamentablemente soy alérgica a la vainilla, también el pastel de tres leches es delicioso pero siendo sincera prefiero el de chocolate —explicó sonriente.

—Oh —solo dijo eso.

—Bueno, si vamos a ser amigas tengo que saber de ti, ¿te molestaría contarme? —se apoyó en la mesa con los codos.

No le molestaba, claro que lo haría, si supiera algo de ella misma. No recordaba de su infancia, tampoco de su pasado, no recordaba nada de lo que había sido su vida.

Justo cuando estaba pensando en que inventarse su teléfono sonó indicando una llamada.

—Lo siento, debo responder —dijo al ver el nombre de “doctor” en la pantalla.

—Si, claro. Te espero aquí.

Salió de la cafetería y se detuvo en la puerta para contestar finalmente y llevarse el teléfono al oído.

—Hola doctor, ¿qué sucede? —preguntó tranquila.

—Hola, Lau. Solo quería saber cómo te había ido en tu primer día —no era necesario ver la cara del hombre para saber que estaba sonriendo, como siempre.

—Oh… —las burlas resonaron en sus oídos.

Al recordar esas burlas escolares unas más le llegaron a la cabeza, no eran en la escuela, eran en otro lugar, con otras voces y diferentes palabras.

—¡¿Porqué solo la quieres a ella?! —preguntó la que reconoció como su voz entre llantos y sollozos.

—Deja de hacer tu maldito drama de nuevo, Laura. Ese es uno de los motivos por los cuales la preferimos a ella. ¡Deja de ser tan malditamente infantil! —una voz femenina algo adulta resonó en su cabeza.

—¿Laura, estás bien? —preguntó el doctor preocupado.

La chica se llevó una mano a la cabeza por el repentino sonido en su oído. Notó la preocupación en la voz del hombre.

—Si, si, estoy bien, doctor —respondió.

—¿Segura? Si no lo estás puedo ir a tu casa y llevarte al hospital, aún estás en observación en lo que recuperas tu memoria.

—Si, descuide. Y no estoy en casa, una chica me invitó a tomar un café y estoy con ella —informó mientras veía a la pelirosa recibir los pedidos por la ventana—. No hay problema ¿o sí?

—No, para nada. Me alegra que estés socializando un poco, me avisas cuando llegues a tu casa entonces. Que disfrutes tu café, Lau —se despidió.

—Gracias doctor, adiós.

La llamada finalizó y la chica entró nuevamente a la cafetería.

—Ya volví —dijo sentándose en su lugar.

—Eso veo. Vamos, prueba el pastel y dime si no es el más delicioso que hayas comido en la vida —la observó atentamente con una gran sonrisa.

La pelirroja se preguntó si no se cansaba de sonreír, pero no le molestaba, de cierta forma le gustaba mucho verla sonreír ya que sentía que algún día se le pegarían las ganas de hacerlo.

La chica probó el pastel sintiendo el dulce sabor recorrer su boca, la suave y húmeda textura del pan se hizo presente en su lengua y al tragarlo sus ojos brillaron de la emoción.

—¡Está delicioso! —expresó para comer otro bocado  y degustarlo.

—Lo sabía —presumió en broma mientras reía.

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